El 4 de julio de 1976 fueron hallados
en La Cueva de los Leones, maniatados, con signos evidentes de torturas y
acribillados a balazos, los cuerpos de los compañeros Enrique Heinrich y Miguel
Ángel Loyola. El 30 de junio, habían sido secuestrados en sus hogares, frente a
sus familias, consumándose así uno de los actos más atroces que tuvo como
matriz ideológica el nefasto accionar de la familia Massot y su principal arma
de exterminio: el diario La Nueva Provincia.
Heinrich
y Loyola, obreros gráficos del diario y dirigentes del Sindicato de Artes
Gráficas formaron parte de una generación que luchó por reconquistar derechos
arrebatados a los trabajadores. Su militancia gremial se vio reflejada en el
trabajo cotidiano desarrollado en los talleres de la empresa monopólica donde
el reconocimiento de sus compañeros y el enfrentamiento a las medidas
patronales preocupaban al clan Massot.
Por los derechos
Miguel Ángel Loyola y Enrique Heinrich eran
trabajadores del diario La Nueva Provincia. Trabajaban como estereotipista y
maquinista en el diario La Nueva Provincia.
Ambos estaban en la conducción del gremio de Artes
Gráficas y defendían los derechos de los trabajadores a mejores condiciones
laborales. Habían conseguido muchos derechos denegados durante años a los
trabajadores de esa empresa.
Fueron secuestrados de sus casas entre la noche
del 30 de junio y la madrugada del 1 de julio de 1976.
Enrique Heinrich tenía 31 años, esposa y cinco
hijos. El mayor, de 9 años.
Miguel Ángel Loyola tenía 28 años, esposa y una
hija en camino.
Fueron secuestrados en sus domicilios frente a
testigos. Ninguno de los dos apareció con vida.
En la Cueva de los Leones los encontraron el día 4
de julio, sus cuerpos estaban con signos de tortura y con más de 50 tiros.
Miguel Ángel Loyola
y Enrique Heinrich fueron quienes durante largos años encararon las acciones
para que los trabajadores de La Nueva Provincia llegaran a gozar de derechos
que desde la patronal se les eran negados. Una lucha ardua que llevaron a cabo
en épocas previas al golpe de estado con tantos otros compañeros del sindicato
como es el caso de Jorge Molina que durante todos estos años, después de los
asesinatos, se ocupó de que sus nombres y luchas no se perdieran en el olvido. Prueba y ejemplo de esto son las dos calles que
en Millamapu llevan sus nombres.
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