José Martí y su correspondencia epistolar: odas a la amistad, al periodismo y a la independencia de América Latina




Introducción

La correspondencia epistolar representa una parte sustancial de la inmensa obra de José Martí, que a menudo privilegió este tipo de comunicación característico de su época. El Apóstol cubano intercambió así, a lo largo de su vida, centenas de cartas y esta abundante correspondencia se explica, entre otros, por el hecho de que pasó una gran parte de su vida en el exilio, lejos de los suyos y de sus seres queridos. La mayor parte del contenido epistolar es de orden político, pero también hay correos más personales, más íntimos, en los cuales expresa sus sentimientos amistosos.

La amistad es importante para José Martí. En una entrevista con un periodista estadounidense confiaba lo siguiente: “Si me preguntan cuál es la palabra más bella, diré que es patria; y si me preguntan por otra, casi tan bella como patria, diré amistad”.[1] Pues “para todas las penas, la amistad es remedio seguro”.[2] El patriota cubano intercambiaría así una sólida correspondencia con el mexicano Manuel Mercado, su confidente y mejor amigo, su apoyo moral en los momentos difíciles, con el cual mantendría un fuerte lazo fraternal y a quien dedicaría versos poéticos.[3]

 Así, dos cartas dirigidas a Mercado en 1884 y 1889 son reveladoras del estado de ánimo de José Martí, de sus momentos de debilidad y de sus vicisitudes cotidianas. Del mismo modo otras cuatro cartas enviadas respectivamente a Valero Pujol, director del periódico El Progreso de Guatemala, Fausto Teodoro de Aldrey, director del periódico La Opinión Nacional de Caracas, Bartolomé Mitre y Vedia, director del periódico La Nación de Buenos Aires, al director del diario La República de Honduras, ilustran la rica y abundante colaboración periodística del Apóstol. Por fin, los correos a Roque Sáenz Peña, representante de Argentina en la Conferencia de Washington, Pío Víquez, director del periódico El Heraldo de Costa Rica, y Federico Henríquez y Carvajal, ardiente defensor de la emancipación de Cuba, arrojan una luz sobre la dedicación constante del cubano a la libertad de América Latina.



 Manuel Mercado

 Una amistad de más de veinte años unió a Manuel Mercado, abogado mexicano, a José Martí. Manuel Mercado conoció al patriota cubano el 10 de febrero de 1875 cuando ése llegó a México. Ambos intercambiaron una correspondencia variada de más de 140 cartas entre 1875 y 1895. Martí abordó tanto los problemas políticos del continente como temas más personales. Prueba de esta indefectible amistad, la última carta que redactaría Martí en vísperas de su muerte el 18 de mayo de 1895, la dirigiría a su “hermano muy querido, el más querido”.[4]

 Resulta interesante analizar la carta del 13 de noviembre de 1884 que el Maestro escribió a Mercado desde Nueva York. José Martí expresa su estado de ánimo a su confidente y amigo y le hace partícipe a la vez de sus proyectos y de sus dificultades económicas. La misión de su vida sigue siendo la independencia de Cuba, sobre todo tras el fracaso de la primera guerra de liberación entre 1868 y 1878, por la cual se entrega cuerpo y alma en detrimento de su existencia personal. Martí evoca los límites financieros a los cuales se enfrenta en su búsqueda de los recursos necesarios para la consolidación del proyecto patriótico. Sabe que la lucha será “desesperada y larga”. La causa de la libertad devora sus escasos ingresos y, leal a sus principios, su conciencia lo obligó a renunciar al cargo de cónsul interino de la República Oriental de Uruguay –su “único modo de vivir”–, por la “amistad” de Montevideo “con España”, la opresora de Cuba.[5]

