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50 aniversario del derrocamiento de Arturo Illia, 28 de junio de 1966

Arturo Illia abandona la Casa de Gobierno, el 28 de junio de 1966, tras ser derrocado
Arturo Illia abandona la Casa de Gobierno, el 28 de junio de 1966, tras ser derrocado. Foto: DyN / Archivo


Hacia junio de 1966, el comodoro retirado Juan José Güiraldes, director de la revistaConfirmado y sobrino de Ricardo Güiraldes, decía: “Si para salvar…la constitución, un nuevo gobierno debe negarla de inmediato, habrá que optar”. Era la confirmación de que el golpe estaba en marcha, tanto que finalizaba su nota advirtiendo: “…creo que sólo un milagro salva a este gobierno”.
Sólo tres años atrás, el 7 de julio de 1963, Arturo Illia había sido electo presidente de la Nación. El contexto de debilidad del sistema institucional quedaba al descubierto con la humorada popular, que se jactaba de que el país contaba con tres presidentes: Illia, electo; Guido, interino; y Frondizi (depuesto en 1962), el constitucional. Las elecciones de 1963 marcaban también la debilidad del sistema partidario: una atomización de fuerzas había dado apenas un 25% de los votos para la fórmula ganadora.
El gobierno de Illia, “custodiado” por las Fuerzas Armadas, tuvo un rumbo errático, imposibilitado –por su debilidad intrínseca (una escasa cantidad de votos y una negativa  a conformar alianzas)- de consolidar siquiera aquellas medidas que congeniaban con el anhelo popular, como la anulación de los contratos petroleros, la ley de medicamentos y cierta inicial reactivación económica.


Un contexto político y social en creciente ebullición caracterizado por el fenomenal Plan de Lucha de la CGT, la aparición de la guerrilla guevarista en Salta, el crecimiento electoral de las fuerzas peronistas en 1965 y su posible triunfo en 1967 y el enojo de militares con una política exterior que, por caso, los subordinaba a la comandancia brasilera en la intervención de Santo Domingo, contribuyó a crear un clima adverso para el gobierno y alimentaba las imágenes públicas que identificaban la gestión de Illia con la lentitud, la inoperancia y el anacronismo.
Así, cuando a partir de un primer año positivo, la situación económica comenzó a desbarrancar y se presentaron hacia 1966 los signos de una franca recesión, las críticas comenzaron a arreciar y -salvo algunos sectores radicales, otros pequeños partidos y buena parte de los medios universitarios-, una mayoría popular y la casi totalidad de las organizaciones sociales creían necesario un golpe. Un nuevo derrocamiento del maltrecho orden constitucional estaba cantado, pero aun así, Illia estaba convencido de que aquello no era factible. La voluntad intentaba sobreponerse a la cruda realidad.
El 28 de junio de 1966, el gobierno de Illia cayó –según se ha dicho- como una fruta madura. El general Julio Alsogaray, de grandes contactos con la diplomacia norteamericana, desalojó personalmente al presidente de la Casa Rosada, tras un tenso careo en los despachos. Apenas alguna manifestación en Córdoba intentó detener lo inminente. Illia no era el hombre fuerte que buscaban los sectores del poder, alguien que pudiera encarar una profunda transformación. Detrás suyo había emergido el general Juan Carlos Onganía.
Semanas después del golpe, desde la revista Extra, el periodista Mariano Grondona alegaba: “Detrás de Onganía queda la nada. (...) Onganía hace rato que probó su eficiencia. La de su autoridad. La del mando. Si organizó el Ejército (...) ¿por qué no puede encauzar el país? Puede y debe. Lo hará”. Tres años más tarde, también Onganía saldría eyectado de la Casa Rosada.
En un nuevo aniversario del derrocamiento de un presidente electo por el voto popular, recordamos la escena que tuvo lugar en el despacho de la Casa Rosada, cuando Illia enfrentó, prácticamente en soledad, el desalojo militar.
FuenteInédito, 21 de junio de 1967; en Marcelo Cavarozzi, Autoritarismo y democracia, Buenos Aires, Editorial Eudeba, 2004, págs. 153-155.


En la ciudad de Buenos Aires, siendo las 5.20 horas del día 28 de junio de 1966, en el despacho del Excelentísimo Señor presidente de la Nación Argentina, doctor Arturo U. Illia, se encuentran reunidos acompañando al Primer Magistrado ministros, secretarios de Estado, secretarios de la presidencia, subsecretarios, edecanes del señor presidente, legisladores, familiares y amigos.
El señor presidente de la República se encuentra firmando un documento, mientras que un colaborador aguarda a su lado para hacerse dedicar una fotografía. En ese instante irrumpe en el despacho un general de la Nación, precedido por el jefe de la Casa Militar, brigadier Rodolfo Pío Otero, una persona civil y algunas otras con uniforme militar. El mencionado general se ubica sobre el lado izquierdo del señor presidente y pretende arrebatar una fotografía que el doctor Illia se apresta a firmar…
El presidente de la República impide con gesto enérgico semejante actitud, produciéndose entonces el siguiente diálogo:
General: ¡Deje eso! ¡Permítame…!
Varias voces: ¡No interrumpa al señor presidente!
Presidente: ¡Cállese! ¡Esto es mucho más importante que lo que ustedes acaban de hacer a la República! ¡Yo no lo reconozco! ¿Quién es usted?
General: Soy el general Alsogaray.
Presidente: ¡Espérese! Estoy atendiendo a un ciudadano. ¿Cuál es su nombre, amigo?
Colaborador: Miguel Ángel López, jefe de la secretaría privada del doctor Caeiro, señor presidente.
Presidente: Este muchacho es mucho más que usted, es un ciudadano digno y noble. ¿Qué es lo que quiere?
General: Vengo a cumplir órdenes del comandante en jefe.
Presidente: El comandante en jefe de las Fuerzas Armadas soy yo; mi autoridad emana de esa Constitución, que nosotros hemos cumplido y que usted ha jurado cumplir. A lo sumo usted es un general sublevado que engaña a sus soldados y se aprovecha de la juventud que no quiere ni siente esto.
General: En representación de las Fuerzas Armadas vengo a pedirle que abandone este despacho. La escolta de granaderos lo acompañará.
Presidente: Usted no representa a las Fuerzas Armadas. Sólo representa a un grupo de insurrectos. Usted, además, es un usurpador que se vale de las fuerzas de los cañones y de los soldados de la Constitución para desatar la fuerza contra el pueblo. Usted y quienes lo acompañan actúan como salteadores nocturnos que, como los bandidos, aparecen de madrugada.
General: Señor pres… Dr. Illia…
Varias voces: ¡Señor presidente! ¡Señor presiente!
General: Con el fin de evitar actos de violencia le invito nuevamente a que haga abandono de la Casa.
Presidente: ¿De qué violencia me habla? La violencia la acaban de desatar ustedes en la República. Ustedes provocan la violencia, yo he predicado en todo el país la paz y la concordia entre los argentinos; he asegurado la libertad y ustedes no han querido hacerse eco de mi prédica. Ustedes no tienen nada que ver con el Ejército de San Martín y Belgrano, le han causado muchos males a la Patria y se los seguirán causando con estos actos. El país les recriminará siempre esta usurpación, y hasta dudo que sus propias conciencias puedan explicar lo hecho.
Persona de civil: ¡Hable por usted y no por mí!
Presidente: Y usted, ¿quién es, señor…?
Persona de civil: ¡Soy el coronel Perlinger!
Presidente: ¡Yo hablo en nombre de la Patria! ¡No estoy aquí para ocuparme de intereses personales, sino elegido por el pueblo para trabajar por él, por la grandeza del país y la defensa de la ley y de la Constitución Nacional! ¡Ustedes se escudan cómodamente en la fuerza de los cañones! ¡Usted, general, es un cobarde, que mano a mano no sería capaz de ejecutar semejante atropello!
General: Usted está llevando las cosas a un terreno que entiendo no corresponde.
Dr. Edelmiro Solari Yrigoyen: ¡Los que somos hijos y nietos de militares nos avergonzamos de su actitud!
Presidente: Con este proceder quitan ustedes a la juventud y al futuro de la República la paz, la legalidad, el bienestar…
General: Doctor Illia, le garantizamos su traslado a la residencia de Olivos. Su integridad física está asegurada.
Presidente: ¡Mi bienestar personal no me interesa! ¡Me quedo trabajando aquí, en el lugar que me indican la ley y mi deber! ¡Como comandante en Jefe le ordeno que se retire!
General: ¡Recibo órdenes de las Fuerzas Armadas!
Presidente: ¡El único jefe supremo de las Fuerzas Armadas soy yo! ¡Ustedes son insurrectos! ¡Retírense!...
Perlinger: Señor Illia, su integridad física está plenamente asegurada, pero no puedo decir lo mismo de las personas que aquí se encuentran. Usted puede quedarse, los demás serán desalojados por la fuerza…
Presidente: Yo sé que su conciencia le va a reprochar lo que está haciendo. (Dirigiéndose a la tropa policial.) A muchos de ustedes les dará vergüenza cumplir las órdenes que les imparten estos indignos, que ni siquiera son sus jefes. Algún día tendrán que contar a sus hijos estos momentos. Sentirán vergüenza. Ahora, como en la otra tiranía, cuando nos venían a buscar a nuestras casas también de madrugada, se da el mismo argumento de entonces para cometer aquellos atropellos: ¡cumplimos órdenes!
Perlinger: ¡Usaremos la fuerza!
Presidente: ¡Es lo único que tienen!
Perlinger (dando órdenes): ¡Dos oficiales a custodiar al doctor Illia! ¡Los demás, avancen y desalojen el salón!
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Martí, el "héroe nacional de Cuba"


