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"Adiós al maestro"

por Carlos Baeza


“Me da especial placer dirigirme a Vos como la cabeza de ese gran departamento, que debe ser considerado la llave de nuestro edificio político”...
...con estas palabras el presidente norteamericano George Washington ponía en posesión de su cargo a John Jay, primer presidente de la Corte Suprema de Justicia de ese país.
Es evidente que el kirchnerismo en su larga gestión nunca consideró de esta forma a la Corte Suprema de Justicia de la Nación, ni respetó la Constitución ni la división de poderes, entre otras instituciones republicanas. Muestra de ello fue el creciente ataque al Poder Judicial, -al que calificara como “el partido judicial”- a través de numerosos proyectos legislativos, como el de la denominada “democratización de la justicia”, felizmente abortado por la Corte en el caso “Rizzo”; o la ley de subrogancias, también declarada inconstitucional; ello sin contar con las persecuciones a magistrados y fiscales, como el caso Campagnoli, o los reiterados incumplimientos a fallos de la Corte, tales como el que en 3 ocasiones ordenara reincorporar al Procurador de Santa Cruz, ilegalmente separado del cargo, o el que fijara la forma de distribuir en los medios la pauta oficial.

Incluso, en mi caso, siendo juez y a poco de obtener mi jubilación, se me inició un jurado de enjuiciamiento por mis artículos periodísticos, críticos no desde el punto de vista político o partidario, sino estrictamente constitucional. Pero todo ello y mucho más se vio potenciado al extremo con la campaña para pretender apartar al Dr. Carlos S. Fayt de su sitial en la Corte Suprema de Justicia.
Soportó, estoicamente, toda clase de injustificados agravios e injurias sin responder jamás, poniendo la otra mejilla. Los que lo atacaban, eran los de siempre: la runfla aplaudidora del atril de la diatriba chabacana y falaz. Querían que se fuera, que dejara su lugar en el más alto tribunal de la Nación para reemplazarlo por alguien que asegurara lealtad partidaria cuando debieran desfilar por variados juzgados. Cómo serían de mediocres los “muletos” que proponían que alguno llegó a falsificar su curriculum y los mismos que lo auspiciaban, ante el evidente papelón, dejaron caer el pliego en el Senado. Finalmente, el Dr. Carlos S. Fayt dejó su cargo en la Corte Suprema de Justicia pero no les dio el gusto, sino que en una hábil jugada de ajedrez, lo hizo como cantaba Sinatra: “A mi manera”.
Hicieron fila para querer humillarlo a punto tal que los legisladores que supimos conseguir inventaron un procedimiento no regulado en parte alguna de la Constitución ni de la legislación vigente, según el cual la Comisión de Juicio Político de la Cámara de Diputados dispuso iniciar una investigación en torno a su salud física y mental y creó a su vez otra subcomisión dependiente de aquella, con el fin de citar a testigos y realizar pericias médicas; todo lo cual luego se abandonó ante lo absurdo e inconstitucional de la iniciativa.
Ya en el año 2002, el fugaz ex presidente de facto Duhalde había declarado que "la Constitución reformada en 1994 estableció el límite de 75 años, hasta el cual el hombre conserva sus capacidades intelectuales intactas. Fayt tiene 85 años, son muchos. Debió haber renunciado hace diez años". Paradojalmente, quien renunció a su cargo antes de tiempo fue el propio Duhalde, a quien no le dio el cuero para seguir gobernando.
Alejandro Rossi, por su parte,  consideró que era un mal ejemplo que se quedara “hasta el momento que quiere. Uno no necesita que lo echen a empujones de los lugares; sabe cuándo cumplió un ciclo y debe irse”. Y hasta la entonces presidente dijo: “Si la Constitución Nacional establece un límite de 75 años para ser parte del alto tribunal. ¿Ven que están mal informados? Por una acordada (decisión que puede tomar por simple mayoría la Corte Suprema) la Constitución, la ley y lo que diga María Santísima…out”. Extraño que una exitosa abogada no supiera que la resolución de la Corte en el caso “Fayt” por el cual se declarara la inconstitucionalidad del citado tope de edad, no fue una “acordada”, tomada por “simple mayoría”, sino una sentencia pronunciada el 19 de agosto de 1999 como consecuencia del recurso extraordinario previsto por el art. 14 de la ley 48 y firmada por los jueces Nazareno, Moliné O’Connor, Belluscio, Boggiano, López y Vázquez con la disidencia parcial del Dr. Bossert, esto es, la totalidad de los integrantes de la Corte,  a excepción  -claro está-  del propio Fayt. 
Conocí al Dr. Fayt cursando Derecho Político en la Universidad Nacional de La Plata, cátedra que compartía con otro lúcido pensador como lo fuera el Dr. Silvio Frondizi. Este último, con sus antiguos trajes cruzados y su andar lento, trataba a los alumnos como “mocito” y nos prestaba los libros que no conseguíamos, eso sí, luego de poner los datos y firmar en un cuaderno que llevaba a tales fines. Frondizi nunca utilizó la cátedra para adoctrinamiento político y por ende recuerdo que en 1960, a poco de producida la revolución cubana, viajó a la isla y al retornar a clase, un grupo de alumnos le pidió que contara acerca de la experiencia castrista. Con su habitual tono calmo y reflexivo se negó a ello porque no correspondía, agregando que la información que se le requería la daría fuera del aula, al concluir la clase; y eso que había sido el fundador de Praxis, echado por sus propios seguidores marxistas. Fue asesinado en pleno gobierno democrático por la Triple A que comandaba el esotérico cabo policial López Rega. Era un lujo contar con esos maestros de la ciencia política quienes, no obstante,  en medio de los exámenes solían entablar jugosos debates en torno al socialismo y al marxismo que, recíprocamente, ambos defendían, teniendo como  involuntario espectador al temeroso alumno que estaba rindiendo.