Relata a su “hermano” mexicano su encuentro con Máximo Gómez y Antonio Maceo, los dos principales líderes, “valientes y puros”, del movimiento independentista cubano. La reunión es tempestuosa y José Martí se opone a los dos jefes, que desean emprender la batalla por la emancipación de la isla rápidamente. El exilado cubano estima, con razón, que no están reunidas las condiciones para librarse del yugo español. Para él está fuera de cuestión emprender “una campaña incompleta y funesta si no cambia de espíritu”. Hace falta primero federar a las fuerzas patrióticas en una misma estructura para conseguir la unidad necesaria para la victoria de la causa de la libertad. Del mismo modo es imprescindible echar las bases de la futura república antes de lanzar la epopeya revolucionaria, con el fin de evitar que la independencia desemboque en una nueva autocracia.[6]

 Su opinión respecto a los dos patriotas cubanos es severa y expresa sus reservas: “¿A qué echar abajo la tiranía ajena para poner en su lugar, con todos los prestigios del triunfo, la propia?” Martí acusa a Maceo y a Gómez de querer hacer de la guerra de independencia una “empresa propia” y lamenta la “desdeñosa insolencia” de los dos veteranos respecto a él, cuando dedica todos sus esfuerzos desde hace años a la empresa revolucionaria, “al servicio de mi patria”.[7]

 En esta misiva, Martí solicita la ayuda de su amigo Mercado para que le consiga una colaboración periodística semanal en el Diario Oficial de México sobre los asuntos estadounidenses, lo que le permitiría asegurar su subsistencia y la de su familia. Su contrato con el periódico Sun, en el cual escribe en francés, no le alcanza para hacer frente a los gastos diarios. El exilado cubano propone también a Mercado lanzar una revista mensual desde Nueva York que trataría de política, economía, literatura y arte, y que se distribuiría con una decena de diarios latinoamericanos. Para ello pide una retribución mensual de 120 dólares, sin lograr ocultar su sentimiento de malestar: “¿No ve que me debe estar dando vergüenza hablarle de esto?” Para sobrevivir, Martí se ve obligado a realizar una actividad comercial que le provoca “disgusto”. Para enfatizar la urgencia de la situación, termina su carta con un implorante “ayúdeme”.[8]



 Esta carta a su amigo mexicano es doblemente interesante. Ilustra primero el profundo desacuerdo político de José Martí con Antonio Maceo y Máximo Gómez sobre la estrategia a adoptar para poner fin al colonialismo español y edificar una patria soberana. Por otra parte, este intercambio epistolar muestra la dura vida cotidiana del exilado cubano en Nueva York, confrontado a regulares vicisitudes al punto de que no logra asegurar su propia subsistencia ni la de sus seres queridos.

 Otra carta a Manuel Mercado de diciembre de 1889 muestra hasta qué punto el amigo mexicano es el verdadero confidente de Martí. “¿Por qué no he de hablarle más que de mí en mis cartas?”, pregunta el cubano. El patriota se disculpa por la escasez de los intercambios epistolares. Se dedica por completo a la defensa de sus “ideas queridas” y de sus “deberes públicos”. Sólo tiene una cosa en mente: “mi tierra y mis otras tierras americanas”. El año es importante ya que Martí participa como delegado en la Conferencia Panamericana de Washington y pronuncia su famoso discurso “Madre América”. Ya no hay tiempo para “escribir a la madre enojada, o al hermano ejemplar, o al generoso hermano literario, o a los entusiastas amigos”. Pero en cuanto coge la pluma no puede dejar de hablar de su propia persona, como si desease satisfacer esa irreprimible necesidad de confesión.[9]

 Martí informa al amigo mexicano de que dedica toda su energía y sus limitados recursos a luchar contra la “la política de intriga y división” que lleva Estados Unidos “con daño general de nuestra América”. “¡Qué esfuerzos para hacerles entender que México no es su enemigo, sino en cuanto ellos se presten a ser aliados de los enemigos de México!”, lamenta el cubano. “Quiero libre a mi tierra –y a mi América libre”.[10]

 La amistad –profunda y sincera– fue el vector de la relación entre José Martí y Manuel Mercado. El cubano encontró en el mexicano al asesor precioso, al confidente fiable y al hermano que siempre quiso tener.



