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El Gauchito Gil




Antonio Mamerto Gil Nuñez, más conocido como “El Gauchito Gil” o como “Curuzú Gil” (del guaraní curuzú=cruz)
Desde hace más de cien años tiene vigencia en su provincia, pero en los últimos años ha trascendido primero al litoral en especial Misiones y Formosa y luego al resto del país. Comprobamos la existencia de lugares de culto desde Salta a Ushuaia.

                             La Historia
Existen diferentes versiones acerca de la época y el motivo de su muerte. Se sabe que fue durante el siglo XIX, algunos sitúan estos hechos en 1890, para otros ocurrieron entre 1840 y 1848. Todos coinciden que su muerte aconteció el 8 de enero, que ocurrió en medio de las constantes luchas fratricidas entre los Liberales (o Celestes) y los Autonomistas (o Colorados), que el Gauchito era inocente y que fue muerto injustamente.

Era oriundo de la zona de Pay-Ubre, hoy Mercedes, Corrientes. Había sido tomado prisionero por el Coronel Zalazar acusado injustamente de desertor y cobarde. Fue trasladado a Mercedes y de allí sería enviado a Goya donde se encontraban los tribunales. Era sabido que los prisioneros que tenían ese destino jamás llegaban a Goya, siempre “habían intentado escapar en el camino, se producía un tiroteo y el preso irremediablemente moría“. El pueblo se entera de la prisión de Gil y se moviliza buscando apoyo en el Coronel Velázquez, quien junta una serie de firmas y se presenta ante Zalazar para interceder. Este hace una nota dejando al Gauchito en libertad que fue remitida a Mercedes pero ya había sido llevado hacia los tribunales.

La tropa integrada por el prisionero, un sargento y tres soldados se detiene en un cruce de caminos. El Gauchito sabía que lo iban a ajusticiar y le dice al sargento: “no me matés porque la orden de perdón viene en camino” a lo que el soldado replica “De esta no te salvás“. Antonio Gil le responde que sabía que finalmente lo iban a degollar pero que cuando el regresara a Mercedes le iban a informar que su hijo se estaba muriendo y como él iba a derramar sangre inocente que lo invocara para que él intercediera ante Dios por la vida de su hijo. Era sabido que la sangre de inocentes servía para hacer milagros. El sargento se burló y lo ejecutó.
Con respecto a la forma de morir existen varias versiones:

1) Lo ataron a un poste o un árbol y le dispararon con armas de fuego pero ninguna de esas balas entró en el cuerpo ya que la creencia popular dice que quien lleva el amuleto de San la Muerte no le entran las balas y se supone que el Gauchito era devoto del “Santito”. Entonces el sargento ordenó que le colgaran de los pies y allí lo degolló.

2) Murió luego de varios intentos de disparos con armas, porque una bala finalmente entró en el corazón.

3) Fue colgado de un algarrobo, cabeza abajo y luego degollado, porque tenía el poder de hipnotizar a las personas “con sólo mirarlas a los ojos”.


La partida volvió a Mercedes y allí el sargento se entera del perdón y, recordando las últimas palabras del Gauchito, se dirigió a su casa donde entera que su pequeño hijo está muy grave, con fiebre altísima y el médico lo había desahuciado. Entonces se arrodilla y le pide al Gauchito que interceda ante Dios para salvar la vida de su hijo. Al llegar la madrugada el milagro se había hecho y el niño se había salvado. Entonces el sargento construyó con sus propias manos una cruz con ramas de ñandubay, la cargó sobre sus hombres y la llevó al lugar donde había matado al gauchito. Colocó la cruz, pidió perdón y agradeció.
La cruz dio el nombre al cruce de caminos y, con el transcurso del tiempo, se convirtió en un lugar de peregrinación.

             Leyendas sobre el Gauchito Gil


Se cuentan dos historias acerca del paraje donde se levantó el santuario y del deseo del Gauchito de seguir permaneciendo en ese lugar:

1) Con los años era tanta la cantidad de promesantes que iban a visitar al santo y le encendían velas, que el dueño de la estancia sintió temor que le incendiaran el campo y hace llevar el cuerpo al cementerio local. Dicen que este estanciero era un hombre rico, con una familia sana y bien constituida. Pero desde el momento que decide sacar de allí el oratorio comenzó a tener problemas económicos, muere uno de sus hijos de una extraña enfermedad, la hacienda se enferma y los campos se iban secando. Él mismo cae en cama y los médicos no aciertan con el diagnóstico. Un día una mujer que habían llamado para que lo curara le dice que iba a mejorar cuando volviera a traer el oratorio del Gauchito a su lugar. El estanciero construyó un mausoleo junto con una cruz tallada en fina madera en el sitio donde murió y cedió además un amplio espacio. A partir de ese momento todo mejoró para el dueño del campo. El Gauchito siguió enterrado en el cementerio local pero el lugar de su muerte se convirtió en centro de culto.

2) Algunos hechos sorprendentes comenzaron a suceder cuando se asfaltaba la ruta y los ingenieros decidieron que lo más práctico era trazar una línea recta para acortar distancias a pesar que ésta pasaría por encima del oratorio del Gauchito, y por lo tanto, era necesario moverlo.
Los operarios dijeron que “no era bueno pasar por arriba de tierra sagrada para los correntinos” pero los empresarios ignoraron esa advertencia. Muchos peones se negaron a cumplir la orden y renunciaron. Cuando estaban cerca de la zona en cuestión las máquinas se negaban a avanzar, ni los operarios, ni los mecánicos ni los jefes lograban ponerla en funcionamiento si la dirección era hacia el santuario. Los operarios comenzaron a desertar porque pensaban que todo era obra del Gauchito que se negaba a que lo sacaran de ese lugar. Ante tantas dificultades deciden respetar el recodo y que el camino haga una curva. Se respeta así el Oratorio y los ingenieros piden perdón y protección para la obra.