El Dr. Fayt ingresó a la Corte Suprema de Justicia nacional en 1983 y a lo largo de fructíferos 32 años dio acabada muestra de sus dotes de extraordinario jurista. Recorrer los fallos que lo tuvieran como primer voto o en disidencia, es apreciar su dominio de la ciencia jurídica y particularmente del Derecho Constitucional, a veces en solitario pero logrando con el tiempo que sus votos minoritarios se convirtieran en la nueva doctrina del Alto Tribunal. A modo de ejemplo, la Corte desde la década del 40 en el caso “Los Lagos c. Gobierno Nacional” tenía resuelto que la  inconstitucionalidad de una norma o acto debía ser deducida por la parte interesada que se viera afectada concretamente por los mismos, sin que los tribunales pudieran suplir esa omisión, procediendo a invalidarlos por propia iniciativa.
Sin embargo en el Fallo 306:303 el voto minoritario del  Dr Fayt sostuvo “Que no puede verse en la admisión de esa facultad la creación de un desequilibrio de poderes a favor del judicial y en mengua de los otros dos, ya que si la atribución en sí no es negada, carece de consistencia sostener que el avance sobre los otros poderes no se produce cuando media petición de parte y sí cuando no la hay”. Y así, 60 años después, la Corte recogiendo por mayoría ese precedente varió su postura en el caso “Mill de Pereyra c. Provincia de Corrientes” y luego en “Banco Comercial Finanzas” admitiendo que sean los propios tribunales quienes puedan declarar la inconstitucionalidad aún sin petición de parte interesada. Hasta el mismo momento de su renuncia el Dr. Fayt siguió dando muestras de una lucidez mental e intelectual que hará que se lo recuerde como uno de los más brillantes magistrados en la historia de la Corte. En paralelo, su tarea docente y académica se tradujo en innumerables obras jurídicas, fuente de la doctrina y jurisprudencia nacionales.
Su austeridad republicana y su formación en el viejo socialismo igualmente merecieron cuestionamientos de la abogada exitosa quien refiriéndose a su persona afirmó: “Cuando mencioné el origen político de algunos integrantes de la Corte Suprema de Justicia, se me olvidó nada más ni nada menos el casi centenario miembro de la Corte, que pertenece al histórico y también centenario Partido Socialista”. Claro que la ex presidente, una vez más, falseó el relato ya que el Dr. Fayt no “pertenece al histórico y también centenario Partido Socialista”, por la sencilla razón que todo integrante del Poder Judicial tiene vedada la afiliación y pertenencia a cualquier partido político mientras desempeñe su cargo. Haber abrazado una ideología y estar afiliado a un partido con anterioridad a su ingreso a la judicatura, de manera alguna lo inhabilita para su ejercicio, siendo que por otra parte, su incorporación a la Corte en diciembre de 1983 no obedeció a su anterior y eventual pertenencia partidaria, sino a su inocultable jerarquía académica.
Como se aprecia, estos y muchos otros ejemplos evidencian el desprecio del kirchnerismo por el Poder Judicial y sus integrantes, a punto tal de pretender desconocer una de las funciones esenciales del mismo cual es ejercer el control de constitucionalidad, esto es, que para mantener el principio de supremacía constitucional que emerge del art. 31 de la Ley Fundamental, los jueces están habilitados para declarar la inconstitucionalidad de una ley del Poder Legislativo o de un decreto del Ejecutivo, cuando los mismos violenten derechos y garantías de los habitantes consagrados en la misma Ley Fundamental, principio que se originara en los EE.UU en el célebre leading case “Marbury vs. Madison” (1803) seguido en nuestro país en el caso “Sojo” (1887) y cuya doctrina se ha mantenido hasta la actualidad.


