Por Emir Sader
- Emir Sader, sociólogo y cientista político brasileño, es coordinador del Laboratório de Políticas Públicas da Universidade Estadual do Rio de Janeiro (Uerj).
Nunca como ahora fue tan real la tensión entre un mundo que se agota, pero trata de sobrevivir, y un mundo nuevo, con grandes dificultades para afirmarse. En ese vacío se inserta un mundo inestable, turbulento, y una gran lucha por la nueva hegemonía mundial.
La decadencia de la hegemonía norteamericana en el mundo y el agotamiento del modelo neoliberal son evidentes pero, al mismo tiempo, no surge todavía en el horizonte una potencia o un grupo de países que puedan ejercer la hegemonía mundial en lugar de Estados Unidos. Tampoco aparece un modelo que pueda disputar con el neoliberalismo la hegemonía económica a escala mundial. Los gobiernos posneoliberales latinoamericanos no tienen todavía la fuerza suficiente como para disputar esta hegemonía global.
La victoria en la guerra fría no ha significado que la imposición de la Pax Americana haya traído estabilidad al mundo. Al contrario, nunca como ahora han proliferado tantos conflictos violentos, porque Estados Unidos se vale de su superioridad militar para tratar de transferir los conflictos al plano del enfrentamiento violento. Así ocurrió en Afganistán, Irak, Libia, sin que hubiera tenido capacidad para imponer estabilidad política sobre los escombros de las intervenciones militares. Esos países continúan siendo epicentros de guerra en el mundo actual.
En el caso de Siria – y, por extensión Irán – Estados Unidos ni siquiera fueron capaces de generar las condiciones políticas mínimas para nuevas intervenciones militares, teniendo que participar en procesos de negociaciones de paz.
Sin embargo, Estados Unidos continúa siendo la única potencia mundial, que articula su poder económico, tecnológico, político, militar y cultural, para imponerse como el país de mayor influencia en el mundo, el único que tiene una estrategia global. Ni China, ni la debilitada Unión Europea, ni América Latina, o un conjunto de fuerzas articuladas entre sí, logran oponerse a la hegemonía norteamericana en el mundo.
La profunda y prolongada crisis económica que afecta al centro del capitalismo ha demostrado que sectores del Sur –en Asia y América Latina– pueden defenderse, sufriendo los efectos de la recesión, pero sin entrar en ella, como había ocurrido en las otras crisis del centro del sistema. Porque ya existe en el mundo un cierto grado de multilateralismo económico, que ha permitido que los países con gobiernos posneoliberales hayan podido defenderse y no caer en recesión, gracias a los intercambios Sur-Sur y a los realizados en los procesos de integración regional en América del Sur, y a la enorme expansión de los mercados internos de consumo popular. Sin embargo, las fuertes presiones recesivas no dejan de afectar a esos países, haciendo que necesiten respuestas integradas para la reactivación de sus economías.
Sin embargo, a pesar del desprestigio de las políticas neoliberales, que han provocado la crisis en el centro del sistema y han demostrado ser impotentes, hasta ahora, para superarla, el modelo neoliberal sigue siendo dominante en gran parte del sistema económico mundial. Las medidas puestas en práctica por los gobiernos europeos, por ejemplo, son de carácter neoliberal, diseñadas para reaccionar frente a una crisis neoliberal, es decir, están echando alcohol al fuego.
Porque el neoliberalismo no es solamente una política económica, es un modelo hegemónico, que guarda estrecha relación con la hegemonía del capital financiero a escala mundial, con el bloque Estados Unidos-Gran Bretaña desde el punto de vista político, así como con un modo de vida (el llamado modo de vida norteamericano), centrado en el consumo, en la mercantilización de la vida y de los shopping-centers. Es un punto de no retorno del capitalismo a escala global, que impone, a la vez, los límites de las propuestas de acción de las grandes potencias políticas y de los grandes organismos internacionales.
Así el mundo seguirá viviendo, por lo menos hasta la primera mitad del nuevo siglo, un período de turbulencias, en el que la decadente hegemonía norteamericana se mantendrá, aun con crecientes dificultades. De igual manera continuará el predominio del modelo neoliberal, aunque debilitado, y condenando a la economía mundial a procesos de mayor concentración de la renta, exclusión de derechos y continua recesión económica.
Una profunda y extensa crisis de hegemonía se impone así en escala mundial, con persistencia de los viejos modelos y dificultades para la afirmación de las alternativas.
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