José Julián Martí Pérez, el “Héroe Nacional de Cuba”, pensador, periodista y poeta cubano, revolucionario de la independencia contra España, nació en La Habana, un 28 de enero de 1853. Hijo de un valenciano y una canariense, alimentó su espíritu de indignación y lucha tempranamente, tras acompañar a su padre en una visita a la zona de Hanábana, en la provincia de Matanzas, cuando conoció los horrores de la esclavitud.

Excelente estudiante desde muy pequeño, ingresó al bachillerato en 1866, gracias a su querido maestro Rafael María de Mendive, quien le costeó los estudios. Pero pronto, comenzaría quizás la más importante fuente de enseñanzas para Martí: la primera guerra independentista de Cuba, comenzada en octubre de 1868. Martí apenas tenía 15 años y se nutrió entonces de fuertes concepciones emancipadoras, que pudo volcar luego en algunos poemas, como “Abdala” o “Diez de octubre”.



Un año más tarde, un batallón de voluntarios lo detuvo y acusó de escribir una carta dirigida a un conocido, quien se había alistado en el ejército realista, a quien Martí le dedicaba duras palabras. Esto le valió la detención, primera condena a seis años, y posterior perdón de la pena a cambio de la deportación a España.

Llegado a Madrid a comienzos de 1871, Martí se conectó con los ambientes republicanos de España, que pronto iniciarían decisivas luchas para instaurar la Primera República Española. En aquellos años, Martí se licenció en Derecho y Filosofía, antes de regresar a América. México, Estados Unidos y Guatemala fueron algunos de sus próximos destinos. Comenzó a trabajar como periodista y profesor universitario, en tanto conoció a Carmen Zayas Bazán, con quien se casó en 1877. Pronto nacería su hijo Ismaelillo. 

De regreso a Cuba, comenzó a conspirar para lograr la independencia de la isla, previo al inicio de una segunda revuelta anticolonial. Por entonces, mientras trabajaba como pasante de un abogado, Martí asistía a mitines secretos, pronunciaba discursos encendidos y presidía círculos revolucionarios. La “Guerra chiquita”, como se le llamó al segundo importante intento independentista cubano, fracasó rápidamente y José Martí fue nuevamente deportado a España. Pero lograría escapar y pronto llegaría a Estados Unidos, país en que residiría, salvo una estadía de algunos meses en Venezuela, por cinco largos años.


En los años previos al inicio de la tercera y decisiva guerra por la independencia de Cuba, de 1895, Martí escribió numerosos artículos y poemas, muchos de los cuales fueron publicados en periódicos de distintos países americanos, entre ellos, el diario argentino La Nación. En tanto, reinició los preparativos revolucionarios, a sabiendas de que luchaba no sólo por Cuba, sino por una “ancha patria continental”, a la cual acechaba el expansionismo norteamericano. Martí sabía que, mientras Cuba se acercaba a su primera independencia, los países hermanos debían luchar por la segunda.

Martí fue fundador en 1892 del Partido Revolucionario Cubano, que no era precisamente un partido electoral, y de su órgano de difusión Patria y, en contacto con muchos luchadores de las guerras anteriores -como el militar Máximo Gómez-, sentó las bases del nuevo alzamiento popular. El Plan de la Fernandina preparado y financiado por el PRC fracasó al enterarse las autoridades estadounidenses del mismo y prohibir la partida de la flotilla revolucionaria. Pero el proyecto siguió adelante. El ejército mambí, repleto de campesinos macheteros, comenzó finalmente la guerra el 24 de febrero de 1895.
Martí y 400 expedicionarios más llegaron a la isla el 11 de abril, desembarcando en Playita de Cajobabo, al sudeste de Cuba. Designado Mayor General del Ejército Libertador, en sintonía con los otros generales, Gómez y Antonio Maceo, Martí fue alcanzado por tres disparos en un inesperado encuentro con tropas realistas. No pudo presenciar el final de una guerra victoriosa, a la que sin embargo le faltaría -como creía para el resto del continente- una “segunda independencia”.


Fuente: José Martí, Nuestra América, La Habana, Editorial Trópico, 1953.
"La historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas."


¿De qué sirve el profesor?