            

                          Antonio Gil: Julian Zini


                                El culto


El Santuario principal se encuentra en el cruce de las rutas Nº 123 y 119, a 8 km de la ciudad de Mercedes (antigua Pay-Ubre). Desde lejos se observa el centenar de tacuaras con banderas rojas, el mausoleo con las placas de agradecimiento y una enorme cantidad de ofrendas similares a lo que ocurre en el santuario de Vallecito de la Difunta Correa: muletas, vestidos de novia, juguetes, casas hechas en miniatura, autitos. Estampitas del santo con los pedidos escritos detrás o con expresiones de agradecimiento.






Santuario al Gauchito Gil al costado de la ruta. Las tacuaras con banderas coloradas son indicadores de los lugares de culto ubicados a la vera de rutas y caminos.


El color rojo es el distintivo del Gauchito Gil que se manifiesta en velas y fundamentalmente en cintas con el pedido o agradecimiento escrito. Es costumbre dejar una cinta atada a las miles de cintas que hay, y se retirar otra ya “bendecida” por el santo que se coloca en la muñeca, en el espejo del auto o en algún lugar privilegiado de la casa para que proteja o ayude.
Varios días antes del 8 de enero, fecha del aniversario de su muerte, comienza a congregarse la gente y pasar la noche en carpas. Se improvisan negocios, bailantas la compás del chamamé, kioscos que venden bebidas y recuerdos. Los jinetes se acercan llevando banderas y estandartes en tacuaras para dejar en el lugar, que también se cubre de flores rojas. El cura de Mercedes oficia una Misa por el alma del Gauchito. En el terreno donado por el estanciero se construyó un tinglado donde se acumulan las ofrendas, sitios para encender velas y edificios con baños, duchas, bares y otras comodidades para aquellos que se acercan a orar.
Los otros santuarios del Gauchito Gil se levantan principalmente en el litoral aunque su culto se va extendiendo paulatinamente al resto del país como lo certifican los oratorios que existe en los Valles Calchaquíes, Salta y en Ushuaia, Tierra del Fuego. Sus estampas se reparten en los subtes porteños y se venden en las santerías de Buenos Aires y en los negocios de Luján junto a la Virgen. También se agrega su imagen como ofrenda en los santuarios de otros santos populares como la Difunta Correa. Las cintas rojas con su nombre y el pedido de protección para quien la posea, cuelgan de los espejos de cientos automóviles y son atadas en lugares visibles de los comercios.
Los lugares elegidos son los cruces de caminos, donde se atan en la rama de un árbol o en una tacuara clavada en tierra las cintas rojas. Son lugares de parada obligada de todo viajante. Los ómnibus y los caminantes se detienen un momento a saludar al Gauchito. En la provincia de Formosa, donde existen oratorios muy próximos, los automovilistas tocan su bocina al pasar. Si esto no se hiciese no contaría con la protección del santo en el resto del viaje y podría ocurrirle una desgracia.


Santuario al gauchito Gil en el interior de una vivienda de Curuz’u Cuatia (Corrientes, Argentina)
El límite de lo que se le pide al Gauchito lo pone la persona que solicita: salud, dinero, trabajo, amor, en casos que se necesite valor para enfrentar una situación y fundamentalmente protección a los viajeros.

                              Homenajes



Existen poemas en su honor como el que escribió Florencio Godoy Cruz y un chamamé con música del compositor Roberto Galarza titulado “Injusta Condena”.








La fe se viste de rojo
el ocho de enero:
pañuelo, bandera, vinchas,
en todo el pueblo;
ofrendas para el Gauchito
de los milagros.


Toda la gente
le está rezando

y un acordeón

le está tocando

este cumbión.



Para el niño enfermo,

el desamparado;

para que el abuelo,

que queda olvidado;
por el que trabaja,
el desocupado;
por el que padece,
por el inundado.


Gauchito Gil,
escuchamé;

lo que te pido

concedemé.

Gauchito Gil,

te juro que

para agradecerte

yo volveré.

¡Para vos, Gauchito Gil!

¡Te pido salud, paz y trabajo ¡para toda mi gente!

Para el niño enfermo,

el desamparado;

para que el abuelo,

que queda olvidado;

por el que trabaja,

el desocupado;

por el que padece,

por el inundado.

Gauchito Gil,

escuchamé;

lo que te pido

concedemé.

Gauchito Gil,

te juro que

para agradecerte

yo volveré.




            Florencio Godoy Cruz, un poeta, escribió


“A la muerte de Antonio Gil”
No asomarán a sus ojos el fuego de los luceros
ni el payé de su mirada su enemigo detuvieron.

Le dio su propio cuchillo al fin su fiel compañero
Y hubo un silencio profundo en el monte espinillero.
Yo te perdono, chamigo, y en señal de compañero
cuando llegues a tu casa el hijo no estará muerto.

Callaron pájaro y viento en el monte espinillero.
Colgado está de los pies degollado el pai ubrero.
Y está la cruz que trajera quien dio el tajo al prisionero
cuando halló al hijo ya muerto, resucitado en Enero.