 
Ese respeto a la institucionalidad pude apreciarla en una cuestión menor pero que no por ser tal deja de ser relevante.

Habiendo obtenido el 1er. premio en un concurso nacional organizado por la Corte Suprema de Justicia al conmemorarse el 150° aniversario de la sanción de la Constitución Nacional, el amigo Rodolfo Depalma de la editorial Abaco que publicaría la obra, sugirió que la misma fuera prologada por el Dr. Fayt, habida cuenta que su temática (“Cuestiones políticas”) era un estudio acerca de la doctrina del Alto Tribunal. Cuando le propuso la idea, dudó en aceptarla, para que no se interpretara que por integrar ese cuerpo, pudiera haber incidido en el concurso. Pero cuando el editor le recordó que él no había integrado el jurado que resolvió el mismo, el que estuvo conformado por los profesores Segundo V. Linares Quintana, Néstor Pedro Sagüés y Luis Alberto Romero, aceptó el convite, lo cual representó para mí un inmerecido gesto. Y fue a raíz de ese episodio que pude, después de más de 50 años, conversar con él en dos ocasiones, recordando, entre otras cosas, la década del 60 en la vieja Facultad de Derecho platense.

Y así, con su particular estilo, cuando lo creyó oportuno decidió renunciar, pero no en cualquier momento, sino un día después que dejara el poder el gobierno que sin causa alguna lo vilipendiara.
A partir de ahora, se abre un interrogante en torno a la futura composición del Alto Tribunal que al quedar reducido a su mínima expresión  -3 jueces-  se encuentra impedido de lograr la mayoría legalmente exigida para un pronunciamiento válido en caso de disidencia y que motivara, justamente, el decreto mediante el cual al encontrarse en receso el Senado, el actual presidente decidiera efectuar el nombramiento en comisión de los dos restantes magistrados, tal como lo habilita el art.99 inc. 19 de la Constitución Nacional, cuya legitimidad institucional defendiéramos en una anterior colaboración.
El kirchnerismo se fue del poder luego de 12 años de una democracia delegativa sin poder ni querer entender nunca que el Poder Judicial, el campo, los medios, la Iglesia y la oposición no eran enemigos a vencer. Por ello y recordando a Chico Buarque sólo cabe decir a modo de despedida: “Apesar de você amanhã há de ser outro dia”.
Por todo ello, este merecido y emocionado homenaje al gran maestro de la República.

