La identidad, entre el sainete y la ópera


Las contradicciones de la cultura fueron obstáculos para que la sociedad argentina lograra consensos sobre sí misma, afirma la autora. La identidad se construye proyectando desde la Ley un futuro democrático.

 



Por ADRIANA PUIGGRÓS  

 Investigadora principal del CONICET y ex secretaria de Estado de Ciencia y Técnica


                                                                                                 (Diego Bianki)

Es equivocado sostener que la opinión pública argentina carece de todo principio y desconocer que sus oscilaciones son relativamente constantes. La vinculación paradójica entre la Biblia y el calefón constituye una identidad compleja, históricamente variable pero asentada en la combinación de sentidos. Pese a la presencia activa de fundamentalismos, nuestra identidad se nutre más de la diferencia que de la esencia, y la médula de nuestro drama son las dificultades para acordar metodologías destinadas a ligar las heterogeneidades mediante vinculaciones productivas, antes que a convertirlas en antagonismos.
Las contradicciones de la cultura argentina funcionaron como obstáculos para que la sociedad lograra consensos sobre sí misma (¿habrán sido, al mismo tiempo, fuente de la riqueza cultural de los argentinos?), siendo que, para resolver las cuestiones públicas y privadas, toda sociedad necesita acordar representaciones sobre sus identidades y códigos comunes destinados a desentrañar el pasado.
Las dificultades argentinas al respecto fueron abordadas por Enrique Pichon Rivière (1965) en su análisis de Enrique Santos Discépolo. El psicoanalista construyó una representación de la familia del poeta que condensa la ecuación cultural argentina. Según Pichon, Don Santos, el padre, músico, es confundido por su hijo Armando, autor de sainetes, con el personaje de Stefano, que “emigra con la ilusión de crear l’opera fenomenale imponiendo a toda la familia el peso de su ambición y de su fracaso”. Stefano es arquetipo de desarraigo, nostalgia e inseguridad, en una situación que tiende a un progresivo deterioro.
Armando y Enrique asumen dos aspectos de la personalidad paterna, simbolizando la fractura argentina. Enrique Santos se entusiasmó con lo argentino y representó los dramas sociales contenidos en el radicalismo y el peronismo mediante un “sistema de codificación de carácter nacional”:el tango.
Pichon Rivière sostiene que en Qué sapa señor , Discépolo hizo la “crónica del caos”(...) “más como historiador que como vidente”, refiriéndose al segundo gobierno de Yrigoyen. Interpreta que los “chorros, maquiavelos y estafaos” de Cambalache , eran personajes de la Década Infame, cuando se hizo evidente lo falso, la impostura y la maldad insolente, “el elemento cínico o maquiavélico”, que culminaría en Juan Domingo Perón, sobre quien el Discépolo de Pichon proyecta sus expectativas, a diferencia del propio Pichon, que considera al líder la culminación real del cinismo. En el “ fríoc ruel” final de Discépolo, Pichon lee el dolor del poeta ante la “impostura” que habría descubierto en el liderazgo de Perón. Pero al mismo tiempo, el psicoanalista reconoce que Perón, por efecto de ese mismo poder, estableció la justicia social.
Dado que su representación histórica se ha asociado más al caos que al orden, pese a la lectura del enfrentamiento peronismo-antiperonismo como tragedia, debe subrayarse que el peronismo que gobernó entre 1946 y 1955 lo hizo en nombre de la ley. Eligió reformar la Constituciónantes que desconocerla o derogarla y, desde el renovado texto, habilitó nuevos sujetos sociales y reglas para articular las diferencias a favor de las clases populares. Comparemos esa situación con el impacto dispersivo de los vínculos socio-culturales que produjo la sustitución de la ley por la violencia, durante la última dictadura militar.
En el actual repliegue de la crisis económica y social, la gran mayoría de los argentinos comparte significantes que nombran el campo democrático. Durante el gobierno de Carlos Menem el liberalismo conservador, tradicionalmente subordinado al integrismo católico, fue afectado por el discurso neoliberal y avanzó en la apropiación de significantes del liberalismo laico, reivindicando, por ejemplo, a Sarmiento. Sin embargo, preocupan las dificultades de esos sectores para sostener un partido político que los represente, pues el hecho denota la persistencia de un espíritu especulativo, falto de compromiso social. Vacas o soja de por medio, sigue vigente el mito de la renta agraria, combinado con una mentalidad trasgresora de la ley antes que responsable, como requeriría la cultura política de una clase con destino de burguesía nacional.
La escasa consideración de las leyes es un rasgo que también forma parte del costado “cambalaches-co” de la argentinidad, no solamente de los ricos, sino –en su medida– también de los clasemedieros y de los pobres. Transgredir las reglas de tránsito, vender bebidas alcohólicas a los menores o evadir los impuestos, son conductas que participan de la misma serie de sentidos que las políticas autoritarias aberrantes, porque comparten la insuficiente percepción, el desconocimiento o el desprecio por el lugar del otro.
Así como en el texto de Pichon Rivière el Discépolo peronista y melancólico queda en una zona de incertidumbre, es imposible que cada sector social obtenga una representación transparente de los otros, dado que su cultura nace del relato de creencias. Pero las ciencias sociales argentinas están en condiciones de mejorar ese saber, sin perseguir imágenes estáticas de las clases, sino representaciones que se distancien de los prejuicios arcaicos, que revelen el discurso de los otros y ayuden al encarnamiento de su presencia. Que sostengan cierta incertidumbre sobre las identidades ajenas y sobre la propia: ese margen de incertidumbre es el hilo de luz que habilita la esperanza del encuentro. Una posición dialógica de los sujetos sociales es condición para la gestión de acuerdos en el espacio discursivo de la democracia: renuncias a la omnipresencia particular para ceder espacio a los derechos de los demás. Cubrir el territorio nacional de soja hoy, sin prever la tierra arrasada y las manos sin trabajo, nuevamente, mañana, puede ser una actuación más del sainete argentino en el que, al decir de E. S. Discépolo, se voltea la casa vieja “antes de construir una nueva”.
Puede ocurrir la repetición del modelo cultural que Pichon representa con la familia del tanguista, señalando como sus mecanismos organizadores “la escisión y la delegación”, activados por la fantasía del “logro casi mágico de fortuna y prestigio”. Como sujeto potencial de la imprevisión hay que agregar al progresismo, que no atina a combinar crítica con propuestas y no reconoce la importancia del cumplimiento de los compromisos para instaurar la justicia social. Pero creo que en la Argentina post-dictadura y post-quiebre, pese a la dramática profundización de las diferencias de clase, hay un inédito desarrollo social de la tolerancia, más deseos de convivir con la ley y más posibilidades de internalizarla. La complejidad cultural puede tornarse identidad, y no hundirse en el caos, si es capaz de seguir sosteniendo la Ley y desde ella proyectar un futuro democrático.

