Cómo repensar la ciudad

Antropología. El célebre autor de la noción de “no lugar” propone recrear lo urbano: trazar nuevas fronteras , “zurcir” lo desgarrado y fortalecer lo local.


POR MARC AUGE


El lenguaje corriente depara sorpresas. Hoy a menudo recurrimos al uso de la preposición “sin”, que indica privación. Hablamos de “sin domicilio fijo” o de los “sin papeles”. Y, como sabemos sin duda alguna que su situación es muy problemática, nos vemos indirectamente impulsados a creer, como si fuera algo evidente, que tener domicilio fijo y papeles es condición suficiente de la felicidad.
Otros ejemplos podrían convencernos fácilmente de lo contrario. Los más afortunados de este mundo acumulan domicilios. Tienen residencias secundarias en distintos continentes, yates, se alojan en hoteles de lujo del mundo entero. Tienen papeles, por supuesto, pero están tan seguros de sí y de su identidad que apenas tienen conciencia de mostrarlos si deben hacerlo. Me dirán que, justamente, acumulan ventajas: tanto domicilios fijos como pruebas de identidad o tarjetas de crédito.
Tienen razón pero me permito insistir: el cúmulo de residencias y la seguridad de los más acomodados demuestran que el ideal de la vida individual no necesariamente radica en estar aferrado a un lugar fijo, como el mejillón a su roca, ni en el hecho de poder dar a conocer la identidad cuando la piden, mostrando los documentos, sino por el contrario en la libertad efectiva de circular y permanecer relativamente anónimo.
La atracción que ejercían las ciudades en el siglo XIX en aquellos que huían del campo y que ejercen hoy las grandes ciudades del norte en los inmigrantes venidos del sur, nace de la misma representación. El carácter en gran medida ilusorio de esto es indudable pero, para quien se pregunta sobre el ideal de la vida urbana de nuestra época, es fundamental tomarlo en cuenta.
La ciudad no deja de extenderse. La mayoría de la población mundial vive en una ciudad y la tendencia es irreversible. ¿Pero de qué ciudad se trata?
He propuesto algunas nociones para describir lo que podríamos llamar urbanización del planeta, que más o menos se corresponde con lo que llamamos globalización para designar la generalización del mercado, la interdependencia económica y financiera, la extensión de las vías de tránsito y el desarrollo de los medios de comunicación electrónicos.
Desde este punto de vista, podríamos decir que el mundo es como una gran ciudad. Paul Virilio utilizó a este respecto la expresión de “metaciudad virtual”. El “mundo ciudad”, como lo llamo yo, se caracteriza por la movilidad y la uniformización.
Por otro lado, las grandes metrópolis se extienden y en ellas encontramos toda la diversidad (étnica, religiosa, social, económica), pero también todos los compartimientos del mundo. De este modo podemos oponer la “ciudad mundo” –sus divisiones, sus puntos de fijación y sus contrastes– al “mundo ciudad” que constituye su contexto global y que aplica de manera espectacular en algunos puntos fuertes del paisaje urbano su marca estética y funcional: torres, aeropuertos, centros comerciales o parques de atracciones.
Cuanto más se extiende la gran ciudad, más se “descentra”. Los “centros históricos” se convierten en museos visitados por los turistas llegados de otras partes y en sitios destacados de consumo de todo tipo. Allí los precios son altos y el centro de las ciudades cada vez más es habitado por una población acomodada, a menudo de origen extranjero. La actividad productiva se desplaza “extra muros”. Los transportes son el problema principal de la concentración urbana. Las distancias a menudo son considerables entre el lugar donde se vive y el lugar de trabajo. El tejido urbano se extiende a lo largo de las vías de tránsito, los ríos y las costas. En Europa, las “periferias” urbanas se tocan, se sueldan, se confunden, y puede surgir el sentimiento de que con la generalización de “lo urbano” estamos perdiendo la “ciudad”.


Vuelvo por un momento a la oposición que tracé hace años entre lugar y no-lugar. Ella se basa en una definición teórica; un lugar es un espacio en el cual se pueden descifrar las relaciones sociales que están inscriptas allí (por ejemplo, en ciertos pueblos tradicionales, a partir de la división en barrios, las reglas de residencia y el emplazamiento de los símbolos visibles de la historia y la cultura compartidas); un no-lugar es un espacio en el cual ese desciframiento es imposible.
Empíricamente, nunca hay lugares y no-lugares en el sentido absoluto del término, pero se puede caracterizar el mundo global actual por la multiplicación de los espacios de tránsito, consumo y comunicación, “lugares de paso” donde ese desciframiento por regla general es menos evidente, “no-lugares” en esa medida.
Ahora bien, el lugar no se opone al no-lugar como el bien al mal o el buen vivir al mal vivir. El lugar absoluto sería un espacio donde todos estarían obligados a residir en un sitio determinado en función de su edad, su sexo, su lugar en la filiación y las reglas de unión matrimonial: un espacio donde el sentido social, entendido como el conjunto de las relaciones sociales autorizadas o prescriptas, estaría en su apogeo, la soledad sería imposible y la libertad individual impensable.


El no-lugar absoluto sería un espacio sin reglas ni restricción colectiva de ningún tipo: un espacio sin alteridad, un espacio de soledad infinita. El absoluto del lugar es totalitario, el absoluto del no-lugar es la muerte. Mencionar estos dos extremos es definir al mismo tiempo la apuesta de toda política democrática: ¿cómo salvar el sentido (social) sin matar la libertad (individual) y viceversa?
En el mundo global, la respuesta se impone en términos espaciales: repensar lo local. Pese a las ilusiones que difunden las tecnologías de la comunicación, de la televisión a Internet, vivimos donde vivimos. La ubicuidad y la instantaneidad siguen siendo metáforas. Lo importante con los medios de comunicación es tomarlos como lo que son: medios susceptibles de facilitar la vida pero no de reemplazarla. Desde este punto de vista, la tarea que se debe realizar es inmensa. Consiste en evitar que la sobreabundancia de imágenes y mensajes lleve a nuevas formas de aislamiento. Para frenar esta desviación ya observable, las soluciones serán necesariamente espaciales, locales y, en suma, en el sentido amplio del término, políticas.