Cómo repensar la ciudad

Antropología. El célebre autor de la noción de “no lugar” propone recrear lo urbano: trazar nuevas fronteras , “zurcir” lo desgarrado y fortalecer lo local.


POR MARC AUGE


El lenguaje corriente depara sorpresas. Hoy a menudo recurrimos al uso de la preposición “sin”, que indica privación. Hablamos de “sin domicilio fijo” o de los “sin papeles”. Y, como sabemos sin duda alguna que su situación es muy problemática, nos vemos indirectamente impulsados a creer, como si fuera algo evidente, que tener domicilio fijo y papeles es condición suficiente de la felicidad.
Otros ejemplos podrían convencernos fácilmente de lo contrario. Los más afortunados de este mundo acumulan domicilios. Tienen residencias secundarias en distintos continentes, yates, se alojan en hoteles de lujo del mundo entero. Tienen papeles, por supuesto, pero están tan seguros de sí y de su identidad que apenas tienen conciencia de mostrarlos si deben hacerlo. Me dirán que, justamente, acumulan ventajas: tanto domicilios fijos como pruebas de identidad o tarjetas de crédito.
Tienen razón pero me permito insistir: el cúmulo de residencias y la seguridad de los más acomodados demuestran que el ideal de la vida individual no necesariamente radica en estar aferrado a un lugar fijo, como el mejillón a su roca, ni en el hecho de poder dar a conocer la identidad cuando la piden, mostrando los documentos, sino por el contrario en la libertad efectiva de circular y permanecer relativamente anónimo.
La atracción que ejercían las ciudades en el siglo XIX en aquellos que huían del campo y que ejercen hoy las grandes ciudades del norte en los inmigrantes venidos del sur, nace de la misma representación. El carácter en gran medida ilusorio de esto es indudable pero, para quien se pregunta sobre el ideal de la vida urbana de nuestra época, es fundamental tomarlo en cuenta.
La ciudad no deja de extenderse. La mayoría de la población mundial vive en una ciudad y la tendencia es irreversible. ¿Pero de qué ciudad se trata?
He propuesto algunas nociones para describir lo que podríamos llamar urbanización del planeta, que más o menos se corresponde con lo que llamamos globalización para designar la generalización del mercado, la interdependencia económica y financiera, la extensión de las vías de tránsito y el desarrollo de los medios de comunicación electrónicos.
Desde este punto de vista, podríamos decir que el mundo es como una gran ciudad. Paul Virilio utilizó a este respecto la expresión de “metaciudad virtual”. El “mundo ciudad”, como lo llamo yo, se caracteriza por la movilidad y la uniformización.
Por otro lado, las grandes metrópolis se extienden y en ellas encontramos toda la diversidad (étnica, religiosa, social, económica), pero también todos los compartimientos del mundo. De este modo podemos oponer la “ciudad mundo” –sus divisiones, sus puntos de fijación y sus contrastes– al “mundo ciudad” que constituye su contexto global y que aplica de manera espectacular en algunos puntos fuertes del paisaje urbano su marca estética y funcional: torres, aeropuertos, centros comerciales o parques de atracciones.
Cuanto más se extiende la gran ciudad, más se “descentra”. Los “centros históricos” se convierten en museos visitados por los turistas llegados de otras partes y en sitios destacados de consumo de todo tipo. Allí los precios son altos y el centro de las ciudades cada vez más es habitado por una población acomodada, a menudo de origen extranjero. La actividad productiva se desplaza “extra muros”. Los transportes son el problema principal de la concentración urbana. Las distancias a menudo son considerables entre el lugar donde se vive y el lugar de trabajo. El tejido urbano se extiende a lo largo de las vías de tránsito, los ríos y las costas. En Europa, las “periferias” urbanas se tocan, se sueldan, se confunden, y puede surgir el sentimiento de que con la generalización de “lo urbano” estamos perdiendo la “ciudad”.


Vuelvo por un momento a la oposición que tracé hace años entre lugar y no-lugar. Ella se basa en una definición teórica; un lugar es un espacio en el cual se pueden descifrar las relaciones sociales que están inscriptas allí (por ejemplo, en ciertos pueblos tradicionales, a partir de la división en barrios, las reglas de residencia y el emplazamiento de los símbolos visibles de la historia y la cultura compartidas); un no-lugar es un espacio en el cual ese desciframiento es imposible.
Empíricamente, nunca hay lugares y no-lugares en el sentido absoluto del término, pero se puede caracterizar el mundo global actual por la multiplicación de los espacios de tránsito, consumo y comunicación, “lugares de paso” donde ese desciframiento por regla general es menos evidente, “no-lugares” en esa medida.
Ahora bien, el lugar no se opone al no-lugar como el bien al mal o el buen vivir al mal vivir. El lugar absoluto sería un espacio donde todos estarían obligados a residir en un sitio determinado en función de su edad, su sexo, su lugar en la filiación y las reglas de unión matrimonial: un espacio donde el sentido social, entendido como el conjunto de las relaciones sociales autorizadas o prescriptas, estaría en su apogeo, la soledad sería imposible y la libertad individual impensable.