“¿Qué le diría Evita a Cristina?: ‘Nena sé original, no te prendas tanto de mi falda’”


Marcos Aguinis:
 “¿Qué le diría Evita a Cristina?: ‘Nena sé original, no te prendas tanto de mi falda’”


Sesenta y un años después de su muerte, Eva Perón habla con voz propia. O por lo menos la que Marcos Aguinis le ha creado en La furia de Evita, una novela en la que el autor echa luz sobre la vida y la muerte de la mujer más popular del Siglo XX en la Argentina. Aguinis humaniza al mito, a través de un lenguaje construido con palabras gruesas pero también atribuyéndole sinceridad a sus gestos y acciones. Ha pasado apenas un año y medio desde que el autor de El atroz encanto de ser argentinos se debatiera entre la vida y la muerte. Hoy, saludable, Aguinis ha modificado la voz narrativa de su última novela: La furia de Evita está contada por una voz ágil y verosímil de mujer. “Tuve especial cuidado en que la voz narrativa reflejara el estilo de Eva en vida. No fue difícil el relato cargado de energía y juventud. No me sentí forzado. Quizá muchos aspectos de la vida de Eva están profundamente instalados en el inconsciente y resurgieron en el momento de escribir”, dice Aguinis, rodeado de objetos queridos: ranitas de la suerte, partituras clásicas (es pianista y médico), fotos con sus hijos y otros escritores. El hilo conductor de la novela es el viaje de Eva Duarte a Europa, en representación de Perón. En constantes saltos al pasado, el personaje desgrana las páginas muchas veces desgraciadas de su vida. Hechos reales en una historia de ficción han llevado a Aguinis a comprender mejor a la Evita de la Historia gracias a su Evita novelada. Por la novela de Aguinis desfilan personajes del primer peronismo: el canciller Bramuglia y el poderoso Raúl Apold (Subsecretario de Prensa y Difusión) ; el magnate naviero Alberto Dodero, Ricardo Guardo (presidente de la Cámara de Diputados) y su mujer, Lilian Lagomarsino (gran amiga de Evita), su hermano Juan Duarte, su peluquero personal, Julio Alcaraz, su cura de confianza, el jesuita Hernán Benítez… Todos ellos se mezclan con hombres que ayudaron a Evita en su ascenso: Agustín Magaldi, Edmundo Guibourg, el director teatral Joaquín de Vedia y Armando Discépolo.
–¿Por qué un liberal que se supone antiperonista elige a Evita?

–Sorprenden las deformaciones que se han dado en la historia peronista, jerarquizándose distintos personajes por razones oportunistas. Evita es usada de manera llamativa para desplazar a Perón. Es más importante hoy ser evitista que peronista, cuando la propia Eva se dedicó toda su vida a exaltar a Perón. El abuso de Evita está vinculada a elementos poco racionales. En los 70 se decía que “si Evita viviera sería montonera”, cuando ella fue profundamente anticomunista. No diré que me enamoré del personaje, pero sí conseguí cierta empatía, incluso siendo ella tan distinta a mi forma de pensar y de sentir.
–Pensó en algún momento en dejar el personaje?

–Dudé en tomar el personaje, no sólo porque está en las antípodas de mi pensamiento sino porque se ha escrito mucho sobre Eva Perón. También es cierto que un escritor puede darse el lujo de tomar un personaje que no es afín a su forma de pensar. Evita, que es muy distinta a mí, en esta novela es un ser humano, está fuera del espacio del mito, tiene carnadura y humanidad. Así describo sus contradicciones, sus dolores, sus rabias, sus odios, sus claroscuros. Me pareció importante fluctuar entre el tiempo de su miseria extrema y su poder extremo.
–¿La suerte de la Eva Perón real nació de sus desgracias?

–Por lo general atribuimos a la suerte situaciones accidentales cuyo origen es difícil de desentrañar. En la novela hay una interpretación sobre la suerte de Evita, una mujer destinada al fracaso absoluto, quizá al suicidio, pero que de pronto tiene saltos prodigiosos. Se explica que Evita haya creído que las desgracias le abrieron las puertas en la vida.
–Muchos de los personajes que pasan por la novela existieron...