¿Cómo conciliar en el espacio urbano el sentido del lugar y la libertad del no-lugar? ¿Es posible repensar la ciudad en su conjunto y la vivienda en sus detalles?
Una ciudad no es un archipiélago. La ilusión creada por Le Corbusier de una vida centrada en la casa y la unidad de la habitación colectiva llevó a los conjuntos de monoblocks de nuestros suburbios, muy rápidamente abandonados por los comercios y los servicios que debían hacerlos esencialmente habitables. Allí se ha descuidado la necesidad de la relación social y el contacto con el exterior; es eso lo que expresan a su manera los “jóvenes de los suburbios” cuando, por ejemplo, en París, se desplazan regularmente desde lo más recóndito de sus ciudades hacia los barrios que son a la vez el corazón de la ciudad histórica y símbolos de la sociedad de consumo: los Campos Elíseos o el barrio de Châtelet–Les Halles.
En las ciudades reales, ¿qué es lo que evoca algo de lo que podríamos considerar como la ciudad ideal? Me vienen a la mente dos ejemplos. Sin duda, los idealizo, pero es precisamente de esto de lo que se trata en este ejercicio: identificar los rastros de lo ideal. El primer ejemplo, por lejos el más convincente, es el de las ciudades medianas del norte de Italia, como Parma y Módena. En el centro de estas ciudades, la vida es intensa, la plaza pública sigue siendo un lugar de encuentro, se circula en bicicleta, uno entra en contacto de manera natural con los lugares emblemáticos de la historia.
El visitante de paso siente que podría deslizarse en la intimidad de este mundo amable sin hacerse notar, establecer relaciones sin verse coaccionado y pasar de una ciudad a otra por el simple placer de mirar. Pero, se objetará, precisamente hay que cerrar los ojos para pasar por alto todo lo que contraría esa visión de turista miope: la pobreza, la migración, las actitudes de rechazo… Una vez más, me quedo en lo ideal, que exige una forma de miopía. Otro ejemplo: la vida de barrio en un distrito de París. Se podrían citar muchos otros ejemplos y sabemos bien que en las metrópolis más grandes del mundo (México, Chicago) hay formas de vida local que son intensamente activas. La vida de barrio es la que se puede observar en la calle, en los comercios, en los cafés… En París, ciudad en la que desde hace varios años la vida es más difícil, sólo en muy pequeña escala se puede ver cómo los lazos frágiles resisten al desencanto: las conversaciones en el mostrador del bar, las bromas que intercambia una persona mayor con la joven cajera del supermercado, las charlas en lo del almacenero tunecino: formas modestas de resistencia al aislamiento que parecerían demostrar que la exclusión, el repliegue sobre sí y el rechazo de la imaginación no son una fatalidad.


¿Pero qué conclusión práctica se puede sacar de estos signos dispersos?
Que todo programa de conjunto y todo proyecto de detalle deberían asociar varios tipos de reflexiones: una reflexión de urbanista sobre las fronteras y los equilibrios internos del cuerpo de la ciudad; una reflexión de arquitecto sobre las continuidades y las rupturas de estilo; una reflexión antropológica sobre la vivienda hoy, que debe conciliar la necesidad de aberturas múltiples hacia el exterior y la necesidad de una intimidad privada.
Un gran taller de “zurcido” (en el sentido en que antiguamente las costureras y las “remalladoras” zurcían las prendas desgarradas y las medias corridas). En la medida de lo posible haría falta volver a trazar las fronteras entre los lugares, entre lo urbano y lo rural, entre el centro y las periferias. Fronteras, es decir pasos, puertas oficiales, para hacer saltar las barreras invisibles de la exclusión implícita. Hay que devolverle la palabra al paisaje. El paisaje es la combinación del espacio y las relaciones sociales. No existe el paisaje exclusivamente natural, sin cultura. La verdadera ecología es la que invita a respetar al hombre en singular y en plural, al individuo libre y las relaciones sociales.
Uno podría encomendarse a largo plazo la tarea de remodelar un paisaje urbano moderno, en el sentido de Baudelaire, en el que los estilos y las épocas se mezclarían conscientemente, como las clases sociales: las comunas y los distritos de las ciudades en Francia tienen obligación de tener cierto porcentaje de “viviendas sociales”, pero, además de que esta obligación a menudo se elude, las más de las veces ocurre que se produce un efecto de estigmatización por el estilo y el material. Otro esfuerzo hacia el ideal… Este ideal debería encontrarse en la disposición interior de los departamentos más modestos, donde deberían combinarse en pequeña escala las tres dimensiones esenciales de la vida humana: lo privado individual, eventualmente lo público (en este caso familiar) y la relación con el exterior.
Formulado así, el ideal es utópico y evidentemente no sólo de la incumbencia del arquitecto. Pero la materia del ideal o de la utopía ya está allí. Para concluir, vuelvo a la imagen de la costurera y la remalladora. Ella no es exclusiva de los grandes proyectos que pueden ofrecer la belleza a todas las miradas ni de la remodelación de los grandes paisajes donde todos pueden perderse y encontrarse. Sólo quiere recordar que todo comienza y todo termina con el individuo más modesto y que las más grandes empresas son vanas si no lo toman en cuenta por poco que sea.
Quizá algún día el mundo se presente como un conjunto urbano único y acabado. Hoy comenzamos a percibirlo así desde que prestamos atención a las obras de algunos grandes nombres de la arquitectura que se hacen eco de una punta a otra del planeta o al desarrollo de medios de comunicación electrónica que sugieren ya la existencia de lo que Paul Virilio llamaba una “metaciudad virtual”. Es de esperar que entonces hayamos encontrado el medio de suministrar a esta inmensa ciudad, a este mundo-ciudad por fin concretado, la energía necesaria para su funcionamiento armonioso.
Pero también hay que decir que es en la organización de las relaciones entre los seres humanos donde se medirá el éxito o el fracaso de esta empresa, utopía realizada o fin del mundo programado, y por lo tanto en nuestra capacidad para revertir el proceso actual de profundización de la brecha entre ricos y pobres, cultos e ignorantes. La energía necesaria para esta empresa gigantesca, que es la única que vale la pena porque inscribe en todo individuo el ideal de conocimiento propio del hombre genérico, es esencialmente mental y apela a las cualidades fundamentales del individuo humano: la inteligencia, la voluntad y la imaginación.

La voz de todas

En los últimos cinco años una mujer fue asesinada por ser mujer cada 35 horas, según los datos recopilados por La Casa del Encuentro. Fabiana Tuñez es la coordinadora de la asociación que dimensionó la magnitud de los femicidios en la Argentina.

Por Luciana Peker



Mujeres sentadas, mujeres riendo, mujeres gozando, mujeres hablando, mujeres desnudas, mujeres soportando gritos, mujeres sangrando. Las mujeres rodean las paredes de la sede, en Almagro, de La Casa del Encuentro que, desde su puerta, propone “Una vida sin violencia es posible”. Pero no son sólo imágenes. Las mujeres alzan su voz. Las mujeres que rompen con el silencio, en un grupo de autoayuda, son algunas de las que tocan su puerta para salir adelante. Aunque, sin dudas, el gran salto de La Casa del Encuentro fue dimensionar los femicidios en la Argentina que, según sus conteos, en base a los casos publicados en los medios de comunicación, llegan –sólo en el 2013– a 209 hasta el 30 de septiembre.