El no-lugar absoluto sería un espacio sin reglas ni restricción colectiva de ningún tipo: un espacio sin alteridad, un espacio de soledad infinita. El absoluto del lugar es totalitario, el absoluto del no-lugar es la muerte. Mencionar estos dos extremos es definir al mismo tiempo la apuesta de toda política democrática: ¿cómo salvar el sentido (social) sin matar la libertad (individual) y viceversa?
En el mundo global, la respuesta se impone en términos espaciales: repensar lo local. Pese a las ilusiones que difunden las tecnologías de la comunicación, de la televisión a Internet, vivimos donde vivimos. La ubicuidad y la instantaneidad siguen siendo metáforas. Lo importante con los medios de comunicación es tomarlos como lo que son: medios susceptibles de facilitar la vida pero no de reemplazarla. Desde este punto de vista, la tarea que se debe realizar es inmensa. Consiste en evitar que la sobreabundancia de imágenes y mensajes lleve a nuevas formas de aislamiento. Para frenar esta desviación ya observable, las soluciones serán necesariamente espaciales, locales y, en suma, en el sentido amplio del término, políticas.


¿Cómo conciliar en el espacio urbano el sentido del lugar y la libertad del no-lugar? ¿Es posible repensar la ciudad en su conjunto y la vivienda en sus detalles?
Una ciudad no es un archipiélago. La ilusión creada por Le Corbusier de una vida centrada en la casa y la unidad de la habitación colectiva llevó a los conjuntos de monoblocks de nuestros suburbios, muy rápidamente abandonados por los comercios y los servicios que debían hacerlos esencialmente habitables. Allí se ha descuidado la necesidad de la relación social y el contacto con el exterior; es eso lo que expresan a su manera los “jóvenes de los suburbios” cuando, por ejemplo, en París, se desplazan regularmente desde lo más recóndito de sus ciudades hacia los barrios que son a la vez el corazón de la ciudad histórica y símbolos de la sociedad de consumo: los Campos Elíseos o el barrio de Châtelet–Les Halles.
En las ciudades reales, ¿qué es lo que evoca algo de lo que podríamos considerar como la ciudad ideal? Me vienen a la mente dos ejemplos. Sin duda, los idealizo, pero es precisamente de esto de lo que se trata en este ejercicio: identificar los rastros de lo ideal. El primer ejemplo, por lejos el más convincente, es el de las ciudades medianas del norte de Italia, como Parma y Módena. En el centro de estas ciudades, la vida es intensa, la plaza pública sigue siendo un lugar de encuentro, se circula en bicicleta, uno entra en contacto de manera natural con los lugares emblemáticos de la historia.
El visitante de paso siente que podría deslizarse en la intimidad de este mundo amable sin hacerse notar, establecer relaciones sin verse coaccionado y pasar de una ciudad a otra por el simple placer de mirar. Pero, se objetará, precisamente hay que cerrar los ojos para pasar por alto todo lo que contraría esa visión de turista miope: la pobreza, la migración, las actitudes de rechazo… Una vez más, me quedo en lo ideal, que exige una forma de miopía. Otro ejemplo: la vida de barrio en un distrito de París. Se podrían citar muchos otros ejemplos y sabemos bien que en las metrópolis más grandes del mundo (México, Chicago) hay formas de vida local que son intensamente activas. La vida de barrio es la que se puede observar en la calle, en los comercios, en los cafés… En París, ciudad en la que desde hace varios años la vida es más difícil, sólo en muy pequeña escala se puede ver cómo los lazos frágiles resisten al desencanto: las conversaciones en el mostrador del bar, las bromas que intercambia una persona mayor con la joven cajera del supermercado, las charlas en lo del almacenero tunecino: formas modestas de resistencia al aislamiento que parecerían demostrar que la exclusión, el repliegue sobre sí y el rechazo de la imaginación no son una fatalidad.


¿Pero qué conclusión práctica se puede sacar de estos signos dispersos?
Que todo programa de conjunto y todo proyecto de detalle deberían asociar varios tipos de reflexiones: una reflexión de urbanista sobre las fronteras y los equilibrios internos del cuerpo de la ciudad; una reflexión de arquitecto sobre las continuidades y las rupturas de estilo; una reflexión antropológica sobre la vivienda hoy, que debe conciliar la necesidad de aberturas múltiples hacia el exterior y la necesidad de una intimidad privada.
Un gran taller de “zurcido” (en el sentido en que antiguamente las costureras y las “remalladoras” zurcían las prendas desgarradas y las medias corridas). En la medida de lo posible haría falta volver a trazar las fronteras entre los lugares, entre lo urbano y lo rural, entre el centro y las periferias. Fronteras, es decir pasos, puertas oficiales, para hacer saltar las barreras invisibles de la exclusión implícita. Hay que devolverle la palabra al paisaje. El paisaje es la combinación del espacio y las relaciones sociales. No existe el paisaje exclusivamente natural, sin cultura. La verdadera ecología es la que invita a respetar al hombre en singular y en plural, al individuo libre y las relaciones sociales.
Uno podría encomendarse a largo plazo la tarea de remodelar un paisaje urbano moderno, en el sentido de Baudelaire, en el que los estilos y las épocas se mezclarían conscientemente, como las clases sociales: las comunas y los distritos de las ciudades en Francia tienen obligación de tener cierto porcentaje de “viviendas sociales”, pero, además de que esta obligación a menudo se elude, las más de las veces ocurre que se produce un efecto de estigmatización por el estilo y el material. Otro esfuerzo hacia el ideal… Este ideal debería encontrarse en la disposición interior de los departamentos más modestos, donde deberían combinarse en pequeña escala las tres dimensiones esenciales de la vida humana: lo privado individual, eventualmente lo público (en este caso familiar) y la relación con el exterior.
Formulado así, el ideal es utópico y evidentemente no sólo de la incumbencia del arquitecto. Pero la materia del ideal o de la utopía ya está allí. Para concluir, vuelvo a la imagen de la costurera y la remalladora. Ella no es exclusiva de los grandes proyectos que pueden ofrecer la belleza a todas las miradas ni de la remodelación de los grandes paisajes donde todos pueden perderse y encontrarse. Sólo quiere recordar que todo comienza y todo termina con el individuo más modesto y que las más grandes empresas son vanas si no lo toman en cuenta por poco que sea.
Quizá algún día el mundo se presente como un conjunto urbano único y acabado. Hoy comenzamos a percibirlo así desde que prestamos atención a las obras de algunos grandes nombres de la arquitectura que se hacen eco de una punta a otra del planeta o al desarrollo de medios de comunicación electrónica que sugieren ya la existencia de lo que Paul Virilio llamaba una “metaciudad virtual”. Es de esperar que entonces hayamos encontrado el medio de suministrar a esta inmensa ciudad, a este mundo-ciudad por fin concretado, la energía necesaria para su funcionamiento armonioso.
Pero también hay que decir que es en la organización de las relaciones entre los seres humanos donde se medirá el éxito o el fracaso de esta empresa, utopía realizada o fin del mundo programado, y por lo tanto en nuestra capacidad para revertir el proceso actual de profundización de la brecha entre ricos y pobres, cultos e ignorantes. La energía necesaria para esta empresa gigantesca, que es la única que vale la pena porque inscribe en todo individuo el ideal de conocimiento propio del hombre genérico, es esencialmente mental y apela a las cualidades fundamentales del individuo humano: la inteligencia, la voluntad y la imaginación.