–Los hechos importantes de la vida de Evita son reales, están documentados. Lo novedoso es cómo esos hechos son vistos por ella misma y narrados por su voz. Allí entra la literatura. En el libro, Evita hace una autocrítica, sobre hechos que no han sido buenos para la Argentina y que marcaron el ADN del peronismo.
–¿Cómo se modificó la imagen de Eva Perón que usted tenía?

–Yo era un argentino atado al mito. Todo mito es un retrato en blanco y negro que niega los matices, sin altibajos. Pero luego de la novela, priorizo más al ser humano que fue. Incluso me provoca admiración. Por ejemplo, cuando dice: “Me han comparado con Jesús porque murió a los 33 años, igual que yo. Pero su obra fue realizada en sólo tres. En mi caso, como no soy divina, me llevó apenas el doble”. En verdad hizo una obra sorprendente. He procurado comprenderla. Sobre todo en ese delirio que genera el poder, que despega la realidad.
–Que diría su Evita de ficción de la Cristina real que nos gobierna?

–Se burlaría de Cristina. Con su mirada aguda le diría: “Nena sé original, no te prendas tanto de mi falda. Hacé las cosas por tu lado Yo fui original. Vos sos una imitadora”.
–En 2001 usted me dijo que en el futuro asistiríamos a una decadencia cultural sin precedente.

–Lamento haber tenido esa condición profética. Quisiera equivocarme, pero creo que la Argentina va hacia un enfrentamiento muy grave. Ojalá que esto pueda ser frenado por el peronismo disidente y el sector kirchnerista del gobierno que todavía apuesta por la democracia. Que se le pueda poner fin a este modelo regresivo y venenoso para los argentinos.

Semillas de odio

Por Enrique Pinti


Brotan súbitamente aún desde mentes evolucionadas y abiertas. Surgen del oscuro abismo de las incontrolables pasiones originadas en la ignorancia. Generalmente pedimos un hipócrita perdón por decir esto para justificar lo injustificable. Son los prejuicios, semilla maldita que crea marginaciones y rencores que destruyen toda esperanza de convivencia y respeto por ciertas particularidades que hacen diferentes entre sí a los seres humanos, y que muchas veces no pueden modificarse porque se trata de raza y color, características que toda persona trae de nacimiento como marca indeleble. Holocaustos, genocidios y masacres a lo largo de siglos y siglos, provocados por el odio hacia lo diferente, no han logrado, a pesar de sus nefastas consecuencias, convencer a los seres humanos de todo tipo y condición de la inutilidad e irracionalidad de esas actitudes tanto individuales como colectivas. Todos coincidimos en que la discriminación es negativa, pero circunstancias sociales, encrucijadas históricas y conveniencias políticas de bajo vuelo nos empujan a enfrentamientos estériles y fundamentalmente absurdos. 

No podemos ignorar que las cosas no ocurren por casualidades caprichosas sino por causalidades originadas en factores económicos. La esclavitud ejercida sobre la raza negra principalmente africana, pero también latinoamericana, se basó en la necesidad de la explotación comercial de un nuevo mundo lleno de riquezas, que necesitaba mano de obra barata proveniente de una raza marginada, hundida en la pobreza más terrible, sin educación y con muy pocas posibilidades de ascenso social. La riqueza de grandes grupos estaba sostenida en esa terrible premisa de esclavitud proporcionada por traficantes inescrupulosos, que cazaban al nativo en su tierra natal, lo arrancaban de su hábitat y lo transportaban encadenado y a latigazo limpio en naves carentes de las menores condiciones de higiene. La condición de esclavo databa de tiempos remotos, se aplicaba en la antigüedad griega y romana, y rebeliones como la de Espartaco conmovieron al mundo de aquellas épocas con su grito desesperado pidiendo libertad. 

Luego, desde la Carta Magna en la Inglaterra de la Edad Media hasta la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en Francia, a fines del siglo XVIII, pasando por la constitución norteamericana, se instalaron en gran parte del mundo los conceptos de igualdad, pero hasta el día de hoy somos testigos impotentes de atropellos a esos principios.
Los prejuicios y las crisis de todo tipo hacen florecer en países de sólida cultura espantosos episodios que sirven de plataforma de lanzamiento para genocidios que hacen retroceder a la humanidad, no ya en cuatro patas (con perdón para los nobles cuadrúpedos), sino reptando como las más dañinas alimañas. Judíos, negros, cristianos, gitanos, homosexuales, armenios, turcos, chinos, árabes, japoneses, centro-europeos de distintos orígenes, indígenas, habitantes originarios de todo tipo y color son algunos de los colectivos masacrados por las infames soluciones finales, que parten de la ignorante y demencial teoría de la posibilidad real de hacer desaparecer de la faz de la tierra las presuntas razas inferiores. Los resultados de tales barbaridades no deben ser olvidados. 
Afortunadamente, la fotografía, el cine, la televisión y todos los medios de comunicación permiten ver cada tanto imágenes que son elocuentes y que muestran hasta qué punto puede llegar el hombre en su afán destructor y cómo se disfrazan asesinatos y crueldades con seudopatriotismos y tergiversaciones diversas de principios religiosos que son simple y llanamente fanatismos ignorantes.
No debemos dejarnos arrastrar por semejantes cosas y tendríamos que extremar los cuidados en la educación de los más pequeños para no plantarles semillas de odio racial y prejuicios ridículos; y en cambio, enseñarles a buscar lo mejor de los otros y a convivir en la diferencia. Se ha logrado mucho, pero es mucho también lo que falta.

