Estamos acostumbrados a asociar
deserción escolar con pobreza y poblaciones vulnerables
Por Luciana Vázquez
La cuestión es: en la Argentina, ¿sólo los pobres
económicamente hablando son pobres educativamente hablando mientras que los más
ricos en capital socio económico, con más fácil acceso a la cultura, brillan
con sus indicadores educativos y, por ejemplo, terminan el secundario, todos
ellos, entusiastas, en tiempo y forma para correr hacia la universidad o el
mundo del trabajo? La respuesta es, taxativamente, no.
Estamos acostumbrados a asociar deserción escolar
con pobreza y poblaciones vulnerables. La evidencia inicial induce esa
asociación: entre los jóvenes de 20 años de niveles socio económico más bajo,
que en teoría ya deberían haber terminado el secundario, sólo el 48,4 por
ciento lo terminó efectivamente. Es decir: más de la mitad de los chicos
vulnerables argentinos de 20 años no tiene título secundario.
Pero hay que decirlo: los pobres no son los únicos
con bajos porcentajes de terminación del secundario. Los sectores de nivel
socioeconómico más alto en términos de ingresos también abandonan la secundaria
o, por lo menos, alcanzan el título bien pasado los 20 años.
El tema es entender cuánta fe depositan en la
educación los sectores socioeconómicamente más altos en la Argentina, y
especialmente las elites. Y no me refiero a los apoyos generales al sistema
educativo, enunciados de buena voluntad, por parte de las clases dirigentes
políticas, empresariales, civiles, intelectuales, con mayor visibilidad
pública. Tampoco a la preocupación retórica que gana a las capas medias y altas
ante el estado de la educación argentina.
La cuestión es otra: ¿cuánto pesa realmente la educación
formal entre aquellos sectores de ingresos altos y muy altos, los más altos,
cuando se juega algo verdaderamente personal, a la hora de construir sus
propios destinos y los destinos de sus hijos por ejemplo? En principio, no lo
suficiente.
El dato es éste y es preocupante: el 25 por ciento
de los jóvenes de 20 años de los sectores socioeconómicos mejor posicionados en
la Argentina -el 33 por ciento de mayores ingresos, que en 2012 concentraba el
58 por ciento de la masa de ingresos- no tiene título secundario. En ese grupo,
a 2010, el porcentaje que efectivamente terminó el secundario era del 75,5 por
ciento.
La evidencia
surge del trabajo
"La educación en América Latina: logros y desafíos pendientes", de la
investigadora Margarita Poggi, Directora del IIPE Unesco, patrocinado por
Fundación Santillanay presentado en el X Foro Latinoamericano de
Educación, organizado por la Fundación este año. Las cifras corresponden a
2010.
Se trata de ver la cantidad de jóvenes de 20 años
que alcanzó el título secundario, una vez cumplido el tiempo correspondiente y
transcurridos dos años.
Para entender bien la seriedad del problema: el
porcentaje de jóvenes de 20 años con mejores ingresos que terminó la secundaria
es el más bajo entre los jóvenes de 20 años del mismo tercil en 9 países
latinoamericanos. Las comparaciones siempre son útiles: establecen el límite de
lo posible y nos confrontan con nuestras propias imposibilidades, que no son
universales ni inexorables sino bien locales y eventualmente evitables.
Sabemos, contra Chile siempre perdemos: los
sectores chilenos más acomodados están mucho mejor educados que los mismos
sectores en la Argentina. Los veinteañeros del 30 por ciento con mejores
ingresos en Chile que tienen título secundario se acercan al 100 por ciento,
con el 91,6 de jóvenes con secundaria terminada.
Y vale la pena subrayarlo: las capas altas chilenas
del tercer tercil no "se enriquecen" educativamente a expensas de las
clases vulnerables. Entre los sectores bajos en Chile, a los 20 años, el 72,1
por ciento terminó el secundario contra el 48 por ciento de la Argentina. Nada
menos.