Gaza: el genocidio y sus (sin)razones


(Por Atilio A. Boron)

En medio del espanto y del baño de sangre que inunda Gaza se oye una voz, metálica, glacial. Pronuncia un soliloquio similar al que en su obra Enrique VI William Shakespeare puso en boca de Ricardo, un ser deforme, monstruoso, pero aguijoneado por una ambición ilimitada y orgulloso de su villanía: “Soy el espíritu del estado de Israel. Sí, agredo, destruyo y asesino a mansalva: a niños, ancianos, mujeres, hombres. Porque en Gaza todos son terroristas, más allá de sus apariencias. Uno de los jerarcas de la dictadura genocida en la Argentina, el General Ibérico Saint Jean, dijo que ‘Primero vamos a matar a todos los subversivos, después a sus colaboradores; después a los indiferentes y por último a los tímidos’. Nosotros invertimos esa secuencia y comenzamos por la población civil, gente cuyo crimen es vivir en Gaza. En el proceso caerán centenares de inocentes, gente que simplemente trataba de sobrevivir en ese encierro nauseabundo; luego iremos por los tímidos, los indiferentes y después de este brutal y aleccionador escarmiento llegaremos a los colaboradores y los terroristas. Sé muy bien que el rudimentario y escaso armamento de Hamas apenas puede ocasionarnos un rasguño, como lo demuestran las luctuosas estadísticas de nuestros periódicos ataques a las poblaciones palestinas. Sus amenazas de destruir al estado de Israel son bravuconadas sin sentido porque no tienen la menor capacidad de llevarlas a la práctica. Pero nos son de enorme utilidad en la guerra psicológica y en la propaganda: nos sirven para aterrorizar a nuestra propia población y así obtener su consentimiento para el genocidio y nuestra política de ocupación militar de los territorios palestinos. Y también sirven para que Estados Unidos y los países europeos, embarcados en la ‘lucha contra el terrorismo’ nos faciliten todo tipo de armamentos y nos amparen políticamente.

En Gaza no me enfrento a ningún ejército, porque no le hemos permitido que lo tenga. Yo, en cambio, tengo uno de los mejores del mundo, pertrechado con la más sofisticada tecnología bélica que me proporcionan mis protectores: Washington y las viejas potencias coloniales europeas, y la que he podido desarrollar, gracias a ellos, dentro de Israel. Tampoco tienen los palestinos una aviación para vigilar su espacio aéreo, y una flota que custodie su mar y sus playas. Mis drones y helicópteros sobrevuelan Gaza sin temor y disparan sus misiles sin preocuparse por el fuego enemigo, porque no hay fuego enemigo. Hemos perfeccionado, con las nuevas tecnologías bélicas, lo que hizo Hitler en Guernica. Soy amo y señor de vidas y haciendas. Hago lo que quiero: puedo bombardear casas, escuelas, hospitales, lo que se me antoje. Mis poderosos amigos (y, seamos honestos, cómplices de todos mis crímenes) convalidarán cualquier atrocidad que decida perpetrar. Ya lo hicieron antes, en innumerables ocasiones y no sólo con nosotros: lo harán conmigo cuantas veces sea necesario. Su mala conciencia me ayuda: callaron desvergonzadamente durante la Shoá, el sistemático genocidio perpetrado contra los judíos por Hitler ante la vista y paciencia de todo el mundo, desde el Papa Pío XII hasta Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill. Callarán también ante el genocidio que metódicamente y en etapas estoy realizando en Gaza, porque matar palestinos a mansalva es eso, genocidio. Como lo hacía Hitler cuando alguien de su tropa de ocupación era hecho prisionero o matado por los maquís de la resistencia francesa o los partisanos italianos: juntaban a diez o quince personas al azar, que tuvieran la desgracia de pasar por el lugar, y las ametrallaban en el acto, como escarmiento y como didáctica advertencia para que sus vecinos no cooperasen con los patriotas. Nosotros ni siquiera esperamos que maten a uno de los nuestros para hacer lo mismo, y lo hacemos de modo más cobarde. Al menos los nazis veían los rostros de las víctimas cuyas vidas cegarían en un segundo; nosotros no, porque disparamos misiles desde aviones o navíos, o proyectiles desde nuestros tanques. Nos intranquiliza recordar que tanta crueldad, tanto horror, fue en vano. Seis millones de judíos sacrificados en los hornos crematorios y millones más que cayeron por toda Europa no fueron suficientes para evitar la derrota de Hitler. ¿Será diferente esta vez, será que ahora nuestro horror nos abrirá el camino a la victoria.