Por Umberto Eco
¿En el alud de artículos sobre el matonismo en la escuela he leído un episodio que, dentro de la esfera de la violencia, no definiría precisamente al máximo de la impertinencia... pero que se trata, sin embargo, de una impertinencia significativa. Relataba que un estudiante, para provocar a un profesor, le había dicho: "Disculpe, pero en la época de Internet, usted, ¿para qué sirve?"
El estudiante decía una verdad a medias, que, entre otros, los mismos profesores dicen desde hace por lo menos veinte años, y es que antes la escuela debía transmitir por cierto formación pero sobre todo nociones, desde las tablas en la primaria, cuál era la capital de Madagascar en la escuela media hasta los hechos de la guerra de los treinta años en la secundaria. Con la aparición, no digo de Internet, sino de la televisión e incluso de la radio, y hasta con la del cine, gran parte de estas nociones empezaron a ser absorbidas por los niños en la esfera de la vida extraescolar.
De pequeño, mi padre no sabía que Hiroshima quedaba en Japón, que existía Guadalcanal, tenía una idea imprecisa de Dresde y sólo sabía de la India lo que había leído en Salgari. Yo, que soy de la época de la guerra, aprendí esas cosas de la radio y las noticias cotidianas, mientras que mis hijos han visto en la televisión los fiordos noruegos, el desierto de Gobi, cómo las abejas polinizan las flores, cómo era un Tyrannosaurus rex y finalmente un niño de hoy lo sabe todo sobre el ozono, sobre los koalas, sobre Irak y sobre Afganistán. Tal vez, un niño de hoy no sepa qué son exactamente las células madre, pero las ha escuchado nombrar, mientras que en mi época de eso no hablaba siquiera la profesora de ciencias naturales. Entonces, ¿de qué sirven hoy los profesores?
Caricatura:Kovensky
He dicho que el estudiante dijo una verdad a medias, porque ante todo un docente, además de informar, debe formar. Lo que hace que una clase sea una buena clase no es que se transmitan datos y datos, sino que se establezca un diálogo constante, una confrontación de opiniones, una discusión sobre lo que se aprende en la escuela y lo que viene de afuera. Es cierto que lo que ocurre en Irak lo dice la televisión, pero por qué algo ocurre siempre ahí, desde la época de la civilización mesopotámica, y no en Groenlandia, es algo que sólo lo puede decir la escuela. Y si alguien objetase que a veces también hay personas autorizadas en Porta a Porta (programa televisivo italiano de análisis de temas de actualidad), es la escuela quien debe discutir Porta a Porta. Los medios de difusión masivos informan sobre muchas cosas y también transmiten valores, pero la escuela debe saber discutir la manera en la que los transmiten, y evaluar el tono y la fuerza de argumentación de lo que aparecen en diarios, revistas y televisión. Y además, hace falta verificar la información que transmiten los medios: por ejemplo, ¿quién sino un docente puede corregir la pronunciación errónea del inglés que cada uno cree haber aprendido de la televisión?
Pero el estudiante no le estaba diciendo al profesor que ya no lo necesitaba porque ahora existían la radio y la televisión para decirle dónde está Tombuctú o lo que se discute sobre la fusión fría, es decir, no le estaba diciendo que su rol era cuestionado por discursos aislados, que circulan de manera casual y desordenado cada día en diversos medios -que sepamos mucho sobre Irak y poco sobre Siria depende de la buena o mala voluntad de Bush. El estudiante estaba diciéndole que hoy existe Internet, la Gran Madre de todas las enciclopedias, donde se puede encontrar Siria, la fusión fría, la guerra de los treinta años y la discusión infinita sobre el más alto de los números impares. Le estaba diciendo que la información que Internet pone a su disposición es inmensamente más amplia e incluso más profunda que aquella de la que dispone el profesor. Y omitía un punto importante: que Internet le dice "casi todo", salvo cómo buscar, filtrar, seleccionar, aceptar o rechazar toda esa información.
Almacenar nueva información, cuando se tiene buena memoria, es algo de lo que todo el mundo es capaz. Pero decidir qué es lo que vale la pena recordar y qué no es un arte sutil. Esa es la diferencia entre los que han cursado estudios regularmente (aunque sea mal) y los autodidactas (aunque sean geniales).
El problema dramático es que por cierto a veces ni siquiera el profesor sabe enseñar el arte de la selección, al menos no en cada capítulo del saber. Pero por lo menos sabe que debería saberlo, y si no sabe dar instrucciones precisas sobre cómo seleccionar, por lo menos puede ofrecerse como ejemplo, mostrando a alguien que se esfuerza por comparar y juzgar cada vez todo aquello que Internet pone a su disposición. Y también puede poner cotidianamente en escena el intento de reorganizar sistemáticamente lo que Internet le transmite en orden alfabético, diciendo que existen Tamerlán y monocotiledóneas pero no la relación sistemática entre estas dos nociones.
El sentido de esa relación sólo puede ofrecerlo la escuela, y si no sabe cómo tendrá que equiparse para hacerlo. Si no es así, las tres I de Internet, Inglés e Instrucción seguirán siendo solamente la primera parte de un rebuzno de asno que no asciende al cielo.
(Traducción: Mirta Rosenberg)
La Nacion/L'Espresso (Distributed by The New York Times Syndicate)

Pedagogía de la ternura, la que enseña a los niños a confiar en sí mismos

Por Marcela Isaías 

La educadora cubana Lidia Turner Martí opina que es un momento ideal para el movimiento pedagógico latinoamericano

