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Carnaval, entre la condena y la reinvención

SIN TIEMPO. Diversas miradas para abordar un festejo enigmático, que persiste en la práctica contemporánea




"Con el carnaval me ocurre como a Borges con el infierno, cuando dijo que, al revés de los católicos, le interesaba pero no creía -dice Alejandro García Schnetzer, novelista argentino radicado en España desde 2001 y autor de tres novelas publicadas por Entropía-. Más que la fiesta y su exaltación, me atraen sus símbolos y convenciones: la máscara, la noche, la inconsciencia, la fuga de la razón y del tiempo. Su melancolía. Viví eso de chico en Brasil, en los carnavales de rúa de Paraty y de Ilha Grande; pero lo entendí recién con Bioy y cierta música que evoca al carnaval sin celebrarlo. Me sorprende su impronta en los viejos, que suelen referirlo con nostalgia casi unánime, y me extraña igualmente la contracara de la fiesta, sus fisuras de tristeza y realidad." Los carnavales figuran en Requena y en Andrade, y de nuevo en Quiroga, de 2015, transfigurados por un remoto antecedente dionisíaco. Schnetzer formula una genealogía literaria del carnaval porteño: "El de tiempos fundacionales, que describe José Wilde en sus Memorias; el de los umbrales del siglo XX, visto por Rubén Darío; y el de los clubes de barrio, que según el dictamen de los abuelos no tuvo igual y agotó sus posibilidades".

¿Transgresión limitada?

Desde hace unos años, la mirada social sobre el festejo del carnaval se halla en una situación "preartliana". En una de sus célebres aguafuertes para el diario El Mundo, Roberto Arlt reaccionaba frente a las críticas de la crónica costumbrista sobre ese festejo. Al parecer, según aquellos cronistas, la cultura local había barbarizado el carnaval. Mientras denostaban a la mersa bulliciosa, soñaban con bailes de máscaras y corsos venecianos, como si las calles de Boedo se hubieran podido transformar mágicamente en canales y las viviendas populares en palacios. "Voy a escribir para alacranear perfectamente, para sacarme la bilis que me baila en el hígado y en el píloro", advertía en las primeras líneas de "Fiestas de Carnaval".

¿Por qué la fuerza transgresora de un festejo popular que, por pocos días, ponía el mundo cabeza abajo y suspendía las jerarquías sociales perdió vigor? Las jerarquías prevalecen; sin embargo, el carnaval sólo perdura en consignas cómicas, murgas o shows a los que se puede asistir con ticket en mano. "El carnaval sólo puede existir como una transgresión autorizada", escribía en 1999 Umberto Eco para mitigar las consignas de Mijail Bajtin, cuya obra sobre François Rabelais y la cultura popular medieval fue clave para una nueva mirada sobre un viejo ritual. "Si bien el carnaval antiguo religioso estaba limitado en el tiempo, el carnaval moderno multitudinario está limitado en el espacio: está reservado a ciertos lugares, ciertas calles, o enmarcado en la pantalla de televisión", señala Eco con ironía.
"Desde mediados de los años 60, la literatura y el arte latinoamericanos empezaron a ser interpretados, a partir de la lectura que hizo Julia Kristeva de Bajtin, con las lentes de la carnavalización literaria -dice Mario Castells, autor de la novela corta El mosto y la queresa y del libro de crónicas Trópico de Villa Diego (EMR)?. Con Gilda de Mello e Souza y su lectura de Macunaíma, el concepto se convirtió en un recurso que la crítica no ha parado de usar, y eso de que lo carnavalesco se aparta de la tradición y el desarrollo cultural dominante en una sociedad, para burlarse de las instituciones y estructuras que esta cultura propone, ha sido uno de los conjuros que han hallado esos sectores de la intelligentsia para aplacar otras lecturas políticas de la novela y pasivizar lo revulsivo del humor popular." De esas lecturas aplacadas, Castells rescata la cultura africana en América. "La referencia al negro estalla en el inconsciente colectivo en momentos de festividad y teatralidad burlesca. Los kambaraangáes, disfrazados de negros, con trapos y ropas viejas, a veces con vestidos femeninos y el rostro cubierto con una máscara, en la representación de una especie teatral semejante a los autos sacramentales del Medioevo, son esos agentes del pueblo que tienen vía libre para acometer contra el statu quo, el comisario, la catequista, el intendente y las autoridades con la invectiva que les otorga el humor."