En total, en los últimos cinco años, una mujer es asesinada cada 35 horas por ser mujer. La violencia machista que no cuenta con cifras oficiales encontró precisión en Fabiana Tuñez, la coordinadora de La Casa del Encuentro y la voz de la asociación civil que nació el 4 de octubre del 2003 con un puñado de ahorros personales y un contrato de alquiler de apenas seis meses. El sueño lo impulsó con su compañera y pareja –desde hace once años– Ada Beatriz Rico, ojos enormes, pasión inamovible y sensibilidad fina para escuchar cada historia con coraje y paciencia.
El objetivo era luchar contra la violencia de género y bucear en nuevas formas –y más efectivas– de comunicación feminista, una ideología que le cambió la vida –y la abrazó para siempre– desde el Encuentro de San Bernardo en 1986. Pero que tuvo su mayor hito en el 2008, cuando la construcción del listado de víctimas se convirtió en una herramienta para alertar sobre la pérdida de vidas que genera el machismo. Otro de sus logros fue la pelea, en el Congreso, por la inclusión de la figura de femicidio en el Código Penal.


Actualmente, la organización se extiende como una enredadera. Tan literalmente que ahora van a construir un nuevo espacio en su techo (que no será de cristal pero lo rompen). Tienen casi treinta voluntarias, un convenio firmado con la Universidad Tecnológica Nacional para capacitar a las mujeres que necesitan autonomía económica y pueden recibirse de plomeras, electricistas o soldadoras, llegan a los camioneros con un video que deben ver obligatoriamente –para rendir o renovar registro– sobre la ruta de la trata realizado con la Fundación María de los Angeles y una salita para que los/as chicos/as jueguen mientras sus mamás se atienden. Pero pretenden más. “Vamos a ir por la pérdida automática de la patria potestad del femicida, por el cuestionamiento a los juicios abreviados en casos de femicidio y por la asignación económica temporal para las víctimas de violencia y trata de personas, equivalente, por lo menos, a un salario mínimo vital y móvil”, enumera Fabiana.

Sus discursos se detienen cuando escucha a la hija pequeña de Adriana Marisel Zambrano, la mujer que le da el nombre al Observatorio de Femicidios porque su familia las buscó para decirles que ella había sido asesinada en Palpalá, Jujuy, aunque no había salido en ningún diario. Adriana representa a muchas. Y su hija a las chicas y chicos que es necesario defender para que no caigan en los vericuetos judiciales que pueden darle la tenencia al asesino de su madre. Fabiana escuchó el pedido de su boca.
Ella también conoce el sabor de la maternidad. Su hijo es del corazón, se llama Dante y tiene treinta años. “Es mi familia”, reafirma en su construcción singular, colectiva y política. Por ellas, se llama el libro sobre las víctimas de la violencia machista. Aunque su mirada es más amplia. En los cinco años de recopilación de datos también se fijaron en los 1520 hijos e hijas que son víctimas colaterales de los femicidios y se quedaron sin madres.

Fabiana habla con la boca brillante. Viene de maquillarse en el auto y los rasgos se le acentúan con los colores sobre el rostro. Tiene una garra que traspasa las buenas intenciones. Ella se convirtió en la voz de la enumeración de la violencia. Y su voz también es, letra por letra, un efecto de su propia lucha. Nació, en Barracas, hace cincuenta años con labio leporino. Tuvo que enfrentar discriminación y –lo que hoy reconoce– como una de las formas de la violencia de género: no tener la misma imagen que las demás, no ser normal si la normalidad es norma. “Sufrí la violencia estética imperante por el sistema”, desnuda. Pero esa batalla que la llevó a pasar por catorce operaciones estéticas entre el paladar y la cara también la impulsó a fortalecerse. “Desde muy chica, mi madre (Beatriz) –que es una feminista sin saberlo– me inculcó que cada obstáculo había que enfrentarlo con actitud y transformarlo en un desafío”, recuenta.

Pero el problema no era sólo visual. También le costaba pronunciar cada letra. Trabajó con una fonoaudióloga durante meses. Aprendió a hablar no por naturaleza sino por deseo y motivación. Por eso resalta: “Con los años lo que hubiese sido mi principal dificultad, que era la comunicación, se transformó en mi herramienta más fuerte, y cuando nació la casita todas me dijeron que tenía que ser la comunicadora”. Todavía le queda una deuda pendiente: la erre. Pero se toma la revancha de hacer una revolución. Una palabra que puede cambiar por evolución.
En la entrevista se cuelan los aplausos que vienen de la habitación contigua. Las mujeres que vinieron para apoyarse a salir de la violencia retumban su esperanza. “Hay mucho por hacer. Se necesita dinero y decisión política. Pero también hay que tener ganas, amor y convicción”, cuenta sobre eso, eso que a ella le sobra.

Los actores del bullying

El acoso en edad escolar es un fenómeno de violencia entre pares y tiene más responsables de los que se visualizan. El autor de la nota propone analizarlo en el contexto local.

POR FERNANDO OSORIO




BULLYING. Se trata de violencia entre pares, dentro del ámbito escolar.