Lidia Turner Martí sostiene que hay que rescatar los pensamientos de Simón Rodríguez y el “Maestro Iglesias”. (Foto: H. Rio)
Lidia Turner Martí es una pedagoga cubana con tantos títulos y trayectoria académica en su haber que demandaría varias líneas presentarla. Sin embargo, tiene una habilidad que la diferencia de inmediato de otros pensadores de la educación: logra decir de la manera más simple y emotiva las reflexiones más profundas. Habla así de escuchar a los niños y jóvenes, de dar lugar a la creatividad en las aulas y de algo más hermoso todavía: de la pedagogía de la ternura.
Doctora en ciencias pedagógicas, profesora de la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona (Cuba) y autora de numerosos libros y publicaciones, Lidia Turner Martí pasó por Rosario en la semana en que la ciudad le rindió un homenaje al Che en el 85º aniversario de su nacimiento, con una serie de actividades organizadas por el Centro de Estudios Latinoamericanos Ernesto Che Guevara (Celche).
La entrevista se da luego de una larga jornada para esta educadora —que pisa los 80— de encuentros, presentaciones de libros y charlas con jóvenes y maestros. Nada le impide ser generosa con el tiempo y hablar de qué se trata eso de unir educación y ternura en un libro, del momento fantástico que vive Latinoamérica para que los educadores se encuentren en un gran movimiento, y de paso de compartir alguna anécdota de su oficio docente.
—Además de un libro de su autoría, ¿a qué más llama "pedagogía de la ternura"?
—Hemos llamado así a la base de la pedagogía martiana. Es decir, desde hace años estamos investigando, analizando, todas las obras de José Martí (escritor y patriota cubano) para extraer de ahí su teoría. El escribió pero no publicó un libro sobre teoría pedagógica. Las ideas fundamentales de su pensamiento están en cómo trabajar con un ser humano al que estamos educando, para que pueda sacar lo mejor de sí en su proceso de formación. Esa es la síntesis. Estamos probando su obra en la práctica, con niños, en las clases, con maestros o en actividades entre escolares de América latina. La respuesta es la que nos dice si es correcta, si realmente es la que nos da su fruto.
—¿Qué encontraron en común esas pruebas y ensayos sobre la pedagogía de la ternura?
—Lo común es que los niños, los adolescentes y jóvenes tienen tantas potencialidades que pueden desarrollar y que muchas veces pasan por la escuela y no las desarrollan. En este último libro que estamos editando sobre "Educación y ternura", destinado a los docentes y padres, decimos que hay una obra importante que hacer y es la de trabajar bien con los niños todas sus posibilidades. Otra cosa que es común aquí es que los dejemos hacer. Es decir, que si piensan algo, que lo escriban; si quieren decir algo, que lo digan. Es la única manera de ayudar a su desarrollo pleno. Y algo muy importante que es acostumbrar a los niños a que confíen en sus posibilidades. Pensemos en esta clasificación, que a veces hacemos, de aventajados o no aventajados, del que sabe o no sabe. Por el contrario, esta pedagogía va dirigida a la confianza del ser humano en sí mismo, desde las primeras edades; eso le da una gran fortaleza para avanzar en la vida. Hemos tomado también el pensamiento de avanzada de Latinoamérica, donde tenemos tantos grandes pedagogos.
—¿De alguna manera propone recuperar el pensamiento latinoamericano en materia de pedagogía?
—Claro, en una charla reciente mencioné a uno muy importante: Simón Rodríguez. Hay que conocerlo, pero también tenemos que unirles otros tantos como Gabriela Mistral o el mismo Maestro Iglesias. En Cuba, estamos investigando y analizando sus aportes a la educación, porque es con ellos con quienes se enriquece. Y ese es el movimiento que debemos desarrollar: tomar nuestra visión pedagógica progresista y enriquecerla con la actual.
—Y de los maestros actuales, ¿qué rescata?
—El espíritu de innovación. Martí decía que en los maestros "crear" era la palabra de los jóvenes, igual que buscar cosas nuevas, nuevas formas y siempre innovar. Pero también eso lo dijo Simón Rodríguez con su "inventamos o erramos". Es decir, esa idea debe darse con la creatividad, el niño y el maestro. Simón Rodríguez afirmaba que hay que enseñar a los niños a ser preguntones porque si no lo son se pueden convertir en estúpidos, en charlatanes que repiten lo que les dicen. Eso hoy tiene una vigencia tremenda. Creo que la pedagogía actual está en tomar al niño, al adolescente no como objeto, sino como un sujeto que actúa, que aprende y al que hay que escuchar. La demanda de la educación actual pasa porque aprendan por sí mismos, que no aprendan sólo porque les enseñan sino que puedan apropiarse de formas para aprender.
—Latinoamérica está viviendo un momento muy interesante de cambios políticos, con Venezuela, Ecuador, Bolivia, Brasil, Uruguay y la Argentina, entre otros países. ¿Cómo formar un movimiento pedagógico que los aproveche?
—Este momento es muy importante para la unidad de los educadores. Existe una organización que se creó en "Pedagogía 90" (congreso internacional) a solicitud de varios países y que es la Asociación de Educadores de Latinoamérica y el Caribe (Aelac), que ahora debe cobrar mucha más vida porque tenemos las condiciones para eso. Hay que dialogar, discutir, pasarnos experiencias de un país a otro. Esas son las primeras cosas que nos debemos los educadores. Es un momento ideal para ganar en intercambio.
—¿Qué la unió a la educación?
—Cuando estudiaba yo no pensaba en ser maestra. Llegué a dar clases por una necesidad. En esa época si no trabajaba no podía estudiar (antes de la Revolución). Por ahí llegué a la docencia, trabajando en una escuela con niños de primero y segundo grados. Pero después que se ha trabajado con niños ya no los puedes dejar. Soy de las que piensa que la vocación no nace con la gente, sino que se hace con la práctica. Ya hace 40 años que enseño en la Universidad de Ciencias Pedagógicas de La Habana y no lo dejaría por nada. Uno siente el gusto de compartir, de influir sobre todo en los jóvenes.
—Si tuviera que elegir una anécdota que la haya unido a la educación, ¿con cuál se quedaría?
—Tengo un montón. Pero si tuviera que elegir, diría que una de las grandes emociones de mi vida fue y es que cada vez que estoy en lugares diferentes, en la propia Cuba o en el extranjero, y que puedo tener alguna dificultad o problema que resolver, el que me ha salvado en ese momento es un antiguo alumno. Es verdad que llevo como 60 años dando clases, pero hay momentos que estoy en un lugar, que no sé que hacer y es ahí cuando alguien me dice: "Profesora, ¿le pasa algo?" o surge esa pregunta: "Profesora, ¿usted se acuerda de mí?". También me ha ocurrido estar en un aeropuerto y que alguien se me acerque y me diga: "Yo fui su alumno". Cuando eso ocurre, a un maestro le reafirma lo grande que es su labor. Volvería a ser docente, maestra si tuviera que escogerlo. Porque es con el vínculo con el ser humano y con la comunicación con lo que uno puede ayudar. Me parece que esa es la alegría que sienten los educadores.

COMBATE DE SAN LORENZO

El Combate de San Lorenzo ocurrió el 3 de febrero de 1813, junto al Convento de San Carlos Borromeo, entre las fuerzas independentistas rioplatenses (argentinas) —quienes resultaron triunfadoras— y las colonialistas españolas (realistas). Fue la única batalla en territorio argentino que libró el General José de San Martín, quien tuvo bajo sus órdenes el Regimiento de Granaderos a Caballo.

La ciudad de Montevideo — declarada por España como capital provisional del Virreinato del Río de la Plata — era la principal base naval española en el océano Atlántico Sur; por tierra estaba sitiada por el ejército de José Rondeau, al que luego se sumaría José Gervasio Artigas. De modo que los españoles tenían que hacer uso del mar y del Río de la Plata para abastecerse. Frecuentemente, una escuadrilla realista salía de Montevideo en dirección al Paraná, y sus hombres merodeaban las costas robando los ganados.
Una expedición compuesta por once embarcaciones, que había salido de Montevideo con el propósito indicado, fue seguida paralelamente por tierra por el coronel de caballería José de San Martín al frente de 125 hombres del Regimiento de Granaderos a Caballo recientemente creado por él. La marcha militar del Libertador y sus hombres fue agotadora ya que se inició apenas cinco días antes del enfrentamiento, la tarde del día 28 en Retiro, Buenos Aires.
Las fuerzas de San Martín se adelantaron, deteniéndose el 2 de febrero cerca de la posta del Espinillo, situada a 10 km al norte del Rosario, donde hoy se ubica la ciudad de Capitán Bermúdez. Tras cambiar los caballos, continuaron al día siguiente su recorrido hasta el Convento San Carlos, ingresando por el lado oeste del monasterio.  Tras negociar la situación con el superior de los frailes franciscanos del convento, fray Pedro García, San Martín ocultó a sus granaderos, de modo que la escuadrilla realista no pudo observarlos.



Los realistas desembarcaron y avanzaron hacia el convento, suponiendo que allí estaban depositados los principales bienes de la zona. Para su sorpresa, fueron atacados por los granaderos a caballo sable en mano. El ataque de las tropas argentinas se realizó con un movimiento de pinzas saliendo de la parte trasera del convento. Una de ellas —la de la izquierda y la primera en moverse— estaba encabezada por José de San Martín y la otra  por el capitán oriental Justo Germán Bermúdez, quien estaba secundado por el joven teniente porteño Manuel Díaz Vélez. Bermúdez ejecutó un rodeo muy grande, forzando la escapatoria de los españoles hacia sus buques. La táctica militar empleada por el General San Martín consistió en una maniobra envolvente, tomada de Napoleón.
La columna del coronel llegó antes de que la de Bermúdez completara el movimiento. Por un momento, los españoles lograron defenderse. Una bala hirió al caballo de San Martín, que rodó y apretó una de sus piernas, inmovilizándolo. Un enemigo iba a clavarle la bayoneta, cuando apareció el soldado puntano Juan Bautista Baigorria quien en ese preciso instante se interpuso, mató al soldado realista y comenzó una defensa heroica de San Martín. Mientras, el soldado correntino Juan Bautista Cabral ayudó a San Martín a liberarse de la opresión del lomo del caballo sobre su pierna salvándole la vida.

Tanto el capitán Justo Bermúdez como el teniente Manuel Díaz Vélez y el soldado Juan Cabral morirían en esa heroica acción, por eso son conmemorados en la Historia Argentina. Existe la creencia de que Baigorria murió en el combate de San Lorenzo, pero los registros muestran que sirvió en el ejército de los Andes hasta aproximadamente el año 1818.