Contra Brasil, tampoco hay suerte. Los sectores de
mejores ingresos brasileros muestran, en 2010, un 80,7 por ciento de jóvenes de
20 años con secundaria terminada. Pero hay otros países más impensados para la
lógica del orgullo educativo argentino cuyos terciles de mayores ingresos están
más escolarizados que los argentinos.
Entre los jóvenes de 20 años de mejor nivel
socioeconómico, en Perú, el porcentaje con título secundario es del 93,6 por
ciento; en Paraguay, del 87,5 por ciento, y en Ecuador, del 86,9 por ciento. En
Colombia, los jóvenes de 20 años de ese sector que terminaron el secundario alcanzan
un porcentaje del 83,4 por ciento; en Panamá, del 83,3; en El Salvador, del
76,3, y en Bolivia, del 76,1 por ciento.
El panorama es todavía más preocupante. De la
comparación de 2000 con 2010 que propone el informe de Fundación Santillana,
surge que el porcentaje de jóvenes de 20 años de los sectores altos de la
Argentina quedó completamente estancado, sin mejora alguna. Para ser clara: una
década después, un cuarto de los sectores de mejor pasar socioeconómico a los
20 años sigue sin poder alcanzar el título secundario.
Los sectores altos de los vecinos latinoamericanos
mencionados, por el contrario, no pararon de mejorar sus indicadores. En Chile,
por ejemplo, en 2000, la cantidad de jóvenes de 20 años del sector de mejores
ingresos con título secundario alcanzaba el 78,1 por ciento, que en 10 años
creció 13,5 puntos porcentuales. Los veinteañeros brasileros de mejor situación
socioeconómica llegaban al 67,5 por ciento en 2000 y una década después
mostraron un aumento de 13,2 puntos. Y el porcentaje de los jóvenes de 20 años
de la población de mejores ingresos en Ecuador creció en 37,6 puntos llegado
2010. Así resulta del informe de Santillana.
Hay más evidencia que refuerza esa misma lectura.
Si el microscopio sobre los sectores de mayores ingresos de la Argentina se
acerca todavía más y se concentra no ya en el 33 por ciento de mejores ingresos
sino en el 20 por ciento más rico, el resultado sigue siendo igualmente
desalentador.
Se trata ahora de ver el compromiso de la elite
socioeconómica de la Argentina, el quinto quintil, el 20 por ciento de mayores
ingresos que en 2012 concentraba más del 45 por ciento de la masa de ingresos.
Al año 2011, la tasa de graduación de secundaria del los jóvenes de entre 20 y
24 años del quintil de mayores ingresos de la Argentina era del el 80,6 por
ciento. Otra vez, el dato encuentra su peso real en la comparación con el
quinto quintil más rico de Chile, donde el la tasa de graduación es del 94 por
ciento en jóvenes de hasta 24 años, o de Brasil, con una tasa del 85 por
ciento.
Así queda
claro en un trabajo de Marcelo Cabrol, Gádor Manzano y Lauren Conn para Proyecto
Graduate XXI y auspiciado por el BID.
Es importante la aclaración: no se trata solamente
de una cuestión de "cantidad" de educación secundaria. Los sectores
mejor posicionados en la Argentina también corren con desventaja en cuanto a la
calidad de sus aprendizajes. Por eso no vale el argumento que pretende
minimizar la cantidad de egresados del secundario de las clases acomodadas de
los otros países a partir de una supuesta falta de calidad y facilismo de todo
esos sistemas educativos. La evidencia desmiente esa presunción. Y no deja bien
parada a la Argentina.
Lo sabemos:
el sector socioeconómico más alto de la Argentina, según las pruebas PISA que
se toman a chicos de 15 años, tiene un desempeño en matemática peor que el de
la elite chilena, la brasilera, la mexicana, la uruguaya y la costarricense. Eltrabajo
del investigador Alejandro Ganimian para el Proyecto Educar 2050 lo expuso
con precisión.