Es necesario hacer una adaptación local y regional de la problemática del bullying porque la explicación que se propone habitualmente viene impuesta desde países con otra realidad social y cultural. Pretendo limitar el bullying sólo a determinados cuadros, generalmente vinculados a un problema psicopatológico previo intrafamiliar, y no a cualquier conflicto escolar.
El fenómeno del bullying viene a sumarse, como una nueva categoría, al listado de las llamadas violencias institucionales. En este caso se trata de violencia entre pares, dentro del ámbito escolar. El grupo de alumnos puede llegar a detonar en alguno de sus integrantes un perfil patológico, alterando su mapa emocional. Del mismo modo la enfermedad mental de un miembro del grupo puede llegar a encontrar un terreno fértil en el espacio grupal para hacer su despliegue, a veces macabro, alterando el mapa emocional del grupo. Bullying es un término que se utiliza actualmente para nombrar un tipo de dinámica grupal que, en épocas pasadas, se conocía como maltrato entre compañeros de escuela. Tiene ciertas características que permiten distinguirlo de otras problemáticas sociales alteradas; incluso de un simple “maltrato” por discrepancias.
Para diferenciar la concepción europea o norteamericana propongo una adaptación local y regional de los protocolos de evaluación para hacerlos coincidir con nuestras realidades sociales y culturales. Por lo tanto señalo que esta dinámica se desarrolla si, al menos, hay cuatro personajes involucrados, a saber: un sujeto maltratador o victimario; un sujeto sometido o víctima; un sujeto colaborador o encubridor y un sujeto testigo no participante. Y también propongo la necesidad de encontrar los cuatro tipos de violencia integrados: la física (golpes y maltrato corporal), la verbal (insultos, amenazas e intimidación), la psicológica (acoso y persecución) y la simbólica (segregación y discriminación negativa). Todos estos componentes permiten diferenciarlo claramente de cualquier otro fenómeno de tensión entre fuertes y débiles y permite lograr que no se estigmaticen ni situaciones ni personas. El bullying no es un simple maltrato o insulto sino un problema psicopatológico que sobrelleva una persona y que hay que atender. Lo puede sufrir porque lo padece o porque lo ejecuta. La posición de víctima o victimario está signada desde la personalidad y el carácter, los que se forjaron en el vínculo con los padres. Para poder estar en alguno de estos lugares hay que tener una personalidad previa.
Personalidad de los protagonistas del bullying 1) El maltratador o victimario, es el autor intelectual de las estrategias de maltrato y sólo se involucra si su participación lo deja como un líder. Suele tener una personalidad dominante (posiblemente desde muy pequeño) y en quien la fuerza y la capacidad de control, sobre los demás, parece ser un valor y una característica destacada. Se trata en general de personalidades impulsivas con un muy bajo umbral para tolerar la frustración. Logra, durante largos períodos, mantenerse como referente popular de otros que ven en él un líder con prestigio social que imitar. Goza con la desgracia ajena y le provoca mucha satisfacción desarrollar acciones que induzcan malestar, daño o sufrimiento. Se advierte que suele estar a cargo de adultos más bien negligentes que carecen de autoridad y que no hacen un seguimiento adecuado ni imponen una disciplina.
2) El sometido o víctima, es el objeto de maltrato. Tiene baja autoestima y una predisposición a victimizarse; con una personalidad introvertida y con tendencia al aislamiento. Se muestra sensible y con habituales estados de ansiedad y angustia que pueden derivar en episodios de llanto y crisis nerviosas. Se expone inseguro frente a la toma de decisiones y frente a los planteos que lo conminan a enfrentarse con sus deseos. Suele permanecer en la periferia de los grupos y no logra buenas amistades. En general se acerca a otros que muestran características de indefensión similares a las que experimenta él habitualmente. Su actitud es temerosa y prefiere el aislamiento. Suele tener conductas reactivas de defensa anticipadas, porque siempre tiene una suposición de ataque permanente. Su actitud de ansiedad, depresión e introversión suele ser blanco de la acción de los acosadores. En algunas oportunidades el sujeto en posición de víctima también puede ser un agresor y su justificación frente al maltrato es que a su vez lo han maltratado. Suelen ser personajes pueriles, irritables y tiranos. Los adultos que rodean a este tipo de sujetos suelen ser inseguros, no ponen límites, no sostienen la normativa parental y suelen ser sujetos muy arbitrarios que pasan del maltrato a la compasión.
3) El colaborador o encubridor, es el ejecutor de las acciones de maltrato perpetradas por el matón. Es quien habitualmente no tiene el coraje ni la autoestima suficiente para enfrentar directamente situaciones adversas. Se identifica con el agresor o con un rasgo que muestra el matón y que él desea para sí. Suelen motivarlo sentimientos de impotencia y venganza por defectos propios o por intensos procesos de inhibición que dominan su vida y que aparecen atenuados en el marco de una dinámica social de bullying. Esta participación implica un protagonismo que no tendrían en otros contextos de su vida; y esto en definitiva es una identidad. Siempre es mejor ser algo, aunque sea una “mala persona”, que no ser nada.
4) El testigo no participante, es una persona con poca iniciativa, temeroso de denunciar las injusticias que otros cometen por temor a ingresar en el listado de las potenciales víctimas; incluso de dar una opinión aunque su integridad no esté en juego. Generalmente no se involucra activamente en este tipo de situaciones de maltrato o agresiones entre pares. Sin embargo y paradójicamente no advierte que están absolutamente incluidos como observadores no participantes.

Izquierda y progresismo: la gran divergencia





Uno de los mayores cambios políticos vividos en América Latina en los últimos veinte años fue el surgimiento y consolidación de los gobiernos de la nueva izquierda. Más allá de la diversidad de esas administraciones y de sus bases de apoyo, comparten atributos que justifican englobarlos bajo la denominación de “progresistas”. Son expresiones vitales, propias de América Latina, en cierta manera exitosas, pero ancladas en la idea de progreso. Su empuje, e incluso su éxito, está llevando a que esté en marcha una divergencia entre este progresismo con muchas de las ideas y sueños de la izquierda latinoamericana clásica.
Para analizar estas circunstancias es necesario tener muy presente la magnitud del cambio político que se inició en América Latina en 1999 con la primera presidencia de Hugo Chávez, y que se consolidó en los años siguientes en varios países vecinos. Quedaron atrás los años de las reformas de mercado, y regresó el Estado a desempeñar distintos roles. Se implantaron medidas de urgencia para atacar la pobreza extrema, y su éxito ha sido innegable en casi todos los países. Vastos sectores, desde movimientos indígenas a grupos populares urbanos, que sufrieron la exclusión por mucho tiempo, lograron alcanzar el protagonismo político.
Es también cierto que esta izquierda latinoamericana es muy variada, con diferencias notables entre Evo Morales en Bolivia y Lula da Silva en Brasil, o Rafael Correa en Ecuador y el Frente Amplio de Uruguay. Estas distintas expresiones han sido rotuladas como izquierdas socialdemócrata o revolucionaria, vegetariana o carnívora, nacional popular o socialista del siglo XXI, y así sucesivamente. Pero estos gobiernos, y sus bases de apoyo, no sólo comparten los atributos ejemplificados arriba, sino también la idea de progreso como elemento central para organizar el desarrollo, la economía y la apropiación de la Naturaleza.
El progresismo no sólo tiene identidad propia por esas posturas compartidas, sino también por sus crecientes diferencias con los caminos trazados por la izquierda clásica de América Latina de fines del siglo XX. Es como si presenciáramos regímenes políticos que nacieron en el seno del sendero de la izquierda latinoamericana, pero a medida que cobraron una identidad distinta están construyendo caminos que son cada vez más disímiles. Es posible señalar, a manera de ejemplo, algunos puntos destacados en los planos económico, político, social y cultural.
La izquierda latinoamericana de las décadas de 1960 y 1970 era una de las más profundas críticas del desarrollo convencional. Cuestionaba tanto sus ideas fundamentales, incluso con un talante anti-capitalista, y rechazaba expresiones concretas, en particular el papel de ser meros proveedores de materias primas, considerándolo como una situación de atraso. También discrepaba con instrumentos e indicadores convencionales, tales como el PBI, y se insistía que crecimiento y desarrollo no eran sinónimos.
El progresismo actual, en cambio, no discute las esencias conceptuales del desarrollo. Por el contrario, festeja el crecimiento económico y defiende las exportaciones de materias primas como si fueran avances en el desarrollo. Es cierto que en algunos casos hay una retórica de denuncia al capitalismo, pero en la realidad prevalecen economías insertadas en éste, en muchos casos colocándose la llamada “seriedad macroeconómica” o la caída del “riesgo país” como logros. La izquierda clásica entendía las imposiciones del imperialismo, pero el progresismo actual no usa esas herramientas de análisis frente a las desigualdades geopolíticas actuales, tales como el papel de China en nuestras economías. La discusión progresista apunta a cómo instrumentalizar el desarrollo y en especial el papel del Estado, pero no acepta revisar las ideas que sostienen el mito del progreso. Entretanto, el progresismo retuvo de aquella izquierda clásica una actitud refractaria a las cuestiones ambientales, interpretándolas como trabas al crecimiento económico.