Eufórica por ver tanta sangre árabe derramada una de mis diputadas se fue de boca, y dijo lo que pienso: que hay que matar a las madres palestinas porque engendran serpientes terroristas. Desgraciadamente no todos en Israel piensan así; hay algunos judíos, románticos incurables, que creen que podemos convivir con los árabes y que la paz no sólo es posible sino necesaria. Nos dicen que eso fue lo que hicimos por siglos. No entienden al mundo de hoy, mortalmente amenazado por el terrorismo islámico, y se dejan llevar por la nostalgia de una época definitivamente superada. No son pocos en Israel los que caen en este equívoco y nos preocupa que sus números estén creciendo. Pero desde el gobierno trabajamos activamente para contrarrestar esa sensiblería pacifista y, para colmo, laica. ¡Laica, en un estado en el que para ser ciudadano se debe ser judío (y tenemos cerca de un 20 % de árabes, que han vivido por siglos en la región y no son ciudadanos) y dónde no existe el matrimonio civil, sólo el religioso! Para combatir estas actitudes contamos con los grandes medios de comunicación (de Israel y los de afuera) y nuestras escuelas le enseñan a nuestros niños a odiar a nuestros indeseables vecinos, una raza despreciable. Para involucrarlos en nuestro esfuerzo militar los invitamos a que escriban mensajes de muerte en los misiles que, poco después, lanzaremos contra ese gentío amontonado en Gaza. Otros niños serán los que caerán muertos por esos misiles amorosamente dedicados por los nuestros. No ignoro que con mis acciones arrojo un asqueroso escupitajo a la gran tradición humanista del pueblo judío, que arranca con los profetas bíblicos, sigue con Moisés, Abraham, Jesucristo y pasa por Avicena, Maimónides, Baruch Spinoza, Sigmund Freud, Albert Einstein, Martin Buber hasta llegar a Erich Fromm, Claude Levy-Strauss, Hannah Arendt y Noam Chomsky. O con extraordinarios judíos que enriquecieron el acervo cultural de la Argentina como León Rozitchner, Juan Gelman, Alberto Szpunberg y Daniel Barenboim, entre tantos otros que sería muy largo nombrar aquí. Pero ese romanticismo ya no cuenta. Dejamos de ser un pueblo perseguido y oprimido; ahora somos opresores y perseguidores.