La llegada del grupo de Bermúdez, impidiendo que los realistas se reorganizaran en cuadro, completó la victoria de San Martín, obligando a los realistas a huir apresuradamente. Algunos realistas se arrojaron al río desde la barranca y perecieron ahogados. El combate duró, en total, alrededor de 45 minutos.
Pese a lo escaso de las tropas comprometidas y a la corta duración del enfrentamiento, éste tuvo importantes implicancias históricas y estratégicas: San Lorenzo constituyó el bautismo de fuego de los Granaderos a Caballo, marcó el inicio de la gesta sanmartiniana en Latinoamérica y desalentó posteriores excursiones de los realistas de Montevideo hacia el río Paraná. Por ello la ciudad comenzó a tener problemas de abastecimiento que provocarían, mucho más tarde, su caída en manos de las tropas de Buenos Aires.



Carnaval, entre la condena y la reinvención

SIN TIEMPO. Diversas miradas para abordar un festejo enigmático, que persiste en la práctica contemporánea




"Con el carnaval me ocurre como a Borges con el infierno, cuando dijo que, al revés de los católicos, le interesaba pero no creía -dice Alejandro García Schnetzer, novelista argentino radicado en España desde 2001 y autor de tres novelas publicadas por Entropía-. Más que la fiesta y su exaltación, me atraen sus símbolos y convenciones: la máscara, la noche, la inconsciencia, la fuga de la razón y del tiempo. Su melancolía. Viví eso de chico en Brasil, en los carnavales de rúa de Paraty y de Ilha Grande; pero lo entendí recién con Bioy y cierta música que evoca al carnaval sin celebrarlo. Me sorprende su impronta en los viejos, que suelen referirlo con nostalgia casi unánime, y me extraña igualmente la contracara de la fiesta, sus fisuras de tristeza y realidad." Los carnavales figuran en Requena y en Andrade, y de nuevo en Quiroga, de 2015, transfigurados por un remoto antecedente dionisíaco. Schnetzer formula una genealogía literaria del carnaval porteño: "El de tiempos fundacionales, que describe José Wilde en sus Memorias; el de los umbrales del siglo XX, visto por Rubén Darío; y el de los clubes de barrio, que según el dictamen de los abuelos no tuvo igual y agotó sus posibilidades".

¿Transgresión limitada?

Desde hace unos años, la mirada social sobre el festejo del carnaval se halla en una situación "preartliana". En una de sus célebres aguafuertes para el diario El Mundo, Roberto Arlt reaccionaba frente a las críticas de la crónica costumbrista sobre ese festejo. Al parecer, según aquellos cronistas, la cultura local había barbarizado el carnaval. Mientras denostaban a la mersa bulliciosa, soñaban con bailes de máscaras y corsos venecianos, como si las calles de Boedo se hubieran podido transformar mágicamente en canales y las viviendas populares en palacios. "Voy a escribir para alacranear perfectamente, para sacarme la bilis que me baila en el hígado y en el píloro", advertía en las primeras líneas de "Fiestas de Carnaval".

¿Por qué la fuerza transgresora de un festejo popular que, por pocos días, ponía el mundo cabeza abajo y suspendía las jerarquías sociales perdió vigor? Las jerarquías prevalecen; sin embargo, el carnaval sólo perdura en consignas cómicas, murgas o shows a los que se puede asistir con ticket en mano. "El carnaval sólo puede existir como una transgresión autorizada", escribía en 1999 Umberto Eco para mitigar las consignas de Mijail Bajtin, cuya obra sobre François Rabelais y la cultura popular medieval fue clave para una nueva mirada sobre un viejo ritual. "Si bien el carnaval antiguo religioso estaba limitado en el tiempo, el carnaval moderno multitudinario está limitado en el espacio: está reservado a ciertos lugares, ciertas calles, o enmarcado en la pantalla de televisión", señala Eco con ironía.
"Desde mediados de los años 60, la literatura y el arte latinoamericanos empezaron a ser interpretados, a partir de la lectura que hizo Julia Kristeva de Bajtin, con las lentes de la carnavalización literaria -dice Mario Castells, autor de la novela corta El mosto y la queresa y del libro de crónicas Trópico de Villa Diego (EMR)?. Con Gilda de Mello e Souza y su lectura de Macunaíma, el concepto se convirtió en un recurso que la crítica no ha parado de usar, y eso de que lo carnavalesco se aparta de la tradición y el desarrollo cultural dominante en una sociedad, para burlarse de las instituciones y estructuras que esta cultura propone, ha sido uno de los conjuros que han hallado esos sectores de la intelligentsia para aplacar otras lecturas políticas de la novela y pasivizar lo revulsivo del humor popular." De esas lecturas aplacadas, Castells rescata la cultura africana en América. "La referencia al negro estalla en el inconsciente colectivo en momentos de festividad y teatralidad burlesca. Los kambaraangáes, disfrazados de negros, con trapos y ropas viejas, a veces con vestidos femeninos y el rostro cubierto con una máscara, en la representación de una especie teatral semejante a los autos sacramentales del Medioevo, son esos agentes del pueblo que tienen vía libre para acometer contra el statu quo, el comisario, la catequista, el intendente y las autoridades con la invectiva que les otorga el humor."


En 2011, la antropóloga Alicia Martín, docente e investigadora de la UBA, publicó Fiesta en la calle. Carnaval, murgas e identidad en Buenos Aires (Colihue)Allí estudia el lazo entre el retorno de la democracia en los años 80 y la organización de los vecinos en murgas. Ella acerca otra posición sobre el carnaval: "Detrás de eso se movían valores y estructuras organizativas informales muy interesantes y poderosas, grupos autogestivos que se asentaban en redes barriales territoriales y familiares". Martín considera que el carnaval porteño y la murga son espacios de resistencia.
Ricardo Talento dirige el Circuito Cultural Barracas y es uno de los fundadores del Grupo Catalinas Sur, que impulsó el desarrollo del teatro comunitario en la Argentina. "El carnaval es parte de la teatralidad humana. El teatro comunitario recupera su esencia, sus lenguajes, y esa vocación de encuentro, comunicación y transgresión." Las temáticas surgen de la territorialidad y se construyen con el aporte de los integrantes. "Además de crear una profunda empatía con el espectador, legitima lo abordado, ya que es parte de la voz del barrio. En la obra Barracas al fondo se habla con ironía de la exclusión y la xenofobia de los sectores medios hacia las nuevas inmigraciones; eso adquiere legitimidad porque es el mismo barrio que vive el tema el que le da valor poético y lo transmite."
"Siempre intuí que la función del carnaval, más bien festiva, no era sólo la de ser una zona indefinida entre los arcanos rituales y la razón. Su fuerza está en ser una zona donde el hombre es, nada más", comenta Nicolás Correa, investigador y autor de ÍncuboSúcubo, novelas de terror ambientadas en el conurbano bonaerense. En sus ficciones el carnaval aparece como una fuerza ambigua. "El carnaval le da a la escritura la posibilidad de fugarse de sí y, a la vez, de ser pura potencia poética. En mi caso, los carnavales son amargos, más parecidos a procesiones trágicas donde exponer, como en la Pasión, el drama personal o el colectivo, el cielo propio al alcance de la mano, hecho de carne y barro." La narradora Liliana Bodoc, autora de la novela Presagio de carnaval, dice: "El carnaval es una interrupción del orden establecido, un espacio-tiempo liberado que nos permite desordenar los paradigmas. Disputado por la tradición católica y la pagana, tironeado desde su etimología, el carnaval no tiene dueños. Y si acaso lo tuviera, serían los demonios". Para Bodoc, el carnaval desata una fiebre de control: "Pero por mucho que nos esforcemos en ponerle riendas, el carnaval es una fiesta desmadrada, caliente, habitada por seres ambiguos". Por último, quien imagina una relación vital y nómada con el carnaval como universal de la cultura es la autora deDiario de máscaras (Capital Intelectual), la escritora Luisa Valenzuela: "El carnaval es un tiempo de transformaciones y transgresiones. De tirar todo por la borda y saber que en esos días fastos podemos llegar a ser quienes siempre quisimos. ¡Carne vale! Después vendrán los cuarenta días de ayuno. Pero por ahora la cocinera será reina y el ladrón, una piadosa monjita. Al menos allí donde quienes tienen la manija (Iglesia o Gobierno) entienden que el desahogo estacional es imprescindible para mantener la armonía. Río de Janeiro, Venecia, Niza, Nueva Orleans, Oruro... Y yo ¿iré a festejar con las alegres murgas en los barrios? ¿O vuelo a Tartagal y encaro la canícula junto a los chané que celebrarán su pin-pin o areté guazú mientras dure al chicha? Los chané saben que las máscaras bailadas absorben el mal, por eso después las queman. El fuego purificador forma parte del carnaval. Es decir, de la vida".