Lo que está claro es que casi un 20 por ciento de
los chicos de entre 20 y 24 años más ricos de la Argentina, que en la práctica
no enfrentan las inclemencias del destino que afrontan los sectores vulnerables
a la hora de concretar sus destinos educativos, no tiene título secundario
mientras que en Chile, los jóvenes veinteañeros más ricos que no terminaron el
secundario representaron en 2009 apenas el 6 por ciento de ese sector.
No hay respuestas fáciles ni obvias a la hora de
analizar el bajo porcentaje de jóvenes de 20 años de los sectores altos
argentinos, y especialmente de las elites, que no tiene el título secundario.
Tampoco se trata de demonizar a los adolescentes de
las elites socioeconómicas. En tal caso siguen siendo adolescentes
desconcertados en un universo de mejor, o plena, disponibilidad de recursos
-económicos, culturales, de entretenimiento, de contactos, de tiempo, de
oportunidades, de posibilidades futuras-, que contrasta con las demandas
escolares de esfuerzo, foco y concentración en saberes, y actitudes, ajenos a
su rutina diaria. Abundancia y libertad versus disciplina, austeridad y
aislamiento escolar.
Pero lo que es más evidente es que los desafíos que
deben sortear los sectores bajos y las elites socioeconómicas, las del quinto
quintil, son bien diferentes a la hora de terminar o no el secundario. Y sus
niveles de responsabilidad, también.
Las políticas públicas se orientan a socorrer
educativamente a los sectores bajos: los sectores vulnerables se topan con
desafíos que escapan a su voluntad o a la de la escuela, y allí interviene el
Estado. Tiene sentido. En el caso de los sectores medios y altos, y de las
elites, el panorama es otro: no les queda otra opción que asumir la mejora
educativa bajo su propia responsabilidad.
Porque algo, o mucho, de responsabilidad parece
caberle a esos sectores en su propio destino educativo. Las escuelas privadas
argentinas, a la que asiste en masa la elite local, son de las pocas de América
latina que logran aportar diferencias marginales a sus alumnos una vez
controlado el efecto socioeconómico de origen. Es decir, a los chicos de
escuela privada les va mejor y no sólo por el capital social, económico y
cultural que arrastran desde sus hogares. También porque sus escuelas, parece,
están haciendo algo bien. Lo plantea el informe de Proyecto Educar 2050.
Si el contexto socioeconómico familiar es de algo
más de tranquilidad económica o, en un extremo de esas capas altas, de
abundancia y la escuela está aportando lo suyo, ¿por qué los sectores mejor
instalados en lo social y económico no están rindiendo al mismo nivel que sus
pares de Chile o Brasil?
Se me ocurre una respuesta posible. Las
percepciones y creencias con las que los adolescentes de las elites
socioeconómicas de la Argentina llegan a la escuela condiciona en buena medida
su compromiso con la escuela.
Es una cuestión de herencia, pero no económica,
sino de herencia valorativa traída desde el hogar. Es el modo de ver el mundo
construido en familia y en el contacto con otras familias de su sector social
el que permite darle sentido, cada día, a la asistencia a la escuela, al
esfuerzo y la continuidad en el esfuerzo educativo, hasta alcanzar el título
secundario. Y eventualmente usarlo como llave para seguir la vida
universitaria. Pero es precisamente esa concepción la que trastabilla en
ciertos sectores de las elites argentinas.
Es el "efecto cuna" -tal como se llama al
modo en que las privaciones socioeconómicas del hogar condicionan el desempeño
educativo futuro- pero en otro sentido. No a partir de la carencia de recursos
materiales sino de la falta de una escala valorativa que ponga a la educación
en el centro.
¿Qué sistema de creencias, y entonces de
motivación, llevan consigo a la escuela los sectores socioeconómicos que están
en la cúspide de la pirámide social que los condiciona en su camino hacia el
título secundario? Es una pregunta que queda picando en la mesa familiar de las
elites argentinas.
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