Duras palabras y frases se utilizan para calificar lo que estamos haciendo. Criminal cobardía, delito de lesa humanidad, por agredir con armas mortíferas a una población indefensa, día y noche, hora tras hora. Pero, ¿no merece acaso la misma calificación lo que hizo Estados Unidos al arrojar sendas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki? Y quién se lo reprocha? ¿Terrorismo de Estado? Mejor digamos realpolitik, porque ¿desde cuándo a mis amigos y protectores de Occidente les ha preocupado el Terrorismo de Estado o las violaciones a los Derechos Humanos que cometen ellos mismos, un aliado, o un peón? Apoyaron por décadas a cuantos déspotas y tiranos poblaron esta tierra, siempre que fueran funcionales a sus intereses: a Saddam Hussein, al Sha de Persia, a Mubarak, a Alí, a Mobutu, a Osama Bin Laden, y, en Latinoamérica, a Videla, Pinochet, Geisel, Garrastazú, Stroessner, “Papá Doc” Duvallier, antes a Somoza, Trujillo, Batista y tantísimos más. Asesinaron a centenares de líderes políticos antiimperialistas, y Obama lo sigue haciendo hoy, donde todos los martes decide quién de la lista de enemigos de Estados Unidos que le proporciona la NSA debe ser eliminado con un cohetazo disparado desde un dron o mediante una operación de comandos. ¿Por qué habrían de escandalizarse ante lo que está ocurriendo en Gaza? Además me necesitan como gendarme regional y base de operaciones militares y de espionaje en una región del mundo con tanto petróleo como Medio Oriente, y saben que para cumplir con esa misión no sólo no deben maniatarme sino que es preciso contar con su inquebrantable respaldo, lo que hasta ahora jamás me ha sido negado. Sé también que estoy violando la legalidad internacional, que estoy desobedeciendo la resolución Nº 242, de Noviembre de 1967, del Consejo de Seguridad de la ONU, que por unanimidad me exige retirarme de los territorios ocupados durante la Guerra de los Seis Días de 1967. Incumplí esa resolución durante casi medio siglo, sin tener que enfrentar sanciones de ningún tipo como las que arbitrariamente se le imponen a otros, o las que aplican a Cuba, a Venezuela, a Irán y, antes, a Irak después de la primera guerra del Golfo. ¿Razones de tanta tolerancia? Mis lobbistas en Estados Unidos son poderosísimos y tienen a la Casa Blanca, al Congreso y a la Justicia en un puño. Según Norman Finkelstein (un mal judío, enemigo del estado de Israel) la ‘industria del holocausto’ goza de tal eficacia extorsiva que impide percibir que quienes ahora estamos produciendo un nuevo holocausto somos nosotros, los hijos y nietos de aquellos que lo padecieron bajo los nazis. Por eso pese a que las víctimas mortales en Gaza ya superan los 500 palestinos (contra 25 soldados de nuestro ejército, uno de los cuales fue muerto por error por nuestras propias fuerzas, según informara este lunes 22 de Julio a medio día el New York Times) el presidente Obama hizo un estúpido llamado a evitar que israelíes y palestinos quedasen atrapados en el ‘fuego cruzado’ de este enfrentamiento. ¡Pobre de él si hubiera dicho que aquí no hay ‘fuego cruzado’ ni enfrentamiento alguno sino una masacre indiscriminada de palestinos, una horrible ‘limpieza étnica’ practicada contra una población indefensa! ¡Nuestro lobby lo crucificaría en cuestión de horas! Ahora que nuestras tropas entraron en Gaza tendremos que sufrir algunas bajas, pero la desproporción seguirá siendo enorme.