José Martí y su correspondencia epistolar: odas a la amistad, al periodismo y a la independencia de América Latina




Introducción

La correspondencia epistolar representa una parte sustancial de la inmensa obra de José Martí, que a menudo privilegió este tipo de comunicación característico de su época. El Apóstol cubano intercambió así, a lo largo de su vida, centenas de cartas y esta abundante correspondencia se explica, entre otros, por el hecho de que pasó una gran parte de su vida en el exilio, lejos de los suyos y de sus seres queridos. La mayor parte del contenido epistolar es de orden político, pero también hay correos más personales, más íntimos, en los cuales expresa sus sentimientos amistosos.

La amistad es importante para José Martí. En una entrevista con un periodista estadounidense confiaba lo siguiente: “Si me preguntan cuál es la palabra más bella, diré que es patria; y si me preguntan por otra, casi tan bella como patria, diré amistad”.[1] Pues “para todas las penas, la amistad es remedio seguro”.[2] El patriota cubano intercambiaría así una sólida correspondencia con el mexicano Manuel Mercado, su confidente y mejor amigo, su apoyo moral en los momentos difíciles, con el cual mantendría un fuerte lazo fraternal y a quien dedicaría versos poéticos.[3]

 Así, dos cartas dirigidas a Mercado en 1884 y 1889 son reveladoras del estado de ánimo de José Martí, de sus momentos de debilidad y de sus vicisitudes cotidianas. Del mismo modo otras cuatro cartas enviadas respectivamente a Valero Pujol, director del periódico El Progreso de Guatemala, Fausto Teodoro de Aldrey, director del periódico La Opinión Nacional de Caracas, Bartolomé Mitre y Vedia, director del periódico La Nación de Buenos Aires, al director del diario La República de Honduras, ilustran la rica y abundante colaboración periodística del Apóstol. Por fin, los correos a Roque Sáenz Peña, representante de Argentina en la Conferencia de Washington, Pío Víquez, director del periódico El Heraldo de Costa Rica, y Federico Henríquez y Carvajal, ardiente defensor de la emancipación de Cuba, arrojan una luz sobre la dedicación constante del cubano a la libertad de América Latina.



 Manuel Mercado

 Una amistad de más de veinte años unió a Manuel Mercado, abogado mexicano, a José Martí. Manuel Mercado conoció al patriota cubano el 10 de febrero de 1875 cuando ése llegó a México. Ambos intercambiaron una correspondencia variada de más de 140 cartas entre 1875 y 1895. Martí abordó tanto los problemas políticos del continente como temas más personales. Prueba de esta indefectible amistad, la última carta que redactaría Martí en vísperas de su muerte el 18 de mayo de 1895, la dirigiría a su “hermano muy querido, el más querido”.[4]

 Resulta interesante analizar la carta del 13 de noviembre de 1884 que el Maestro escribió a Mercado desde Nueva York. José Martí expresa su estado de ánimo a su confidente y amigo y le hace partícipe a la vez de sus proyectos y de sus dificultades económicas. La misión de su vida sigue siendo la independencia de Cuba, sobre todo tras el fracaso de la primera guerra de liberación entre 1868 y 1878, por la cual se entrega cuerpo y alma en detrimento de su existencia personal. Martí evoca los límites financieros a los cuales se enfrenta en su búsqueda de los recursos necesarios para la consolidación del proyecto patriótico. Sabe que la lucha será “desesperada y larga”. La causa de la libertad devora sus escasos ingresos y, leal a sus principios, su conciencia lo obligó a renunciar al cargo de cónsul interino de la República Oriental de Uruguay –su “único modo de vivir”–, por la “amistad” de Montevideo “con España”, la opresora de Cuba.[5]

Relata a su “hermano” mexicano su encuentro con Máximo Gómez y Antonio Maceo, los dos principales líderes, “valientes y puros”, del movimiento independentista cubano. La reunión es tempestuosa y José Martí se opone a los dos jefes, que desean emprender la batalla por la emancipación de la isla rápidamente. El exilado cubano estima, con razón, que no están reunidas las condiciones para librarse del yugo español. Para él está fuera de cuestión emprender “una campaña incompleta y funesta si no cambia de espíritu”. Hace falta primero federar a las fuerzas patrióticas en una misma estructura para conseguir la unidad necesaria para la victoria de la causa de la libertad. Del mismo modo es imprescindible echar las bases de la futura república antes de lanzar la epopeya revolucionaria, con el fin de evitar que la independencia desemboque en una nueva autocracia.[6]

 Su opinión respecto a los dos patriotas cubanos es severa y expresa sus reservas: “¿A qué echar abajo la tiranía ajena para poner en su lugar, con todos los prestigios del triunfo, la propia?” Martí acusa a Maceo y a Gómez de querer hacer de la guerra de independencia una “empresa propia” y lamenta la “desdeñosa insolencia” de los dos veteranos respecto a él, cuando dedica todos sus esfuerzos desde hace años a la empresa revolucionaria, “al servicio de mi patria”.[7]

 En esta misiva, Martí solicita la ayuda de su amigo Mercado para que le consiga una colaboración periodística semanal en el Diario Oficial de México sobre los asuntos estadounidenses, lo que le permitiría asegurar su subsistencia y la de su familia. Su contrato con el periódico Sun, en el cual escribe en francés, no le alcanza para hacer frente a los gastos diarios. El exilado cubano propone también a Mercado lanzar una revista mensual desde Nueva York que trataría de política, economía, literatura y arte, y que se distribuiría con una decena de diarios latinoamericanos. Para ello pide una retribución mensual de 120 dólares, sin lograr ocultar su sentimiento de malestar: “¿No ve que me debe estar dando vergüenza hablarle de esto?” Para sobrevivir, Martí se ve obligado a realizar una actividad comercial que le provoca “disgusto”. Para enfatizar la urgencia de la situación, termina su carta con un implorante “ayúdeme”.[8]



 Esta carta a su amigo mexicano es doblemente interesante. Ilustra primero el profundo desacuerdo político de José Martí con Antonio Maceo y Máximo Gómez sobre la estrategia a adoptar para poner fin al colonialismo español y edificar una patria soberana. Por otra parte, este intercambio epistolar muestra la dura vida cotidiana del exilado cubano en Nueva York, confrontado a regulares vicisitudes al punto de que no logra asegurar su propia subsistencia ni la de sus seres queridos.