Neruda, el poeta que se fue andando


La investigación por la muerte del gran poeta chileno ha generado sospechas terroríficas sobre su final. Sin embargo, la noticia verdadera es la inmortalidad de sus versos y su figura a pesar de los intentos violentos por callarlo.

POR JUAN CRUZ RUIZ

Periodista y escritor español. Su último libro es “Cuando nunca perdiamos” (Alfaguara)



El poeta tenía una llave para abrir la casa. Cuando la buscaba en la arena traía consigo el océano, su vecino. “No había dónde ponerlo”. Por eso, ese vecino “tan grande, desordenado y azul que no cabía en ninguna parte” fue a quedarse “frente a mi ventana” en Isla Negra. Hasta que él mismo se fue, tristemente, por la vereda de la muerte donde ahora buscan la causa de su despedida.
Llenó la casa de trampas, menos para el Océano. “El hombre en el Océano se disuelve como un ramo de sal”. Se pertrechó adentro con botellas raras y con mascarones terribles, con colecciones absurdas, y con su voz. Su voz era la trampa con la que obsequiaba a los amigos desconocidos y a los famosos; era su guitarra la voz, pero había dentro, en los poemas más lejanos, ecos de su imposible regreso a Cautín. La trampa era para que no conocieran su melancolía. El hombre que viajó para permanecer siempre en el mismo lugar, su memoria, la de Cautín, la de Isla Negra.
El océano era su lágrima innumerable; pero no lo dijo. Dijo, sobre el océano: “Allí la semilla no se entierra ni la cáscara se corrompe: el agua es esperma y ovario, revolución cristalina”. Desde esa ventana miraba cómo llegaban a la casa el escritorio y la bruma. Estaba muy lejos, por ejemplo en Tenerife, donde recaló antes de irle a dar su respaldo a Salvador Allende, y únicamente tenía en la mente ese vaivén del mar. Por eso caminaba como un barco viejo. Hacia Isla Negra. A Cautín.
Cuando estás en esa casa donde ahora él es la luz secreta y misteriosa dentro de una carpa en la que científicos dilucidan si lo mató algo más que la tristeza, entiendes que la soledad de hombre que no volvió a Cautín, su pueblo, estaba oculta bajo los sargazos de sus colecciones; él simulaba mirar lo que venía en las manos innumerables del océano (“tablones carcomidos, bolas de vidrio verde o flotadores de corcho, fragmentos de botella ennoblecidos por el oleaje, detritus de cangrejos, caracolas, lapas, objetos devorados, envejecidos por la presión y la insistencia”), pero en realidad lo que aguardaba en algún instante de ese regocijo que le procuraba el mar era la noticia de la inmortalidad.
Esperando esa noticia se cubrió de objetos. Es inevitable, en Isla Negra, ir olvidando tanto recodo, tanta cama marina, tanta mesa de luces, tanta hojarasca, para buscar al fin al hombre que ha de morir. El creía (como Rafael Alberti) que vivir eternamente consistía en seguir hablando, conversando con el mar o con los hombres, esperar que una dama de blanco y en volandas se lo llevara a otro sitio, donde la conversación fluyera como el regocijo de un niño.
El lo decía, moriré cantando. En ese libro en el que resume lo que le venía del mar ( Una casa en la arena , Lumen, 1966, fotos de Sergio Larraín) está pletórico, como si volviera a Los versos del Capitán , alrededor la inmortalidad pervive; sin embargo, años más tarde, en 1973 y hasta ahora mismo, a esa casa la convirtieron en un velero triste. Ya la proa, la popa, el casco mismo han recibido los embates que el mismo fotógrafo Larraín y también el fotógrafo Luis Poirot ( Retratar la ausencia , Comunidad de Madrid, 1987) plasmaron más tarde: Neruda yendo o viniendo al océano, apoyado en el bastón y también en la tierra, como si aquel barco que él fue se estuviera hundiendo ante su propia vista. Ya el océano era una sombra de su despedida, él viajaba como hacia sí mismo, ni rastro ya de entusiasmo en su pelea.
Murió de tristeza, se dijo entonces, se dice ahora mientras rebuscan los científicos los restos que hablan ante el estímulo de las agujas. Lo envenenaron, quizá; en estos días en que la carpa luminosa sustituye al oleaje que él amó, en medio de la superficie que llenó de ruido para escuchar mejor su silencio, los doctores aspiran a que Neruda, ese cuerpo, les cuente de veras qué pasó, hasta dónde entró el hacha del odio, si es que fue así, cómo fue que aquel hombre que aspiraba a morir cantando se fuera tan triste a esa tumba en la que ahora rebuscan su penúltima pena.
Los miro hacer desde la distancia. Vuelvo a la casa en Isla Negra. “Cada uno envejece a su manera y el ancla se sostiene en la soledad como en su nave, con dignidad. Apenas si se le va notando en los brazos el hierro deshojado.” Hasta dónde penetró la navaja no se sabe, y parece que no importa demasiado. Certificar la crueldad con que la dictadura le tachó la alegría es una tarea que honra a los hombres y a la ciencia, pero aquella ignominia ya no tiene ni siquiera el remedio del olvido. “En el invierno el viento del mar desata furia, sal, espuma de las grandes olas, y la naturaleza aparece acongojada, víctima de una fuerza terrible.” Acaso esta investigación calme la furia del viento del mar, la ignominiosa noticia de que al poeta lo mataron con los hachazos tristes del odio, y que un puñal venenoso fue el último eslabón de su martirio.
Y si el poeta se hubiera ido andando.

