En un texto polémico y virulento, el autor critica el cholulismo intelectual de los argentinos que esperan que los pensadores extranjeros que visitan el país les revelen “su ser” y les hablen de lo que es la Argentina.
POR GERMÁN GARCÍA
En 1930, en una audición llamada Radio Cultura , Macedonio Fernández habla de un censo “de los argentinos que vivían esperando la llegada de un conferencista francés o alemán que les dijera instruyéndolos qué era nuestro país, su porvenir, su historia, su psicología y sus costumbres, al día siguiente de desembarcar”. El censo, aunque decretado, no llegó a realizarse. Hoy sería aun más difícil, ya que los que esperan se multiplicaron, y quienes vienen a explicarlos también. Este amor al saber, que se confunde con el amor a los viajeros, tiene una larga historia. Macedonio Fernández se olvida de un español (Ortega y Gasset), de un italiano (Marinetti), y no llegó a conocer los que llegaron después de su muerte ocurrida en 1952.
La serie de visitas, durante la década del noventa, superó las anteriores. Durante la última crisis, el censo hubiera sido más fácil. En estos meses, el sueño de una sustitución de importaciones –al menos, en lo que hace al saber– despierta a la dura realidad del renovado amor por los viajeros y sus oráculos. Actes, la revista fundada por Pierre Bourdieu, dedica su número 145 (diciembre, 2002) a la circulación internacional de las ideas. Se dice que existe un malentendido producido por los textos leídos fuera de contexto. No se trata, necesariamente, de una pérdida: la lectura extranjera puede tener una libertad que falta en la lectura nacional. De cualquier manera, Pierre Bourdieu da por sentado que otros hacen una lectura, no habla de su libertad frente a textos extranjeros.
Aunque pone el ejemplo de Heidegger, usado en los años 50 para descalificar a Sartre y para darle al marxismo cierta distinción (Costa Axelos sería un ejemplo). Los grandes profetas, leemos, son polisémicos. Y las operaciones son múltiples.
Los profetas que nos visitan son pocos (en los últimos tiempos, sólo Derrida), pero son muchos los misioneros y peregrinos. Y de las más diversas disciplinas. Aunque el éxito es para quienes pueden filosofar la política (Negri, Badiou, Zizek). Esta pasión, supongo, se debe a que las llamadas ciencias sociales han sido sustituidas por las ciencias cognitivas. Alguien como Zizek, por ejemplo, hace de la divulgación una práctica tan particular, que uno no tiene que preocuparse por lo que divulga. Badiou propone una filosofía del “pase” (procedimiento institucional propuesto por Jacques Lacan), sin tener que soportar la tediosa práctica que supone este dispositivo.
Los peregrinos del psicoanálisis impulsan instituciones, alientan la práctica de esta disciplina, y mantienen alguna distancia con el aparato universitario. Sus misioneros, además legitiman. Los peregrinos de otras disciplinas están más cerca del aparato universitario, y la estrella que los guía es el saber. A tal punto, que los del psicoanálisis parecen más cerca que ellos de una práctica con incidencia real sobre las redes por las que circula.
Un caso notable es el de Jacques-Alain Miller que en diez años articuló una red internacional que bajo el nombre de Asociación Mundial del Psicoanálisis se extiende por nuestro país, por varios países de Europa y de América Latina, produciendo lo que Fernando Henrique Cardoso –el ex presidente de Brasil– llamó una repetición original.
En el psicoanálisis el amor al saber no tiene la última palabra, y más de una vez se revela como un horror al saber. Para el caso, saber algo sobre una circulación asimétrica que convierte a los receptores en perpetuos menores de edad, siempre bajo tutela (según definió Kant a la minoridad).
Cuando Jacques Lacan propone El Banquete de Platón para hablar de la transferencia, dirá que para salir de la minoridad el que pide ser amado tiene que pasar a la posición de amante. Es decir, atravesar la instancia de idealización. La asimetría entre amado y amante no es reversible, de manera que no se puede cambiar de lugar sin experimentar una pérdida. Esa pérdida, para nosotros, implica ir más allá de la ceguera de Borges cuando reiteraba que los argentinos éramos “europeos en el exilio”. El menos europeo de esos países (me refiero a España, según propia versión) nos niega la nacionalización. Ni hablar de los otros. Es de suponer que el mínimo reconocimiento de súbditos y/o ciudadanos tan entusiastas sería otorgarle la documentación correspondiente.
La circulación internacional supone siempre una asimetría y, por lo mismo, las diversas posiciones que Harold Bloom llamó “angustia de las influencias” (su contracara es la alegría de imponer la propia voluntad). Mario de Andrade, el poeta brasileño, le escribe a Alberto de Oliveira: “ Nosotros imitamos, sin ninguna duda. Pero no nos contentamos con la imitación (...). Tenemos algo muy distinto que hacer (...). Estamos acabando con la dominación del espíritu francés. Estamos acabando con la dominación gramatical de Portugal”. La generación de Sarmiento se apoyó en otras culturas para oponerse a la dominación cultural de España. Esa matriz (oposición/alianza) fue eficaz. Y sigue; con otros actores: con unos contra otros. Un periodista me confesó que prefería publicar reportajes de peregrinos y misioneros extranjeros, porque eso ponía al conjunto vocal a un mismo nivel (de exclusión, agrego yo) y le evitaba problemas.
El reverso de un amor al saber, es el horror de saber la causa de ese amor. La religión, según Sigmund Freud, sólo es tolerante cuando sus lazos internos se debilitan. Es por eso que aquellos argentinos que esperan que su ser les sea revelado por los sucesivos viajeros, no toleran la menor ironía. Las veces que pedí un mínimo resumen de lo que alguien había dicho, se me respondió que había mucha gente, y que había sido un éxito.
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