 Otra carta a Manuel Mercado de diciembre de 1889 muestra hasta qué punto el amigo mexicano es el verdadero confidente de Martí. “¿Por qué no he de hablarle más que de mí en mis cartas?”, pregunta el cubano. El patriota se disculpa por la escasez de los intercambios epistolares. Se dedica por completo a la defensa de sus “ideas queridas” y de sus “deberes públicos”. Sólo tiene una cosa en mente: “mi tierra y mis otras tierras americanas”. El año es importante ya que Martí participa como delegado en la Conferencia Panamericana de Washington y pronuncia su famoso discurso “Madre América”. Ya no hay tiempo para “escribir a la madre enojada, o al hermano ejemplar, o al generoso hermano literario, o a los entusiastas amigos”. Pero en cuanto coge la pluma no puede dejar de hablar de su propia persona, como si desease satisfacer esa irreprimible necesidad de confesión.[9]

 Martí informa al amigo mexicano de que dedica toda su energía y sus limitados recursos a luchar contra la “la política de intriga y división” que lleva Estados Unidos “con daño general de nuestra América”. “¡Qué esfuerzos para hacerles entender que México no es su enemigo, sino en cuanto ellos se presten a ser aliados de los enemigos de México!”, lamenta el cubano. “Quiero libre a mi tierra –y a mi América libre”.[10]

 La amistad –profunda y sincera– fue el vector de la relación entre José Martí y Manuel Mercado. El cubano encontró en el mexicano al asesor precioso, al confidente fiable y al hermano que siempre quiso tener.



 Colaboraciones periodísticas

 José Martí desarrolló a lo largo de su vida una intensa actividad periodística y colaboró en muchos diarios y revistas. Esta relación profesional también se transformó en relación amistosa con los directores de los periódicos que publicaron sus trabajos. Las cartas intercambiadas con ellos tienen a la vez un contenido profesional y, a veces, un lado más íntimo.

 En una carta a Valero Pujol, director del periódico El Progreso de Guatemala, del 27 de noviembre de 1877, Martí expresa su agradecimiento por la publicación de un artículo elogioso sobre el discurso que pronunció el 15 de septiembre de 1877 por la conmemoración de la independencia de Guatemala. En efecto, Martí había rendido homenaje a la nación centroamericana que ofrecía al exilado perseguido una generosa hospitalidad: “Canté a la Guatemala laboriosa […].Canté una estrofa del canto americano”.[11]

 No obstante Martí rechaza la crítica que aparece al final del artículo y recuerda algunos hechos. En su discurso vibrante pero sin concesiones, el Maestro defendió la causa indígena, recordando que los pueblos precolombinos constituían el alma de la patria guatemalteca: “Volví los ojos hacia los pobres indios, tan aptos para todo y tan destituidos de todo, herederos de artistas y maestros, de los trabajadores de estatuas, de los creadores de tablas astronómicas, de la gran Xelahú, de la valerosa Utatlán”.[12]

El cubano defendió esta “América fabulosa”, denunciando las “rencillas personales, fronteras imposibles, mezquinas divisiones”, que constituyen obstáculos al progreso humano y a la unión continental. “Ensalzando a la trabajadora Guatemala, y excitándola a su auge y poderío, ¿habré obrado contra ella? Rogando a una hermana que sea próspera ¿habré obrado en mal de la familia?”. He aquí las respuestas interrogativas de Martí a sus detractores. No vive para brindar alabanzas halagüeñas, sino para decir la verdad: “Un hombre nace para vencer, no para halagar”. La pasión explica su vehemencia y sólo lo mueve el amor que siente por Guatemala.[13]

El orador concluye su carta con ardor:

Estoy orgulloso, ciertamente, de mi amor a los hombres, de mi apasionado afecto a todas estas tierras, preparadas a común destino por iguales y cruentos dolores. Para ellas trabajo, y les hablaré siempre con el entusiasmo y la rudeza […] de un hijo amantísimo, que no quiere que sus amigos llamen a la energía necesaria, inoportunidad; a las resistencias sordas, circunstancias.

Vivir humilde, trabajar mucho, engrandecer a América, estudiar sus fuerzas y revelárselas, pagar a los pueblos el bien que me hacen: éste es mi oficio. Nada me abatirá; nadie me lo impedirá. Si tengo sangre ardiente, no me lo reproche U., que tiene sangre aragonesa.

Ud. me ha hecho mucho bien: –hágame aún más. No diga U. de mí, –que eso vale poco: “Escribió bien”, “habló bien”. –Diga U., en vez de esto: “Es un corazón sincero, es un hombre ardiente, es un hombre honrado”.[14]

 Decir la verdad, sin hipocresía, a los seres estimados y para quienes uno desea lo mejor. Tal es la concepción de la amistad de José Martí.

 En una carta de despedida a su amigo Fausto Teodoro de Aldrey, director del diario La Opinión Nacionalde Caracas, del 27 de julio de 1881, José Martí le anuncia la inminencia de su salida de Venezuela para Nueva York y le expresa en términos cálidos su amistad y gratitud. Su apego a la tierra de Bolívar donde vivió varios meses es sincero. Se lleva las “tiernas muestras de afecto” que recibió, los “hidalgos corazones” y “los ideales enérgicos”. Martí se reivindica hijo de Venezuela e hijo de América, dispuesto a servir la causa de la emancipación. Informa también a Aldrey de que deja de aparecer su Revista Venezolana y se despide con hermoso homenaje: “A este noble país, urna de glorias; a sus hijos, que me han agasajado como a hermano; a Ud., lujoso de bondades para conmigo, envía, con agradecimiento y con tristeza, su humilde adiós José Martí”.[15]

 En otra misiva a Bartolomé Mitre y Vedia, director del periódico La Nación de Buenos Aires, del 19 de diciembre de 1882, Martí expresa su alegría al recibir la correspondencia de sus amigos, sobre todo cuando una comunidad de ideales y pensamientos une a las personas.[16]

 El cubano responde positivamente a una propuesta de colaboración mensual en el diario argentino. A partir de enero de 1883 mandará sus crónicas sobre Estados Unidos desde Nueva York, pero usará su pluma para emitir críticas constructivas: “Suelo ser caluroso en la alabanza […]. Cuando haya cosas censurables, ellas se censurarán por sí mismas”. Lamenta por ejemplo “este amor exclusivo, vehemente y desasosegado de la fortuna material”, que corrompe las sociedades de América.[17]

 Martí aprovecha la carta para revelar detalles más íntimos. Así, confiesa que no ha visto a su mujer y a su hijo desde hace “dos años” hasta su visita de diciembre de 1882. Martí resulta perturbado por esa ausencia familiar y afectiva, así como por su aclimatación difícil a la ciudad de Nueva York que le han quitado “el sosiego de espíritu y claridad de mente necesarios para escribir con honradez y serenidad cosas que han de leer gentes sensatas”. También le hace partícipe de sus aprietos económicos ya que apenas dispone del “papel” necesario para redactar la carta.[18]

