Las contradicciones de la cultura fueron obstáculos para que la sociedad argentina lograra consensos sobre sí misma, afirma la autora. La identidad se construye proyectando desde la Ley un futuro democrático.
Por ADRIANA PUIGGRÓS
Investigadora principal del CONICET y ex secretaria de Estado de Ciencia y Técnica
(Diego Bianki)
Es equivocado sostener que la opinión pública argentina carece de todo principio y desconocer que sus oscilaciones son relativamente constantes. La vinculación paradójica entre la Biblia y el calefón constituye una identidad compleja, históricamente variable pero asentada en la combinación de sentidos. Pese a la presencia activa de fundamentalismos, nuestra identidad se nutre más de la diferencia que de la esencia, y la médula de nuestro drama son las dificultades para acordar metodologías destinadas a ligar las heterogeneidades mediante vinculaciones productivas, antes que a convertirlas en antagonismos.
Las contradicciones de la cultura argentina funcionaron como obstáculos para que la sociedad lograra consensos sobre sí misma (¿habrán sido, al mismo tiempo, fuente de la riqueza cultural de los argentinos?), siendo que, para resolver las cuestiones públicas y privadas, toda sociedad necesita acordar representaciones sobre sus identidades y códigos comunes destinados a desentrañar el pasado.
Las dificultades argentinas al respecto fueron abordadas por Enrique Pichon Rivière (1965) en su análisis de Enrique Santos Discépolo. El psicoanalista construyó una representación de la familia del poeta que condensa la ecuación cultural argentina. Según Pichon, Don Santos, el padre, músico, es confundido por su hijo Armando, autor de sainetes, con el personaje de Stefano, que “emigra con la ilusión de crear l’opera fenomenale imponiendo a toda la familia el peso de su ambición y de su fracaso”. Stefano es arquetipo de desarraigo, nostalgia e inseguridad, en una situación que tiende a un progresivo deterioro.
Armando y Enrique asumen dos aspectos de la personalidad paterna, simbolizando la fractura argentina. Enrique Santos se entusiasmó con lo argentino y representó los dramas sociales contenidos en el radicalismo y el peronismo mediante un “sistema de codificación de carácter nacional”:el tango.
Pichon Rivière sostiene que en Qué sapa señor , Discépolo hizo la “crónica del caos”(...) “más como historiador que como vidente”, refiriéndose al segundo gobierno de Yrigoyen. Interpreta que los “chorros, maquiavelos y estafaos” de Cambalache , eran personajes de la Década Infame, cuando se hizo evidente lo falso, la impostura y la maldad insolente, “el elemento cínico o maquiavélico”, que culminaría en Juan Domingo Perón, sobre quien el Discépolo de Pichon proyecta sus expectativas, a diferencia del propio Pichon, que considera al líder la culminación real del cinismo. En el “ fríoc ruel” final de Discépolo, Pichon lee el dolor del poeta ante la “impostura” que habría descubierto en el liderazgo de Perón. Pero al mismo tiempo, el psicoanalista reconoce que Perón, por efecto de ese mismo poder, estableció la justicia social.
Dado que su representación histórica se ha asociado más al caos que al orden, pese a la lectura del enfrentamiento peronismo-antiperonismo como tragedia, debe subrayarse que el peronismo que gobernó entre 1946 y 1955 lo hizo en nombre de la ley. Eligió reformar la Constituciónantes que desconocerla o derogarla y, desde el renovado texto, habilitó nuevos sujetos sociales y reglas para articular las diferencias a favor de las clases populares. Comparemos esa situación con el impacto dispersivo de los vínculos socio-culturales que produjo la sustitución de la ley por la violencia, durante la última dictadura militar.
En el actual repliegue de la crisis económica y social, la gran mayoría de los argentinos comparte significantes que nombran el campo democrático. Durante el gobierno de Carlos Menem el liberalismo conservador, tradicionalmente subordinado al integrismo católico, fue afectado por el discurso neoliberal y avanzó en la apropiación de significantes del liberalismo laico, reivindicando, por ejemplo, a Sarmiento. Sin embargo, preocupan las dificultades de esos sectores para sostener un partido político que los represente, pues el hecho denota la persistencia de un espíritu especulativo, falto de compromiso social. Vacas o soja de por medio, sigue vigente el mito de la renta agraria, combinado con una mentalidad trasgresora de la ley antes que responsable, como requeriría la cultura política de una clase con destino de burguesía nacional.
La escasa consideración de las leyes es un rasgo que también forma parte del costado “cambalaches-co” de la argentinidad, no solamente de los ricos, sino –en su medida– también de los clasemedieros y de los pobres. Transgredir las reglas de tránsito, vender bebidas alcohólicas a los menores o evadir los impuestos, son conductas que participan de la misma serie de sentidos que las políticas autoritarias aberrantes, porque comparten la insuficiente percepción, el desconocimiento o el desprecio por el lugar del otro.
Así como en el texto de Pichon Rivière el Discépolo peronista y melancólico queda en una zona de incertidumbre, es imposible que cada sector social obtenga una representación transparente de los otros, dado que su cultura nace del relato de creencias. Pero las ciencias sociales argentinas están en condiciones de mejorar ese saber, sin perseguir imágenes estáticas de las clases, sino representaciones que se distancien de los prejuicios arcaicos, que revelen el discurso de los otros y ayuden al encarnamiento de su presencia. Que sostengan cierta incertidumbre sobre las identidades ajenas y sobre la propia: ese margen de incertidumbre es el hilo de luz que habilita la esperanza del encuentro. Una posición dialógica de los sujetos sociales es condición para la gestión de acuerdos en el espacio discursivo de la democracia: renuncias a la omnipresencia particular para ceder espacio a los derechos de los demás. Cubrir el territorio nacional de soja hoy, sin prever la tierra arrasada y las manos sin trabajo, nuevamente, mañana, puede ser una actuación más del sainete argentino en el que, al decir de E. S. Discépolo, se voltea la casa vieja “antes de construir una nueva”.
Puede ocurrir la repetición del modelo cultural que Pichon representa con la familia del tanguista, señalando como sus mecanismos organizadores “la escisión y la delegación”, activados por la fantasía del “logro casi mágico de fortuna y prestigio”. Como sujeto potencial de la imprevisión hay que agregar al progresismo, que no atina a combinar crítica con propuestas y no reconoce la importancia del cumplimiento de los compromisos para instaurar la justicia social. Pero creo que en la Argentina post-dictadura y post-quiebre, pese a la dramática profundización de las diferencias de clase, hay un inédito desarrollo social de la tolerancia, más deseos de convivir con la ley y más posibilidades de internalizarla. La complejidad cultural puede tornarse identidad, y no hundirse en el caos, si es capaz de seguir sosteniendo la Ley y desde ella proyectar un futuro democrático.
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