La izquierda latinoamericana de las décadas de 1970 y 1980 incorporó la defensa de los derechos humanos, y muy especialmente en la lucha contra las dictaduras en los países del Cono Sur. Aquel programa político maduró, entendiendo que cualquier ideal de igualdad debía ir de la mano con asegurar los derechos de las personas. Ese aliento se extendió, y explica el aporte decisivo de las izquierdas en ampliar y profundizar el marco de los derechos en varios países. En cambio, el progresismo no expresa la misma actitud, ya que cuando se denuncian derechos violados en sus países, reaccionan defensivamente. Es así que cuestionan a los actores sociales reclamantes, a las instancias jurídicas que los aplican, incluyendo en algunos casos al sistema interamericano de derechos humanos, e incluso a la propia idea de algunos derechos.
Aquella misma izquierda también hizo suya la idea de la democracia, otorgándole prioridad a lo que llamaba su profundización o radicalización. Su objetivo era ir más allá de la simples elecciones nacionales, buscando consultas ciudadanas directas más sencillas y a varios niveles, con mecanismos de participación constantes. Surgieron innovaciones como los presupuestos participativos o los plebiscitos nacionales. El progresismo, en cambio, en varios sitios se está alejando de aquel espíritu para enfocarse en mecanismos electorales clásicos.Entiende que con las elecciones presidenciales basta para asegurar la democracia, festeja el hiperpresidencialismo continuado en lugar de horizontalizar el poder, y sostiene que los ganadores gozan del privilegio de llevar adelante los planes que deseen, sin contrapesos ciudadanos. A su vez, recortan la participación exigiendo a quienes tengan distintos intereses que se organicen en partidos políticos y esperen a la próxima elección para sopesar su poder electoral.
La izquierda clásica de fines del siglo XX era una de las más duras luchadoras contra la corrupción. Ese era una de los flancos más débiles de los gobiernos neoliberales, y la izquierda lo aprovechaba una y otra vez (“nos podremos equivocar, pero no robamos”, era uno de los slogans de aquellos tiempos). En cambio, el progresismo actual no logra repetir ese mismo ímpetu, y hay varios ejemplos donde no ha manejado adecuadamente los casos de corrupción de políticos claves dentro de sus gobiernos. Asoma una actitud que muestra una cierta resignación y tolerancia.
Otra divergencia que asoma se debe a que la izquierda latinoamericana luchó denodadamente por asegurar el protagonismo político de grupos subordinados y marginados. El progresismo inicial se ubicó en esa misma línea, y conquistó los gobiernos gracias a indígenas, campesinos, movimientos populares urbanos y muchos otros actores. Dieron no sólo votos, sino dirigentes y profesionales que permitieron renovaron las oficinas estatales.Pero en los últimos años, el progresismo parece alejarse de muchos de estos movimientos populares, ha dejado de comprender sus demandas, y prevalecen posturas defensivas en unos casos, a intentos de división u hostigamiento en otros. El progresismo gasta mucha más energía en calificar, desde el palacio de gobierno, quién es revolucionario y quién no lo es, y se ha distanciado de organizaciones indígenas, ambientalistas, feministas, de los derechos humanos, etc. Se alimenta así la desazón entre muchos en los movimientos sociales, quienes bajo los pasados gobiernos conservadores eran denunciados como izquierda radical, y ahora, bajo el progresismo, son criticados como funcionales al neoliberalismo.
La izquierda clásica concebía a la justicia social bajo un amplio abanico temático, desde la educación a la alimentación, desde la vivienda a los derechos laborales, y así sucesivamente. El progresismo en cambio, se está apartando de esa postura ya que enfatiza a la justicia como una cuestión de redistribución económica, y en especial por medio de la compensación monetaria a los sectores más pobres y el acceso del consumo masivo al resto. Esto no implica desacreditar el papel de ayudas en dinero mensuales para sacar de la pobreza extrema a millones de familias. Pero la justicia es más que eso, y no puede quedar encogida a un economicismo de la compensación.



Finalmente, en un plano que podríamos calificar como cultural, el progresismo elabora diferentes discursos de justificación política pero que cada vez tienen mayores distancias con las prácticas de gobierno. Se proclama al Buen Vivir pero se lo desmonta en la cotidianidad, se llama a industrializar el país pero se liberaliza el extractivismo primario exportador, se critica el consumismo pero se festejan los nuevos centros comerciales, se invocan a los movimientos sociales pero se clausuran ONGs, se felicita a los indígenas pero se invaden sus tierras, y así sucesivamente. 
Estos y otros casos muestran que el progresismo actual se está separando más y más de la izquierda clásica.El nuevo rumbo ha sido exitoso en varios sentidos gracias a los altos precios de las materias primas y el consumo interno. Pero allí donde esos estilos de desarrollo generan contradicciones o impactos negativos, estos gobiernos no aceptan cambiar sus posturas y, en cambio, reafirman el mito del progreso perpetuo. A su vez, contribuyen a mercantilizar la política y la sociedad con su obsesión en la compensación económica y su escasa radicalidad democrática.
El progresismo como una expresión política distintiva se hace todavía más evidente en tiempo de elecciones. En esas circunstancias parecería que varios gobiernos abandonan los intentos de explorar alternativas más allá del progreso, y prevalece la obsesión con ganar la próxima elección. Eso los lleva a aceptar alianzas con sectores conservadores, a criticar todavía más a los movimientos sociales independientes, y a asegurar el papel del capital en la producción y el comercio.
El progresismo es, a su manera, una nueva expresión de la izquierda, con rasgos típicos de las condiciones culturales latinoamericanas, y que ha sido posible bajo un contexto económico global muy particular. No puede ser calificado como una postura conservadora, menos como un neoliberalismo escondido. Pero no se ubica exactamente en el mismo sendero que la izquierda construía hacia finales del siglo XX. En realidad se está apartando más y más a medida que la propia identidad se solidifica.
Esta gran divergencia está ocurriendo frente a nosotros. En algunos casos es posible que el progresismo rectifique su rumbo, retomando algunos de los valores de la izquierda clásica para buscar otras síntesis alternativas que incorporen de mejor manera temas como el Buen Vivir o la justicia en sentido amplio, lo que en todos los casos pasa por desligarse del mito del progreso. Es dejar de ser progresismo para volver a construir izquierda. En otros casos, tal vez decida reafirmarse como tal, profundizando todavía más sus convicciones en el progreso, cayendo en regímenes hiperpersidenciales, extractivistas, y cada vez más alejados de los movimientos sociales. Este es un camino que lo aleja definitivamente de la izquierda.
-        -  Eduardo Gudynas es analista en CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social), Montevideo. Twitter: @EGudynas 