En 2011, la antropóloga Alicia Martín, docente e investigadora de la UBA, publicó Fiesta en la calle. Carnaval, murgas e identidad en Buenos Aires (Colihue)Allí estudia el lazo entre el retorno de la democracia en los años 80 y la organización de los vecinos en murgas. Ella acerca otra posición sobre el carnaval: "Detrás de eso se movían valores y estructuras organizativas informales muy interesantes y poderosas, grupos autogestivos que se asentaban en redes barriales territoriales y familiares". Martín considera que el carnaval porteño y la murga son espacios de resistencia.
Ricardo Talento dirige el Circuito Cultural Barracas y es uno de los fundadores del Grupo Catalinas Sur, que impulsó el desarrollo del teatro comunitario en la Argentina. "El carnaval es parte de la teatralidad humana. El teatro comunitario recupera su esencia, sus lenguajes, y esa vocación de encuentro, comunicación y transgresión." Las temáticas surgen de la territorialidad y se construyen con el aporte de los integrantes. "Además de crear una profunda empatía con el espectador, legitima lo abordado, ya que es parte de la voz del barrio. En la obra Barracas al fondo se habla con ironía de la exclusión y la xenofobia de los sectores medios hacia las nuevas inmigraciones; eso adquiere legitimidad porque es el mismo barrio que vive el tema el que le da valor poético y lo transmite."
"Siempre intuí que la función del carnaval, más bien festiva, no era sólo la de ser una zona indefinida entre los arcanos rituales y la razón. Su fuerza está en ser una zona donde el hombre es, nada más", comenta Nicolás Correa, investigador y autor de ÍncuboSúcubo, novelas de terror ambientadas en el conurbano bonaerense. En sus ficciones el carnaval aparece como una fuerza ambigua. "El carnaval le da a la escritura la posibilidad de fugarse de sí y, a la vez, de ser pura potencia poética. En mi caso, los carnavales son amargos, más parecidos a procesiones trágicas donde exponer, como en la Pasión, el drama personal o el colectivo, el cielo propio al alcance de la mano, hecho de carne y barro." La narradora Liliana Bodoc, autora de la novela Presagio de carnaval, dice: "El carnaval es una interrupción del orden establecido, un espacio-tiempo liberado que nos permite desordenar los paradigmas. Disputado por la tradición católica y la pagana, tironeado desde su etimología, el carnaval no tiene dueños. Y si acaso lo tuviera, serían los demonios". Para Bodoc, el carnaval desata una fiebre de control: "Pero por mucho que nos esforcemos en ponerle riendas, el carnaval es una fiesta desmadrada, caliente, habitada por seres ambiguos". Por último, quien imagina una relación vital y nómada con el carnaval como universal de la cultura es la autora deDiario de máscaras (Capital Intelectual), la escritora Luisa Valenzuela: "El carnaval es un tiempo de transformaciones y transgresiones. De tirar todo por la borda y saber que en esos días fastos podemos llegar a ser quienes siempre quisimos. ¡Carne vale! Después vendrán los cuarenta días de ayuno. Pero por ahora la cocinera será reina y el ladrón, una piadosa monjita. Al menos allí donde quienes tienen la manija (Iglesia o Gobierno) entienden que el desahogo estacional es imprescindible para mantener la armonía. Río de Janeiro, Venecia, Niza, Nueva Orleans, Oruro... Y yo ¿iré a festejar con las alegres murgas en los barrios? ¿O vuelo a Tartagal y encaro la canícula junto a los chané que celebrarán su pin-pin o areté guazú mientras dure al chicha? Los chané saben que las máscaras bailadas absorben el mal, por eso después las queman. El fuego purificador forma parte del carnaval. Es decir, de la vida".

Juan en el país de la memoria

Ensayo. Un poeta joven traza un perfil nada complaciente del vínculo de Gelman con el presente y hace una lectura generacional de su legado.