Feminicidio: mujeres en el ojo de la violencia


Asesinatos y maltratos son formas de la crueldad contra la mujer en el mundo y también en nuestro país. Aquí se recorre la situación regional y opina la historiadora Dora Barrancos.




MUJERES MALTRATADAS. Son miles las asesinadas cada año en nuestro país y en el mundo.

Una, dos, tres… fueron al menos siete las puñaladas que terminaron con la vida de Sonia Silvina Roldán. Esta vez –porque ya había sido violentada por su ex marido en reiteradas oportunidades y pesaba sobre él una restricción de acercamiento a la víctima–, el también padre de sus cinco hijos terminó por matarla a golpes. 


Lejos de ser un drama aislado, la tragedia ocurrida en la localidad de La Banda (Santiago del Estero), el 13 de marzo, se suma a uno de los tantos feminicidios que se suceden sin pausa en nuestro país y en el mundo. Según el estudio, publicado recientemente, “Femicidio, un problema global”, unas 66.000 mujeres y niñas son asesinadas cada año, y de los doce países con las tasas de feminicidios más altas, cinco son de América Latina. El Salvador, Guatemala, Honduras, Colombia y Bolivia, en ese orden, superan los seis asesinatos de mujeres cada cien mil personas del género femenino. En la Argentina, si bien no hay cifras oficiales, se sabe que cada treinta y cinco horas una mujer muere en manos de su pareja o ex pareja. Algunas son baleadas, otras apuñaladas y las hay también las que son quemadas vivas. El informe fue realizado por Small Arms Survey, un proyecto de investigación independiente con sede en el Instituto Universitario de Estudios Internacionales y Desarrollo en Ginebra, Suiza. 

Fueron 1.236 los asesinatos cometidos por razones de género a lo largo de los últimos cinco años y en lo que va de 2013, sólo hasta febrero, se registraron 50 casos. Se produjeron 260 en 2010, 282 en 2011 y 255 el año pasado, de acuerdo al seguimiento de los hechos difundidos en las agencias de noticias y diarios de distribución nacional y provincial, contabilizados por el Observatorio de Femicidios que dirige la ONG, La Casa del Encuentro. El estudio –según explica Ada Beatriz Rico, directora de la organización– registra los homicidios de mujeres por el simple hecho de ser mujeres, es decir que cuantifica los asesinatos que no están relacionados con robos, asaltos, secuestros u otras situaciones de la llamada “inseguridad” urbana.

                                                          Mujeres asesinadas 

El feminicidio entendido como “el asesinato misógino de mujeres cometido por hombres (…) que incluye una amplia variedad de abusos verbales y físicos” comenzó a delinearse alrededor del año 1976. En una ponencia ante el Tribunal Internacional de Los Crímenes contra las Mujeres, en Bruselas, la socióloga norteamericana, Diana Russell, mencionó por primera vez en la historia el término femicide (en la voz inglesa) para referirse a la violencia sexista. Poco más tarde, junto a Jill Radford, la investigadora feminista plasmó la conceptualización del término en su obra Femicide. The Politics of Woman Killing, iniciando un marco posible desde el cual reflexionar, abordar y visibilizar una problemática actual y creciente en todas las latitudes. En América Latina el neologismo anglosajón fue apropiado y castellanizado en México por la antropóloga Marcela Lagarde (autora de estudios de género, feminismo, desarrollo humano y democracia, poder y autonomía de las mujeres, etc.) quien adoptó las primeras aproximaciones teóricas de Russell y tradujo el término femicide como “feminicidio” en lugar de “femicidio”. Una decisión analítica impulsada por la intención de que la palabra no aludiera simplemente al homicidio de mujeres. Propone el concepto como una categoría de la teoría política que requiere enfrentar el problema como la punta del iceberg de la violencia de género. Una dimensión presente en el abordaje de la misoginia latente y expresa, tanto en la ciudad fronteriza de Ciudad Juárez (en el estado de Chihuahua) como en el resto de los estados mexicanos surcados por la problemática. El feminicidio no sólo comprende los asesinatos cometidos, sino que abarca el conjunto de hechos violentos contra las mujeres, muchas de las cuales son sobrevivientes de atentados violentos contra su entorno, sus bienes o contra ellas mismas. “El feminicidio –escribe Lagarde– se conforma por el ambiente ideológico y social de machismo y misoginia, de violencia normalizada contra las mujeres, por ausencias legales y de políticas de gobierno, lo que genera una convivencia insegura para las mujeres, pone en riesgo la vida y favorece el conjunto de crímenes que exigimos esclarecer y eliminar”. 

                                       Mucho más allá de un malestar en la cultura

Irene Fridman, psicoanalista y especialista en teoría de género, entiende el concepto como el desenlace siniestro del circuito de violencia en una relación, y puntualiza algunos avances en el tratamiento de la violencia machista. “El psicoanálisis ha sido refractario a tomar la problemática del abuso sexual y violencia de género como un problema inherente a la cultura y lo ha remitido a la conflictiva edípica y deseante, en el caso del abuso, como así también ha leído la problemática de la violencia llamada doméstica como resultado del masoquismo femenino con un efecto negativo en el abordaje de las víctimas de abuso. Sin embargo, si bien hace falta mucho trabajo en los circuitos académicos, actualmente hay una aceptación mayor de que es una problemática social, culturalmente inherente al patriarcado y no un problema de la víctima”, comparte la especialista que además es directora de la Diplomatura de Cultura y Subjetividad de la Universidad de la Marina Mercante, y docente de la maestría en Estudio de Género de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES). 

