Luciano Arruga, presente!!


LOS NADIES
Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pié derecho, o empiecen el año cambiando de escoba. 
Los nadies: los hijos de los nadies, los dueños de nada. 
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos: 
Que no son, aunque sean. 
Que no hablan idiomas, sino dialectos. 
Que no profesan religiones, sino supersticiones. 
Que no hacen arte, sino artesanía. 
Que no practican cultura, sino folklore. 
Que no son seres humanos, sino recursos humanos. 
Que no tienen cara, sino brazos. 
Que no tienen nombre, sino número. 
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. 
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

Eduardo Galeano.


Ni Conmemorar, ni festejar, solo reclamar justicia!!!



¿Cristóbal Colón descubrió América en 1492? ¿O antes que él la 
descubrieron los vikingos? ¿Y antes que los vikingos? Los que allí vivían, ¿no existían? 
Cuenta la historia oficial que Vasco Núñez de Balboa fue el primer 
hombre que vio, desde una cumbre de Panamá, los dos océanos. Los que allí vivían, ¿eran ciegos? 
¿Quiénes pusieron sus primeros nombres al maíz y a la papa y al 
tomate y al chocolate y a las montañas y a los ríos de América? ¿Hernán Cortés, Francisco Pizarro? Los que allí vivían, ¿eran mudos? 
Nos han dicho, y nos siguen diciendo, que los peregrinos del 
Mayflower fueron a poblar América. ¿América estaba vacía? 
Como Colón no entendía lo que decían, creyó que no sabían hablar. Como andaban desnudos, eran mansos y daban todo a cambio de nada, creyó que no eran gentes de razón. 
Y como estaba seguro de haber entrado al Oriente por la puerta de 
atrás, creyó que eran indios de la India. 
Después, durante su segundo viaje, el almirante dictó un acta 
estableciendo que Cuba era parte del Asia. 
El documento del 14 de junio de 1494 dejó constancia de que los 
tripulantes de sus tres naves lo reconocían así; y a quien dijera lo contrario se le darían cien azotes, se le cobraría una pena de diez mil maravedíes y se le cortaría la lengua. 
El notario, Hernán Pérez de Luna, dio fe. 
Y al pie firmaron los marinos que sabían firmar. 
Los conquistadores exigían que América fuera lo que no era. No veían lo que veían, sino lo que querían ver: la fuente de la juventud, la ciudad del oro, el reino de las esmeraldas, el país de la canela. Y retrataron a los americanos tal como antes habían imaginado a los paganos de Oriente. 
Cristóbal Colón vio en las costas de Cuba sirenas con caras de hombre y plumas de gallo, y supo que no lejos de allí los hombres y las mujeres tenían rabos. 
En la Guayana, según sir Walter Raleigh, había gente con los ojos en los hombros y la boca en el pecho. 
En Venezuela, según fray Pedro Simón, había indios de orejas tan 
grandes que las arrastraban por los suelos. 
En el río Amazonas, según Cristóbal de Acuña, los nativos tenían los pies al revés, con los talones adelante y los dedos atrás, y según Pedro Martín de Anglería las mujeres se mutilaban un seno para el mejor disparo de sus flechas. 
Anglería, que escribió la primera historia de América pero nunca 
estuvo allí, afirmó también que en el Nuevo Mundo había gente con rabos, como había contado Colón, y sus rabos eran tan largos que sólo podían sentarse en asientos con agujeros. 
El Código Negro prohibía la tortura de los esclavos en las colonias 
francesas. Pero no era por torturar, sino por educar, que los amos 
azotaban a sus negros y cuando huían les cortaban los tendones. 
Eran conmovedoras las leyes de Indias, que protegían a los indios en las colonias españolas. Pero más conmovedoras eran la picota y la horca clavadas en el centro de cada Plaza Mayor. 
Muy convincente resultaba la lectura del Requerimiento, que en 
vísperas del asalto a cada aldea explicaba a los indios que Dios había venido al mundo y que había dejado en su lugar a San Pedro y que San Pedro tenía por sucesor al Santo Padre y que el Santo Padre había hecho merced a la reina de 
Castilla de toda esta tierra y que por eso debían irse de aquí o 
pagar tributo en oro y que en caso de negativa o demora se les haría la guerra y ellos serían convertidos en esclavos y también sus mujeres y sus hijos. 
Pero este Requerimiento de obediencia se leía en el monte, en plena noche, en lengua castellana y sin intérprete, en presencia del notario y de ningún indio, porque los indios dormían, a algunas leguas de distancia, y no tenían la menor idea de lo que se les venía encima. 
Hasta no hace mucho, el 12 de octubre era el Día de la Raza. 
Pero, ¿acaso existe semejante cosa? ¿Qué es la raza, además de una mentira útil para exprimir y exterminar al prójimo? 
En el año 1942, cuando Estados Unidos entró en la guerra mundial, la Cruz Roja de ese país decidió que la sangre negra no sería admitida en sus bancos de plasma. Así se evitaba que la mezcla de razas, prohibida en la cama, se hiciera por inyección. 
¿Alguien ha visto, alguna vez, sangre negra? 
Después, el Día de la Raza pasó a ser el Día del Encuentro. 
¿Son encuentros las invasiones coloniales? ¿Las de ayer, y las de 
hoy, encuentros? ¿No habría que llamarlas, más bien, violaciones? 
Quizás el episodio más revelador de la historia de América ocurrió en el año 1563, en Chile. El fortín de Arauco estaba sitiado por los indios, sin agua ni comida, pero el capitán Lorenzo Bernal se negó a rendirse. Desde la empalizada, gritó: 
-¡Nosotros seremos cada vez más! 
-¿Con qué mujeres? -preguntó el jefe indio. 
-Con las vuestras. Nosotros les haremos hijos que serán vuestros 
amos. 
Los invasores llamaron caníbales a los antiguos americanos, pero más caníbal era el Cerro Rico de Potosí, cuyas bocas comían carne de indios para alimentar el desarrollo capitalista de Europa. 
Y los llamaron idólatras, porque creían que la naturaleza es sagrada 
y que somos hermanos de todo lo que tiene piernas, patas, alas o raíces. 
Y los llamaron salvajes. En eso, al menos, no se equivocaron. Tan 
brutos eran los indios que ignoraban que debían exigir visa, certificado de buena conducta y permiso de trabajo a Colón, Cabral, Cortés, Alvarado, Pizarro y los peregrinos del Mayflower.