 Por otra parte, en una carta del 8 de julio de 1886 al director de La República de Honduras, José Martí lo informa de que redactará “periódicamente” para el diario una revista sobre la vida en Estados Unidos que sería de interés para la nación centroamericana. “La cultura no ha tenido todavía tiempo de distribuirse en la masa con la abundancia necesaria”, apunta el cubano. Es necesario brindarla a “nuestros pobres pueblos nuevos, bautizados en la ignorancia y en el odio”.[19]

 José Martí denuncia también las “resistencias de los privilegios”, las “acumulaciones de poder en los caudillos populares”, el “desdichado servimiento de los hombres cultos”, las “mismas guerras frecuentes” que llevan a América Latina a la ruina y al deshonor. Al contrario es preciso sustituir ello por “la fe en nuestras fuerzas propias, el conocimiento de nuestras necesidades verdaderas, el desdén de los combates inútiles, y las virtudes de los trabajadores”.[20]

 Martí, respetando las conveniencias, alaba el camino escogido por Honduras aunque peque de exageración: “Acá en Nueva York, por ejemplo, apenas hay país hispanoamericano que esté ante el público con más gallardía que Honduras”. Apunta con placer evidente que ese país, cuyos intereses se representan en “uno de los más bellos edificios de Nueva York”, suscita la apetencia de los hombres de negocios por sus riquezas naturales. El cubano concluye su misiva informando al director de que transmitirá todas las noticias de interés sobre todos los aspectos de la sociedad estadounidense.[21]

 Las colaboraciones periodísticas de José Martí dan una idea de su impresionante actividad intelectual y de su prestigio por todo el continente. Los diarios latinoamericanos más importantes solicitaron regularmente los análisis del patriota cubano.



La independencia de América Latina

 La independencia de América Latina fue la obra de toda la vida de José Martí. La corta misiva del 10 de abril de 1890 a Roque Sáenz Peña, representante de Argentina en la Conferencia de Washington y futuro presidente de Argentina (1910-1914), ilustra la dedicación constante de Martí a la libertad del continente. Es sólo un ejemplo entre muchos.[22]

 En una carta del 8 de julio de 1893 a Pío Víquez, fundador del diario El Heraldo de Costa Rica, amigo íntimo que le tendió una mano fraterna en momentos difíciles, el Maestro llama a “mantener a esta América nuestra”. Aprovecha la ocasión para rendir tributo a Costa Rica que le abrió brazos acogedores: “Yo llegué ayer, insignificante e ignorado, a esta tierra que siempre defendí y amé, por culta y viril, por hospitalaria y trabajadora, por sagaz y por nueva”.[23]

 José Martí también tuvo un intercambio epistolar con el dominicano Federico Henríquez y Carvajal, gran partidario de la independencia de Cuba. Su carta más célebre sigue siendo la enviada el 25 de marzo de 1895, el mismo día que redactó el Manifiesto de Montecristi con Máximo Gómez, que echa las bases de la Segunda Guerra de Independencia. En esta carta de despedida, Martí expresa su sentimiento. En vísperas de su salida para Cuba (el 11 de abril), se muestra lúcido en cuanto a los peligros: es tiempo de “encarar la muerte” para salvar a “la patria cuajada de enemigos”. Era inconcebible para el patriota cubano no participar en “la guerra necesaria” pues no se puede “predic[ar] la necesidad de morir y no empez[ar] por poner en riesgo su vida”. Martí es consciente de lo que le reserva el porvenir y no aspira a nada más que realizar su sueño de libertad: “Para mí la patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber […].Quien piensa en sí, no ama a la patria […]. Mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mí, ya es hora”. Visionario, Martí sabe que el futuro de América Latina, amenazada por un poderoso vecino, depende de la libertad de Cuba: “Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa […]. Si caigo, será también por la independencia de su patria”.[24]

 El Apóstol cubano dedicó así todas sus fuerzas a dos grandes misiones durante su existencia: la libertad de América latina y la realización del proyecto bolivariano de una unidad continental.

Conclusión

 En estos intercambios epistolares a la vez políticos, profesionales y amistosos, se ve el lado humano y frágil del exilado cubano, atormentado por las dudas y las dificultades financieras, lejos de sus seres queridos, que solicita la ayuda material y sobre todo moral de Manuel Mercado, el amigo íntimo, el confidente. Cabalmente dedicado a la causa suprema de la libertad, José Martí atravesó la vida cual un sacerdocio y el sufrimiento y la soledad marcaron el camino tortuoso de su existencia.

 Se descubre también al periodista perspicaz, prolijo e informado, sutil observador de la sociedad estadounidense y de las sociedades latinoamericanas, que multiplica las colaboraciones en el continente, y cuyo análisis fino e implacable es apreciado por las elites intelectuales latinoamericanas.

 Se ve finalmente al José Martí patriota, plenamente dedicado a la causa de la independencia de Cuba y del continente latinoamericano. Clarividente en cuanto al peligro que representan las ambiciones expansionistas de Washington, obra para despertar las conciencias e impedir el desarrollo del tenebroso proyecto estadounidense.




Salim Lamrani es Doctor en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos de la Universidad Paris Sorbonne-Paris IV, Salim Lamrani es profesor titular de la Universidad de La Reunión y periodista, especialista de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Su último libro se titula Cuba, the Media, and the Challenge of Impartiality, New York, Monthly Review Press, 2014, con un prólogo de Eduardo Galeano.http://monthlyreview.org/books/pb4710/ Contacto: lamranisalim@yahoo.fr ; Salim.Lamrani@univ-reunion.frPágina Facebook: https://www.facebook.com/SalimLamraniOfficiel



[1] José Martí, “Dedicatoria a Lorraine S. Brunet », Obras completas, tomo 20, p. 510.

[2] José Martí, “Los lunes de La Liga”, Patria, Nueva York, 26 de marzo de 1892.

[3] José Martí, Versos sencillos (XLIV).

[4] José Martí, « Carta a Manuel Mercado », 12 de abril de 1885.

[5] José Martí, « Carta a Manuel Mercado », 13 de noviembre de 1884, in José Martí, Nuestra América, Biblioteca Ayacucho. http://www.bibliotecayacucho.gob.ve/fba/index.php?id=97&backPID=103&begin_at=16&tt_products=15 (sitio consultado el 20 de abril de 2015).

[6] Ibid.

[7] Ibid.

[8] Ibid.

[9] José Martí, « Carta a Manuel Mercado », diciembre de 1889, in José Martí, Nuestra Américaop. cit.

[10] Ibid.

[11] José Martí, « Carta a Valero Pujol », 27 de noviembre de 1877, in José Martí, Nuestra Américaop. cit.

[12] Ibid.

[13] Ibid.

[14] Ibid.

[15] José Martí, « Carta a Fausto Teodoro de Aldrey », 27 de julio de 1881, in José Martí, Nuestra América,op. cit.

[16] José Martí, « Carta a Bartolomé Mitre y Vedia »,19 de diciembre de 1882, in José Martí, Nuestra Américaop. cit.

[17] Ibid.

[18] Ibid.

[19] José Martí, « Carta al Director de La República », 8 de julio de 1886, in José Martí, Nuestra América,op. cit.

[20] Ibid.

[21] Ibid.

[22] José Martí, « Carta a Roque Sáenz Peña », 10 de abril de 1890, in José Martí, Nuestra Américaop. cit.

[23] José Martí, « Carta a Pío Víquez », 8 de julio de 1893, in José Martí, Nuestra Américaop. cit.

[24] José Martí, « Carta a Federico Enríquez y Carvajal », 25 de marzo de 1895, in José Martí, Nuestra Américaop. cit.

Centro de Estudios Martianos