EL REGALO

Remedio para melancólicos, Ray Bradbury


Mañana sería Navidad, y aún mientras viajaban los tres hacia el campo de 
cohetes, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo por el 
espacio del niño, su primer viaje en cohete, y deseaban qeu todo estuviese 
bien. Cuando en el despacho de la aduana los obligaron a dejar el regalo, 
que excedía el peso límite en no más de unos pocos kilos, y el arbolito con 
sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban la fiesta y el 
cariño. 
El niño los esperaba en el cuarto terminal. Los padres fueron allá, 
murmurando luego de la discusión inútil con los oficiales interplanetarios. 
-¿Qué haremos? 
-Nada, nada. ¿Qué podemos hacer? 
-¡Qué reglamentos absurdos! 
-¡Y tanto que deseaba el árbol! 
La sirena aulló y la gente se precipitó al cohete de Marte. La madre y el 
padre fueron los últimos en entrar, y el niño entre ellos, pálido y 
silencioso. 
-Ya se me ocurrirá algo- dijo el padre. 
-¿Qué?...- preguntó el niño. 
Y el cohete despegó y se lanzaron hacia arriba en el espacio oscuro. 
El cohete se movió y dejó atrás una estela de fuego, y dejó atrás la Tierra, 
un 24 de diciembre de 2052, subiendo a un lugar donde no había tiempo, donde 
no había meses, ni años, ni horas. Durmieron durante el resto del primer 
"día". Cerca de medianoche, hora terráquea, según sus relojes neoyorquinos, 
el niño despertó y dijo: 
-Quiero mirar por el ojo de buey. 
Había un único ojo de buey, una "ventana" bastante amplia, de vidrio 
tremendamente grueso, en la cubierta superior. 
-Todavía no- dijo el padre. -Te llevaré más tarde. 
-Quiero ver donde estamos y adonde vamos. 
-Quiero que esperes por un motivo- dijo el padre. 
El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y otro, pensando en 
el regalo abandonado, el problema de la fiesta, el árbol perdido y las velas 
blancas. Al fin, sentandosé, hacía apenas cinco minutos, creyó haber 
encontrado un plan. Si lograba llevarlo a cabo este viaje sería en verdad 
feliz y maravilloso. 
-Hijo- dijo -,dentro de media hora, exactamente, será Navidad. 
-Oh- dijo la madre consternada. Había esperado que, de algún modo, el niño 
olvidaría. 
El rostro del niño se encendió. Le temblaron los labios. 
-Ya lo sé, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo 
prometieron... 
-Sí, sí, todo eso y mucho más- dijo el padre. 
-Pero...- empezó a decir la madre. 
-Sí- dijo el padre- Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un 
momento. Vuelvo enseguida. 
Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía. 
-Ya es casi la hora. 
-¿Puedo tener tu reloj?- preguntó el niño. 
Le dieron el reloj y el niño sostuvo el metal entre los dedos: un resto del 
tiempo arrastrado por el fuego, el silencio y el movimiento insensible. 
-¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo? 
-A eso vamos- dijo el padre y tomó al niño por el hombro. 
Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La 
madre los seguía. 
-No entiendo. 
-Ya entenderás. Hemos llegado- dijo el padre. 
Se detuvieron frente a la puerta cerrada de una cabina. El padre llamó tres 
veces y luego dos, en código. La puerta se abrió y la luz llegó desde la 
cabinay se oyó un murmullo de voces. 
-Entra, hijo- dijo el padre. 
-Está oscuro. 
-Te llevaré de la mano. Entra, mamá. 
Entraron en el cuarto y la puerta se cerró, y el cuarto estaba, en verdad, 
muy oscuro. Y ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, ojo de buey, una 
ventana de un metro y medio de alto y dos metros de ancho, por la que podían 
ver el espacio. 
El niño se quedó sin aliento. 
Detrás, el padre y la madre se quedaron también sin aliento, y entonces en 
la oscuridad del cuarto varias personas se pusieron a cantar. 
-Feliz Navidad, hijo- dijo el padre. 
Y las voces en el cuarto cantaban los viejos,familiares villancicos; y el 
niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el vidrio frío del ojo de 
buey. Y allí se quedó largo rato, mirando simplemente el espacio, la noche 
profunda, y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de 
maravillosas velas blancas... 





Regalos de tantas no Navidades

Las Fiestas: una mirada en Buenos Aires para poder reconocerse en ellas.


No les gusta el sushi. No hay caso, no les gusta el sushi como antes no les gustaba el guacamole, no parecen sus hijos. Su ex se las pica esta Navidad con el hippie que duerme en su cama y después de tantos años de resolver las fiestas cayendo en lo de amigos con un champucito ahora resulta que él tiene que convertirse en Petrona C. de Gandulfo (decí mejor Narda Lepes) porque a los chicos no les gusta el sushi, le hacen asco al delivery, quieren –parecen hijos del hippie– comida casera. Y arbolito. Y regalos.
No tiene tallada ninguna Navidad en la psiquis: es judío. Pero ya se sabe: la ex que sí quería, los chicos que eran chicos y acá estamos, eligiendo guirnaldas y estrellitas en el único supermercado de Puerto Madero. Porque eso sí lo hizo: cuando se separó, se mudó adonde se le cantó. Encontró un sommier con cama abajo y lo puso en el comedor, para los chicos. Hubiera preferido algo más neto, más minimal, pero esa ínfima desprolijidad, ese desvío de la armonía del departamento era una marca de vida, como una manchita de tuco en la camisa. En las películas que él filma, el protagonista se mancha alguna vez la camisa.
Marcó en la agenda el día y todos los pasos para preparar esa Navidad forzada. Iba a ir a buscar regalos a las 10 pero a las 9 llamó El Gordo Saccinalli y le pidió asilo por unas horas o unos días o mientras estuviera sin luz. No reconoció el número, por eso atendió. Hasta la voz le resultó rara: no había visto al Gordo desde la secundaria hasta que apareció en Facebook algo así como un año atrás. Cuando pidió amistad –“amistad”–, el Gordo todavía vivía en Barcelona pero después, como en esas postales que se pasan rápido en las películas para contar una vida, se había quedado sin laburo, le habían bajado el seguro de desempleo, había perdido la casa y se había colgado de un avión de vuelta a Buenos Aires. Ahora lo veía llegar haciendo equilibrio en la bicicleta, con una bolsa de milanesas de carne y de soja recién fritas –“se iban a pudrir en la heladera”– colgando de un lado del manubrio; una bolsa con manzanas, lechuga y una planta de acelga –mismo argumento– del otro lado. Hecho sopa.
El Gordo Saccinalli le dijo de ir a buscar los regalos a la calle Constitución. No sólo por el imperativo categórico ES MAS BARATO (que se hubiera visto obligado a discutir con el contundente NO HAY AIRE ACONDICIONADO) sino por el detalle de la variedad. Una cuadra, cinco, seis, jugueterías mayoristas. Se dejó llevar.
Se tomaron un taxi hasta Alberti y Constitución. Conocía el barrio: en otra vida; cuando estudiaba teatro y comía en tenedores libres había tenido una novia por ahí. En tres de las cuatro esquinas había jugueterías; en una, diez metros de cola afuera del local. “Debe ser la mejor”, conjeturó el Gordo. “Me paré acá porque había cola”, le explicó una mujer, con la misma lógica. “Me metí en un shopping, todo Disney, todo carísimo. 50 pesos por una cosita ASI que el nene va a decir ‘qué porquería’, porque al nene le gusta lo farolero ”, le explicó otra que –lo supo cuando el sol ya le había perforado la antipatía– venía desde Tristán Suárez. “Llevale a tu nena la ‘Mamy Doctora’, le aconsejó la empleada que regulaba la entrada de clientes con una cadena que ponía y sacaba de un gancho ad hoc. “Cuando salís de acá, vas a ver a esa señora con la mesita en la mitad de cuadra y te hace un paquete divino por diez pesos, vos elegís el papel”. Veinte minutos de cola al resplandor rosado de las vidrieras. Un morocho grandote, brazos como garrafas y bien tatuado avanza hacia la cadena. Si quiere pasa, quién le va a discutir, pero no quiere. Se agacha un poco para hablarle a la chica: “¿Hay maquillaje de monstruo?” Por fin llega el turno y entran, él y el Gordo. Ahí nomás hay un tecladito, con dos o tres botones para marcar ritmos. “Ah, no”, se indigna él, “cuesta 489 pesos y te juro que acabo de ver uno mucho mejor en Miami por 25 dólares”. La vendedora no se inmuta, no se altera el ritmo de su chicle. Silba el celular: le entra un whatsapp. Es la foto de una chocotorta, la manda la nena. “Estamos cocinando para la mejor Navidad”, le pone. Así que compra el teclado, los botines rosaditos, la colección completa de la Liga de la Justicia; hasta un arbolito con luces intermitentes. Compra cinco años de no-navidades; compra, quizás, una última oportunidad. Hace otra cola para pagar. A nadie encandila el brillo de su tarjeta Platinum: “Solamente efectivo”, le suelta la cajera sin mirarlo. Pase el que sigue.