POR MARTÍN RODRÍGUEZ





Sin embargo pertenezco a una generación que no lee, ni leyó, ni leerá a Juan Gelman. ¿Por qué? Porque no lo necesitaron. Porque se puede hacer literatura sin leer a Gelman. Porque su obra les puede parecer blanda, tierna, mística, autorreferencial (todas cosas mal vistas) o porque contiene las torpezas políticas de cuando su fe en la revolución fue ciega. Y cuando no lo fue, abundó la capa de dolor personal por las desgracias que la historia había producido en él. Gelman “estaba ahí”, tan a mano, y a la vez, tan lejos.
Pertenezco a una generación que prefirió a otros: a Juana Bignozzi, a Leónidas Lambroghini, a Néstor Perlongher, a Joaquín Giannuzzi, a Alejandra Pizarnik. Y a una lista en la que cada tanto se van agregando nuevas (viejas) voces, como la de Héctor Viel Temperley. Gelman está en el centro de la experiencia histórica de los años 70. Es la poesía antes de Auschwitz, durante Auschwitz, después de Auschwitz, pero que cualquier lectura de toda su obra se hace con todo el Auschwitz encima. Gelman logró lo contrario que muchos: no fue capturado por la historia, sino al revés. El capturó la historia. Poesía de buenos y malos, modulación de una conciencia. Todos sus contemporáneos hicieron una historia a mayor o menor distancia del centro-Gelman. Fue un joven comunista en los años 60, un maduro montonero en los años 70, un escritor exiliado, un padre de desaparecido, y luego, de un modo definitivo, se consagró al periodismo -que ya había ejercido- como última identidad de su ejercicio político. Todo eso conformó una personalidad pública con centro en la palabra “memoria” que ayudó a cuajar una “cima ética” por afuera tanto de la calidad literaria como de la crítica política, porque, como lo prueba la entrevista que le hizo Roberto Mero y que salió publicada a principios de los años 80, Gelman fue un precoz en el ejercicio de la autocrítica política tras la derrota. Y sin embargo: ¿quién va a sacar a Gelman de la historia de la poesía? ¿Se puede separar a Gelman en partes? ¿Decir: acá el poeta, más allá la política? Algo de eso intentó Rodolfo Fogwill, para quien Gelman fue el gran poeta nacional, a la vez que un equivocado político. Fogwill no pudo contagiar Gelman sobre ninguno de sus jóvenes escritores apadrinados. Y quizá porque para muchos de ellos la ecuación era exactamente al revés: Gelman fue un equivocado escritor, pero un político acertado. Eso quizá piensan Sergio Raimondi o Martín Gambarotta. No lo sé.

Pertenezco a una generación que no lee, ni leyó, ni leerá a Juan Gelman. No obstante, hace años que tampoco lo leo, pero lo leí, lo leí como un enfermo, lo leí todo, y asumo que fue una influencia decisiva. Hay poetas que escriben con todos sus libros un gran libro, como es el caso de Juan L. Ortiz o Francisco Madariaga. Un libro-río que es su obra. Pero hay poetas a los que se les podría eludir toda la obra y leerlos en un solo libro, y que en ese solo libro pueda caber la densidad entera de su obra, un estado de perfección que (en Gelman) era inédito. Porque era un poeta molesto de leer, mañero, sentimental, piadoso, ay, lo terminabas de leer goteando culpa, hasta que más o menos se hacían previsibles sus formas, las rupturas de la sintaxis. En Gelman ese libro es Salarios del impío , que tiene una economía y un tono al que no volvió más. Guardo ese libro, guardo el olor de ese libro, ya que fue la única vez en mi vida que fui a la Feria del Libro con mi viejo. Una tarde del año 1994 (año en que el libro fue editado, ¿o en 1993?). No fomento su lectura porque no sabría cómo hacerlo, cómo evitar que un joven en su iniciación pueda salvarse de la fatal influencia en la dicción que solía provocar. Porque un gran poeta es un insecticida: contagia y entrega racimos de malos poetas. Probablemente la inquietud histórica, política y literaria de un joven que quiera abordar esos años pase por otras lecturas. Hoy, cuando tantos escritores y poetas son políticos, resulta curioso su rechazo, o la indiferencia. Hay algo en esa consagración, en esa valoración ética que se antepone a la simple lectura de los libros, en esa zona de privilegio y “autoridad” que da el dolor en este país, que lo alejó de la micropolítica literaria donde se cuecen habas. En fin. Salud, compañero Gelman, larga vida tuvo tu estado de “oficialidad”: el viejo oficial montonero que al final reencuentra a su nieta perdida en las mazmorras de la guerra cruzando el Río de la Plata, poeta oficial del país de la memoria.


Martín Rodríguez es poeta, periodista y crítico cultural. Nació en 1978. Algunos de sus libros son “Agua negra” (Siesta), “Lampiño” (Siesta) y “Maternidad Sardá” (Vox).

El arte y el coraje de Gelman



POR JUAN CARLOS ALGAÑARAZ






Este es el momento de evocar la enorme tarea de Juan Gelman como periodista, la profesión de toda su vida. Algunos de sus trabajos más valiosos están recopilados en tres libros que conviene buscar y atesorar. Estos dos centenares de artículos constituyen una de las más importantes aportes al periodismo en lengua española por la profunda erudición del autor al abordar una vasta galería de personajes reveladores y temas, que Gelman convoca desde los cuatro puntos del planeta, y trata con una mirada siempre original, implacablemente alejada de tópicos empobrecedores.

La vida es la gran protagonista de la tarea de Gelman. Los seres humanos, envueltos en anécdotas que descubren pasiones, miserias, logros y fracasos. Este es el centro vibrante de sus artículos, expuestos admirablemente porque  siempre aplica dos virtudes: claridad y control del idioma. Algunos ejemplos:

* "La integridad moral separa a dos grandes talentos, amigos entrañables. Pese a todas las presiones, el dramaturgo Arthur Miller se niega a dar nombres para engrosar la lista negra del anticomunismo delirante. Pero el escritor, director de cine y teatro, Elia Kazán salta la barricada de la decencia y delata a sus amigos ante el macartismo neofascista." 