Así, la violencia contra las mujeres se inscribe dentro de un sistema: el patriarcado, que consiente de alguna manera la violencia simbólica y la violencia física. “La construcción de la masculinidad social tiene los rasgos de la dominación en su seno y ese carácter avala a algunos sujetos a llevar a cabo acciones violentas. Es común y está festejado el uso de la prostitución, la trata, el abuso sexual y las violaciones, que mayormente lo llevan a cabo varones contra mujeres y niñas. Ser potente, exitoso o no ser débil, son valores apreciados culturalmente. Lo contrario es vivido como un sentimiento debilitante de la masculinidad”, profundiza Fridman y ensaya algunas pistas sobre las que detenerse: las dificultades para las mujeres de desandar los pasos y salir del “circuito de violencia”. Entendido éste como los “sucesos que ocurren en un vínculo, en el cual el victimario ejerce violencia tanto física como psicológica contra la mujer, una vez pasado el episodio pide disculpas y promete que no va a ocurrir más (la etapa de la luna de miel) y vuelve al poco tiempo a incurrir en situaciones de violencia, acusando a la mujer de que tiene responsabilidad en el estallido de la violencia”. 

De este modo se genera así un vínculo complejo y muchas veces paralizante. “En algunos casos –reflexiona Fridman– porque el hombre ha sido muy efectivo en cercenar otros vínculos de la mujer, para que pudiera pedir ayuda, muchas veces las víctimas dependen económicamente del victimario, en otros casos estar sometida durante años al efecto del terror debilita psíquicamente a la mujer. Hay que revisar cada caso individual, pero también el Estado tiene que proveer los pilares institucionales para que esa mujer pueda salir del circuito de violencia. En estos últimos años ha habido cambios, se ha hecho algo pero resta muchísimo por hacer, a mi entender, debería existir en cada establecimiento de salud, un centro dedicado específicamente a esta problemática, con perspectiva de género. Es decir que pueda entender el fenómeno de la violencia inscripta en un sistema cultural en donde las mujeres tienen un estatus de subordinación”.

                               La continuidad de la violencia colonial

Karina Bidaseca, socióloga, doctora por la Universidad de Buenos Aires e investigadora del Conicet toma distancia de lo que ella llama la “retórica salvacionista del feminismo del Norte, generador de una imagen homogeneizadora de las mujeres del Tercer Mundo”. De este modo repiensa las reflexiones de la antropóloga argentina Rita Segato –referente también de la temática y residente en Brasil– y comprende el feminicidio como la continuidad de una violencia colonial “cuya inintegibilidad se halla narrada en nuestra historia de colonización”. Bidaseca, coordinadora también del Programa “Poscolonialidad, pensamiento Fronterizo y transfronterizo en los estudios feministas” (IDAES/UNSAM), con la intención de establecer un concepto abarcativo de todas las feminidades asume la necesidad académica de desterrar por completo del vocabulario de las ciencias sociales y humanas la distinción privado/público que perjudica la percepción de un problema que es de atención del Estado. 
“Si se sigue nombrando al feminicidio como violencia familiar, estamos en un problema”, comparte Bidaseca y enfatiza la búsqueda de una política de la memoria que acompañe la prevención de la violencia de género despojada de la esfera privada. “Las políticas de la memoria “resisten a la espiral del silencio y al laberinto temporal. 

Cuando caminamos sobre sus huellas, nos damos cuenta de que esas vidas no desaparecen del todo y que necesitamos políticas que nos ayuden a no olvidar. La abyección de la violencia en los cadáveres de mujeres yace en la base donde se apoya y apuntala el orden social falogocéntrico”, refiere la investigadora y destaca algunas referencias auspiciosas. Entre ellas encontramos un fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que obligó al estado mexicano a construir un monumento en Ciudad Juárez, en memoria de las mujeres asesinadas en los campos algodoneros en noviembre de 2001. Del mismo modo, en La Quebrada de San Lorenzo –a siete kilómetros de Salta capital–, se espera que una escultura de bronce recuerde las muertes de las dos turistas francesas asesinadas en 2011. Y desde noviembre del año pasado, la problemática es contemplada en el código penal argentino, un mes después de que se declarara la emergencia por violencia de género, en la búsqueda por instrumentar planes integrales de prevención. Una ley cuya “aplicación inmediata y asignación de mayor presupuesto” es reclamada en estos días por las organizaciones de mujeres y otras agrupaciones. En definitiva, elabora Bidaseca, el feminicidio como “concepto político es una batalla cultural ganada, pero aún nos queda mucho por construir. El Estado debe tener una política precisa contra el asesinato y toda forma de violencia contra las mujeres. Además de desarrollar marcos en educación, un área fundamental, promover campañas de sensibilización y generar estadísticas oficiales que nos permitan contar con cifras confiables para un diagnóstico de la situación”.