Regalos de tantas no Navidades

Las Fiestas: una mirada en Buenos Aires para poder reconocerse en ellas.


No les gusta el sushi. No hay caso, no les gusta el sushi como antes no les gustaba el guacamole, no parecen sus hijos. Su ex se las pica esta Navidad con el hippie que duerme en su cama y después de tantos años de resolver las fiestas cayendo en lo de amigos con un champucito ahora resulta que él tiene que convertirse en Petrona C. de Gandulfo (decí mejor Narda Lepes) porque a los chicos no les gusta el sushi, le hacen asco al delivery, quieren –parecen hijos del hippie– comida casera. Y arbolito. Y regalos.
No tiene tallada ninguna Navidad en la psiquis: es judío. Pero ya se sabe: la ex que sí quería, los chicos que eran chicos y acá estamos, eligiendo guirnaldas y estrellitas en el único supermercado de Puerto Madero. Porque eso sí lo hizo: cuando se separó, se mudó adonde se le cantó. Encontró un sommier con cama abajo y lo puso en el comedor, para los chicos. Hubiera preferido algo más neto, más minimal, pero esa ínfima desprolijidad, ese desvío de la armonía del departamento era una marca de vida, como una manchita de tuco en la camisa. En las películas que él filma, el protagonista se mancha alguna vez la camisa.
Marcó en la agenda el día y todos los pasos para preparar esa Navidad forzada. Iba a ir a buscar regalos a las 10 pero a las 9 llamó El Gordo Saccinalli y le pidió asilo por unas horas o unos días o mientras estuviera sin luz. No reconoció el número, por eso atendió. Hasta la voz le resultó rara: no había visto al Gordo desde la secundaria hasta que apareció en Facebook algo así como un año atrás. Cuando pidió amistad –“amistad”–, el Gordo todavía vivía en Barcelona pero después, como en esas postales que se pasan rápido en las películas para contar una vida, se había quedado sin laburo, le habían bajado el seguro de desempleo, había perdido la casa y se había colgado de un avión de vuelta a Buenos Aires. Ahora lo veía llegar haciendo equilibrio en la bicicleta, con una bolsa de milanesas de carne y de soja recién fritas –“se iban a pudrir en la heladera”– colgando de un lado del manubrio; una bolsa con manzanas, lechuga y una planta de acelga –mismo argumento– del otro lado. Hecho sopa.
El Gordo Saccinalli le dijo de ir a buscar los regalos a la calle Constitución. No sólo por el imperativo categórico ES MAS BARATO (que se hubiera visto obligado a discutir con el contundente NO HAY AIRE ACONDICIONADO) sino por el detalle de la variedad. Una cuadra, cinco, seis, jugueterías mayoristas. Se dejó llevar.
Se tomaron un taxi hasta Alberti y Constitución. Conocía el barrio: en otra vida; cuando estudiaba teatro y comía en tenedores libres había tenido una novia por ahí. En tres de las cuatro esquinas había jugueterías; en una, diez metros de cola afuera del local. “Debe ser la mejor”, conjeturó el Gordo. “Me paré acá porque había cola”, le explicó una mujer, con la misma lógica. “Me metí en un shopping, todo Disney, todo carísimo. 50 pesos por una cosita ASI que el nene va a decir ‘qué porquería’, porque al nene le gusta lo farolero ”, le explicó otra que –lo supo cuando el sol ya le había perforado la antipatía– venía desde Tristán Suárez. “Llevale a tu nena la ‘Mamy Doctora’, le aconsejó la empleada que regulaba la entrada de clientes con una cadena que ponía y sacaba de un gancho ad hoc. “Cuando salís de acá, vas a ver a esa señora con la mesita en la mitad de cuadra y te hace un paquete divino por diez pesos, vos elegís el papel”. Veinte minutos de cola al resplandor rosado de las vidrieras. Un morocho grandote, brazos como garrafas y bien tatuado avanza hacia la cadena. Si quiere pasa, quién le va a discutir, pero no quiere. Se agacha un poco para hablarle a la chica: “¿Hay maquillaje de monstruo?” Por fin llega el turno y entran, él y el Gordo. Ahí nomás hay un tecladito, con dos o tres botones para marcar ritmos. “Ah, no”, se indigna él, “cuesta 489 pesos y te juro que acabo de ver uno mucho mejor en Miami por 25 dólares”. La vendedora no se inmuta, no se altera el ritmo de su chicle. Silba el celular: le entra un whatsapp. Es la foto de una chocotorta, la manda la nena. “Estamos cocinando para la mejor Navidad”, le pone. Así que compra el teclado, los botines rosaditos, la colección completa de la Liga de la Justicia; hasta un arbolito con luces intermitentes. Compra cinco años de no-navidades; compra, quizás, una última oportunidad. Hace otra cola para pagar. A nadie encandila el brillo de su tarjeta Platinum: “Solamente efectivo”, le suelta la cajera sin mirarlo. Pase el que sigue.