Claro, no puedo evitar que me califiquen técnicamente como un “estado canalla”, porque así se denominan los que no acatan las resoluciones de la ONU y persisten en cometer crímenes de lesa humanidad. Pero como Estados Unidos y el Reino Unido son violadores seriales de las resoluciones de la ONU, y por lo tanto ‘estados canallas’ también ellos, sus gobiernos han sido invariablemente solidarios con Israel. Más allá de la turbación que por momentos puedan ocasionar estas reflexiones necesitamos completar la tarea iniciada en 1948 y apoderarnos de la totalidad de los territorios palestinos: los iremos desplazando periódicamente, aterrorizándolos, empujándolos fuera de sus tierras ancestrales, convirtiéndolos en eternos ocupantes de infectos campos de refugiados en Jordania, en Siria, en Irak, en Egipto, donde sea. Y si se resisten los aniquilaremos. Podemos hacer eso por nuestra apabullante fuerza militar, el apoyo político de Occidente y la degradación y putrefacción de los corruptos y reaccionarios gobiernos del mundo árabe, que como era previsible (y así nos lo habían asegurado nuestros amigos en Washington y Londres) no les importa en lo más mínimo la suerte de los palestinos. A tal extremo llega nuestra barbarie que inclusive un amigo nuestro, Mario Vargas Llosa, se escandalizó cuando en 2005 visitó Gaza y nos sorprendió con unas críticas de insólita ferocidad. Llegó a decir, por ejemplo, que ‘me pregunto si algún país en el mundo hubiera podido progresar y modernizarse en las condiciones atroces de existencia de la gente de Gaza. Nadie me lo ha contado, no soy víctima de ningún prejuicio contra Israel, un país que siempre defendí … Yo lo he visto con mis propios ojos. Y me he sentido asqueado y sublevado por la miseria atroz, indescriptible, en que languidecen, sin trabajo, sin futuro, sin espacio vital, en las cuevas estrechas e inmundas de los campos de refugiados o en esas ciudades atestadas y cubiertas por las basuras, donde se pasean las ratas a la vista y paciencia de los transeúntes, esas familias palestinas condenadas sólo a vegetar, a esperar que la muerte venga a poner fin a esa existencia sin esperanza, de absoluta inhumanidad, que es la suya. Son esos pobres infelices, niños y viejos y jóvenes, privados ya de todo lo que hace humana la vida, condenados a una agonía tan injusta y tan larval como la de los judíos en los guetos de la Europa nazi, los que ahora están siendo masacrados por los cazas y los tanques de Israel, sin que ello sirva para acercar un milímetro la ansiada paz. Por el contrario, los cadáveres y ríos de sangre de estos días sólo servirán para alejarla y levantar nuevos obstáculos y sembrar más resentimiento y rabia en el camino de la negociación.’ [1]


Pero nada de lo que diga Vargas Llosa, y tantos otros, nos hará mella: somos el pueblo elegido por Dios (aunque los ilusos estadounidenses también creen en eso), una raza superior y los árabes son una pestilencia que debe ser removida de la faz de la tierra. Por eso construimos ese gigantesco muro en Cisjordania, peor aún del que erigieran en Berlín y que fuera apropiadamente caracterizado como el ‘muro de la infamia’. Nuestros lobbies han sido muy eficaces en invisibilizar esta monstruosidad y nadie habla de nuestro ‘muro de la infamia’. Reconozco que nuestra traición a los ideales del judaísmo nos inquieta. No era esto lo que querían los padres fundadores. Nos hemos convertido en una máquina de usurpación y despojo colonial que ya no guarda ninguna relación con nuestra venerable tradición cultural. Algunos dicen que Israel es al judaísmo como Hitler lo era al cristianismo. Por eso es que a veces nuestro sueño se perturba y las muertes y sufrimientos que hemos causado durante tantos años –y que para ser sinceros, comenzaron mucho antes de que naciera Hamas- nos acosan como el fantasma de Hamlet. Pero retrocedemos horrorizados ante la posibilidad de una paz que no queremos porque perderíamos los territorios arrebatados durante tantos años, envalentonaríamos a la turbamulta árabe que nos rodea y le haríamos perder miles de millones de dólares a nuestros amigos del complejo militar-industrial estadounidense, que es el verdadero poder en ese país, y a sus socios israelíes que también lucran con este estado de hostilidades permanentes. Por eso seguiremos en esta guerra hasta el final, aun a riesgo de que esta actitud pueda desencadenar un cataclismo universal. El horror padecido bajo el nazismo justifica todo lo que estamos haciendo.”
[1] Mario Vargas Llosa, “Morir en Gaza”, El País (Madrid), 11 Enero 2009, en:http://elpais.com/diario/2009/01/11/opinion/1231628411_850215.html