La violencia sexual como delito de lesa humanidad


Por Sofía D’Andrea


De acuerdo con el  Informe Nacional sobre Desaparición de Personas, las mujeres constituyeron un 33% del total de los desaparecidos/as, de las cuales el 10% estaban embarazadas (un 3% del total). Por otro lado, a pesar
de no contar con registros completos; se estima que un tercio delas personas que pasaron por los centros clandestino de detención y las cárcel éramos mujeres. Digo éramos porque voy a hablar en primera persona como parte del colectivo de detenidas durante el terrorismo de estado.


María Sondereger, investigadora a cargo dela cátedra de DDHH de la Universidad de Quilmes, unos años atrás, abordó una práctica sistemática, que aparecía subsumida en la figura de tormentos, para empezar a hablar de
Violencia Sexual. Ella explicaba:  “Fue necesaria una transformación de los marcos sociales de memoria para que se empezaran a crear las condiciones para “nuevos” recuerdos: la incorporación de la perspectiva de género en la investigación de ataques sexuales en situaciones de conflicto armado o en procesos represivos internos permitió identificar una práctica reiterada y persistente de violencia sexual” y aquí hay un punto para aclarar; los
ataques sexuales lo sufrieron hombres y mujeres pero los efectos fueron diferentes.  En el caso de ellos buscaban destruirlo avanzando sobre aspectos que hacen a la identidad masculina ,feminizándolo.  Los detenidos
poco hablan del tema, hasta donde se sabe no se cuenta con estudios específicos, pero hay coincidencia en afirmar que silencio se explica por la vergüenza. La vergüenza en las víctimas fue un sentimiento común, pero en
nosotras, además,  operó la Culpa, que no se evidencia en los hombres.



Para poder comprender la direccionalidad de los "castigos" aplicados a las mujeres detenidas y cómo operó culpa  es necesario remitirse   de la dictadura. Él  reúne la mirada del catolicismo ultramontano, donde las
mujeres somos la puerta de entrada al infierno (que sólo se redime co nla maternidad y la sumisión  al hombre); esta premisa se combina con las doctrinas contra insurgentes que destilan odio al espíritu emancipatorio e
igualitario de las revoluciones modernas. Los golpistas reforzaron la concepción patriarcal en las relaciones de género, consagraron un estereotipo de mujer ligado exclusivamente a su función procreadora cuyo
papel principal debía ejercerse dentro de la familia, núcleo fundamental del orden y de conservación del statu quo. De acuerdo este discurso, la mujer es mujer  en tanto madre. Por ende las presas éramos doblemente
transgresoras, no estábamos consagradas a lo hogareño ni éramos esposas convencionales, habíamos abandonado la reclusión en lo privado para lanzarnos a lo público y además cuestionábamos los valores del sistema político.



Al otro lado es bueno recordar que las instituciones militares son constitutivamente formadoras de guerreros como forma suprema de hombría, organizadas jerárquicamente,  basadas en la subordinación por rangos,
asentada en la sumisión  de uno por otros e impregnadas por la violencia.



Esta caracterización la resalto porque desde ese lugar se disponía de nuestros cuerpos. Los castigos,  torturas y la violencia sexual tenían intención disciplinadora sobre el conjunto de las mujeres.


En una investigación realizada por el Cladem e INSGENAR -Instituto de Genero y Desarrollo- de Rosario, volcada en el libro “Grietas en  el Silencio”, se recabó el testimonio de 18 mujeres y 4 varones víctimas de violencia sexual. Fruto de ese trabajo, una de sus autoras, Analía Aucía, tipificó las prácticas inherentes a la violencia sexual que,simplemente, voy a enumerar: La desnudez continua; la humillación; el exhibicionismo;la lascivia; el
forzamiento a la pornografía; la violación; el embarazo o aborto forzado y la esclavitud sexual son las prácticas que emergen de los testimonios recabados para la investigación.



Por su parte, en la misma obra, la psicóloga Cristina Zurutuza, se pregunta contra qué perfil de mujeres y quienes realizaban estas atrocidades. La inferencia es que  la Violencia Sexual se ejerció contra el conjunto de las
mujeres: adolescentes, casadas, adultas incluso mayores, con y sin militancia, incluso embarazadas. La practicaban: guardias, carceleros, miembros de los Grupos de Tareas, oficiales, tripulación, comandantes y
hasta jueces militares. La función apuntaba a“dejar de ser”. No sólo sacar información sino operar sobre la subjetividad para moldear un nuevo sujeto.



Nosotras quedamos a disposición de las FFAA en Centros Clandestino de Detención y en cárceles; de los primeros, algunas quedaron con vida aunque los testimonios conocidos surgen de quienes fuimos legalizadas  y trasladadas a penitenciarías. Las mujeres estuvimos concentradas en la Unidad de Devoto en Buenos Aires; casualmente, no hace mucho se conocieron disposiciones internas de ese centro, una de 1977 denominada “Recuperación de Pensionistas” y otra de 1979 que evidencian la finalidad sujetar  los
cuerpos apresados hasta en los más mínimos detalles.  También la cárcel de Devoto, fue utilizada para mostrarnos como objeto de exposición, con motivo de llegada de Organismos externos de DDHH y la Cruz Roja para monitorear las denuncias internacionales.

De acuerdo a la lógica patriarcal, la guerra es para los hombres, como en toda guerra, las mujeres nos  transformamos en un botín preciado para los dominadores. La combinación entre ser mujeres ostentadas y ser mujeres rehenes fortaleció la idea de la dictadura militar de asentarnos como trofeos propios.