Cómo hacer para que los chicos aprendan

Uno de cada dos alumnos argentinos no entiende las preguntas más elementales de un texto.
Ese es el primer dato que arrojaron las pruebas de evaluación PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos) que se realiza cada tres años con jóvenes de 15 años. Argentina participa desde el año 2000 en las pruebas. Desde entonces, no registró mejoría en ninguna de las tres materias evaluadas (ciencia, matemática, lectura).


En contradicción con estos magros resultados, el Ministerio de Educación presenta altos índices de inversión educativa desde el 2003, que no se trasladan en el desempeño estudiantil. Incluso la evaluación demostró que Argentina está dos grados escolares por debajo, de acuerdo a su nivel de inversión. Otros países que también fortalecieron la inversión, pudieron obtener mejoras en el rendimiento.
“Las inversiones en laptops, libros de textos, mapas escolares, etcétera, no tienen impacto directo en un mejor desempeño estudiantil -indica Alejandro Ganimian, doctorando en la Escuela de Educación de la Universidad de Harvard-. Según su visión, hay que ver qué se hace en el aula con esos recursos. “A veces el docente intenta incorporarlos pero hay algo que falla y vuelven al método de antes. Creo que al docente hay que guiarlo en el aula, porque si bien hay núcleos de aprendizajes prioritarios, no hay una guía clara con lo que debe hacer todos los días. No hay estánderes educativos”, expresa Ganimian.
En el área de Educación se sintió el impacto con los resultados.
El ministro Alberto Sileoni reconoció que desde hacía tiempo se trabajaba para la prueba. Otros en cambio, trataron de restarle importancia a PISA como instrumento de evaluación, con el argumento de que son pruebas “estandarizadas”, externas a la vida de la escuela, que no permiten una comprensión objetiva que los alumnos sí alcanzan en la vida práctica. O que PISA no mide dimensiones sociales que también son parte del aula, como la solidaridad o la formación ciudadana.
La descalificación del instrumento que evalúa si un alumno tiene habilidades para entender el lenguaje, resolver un cálculo elemental, o pensar científicamente, también es una forma de negar el problema.
Para Axel Rivas, investigador principal del programa de educación del CIPPEC, PISA ayuda para “elevar el debate de lo que pasa en las aulas, y allí hay que entender que hay un problema de calidad y de desigualdad. Los resultados de PISA reflejan la dificultad de generar climas de aprendizaje y la falta de confianza entre la escuela y la familia, la fragmentación social. Hay cuestiones más profundas que afectan la posibilidad de enseñar y aprender.
Creo que es mucho más difícil educar hoy que hace 10 ó 20 años. Aún así, creo que sin la inversión educativa, los resultados hubieran sido peores”, asegura Rivas.
En la revisión de la evaluación de PISA, impacta conocer algunos resultados: En el promedio del país, los alumnos pobres están dos grados escolares por debajo en su rendimiento que los de una posición acomodada.
En la ciudad de Buenos Aires esa grieta alcanza hasta tres grados escolares. Es decir, un alumno pobre de tercer año del secundario se desempeña como uno de 7° grado de una escuela acomodada.
En comparación, las escuelas argentinas de mejor nivel socioeconómico obtuvieron resultados similares a las de menor nivel socieconómico de otros países.
Argentina es uno de los países con brechas más amplias en rendimiento por diferencia socioeconómica.
Argentina tiene la inversión por alumno más alta de los países latinoamericanos. Pero su desempeño fue uno de los más bajos de la región.
Sólo el 1% de los alumnos logró niveles de excelencia en el promedio de las tres materias.
La lectura fue una de las muestras del fracaso en la evaluación PISA. Alcanzó los mismos niveles que en el año 2000. Volvió para atrás, luego de un repunte en el 2006. Las consecuencias del déficit de comprensión de textos en alumnos de 15 años no tardan en advertirse a futuro, en la vida diaria.
“ A un chico lo condenás si no le enseñás a leer y escribir bien-indica Ivana Zacarías, investigadora de la Universidad de San Martín en Políticas Educativas-. Aquel alumno que terminó el secundario con mucho esfuerzo, que trabaja ocho horas, y sus padres no fueron a la escuela o no tiene biblioteca en su casa, tienen muchas posibilidades de fracasar en el primer año de Universidad.
Lo más probable es que abandone. El salto es muy grande. A nivel terciario se le exige que diga exactamente lo que quiere decir un párrafo y no otra cosa. Y si escriben mal un tiempo verbal, no se entiende lo que quieren decir”, agrega.
En este punto de llegada desembocan, como en un embudo, las imperfecciones del sistema en la comprensión de textos. Algunas universidades, preocupadas por la diferencia de nivel educativo en las aulas, empiezan a ofrecer cursos de lecto comprensión, e incluso de ortografía, en forma paralela a la currícula tradicional. 
En las aulas Consultada por Clarín, Andrea Testa, docente del Liceo N° 9 del barrio de Belgrano cree que en los últimos años se fueron simplificando los contenidos en las aulas.
“Para mantener a todos en el sistema, cada vez se enseña menos. Incluso en los manuales ya no se usan conectores ni se distinguen ideas principales y secundarias en un texto. La escuela terminó siendouna carga de resonancia social, una escuela de contención en la que los chicos no se quedan libres y pasan automáticamente de grado. La inclusión es un engaño. No es lo mismo que una escuela de calidad para formar y educar alumnos”, dice.
La irrupción de la cultura digital también fue transformadora en la última década. Los alumnos del secundario están habituados a trabajar con atención múltiple, estudian mientras participan en grupos de whatsapp con sus compañeros, se mandan mensajes por facebook o Twitter, o toman nota con el teléfono celular antes que con el lápiz en el papel. Y para trabajar sobre el contenido de un texto, se sienten más cómodos en la búsqueda de un resumen en Wikipedia antes que con el tiempo y esfuerzo que implica la lectura de un libro. “Desde 1987 yo venía dando “Don Segundo Sombra” de Ricardo Güiraldes o libros de Manuel Mujica Láinez. Ahora no lo entienden.
Les cuesta jerarquizar ideas, establecer causas y consecuencias, develar la intención del autor. En las casas es cada vez más limitado el valor de la lectura. Hoy cuesta que los chicos se concentren en una novela de 200 páginas”, agrega Testa.
La implementación de la cultura digital con la cultura impresa es clave en los nuevos desafíos de la lectura.
La lectura digital es inmediata.
La lecto-escritura es más exigente, lleva un tiempo mayor de maduración. ¿Cómo las nuevas tecnologías se pueden convertir enaliadas de la escritura y lectura? ¿O cómo se puede generar interés en la lectura impresa en una generación que creció con un dispositivo, y que también fue perdiendo el hábito y la gimnasia mental que implica leer y comprender?
La escritora y docente Angela Pradelli valora la convivencia como un beneficio para la lectura.
“La tecnología logró algo que nosotros, como profesores, buscamos y no alcanzamos: que los chicos lean y escriban todo el día, desde una computadora o un teléfono. Hace diez años, después del colegio, sólo se leía y escribía si era necesario. Lo que el docente tiene que resolver es cómo instala esa tecnología en el aula ”.
Pradelli, autora de “El sentido de la lectura”, cree que el docente es el factor clave para revertir el déficit en la comprensión de textos, mucho más que cualquier programa. “Un docente sin pasión es muy difícil que mueva a algún alumno con ningún texto. En cambio, un docente leyendo con pasión es una escena muy iluminadora para los alumnos. Ningún programa, por más que esté elaborado por expertos, puede contra eso. Que los docentes lean es fundamental”, dice.
Sobre este punto, un estudio de Ganimian sobre políticas docentes llegó a la conclusión que entre dos alumnos asignados a docentes de buena y mala efectividad, se generó un rendimiento que alcanzó un 90% y un 37% en uno y otro caso.
Para Graciela Simari, directora de la Escuela “Niñas de Ayohuma” de Parque Chacabuco, aun con los bajos rendimientos, no hay que reducir el nivel de los contenidos.
“Con el supuesto de que al chico ´no le da o no entiende´ colocarle un techo en el aprendizaje es un homicidio mental. Hoy los chicos no llegan tan fácil a la lecto-escritura y no leen de la manera tradicional como nosotros leíamos.
Quizá debamos profundizar la intertextualidad, y convertir un cuento en una historieta, digitalizarlo, disparar la creatividad usando las nuevas tecnologías, y a partir de allí conversar sobre lo que leyeron, hacer debates. Hay que ser más sutil con las obras literarias. Lo que desnudó la tecnología fue la distancia entre una escuela que a veces se sigue manejando con parámetros del siglo XIX, con docentes del siglo XX que se formaron sin la tecnología y alumnos del siglo XXI que nacieron con ella”.
La escritura es la forma de comunicar que tiene una persona; es la manera que tiene para presentarse en la sociedad, de decir lo que piensa y lo que quiere.
La lectura y la escritura lo preparan para la vida. También mide el progreso de un país, su desarrollo educativo. Y si uno de cada dos alumnos de 15 años no puede entender lo que lee, se cargará con esta pesada herencia en el futuro. Sin una lectura de esta realidad es imposible comprenderla.