Hay más jóvenes que no estudian ni trabajan que en 2003


Los "ni-ni", como se conoce a este grupo -compuesto principalmente por mujeres-, representan actualmente entre el 10 y el 15% de la población juvenil del país, según distintos informes elaborados a partir de los datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec). Para la Universidad Católica Argentina (UCA), el porcentaje es aún mayor. Los analistas resaltan, además, que esa situación de exclusión se da principalmente entre los jóvenes de los estratos socioeconómicos más bajos.
Entre 2003 y 2012, según Ernesto Kritz, uno de los directores de Poliarquía Consultores, el peso de los "ni-ni" en la franja de 15 a 24 años aumentó de 8 a 10 por ciento. Esta suba, señaló el experto, se dio pese al crecimiento de la economía, la mejora en el mercado de trabajo (incluyendo la baja del desempleo juvenil) y el aumento del presupuesto educativo. De acuerdo con sus estimaciones, que se basan en la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del Indec, en 2012 (los datos de 2013 aún no están disponibles) más de 650.000 jóvenes no estudiaban, no trabajaban ni buscaban empleo.
"El problema es especialmente serio en los sectores de menores ingresos -afirma Kritz-. Se nota al analizar el cuartil inferior [el 25% de la población que menos gana]."
"Allí la proporción de jóvenes de 15 a 24 años que no estudian no trabajan ni buscan trabajo es de 15 por ciento, lo que representa un incremento de casi 4 puntos respecto de 2003", dice Kritz.
Otros informes son aun más preocupantes. Según el Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa), en el tercer trimestre de 2012 había 850.000 "ni-ni" en el país, es decir, el 13,2% de los jóvenes de entre 15 y 24 años. Jorge Colina, jefe de Investigaciones de Idesa, explicó que sus cálculos se basan en la Encuesta Anual de Hogares Urbanos (EAHU) del Indec, que, a diferencia de la EPH, no toma en cuenta sólo las principales ciudades del país, sino también los aglomerados urbanos del interior, donde hay muchos jóvenes en situación de inactividad. Colina, además, resaltó otro dato: las dos terceras partes de los "ni-ni" son mujeres, muchas de las cuales realizan tareas domésticas en sus propios hogares. Las estimaciones de Kritz excluyen a esas jóvenes.
En el Ieral (Fundación Mediterránea) analizaron un rango de edad diferente: personas de 18 a 24 años. Según un informe escrito por Marcelo Capello y Gerardo García Oro, en el último trimestre de 2012 el 15,3% de los jóvenes en ese rango eran "ni-ni", es decir, 745.000 personas. Los analistas destacan que, pese a la expansión económica, "la proporción de jóvenes «ni-ni» fue incrementándose en el tiempo, pasando de un 13,1% en el año 2003 al 15,3% correspondiente al año 2012".
Por otro lado, el informe añade que en 2012 los "ni-ni" en la Argentina representaban el 14,2% de los jóvenes de entre 15 y 29 años, tasa mayor al 7,2% promedio de los países europeos en 2010 (último dato disponible) y al 12,8% de Brasil, pero inferior al 20,4% de México.
Finalmente, según la Encuesta de la Deuda Social Argentina de la UCA (la misma que se utiliza para contrastar los dudosos datos de pobreza que publica el Indec), en 2012 los "ni-ni" fueron el 17,4% de los jóvenes de 18 a 24 años. En el estrato socioeconómico más bajo, casi el 30% de los jóvenes estaba en esa situación.
Los expertos mencionan varios motivos para el aumento de los "ni-ni". Marcelo Capello, investigador jefe del Ieral, destacó que en la Argentina el sector privado viene creando muy pocos empleos (de hecho, según el Indec, en 2012 la cantidad de empleos privados registró una leve caída), lo que desalienta la búsqueda de trabajo.
Colina, en tanto, señaló que la suba en los costos para contratar (salario mínimo) y despedir empleados hace que las empresas sean cada vez más selectivas al contratar personal, lo que complica sobre todo a los jóvenes, cuya productividad es menor porque no tienen experiencia previa y, además, no pueden acreditar buenos antecedentes.
Eduardo Donza, investigador de la UCA y especialista en trabajo y desigualdad, coincidió en que "los jóvenes son el grupo más golpeado en el mercado del trabajo", y añadió que, incluso en los sectores altos, empiezan con modalidades de contratación precarias. Además, mencionó que cuando el mercado laboral presenta altos niveles de informalidad, como en la Argentina -donde, según Donza, el 50% de los trabajadores totales y el 30% de los asalariados tienen un empleo no registrado- los jóvenes son los que enfrentan la situación más compleja.
Francisco Menin, asesor del programa de empleo joven de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), diferenció dos clases de "ni-ni": "Los que tienen resuelta su situación económica y no encuentran en el trabajo ni en el estudio algo que los configure como personas y buscan ese elemento, principalmente, en las redes sociales. Y los de menores ingresos, cuyo contexto social no promueve el ingreso en el mundo laboral o éste los rechaza, y la educación no es para ellos un factor aspiracional. Estos jóvenes están en riesgo de caer en la delincuencia para cubrir sus necesidades económicas", dijo.
Kritz, en tanto, destaca la vulnerabilidad de los "ni-ni": "Con un nivel educacional tan pobre, que se suma a su falta de experiencia laboral, estos chicos tienen una bajísima probabilidad de logro en el mercado de trabajo formal. Esa probabilidad es reducida aun en relación con los desempleados de la misma edad", asegura.
En ese contexto, los expertos mencionaron el programa Jóvenes con Más y Mejor Trabajo, del Ministerio de Trabajo, que busca ayudarlos a completar su educación secundaria y a insertarse en el mercado laboral a través de pasantías en empresas, subsidios para emprendimientos y programas de capacitación.
Sin embargo, en opinión de Capello, el programa tiene problemas de escala, porque alcanza apenas a la mitad de los "ni-ni", y de focalización, porque hay provincias con muchos jóvenes inactivos donde el programa no ha llegado. Menin añadió que el programa no siempre tiene financiamiento disponible.
PREVISIONES Y REALIDAD SOBRE POBREZA Y EMPLEO
Según el índice de expectativas juveniles, que fue presentado en julio por la Organización Iberoamericana de Juventud (OIJ) y mide la percepción de los jóvenes sobre la situación actual y futura en temas como pobreza, corrupción, educación y empleo, el resultado de la Argentina (65 sobre un máximo de 100) es mayor que el de países como Brasil (55,9), Colombia (61,4) y México (61,6), pero menor que el de otros como España (66,3), Venezuela (68,2) y Ecuador (77,3).
El informe de la OIJ señala que "los datos sugieren que no existe una relación directa y lineal entre contextos nacionales críticos -típicamente, situaciones económicas negativas o desfavorables- que generen de manera automática desesperanza respecto del futuro". Y menciona como ejemplo el caso de España..