* "El héroe de la Revolución Mexicana, Pancho Villa, dirige con mano maestra las históricas gestas de la División del Norte mientras controla con la misma energía a un equipo de cine norteamericano que filma la guerra y registra al general a caballo, con su sombrero tejano y el pecho cruzado por cananas, de frente y de perfil. Es la estrella de la película sin abandonar un instante el combate."





Parte esencial en la serie de artículos son las masacres del terrorismo de estado, los desaparecidos y la impunidad. Y el escándalo del tormento siempre presente, cada vez más cruel y legalizado como sucede ahora mismo en Guantánamo. Gelman proclama que “la tortura es un ejercicio preferido del poder” cuando revisa el cuento “La colonia penal” de Kafka y cita a un ejecutor que asegura: “Me rijo por el principio de que siempre la culpa es indudable”. Otros verdugos semejantes atormentaron niños, ancianos, mujeres y jóvenes en una Argentina donde los protegían  las vergonzosas  leyes de la impunidad.


Como un doloroso invitado de honor, llegan a las páginas del periodista las familias que buscan con un inmenso coraje a sus seres queridos y la infamia de los bebes robados. Gelman resume ese calvario: “Está claro que ni las Fuerzas Armadas ni el gobierno ni los jueces argentinos  muestran la menor disposición a dar cuenta de lo ocurrido o indagarlo. Es una crueldad suplementaria: al horror del terrorismo de Estado se suma el horror de ese silencio. Bajo su durísima tiniebla, el dolor vaga y busca”. Mil veces Juan Gelman aborda esta plena realidad de lo inhumano para descubrir, exponer y denunciar a los genocidas e instalarlos en la picota como previo paso al tribunal y la prisión.


Nada expresa mejor estos espantos que el poema escrito por Ana María Ponce (que Juan publica en su totalidad), prisionera en el campo de exterminio de la ESMA en 1977 junto con su hijito, “El Piri”, de tres años. Los dos desaparecieron. Ana María cuando adivinó su hora final  “se fue caminando como una reina”, según el testimonio que recogió el periodista Gelman y registro en su artículo “Reinas”.



El Holocausto, la Shoa, es otro de los grandes momentos dramáticos de este conjunto tan valioso de artículos enfocado en historias y personajes con un interés trascendental, como Primo Levi, superviviente de Auschwitz, un ser humano inolvidable por sus testimonios que han conmovido y alertado al mundo entero contra la barbarie totalitaria que siempre acecha. “Los que se lían a golpes con todo el mundo alcanzan la dignidad porque están seguros de ser derrotados”, escribió Primo Levi quien se suicidó nueve años después.



Las columnas de Gelman se despliegan en un espacio acotado que obliga condensar las historias, un desafío que el periodista convierte en su mejor arma para desarrollar los párrafos con un ritmo que atrapa al lector. Como ejemplo este adiós por la muerte de nuestro inolvidable Osvaldo Soriano:



"No puedo. Se amontonan veinticinco años de amistad en la garganta. Voy a tardar mucho tiempo en decirle adiós. Si es que alcanzo a decírselo. Voy a creer que alguno que pasa es él porque camina como él. El dolor finge distracciones para golpear de nuevo con la pérdida. El conoció esa historia, muchos fantasmas pisaron las calles de su exilio. Viven extrañamente en su escritura. Afrontó lo que era, un narrador nato que practicaba la difícil sencillez. Ahora verá el otro lado, la hora sin sombra que le mostraba el padre. Ya no habrá de molestarle el día. Por fin tiene toda la noche para seguir escribiéndonos."



Un testimonio personal. Cada día, los periodistas amasamos precipitadamente un pastel, a veces un bodrio, de celulosa y anilina que se sirve por la mañana a millones de lectores angurrientos. El olvido purifica la golosina porque sólo dura una jornada. Después sólo quedan papel viejo y tinta seca. Además, sabemos que escribir una crónica o artículo es decantar materiales y destilarlos, para forjar un relato con el gusto y a la manera de cada uno. Pero, para un hombre de la entereza moral de Juan Gelman hay un recóndito momento anterior donde elige o rechaza determinado tema. ¿Y qué determina esa preferencia? Juan alguna vez  contó que  ciertos compañeros comunistas le reprocharon a Paul Eluard que no hubiera escrito un poema sobre la guerra de Corea, y él respondió: "Yo escribo sobre esos temas solamente cuando la circunstancia exterior coincide con la circunstancia del corazón".
El corazón, la convicción, la honestidad son las la claves de los temas y del talante de Juan Gelman, periodista.