Malestar en Las Fiestas

 Por Sergio Zabalza *
Contradictorias sensaciones experimentamos cuando se acercan esas fechas a las que se las suele denominar Las Fiestas. Expectativa, malestar, angustia, anhelos, fobias son algunas de las delicias que conforman la traumática previa al momento de alzar las copas y decir: ¡Felicidades!
Las Fiestas, como su nombre lo indica, son celebraciones, pero se distinguen por muy precisas particularidades. Por lo pronto, Las Fiestas ponen al descubierto, a través de los más ínfimos detalles, las diferencias que abrigan muchas familias: si ensalada rusa o si vitel toné; si te paso a buscar o si vamos en remís; si la Navidad con mamá y Año Nuevo con papá; si llamaste a Fulano o si Menganita se acordó de saludarnos. Citas en que la demanda del Otro exacerba la cuerda emocional de los lazos inconscientes. A veces las discusiones comienzan meses antes, como si esas dos o tres horas de celebración coronaran la posición que cada sujeto adopta frente a su núcleo familiar y amical.


Por cierto, la Navidad reviste un carácter más íntimo y familiar, y Año Nuevo es más expansivo y desbordante. Pero ambas Fiestas cargan con el balance –explícito o implícito– de todo un año. Es como si las cosas cobraran un valor absoluto. La clínica atestigua los sinsabores y amarguras que esas escasas horas arrastran consigo: desde disimulados desplantes hasta feroces discusiones donde la política, o cualquier otro tema, sirve de pretexto para enrostrar al otro su forma de ser, su pasado, lo que cumplió o dejó de cumplir. El malestar se abre también al ámbito de lo público: accidentes, incendios, heridos por fuegos artificiales y hasta saqueos llegan a formar parte del cambio de año.
El Año Nuevo nos ubica ante nuestra esencial finitud: crece la angustia mientras el reloj marca que un ciclo ha terminado y que –en el mejor de los casos– aún quedan cosas por hacer. Aspecto que la sexualidad navideña ilustra con el nacimiento del Niño que, tal como sucede en el puerperio, no conforma a nadie, por lo menos hasta el año (y el Niño) que viene.
Freud, en su texto “Un cuento de Navidad” (comunicación a W. Fliess, 1896), formula: “Mi opinión es que dentro de la vida sexual tiene que existir una fuente independiente de desprendimiento de displacer”, esto es: más allá de toda injerencia causal y puntual, algo no anda. Muchos años después, Lacan traduce el mismo desencuentro esencial cuando postula la No Relación Sexual. Aquí encontramos el quid que sostiene a la institución de la fiesta, cualquiera sea el motivo que la anime: toda fiesta celebra a la vez un duelo y un pacto. El primero es por algo perdido: los que no están, lo que no se logró. Y el pacto es un nuevo arreglo con la divinidad, sea Dios, la vida, la contingencia, el estado de cosas, lo irremediable, lo imposible, etcétera. Entonces, es probable que Las Fiestas actualicen esa mirada que atestigua nuestra frágil y contingente condición existencial. La respuesta que cada sujeto adopta ante esta falta constitutiva traza un arco que va desde quien construye con lo que hay hasta quien –sumido en la queja o el resentimiento– predica acerca de cómo tendrían que haber sido las cosas “en este año de mierda que pasó”: ¿vitel toné o ensalada rusa?

* Psicoanalista. Hospital Alvarez.