Jordi Borja: "Como está el mundo, tender al conservadurismo es catastrófico"

El urbanista catalán sostiene que el derecho a la vivienda, pero sin acceso a la movilidad, al trabajo y a la centralidad, no es suficiente para formar ciudadanos.



       “Aurora urbana”. La resistencia social debe ser escuchada por los políticos, dice Borja.


Viajero incansable, el catalán Jordi Borja es un habitué de Buenos Aires. Llega aquí periódicamente por conferencias, amistades o presentaciones de libros. El último, Ciudades, una ecuación imposible,(Editorial Café de las ciudades), es una compilación de ensayos de varios autores que abordan el tema en el que Borja es referencia. Su voz, su mirada de urbanista de formación comunista, cobra más fuerza ahora frente a la crisis europea. Los movimientos sociales que encabezan la resistencia en el viejo mundo, los indignados, tienen entre sus proclamas temas que Borja engloba en el derecho a la ciudad. Aunque sea esa una ecuación imposible: compatibilizar competitividad económica, cohesión social, sostenibilidad ambiental, gobiernos democráticos y participación ciudadana. Borja va en sus textos y también en esta charla del “crepúsculo” a la “aurora urbana”, de los signos negativos representados por esta crisis a unas tendencias positivas evidenciadas por fin en una resistencia social.
¿Los gobiernos atienden más a los especuladores inmobiliarios, a la burguesía financiera, y mucho menos a las necesidades sociales de la gente?
En el caso español, que ha sido absolutamente escandaloso, junto al de los Estados Unidos, muchas autoridades veían como estupendo el hecho de que se construyeran muchísimas viviendas. Decían que indicaba desarrollo, crecimiento, empleo, flujos de dinero. En 2009, el Banco Mundial recomendaba que se desregularan todas las trabas urbanísticas y fiscales para que hubiese más construcción. El resultado ha sido una crisis financiera, social, de territorio, con barrios y ciudades abandonados y a medio hacer. Significó una regresión social y económica muy importante.
Con millones de damnificados y unos pocos beneficiados, jamás castigados…
El problema de esta crisis es que ha desarrollado una mentalidad especulativa en distintos sectores de la sociedad. No es que toda la gente haya jugado a esto. Pero existía la idea, mítica, de que tener suelo, ladrillos, viviendas, departamentos, era poseer bienes que sólo podían aumentar de precio. España, entre 1997 y 2007, edificó más viviendas y metros cuadrados que Reino Unidos, Francia y Alemania juntos. Cuando cayó la demanda, cayó la actividad económica, subió el desempleo, y empezó a haber gente que ya no podía pagar sus créditos. Los bancos entraron en crisis, y desahuciados, le exigieron a la gente que les entregara las viviendas, pero como ahora valían menos, salieron a cobrar las deudas al valor que tenían antes. No tienen cómo cobrar. La gente que no tiene crédito ni empleo, pero hacen constar esas deudas y equilibran sus balances. Es una economía ficticia.
¿Han sido cómplices o débiles los gobiernos para que esto ocurriera?
Si se han normado tasas de interés muy bajas para las hipotecas, si no controlan a los bancos, si no tienen políticas para aprovechar las plusvalías urbanas, si permitieron operaciones especulativas sin demanda solvente, si el planeamiento ha facilitado este tipo de urbanizaciones, ha habido complicidad de los gobiernos locales y nacionales.
¿Es un fenómeno global? ¿Podría decir que ocurre lo mismo en América latina?
Yo diría que en América latina ocurre con menos intensidad pero con más diferenciación social. Aquí se multiplican los barrios cerrados mucho más que en Europa. Es una negación de la ciudad. Además, hay mucha más marginalidad e informalidad urbana.
Hubo que esperar al colapso actual para que apareciera algún tipo de resistencia a esta segregación evidente.