En cuanto al sentimiento de culpa, enraizado en nosotras; los argumento esgrimidos por los agentes de aquel estado tenían ligeras variantes. A las madres apresadas se les atribuía haber cometido,prácticamente, un acto de “filicidio” por no haberse abocado a sus hijos e hijas y haber incursionado en política. Al resto de las mujeres se las culpaba de haber cometido actos de abandono y deserción respecto de otros vínculos como el de hija, esposa o hermana.
En un espacio de reflexión las  ex presas políticas concluimos en que  “lo que buscaban los militares era hacernos creer que nosotras buscábamos la muerte, eramos las que nos hacíamos torturar, lasque abandonábamos a
nuestros bebés y a nuestros deberes y responsabilidades como mujeres,como madres, como miembros de una familia de origen y la constituida por decisión propia”. Paralelamente rondaba la percepción deque nos violaban porque nosotras, en cuerpo de mujer, éramos una tentación irrefrenable. Muchas cargaban con esa culpa.


Para completar el panorama  diré, que el discurso adoptado por la represión hacía y hace una   exaltación de la maternidad,   pero a la vez se ejerció una operación de exterminio sobre las militantes madres, apropiándose
inescrupulosamente  del linaje de niños y niñas nacidos en CCD. Si bien en la cárcel legal esta subversión de sentidos no tomó esa forma extrema, también el centro de la mortificación coincidió con la pauta de género, ya
que si una mujer podía emular a los hombres en la lucha y en las cuestiones de estado, debía ser confinada, obstruidas sus facultades intelectuales, y retirados sus pequeños hijos o hijas, aún lactantes, delas celdas o
despojadas de su descendencia.



Entre las ex  detenidas persiste el ocultamiento y el silencio sobre la violencia sexual sufrida en aquella etapa; quienes estamos dispuestas a hablar de esto, encontramos en la palabra la posibilidad de liberarnos delo
sucedido;  pero, a la vez, sostenemos que quienes pertenecieron al aparato represivo deben ser juzgados por violación, no solo por tortura, porque muchos violaron y otros fueron cómplices de esos ataques,todos lo sabían.



Finalmente, aunque perdurarán por siempre las cicatrices, creemos que la reparación llegará con la Justicia.


Sofía D’Andrea es periodista argentina. Este fue el texto de su ponencia en el panel “Lesa Humanidad: delitos contra la integridad sexual”organizado por la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Universidad de Congreso, Mendoza 26 de marzo de 2013 // Difundido a través de RIMA

Pegarle a un maestro

Por Mex Urtizberea


Lo sabe un chico de cuatro años, de salita celeste, que ni siquiera sabe hablar correctamente.

Lo sabe un chico de seis años, que ni siquiera sabe escribir.

Lo sabe un chico de doce años, que desconoce todas las materias que le deparará el secundario.

Lo sabe un adolescente de diecisiete años, aunque sea la edad de las confusiones, la edad en la que nada se sabe con certeza.

Lo saben sus padres.

Lo saben sus abuelos.

Lo sabe el tutor o encargado.

Lo saben los que no tienen estudios completos.

Lo sabe el repetidor.

Lo sabe el de mala conducta.

Lo sabe el que falta siempre.

Lo sabe el rateado.

Lo sabe el bochado.

Lo sabe hasta un analfabeto.

No se le pega a un maestro.

No se le puede pegar a un maestro.

A los maestros no se les pega.

Lo sabe un chico de cuatro años, de seis, de doce, de diecisiete, lo saben los repetidores, los de mala conducta, los analfabetos, los bochados, sus padres, sus abuelos, cualquiera lo sabe, pero no lo saben algunos gobernadores.

Son unos burros.

No saben lo más primario.

Lo que saben es matar a un maestro.

Lo que saben es tirarles granadas de gas lacrimógeno.

Lo que saben es golpearlos con un palo.

Lo que saben es dispararles balas de goma.

A los maestros.

A maestros.

Lo que no saben es que se puede discutir con un maestro.

Lo que no saben es que se puede estar en desacuerdo con lo que el maestro dice o hace.

Lo que no saben es que un maestro puede tener razón o no tenerla.

Pero no se le puede pegar a un maestro.

No se le pega a un maestro.

A los maestros no se les pega.

Y no lo saben porque son unos burros.

Y si no lo saben que lo aprendan.

Y si les cuesta aprenderlo que lo aprendan igual.

Y si no lo quieren aprender por las buenas, que lo aprendan por las malas.

Que se vuelvan a sus casas y escriban mil veces en sus cuadernos lo que todo el mundo sabe menos ellos, que lo repitan como loros hasta que se les grabe, se les fije en la cabeza, lo reciten de memoria y no se lo olviden por el resto de su vida; ellos y los que los sucedan, ellos y los demás gobernadores, los de ahora, los del año próximo y los sucesores de los sucesores, que aprendan lo que saben los chicos de cuatro años, de seis, de doce, los adolescentes de diecisiete, los rateados, los bochados, los analfabetos, los repetidores, los padres, los abuelos, los tutores o encargados, con o sin estudios completos:

Que no se le pega a un maestro.

No se le puede pegar a un maestro.

No debo pegarle a un maestro.

A los maestros no se les pega.

Sepan, conozcan, interpreten, subrayen, comprendan, resalten, razonen, interioricen, incorporen, adquieran, retengan este concepto, aunque les cueste porque siempre están distraídos, presten atención y métanselo en la cabeza: los maestros son sagrados.