En el lenguaje más político, un análisis de esta realidad debería haber ido acompañado de una explosión social. Habría que colgar a los banqueros de los árboles, ocupar las viviendas vacías. Ahora hay una reacción, pero frente a temas muy puntuales. Falta la unificación de esos reclamos, una agenda común. Pero hay cosas interesantes. En España se extiende una plataforma de desahuciados. Pero los partidos políticos tienen un papel nulo en la resistencia. Y los sindicatos hacen muy poco. Un tema unificador es el derecho a la ciudad, concebido como la suma de derechos: a la vivienda, a la movilidad, a la salud, a la educación, al mismo estatus jurídico, la creación de espacios que reconozcan el conflicto, un ámbito de negociación entre estos movimientos y los gobiernos locales. Ha sido una conquista social e intelectual de la última década. Antes, los que hablábamos del derecho a la ciudad no éramos escuchados. Nos decían que lo que importaba era el derecho a la vivienda. Y respondíamos que el derecho a la vivienda sin derecho a la movilidad, al trabajo, a la centralidad, no es suficiente para formar ciudadanos.
¿Al urbanismo se le reconoce ahora un papel político que antes se le negaba?
El urbanismo es política. Exagerando un poco se puede decir que el urbanismo es de izquierda y que la especulación es de derecha. Porque el urbanismo es una disciplina que nació con dos objetivos: practicar una ordenación del territorio que ofrezca bienes y servicios por igual o mayores para los que tienen menos ingresos, pues el urbanismo debe ser un reductor de las desigualdades sociales, y, en segundo lugar, tener una visión de transformación urbana. Hacer una ciudad mejor para todos. En cambio, las políticas que se han practicado han reducido la calidad de vida de gran parte de la población.
Ahora, estos nuevos movimientos sociales, a diferencia de los setentistas por ejemplo, han incorporado varios de los postulados que nacen del urbanismo.
Es cierto, cada vez más.
Si los partidos políticos no interpretan esta situación, ¿corren riesgo de desaparecer?
Yo no creo que los partidos vayan a desaparecer. Pero en Europa hay un gran descrédito. Ahora, mientras haya una democracia de tipo representativa, si desaparecen unos partidos aparecerán otros. El problema está en las insuficiencias de la democracia representativa. Es terriblemente conservadora. Así, los partidos tienden a parecerse mucho, no toman riesgos ni posiciones extremas, un poco porque los ciudadanos aunque estén descontentos no quieren complicarse la vida. El ciudadano actúa con miedo, se pregunta a dónde irá a parar.
Todo esto ha determinado que la izquierda europea esté prácticamente muerta…
En Francia, en Alemania, en Inglaterra la izquierda existe, pero se ha desplazado hacia el centro, busca apoyo en los sectores medios, y deja afuera a los más pobres o a los jóvenes. En un caso tan obvio como el de Grecia, que necesitaba un cambio, hubo una campaña de medios de comunicación, de grupos económicos, de organismo europeos diciendo que no voten a la izquierda porque significará el caos. El caos ya lo tienen. Ya les habían hecho todos los recortes. Y lo que decía Syriza (la coalición de izquierda griega), era muy parecido a lo que hizo Kirchner acá, una moratoria de la deuda.
Que no era un programa revolucionario.
Claro que no. Pero era una manera de decir que no se aceptaría un empobrecimiento general de la población. Viendo esta campaña tremenda que hubo en Grecia digo que la democracia representativa no es suficiente. Ahora estamos en un tiempo de cambio, y los partidos políticos, los políticos, tienen que escuchar a los movimientos sociales. Así como está el mundo, tender al conservadurismo es catastrófico.
Podríamos decir entonces que hemos avanzado en la crítica sobre la realidad política, social y económica, pero no en la acción…
Es una buena síntesis. Hay análisis crítico de la realidad, hay resistencias sociales dispersas, falta una unificación política alternativa.
¿Cuáles son los factores esperanzadores?
Que cada vez hay más resistencia. En España hay una eclosión. Incluso con el independentismo catalán, que en gran parte es una respuesta a la crisis social y económica que afecta a los jóvenes. Ya que este estado no los escucha, en uno catalán, tal vez podamos tener un poco más de influencia.
¿Y eso tiene algún asidero?
No estoy muy seguro. Pero mientras haya la hipótesis de que no se pueden cambiar las cosas porque el estado español lo impide, en Cataluña se seguirán confundiendo derecha e izquierda. Yo no soy independentista, pero me parece una reacción bastante lógica pedir una solución confederada en España. Pero existe tal cerrazón mental y política por parte del PSOE y el PP, que lo veo muy difícil.