 Colaboraciones periodísticas

 José Martí desarrolló a lo largo de su vida una intensa actividad periodística y colaboró en muchos diarios y revistas. Esta relación profesional también se transformó en relación amistosa con los directores de los periódicos que publicaron sus trabajos. Las cartas intercambiadas con ellos tienen a la vez un contenido profesional y, a veces, un lado más íntimo.

 En una carta a Valero Pujol, director del periódico El Progreso de Guatemala, del 27 de noviembre de 1877, Martí expresa su agradecimiento por la publicación de un artículo elogioso sobre el discurso que pronunció el 15 de septiembre de 1877 por la conmemoración de la independencia de Guatemala. En efecto, Martí había rendido homenaje a la nación centroamericana que ofrecía al exilado perseguido una generosa hospitalidad: “Canté a la Guatemala laboriosa […].Canté una estrofa del canto americano”.[11]

 No obstante Martí rechaza la crítica que aparece al final del artículo y recuerda algunos hechos. En su discurso vibrante pero sin concesiones, el Maestro defendió la causa indígena, recordando que los pueblos precolombinos constituían el alma de la patria guatemalteca: “Volví los ojos hacia los pobres indios, tan aptos para todo y tan destituidos de todo, herederos de artistas y maestros, de los trabajadores de estatuas, de los creadores de tablas astronómicas, de la gran Xelahú, de la valerosa Utatlán”.[12]

El cubano defendió esta “América fabulosa”, denunciando las “rencillas personales, fronteras imposibles, mezquinas divisiones”, que constituyen obstáculos al progreso humano y a la unión continental. “Ensalzando a la trabajadora Guatemala, y excitándola a su auge y poderío, ¿habré obrado contra ella? Rogando a una hermana que sea próspera ¿habré obrado en mal de la familia?”. He aquí las respuestas interrogativas de Martí a sus detractores. No vive para brindar alabanzas halagüeñas, sino para decir la verdad: “Un hombre nace para vencer, no para halagar”. La pasión explica su vehemencia y sólo lo mueve el amor que siente por Guatemala.[13]

El orador concluye su carta con ardor:

Estoy orgulloso, ciertamente, de mi amor a los hombres, de mi apasionado afecto a todas estas tierras, preparadas a común destino por iguales y cruentos dolores. Para ellas trabajo, y les hablaré siempre con el entusiasmo y la rudeza […] de un hijo amantísimo, que no quiere que sus amigos llamen a la energía necesaria, inoportunidad; a las resistencias sordas, circunstancias.

Vivir humilde, trabajar mucho, engrandecer a América, estudiar sus fuerzas y revelárselas, pagar a los pueblos el bien que me hacen: éste es mi oficio. Nada me abatirá; nadie me lo impedirá. Si tengo sangre ardiente, no me lo reproche U., que tiene sangre aragonesa.

Ud. me ha hecho mucho bien: –hágame aún más. No diga U. de mí, –que eso vale poco: “Escribió bien”, “habló bien”. –Diga U., en vez de esto: “Es un corazón sincero, es un hombre ardiente, es un hombre honrado”.[14]

 Decir la verdad, sin hipocresía, a los seres estimados y para quienes uno desea lo mejor. Tal es la concepción de la amistad de José Martí.

 En una carta de despedida a su amigo Fausto Teodoro de Aldrey, director del diario La Opinión Nacionalde Caracas, del 27 de julio de 1881, José Martí le anuncia la inminencia de su salida de Venezuela para Nueva York y le expresa en términos cálidos su amistad y gratitud. Su apego a la tierra de Bolívar donde vivió varios meses es sincero. Se lleva las “tiernas muestras de afecto” que recibió, los “hidalgos corazones” y “los ideales enérgicos”. Martí se reivindica hijo de Venezuela e hijo de América, dispuesto a servir la causa de la emancipación. Informa también a Aldrey de que deja de aparecer su Revista Venezolana y se despide con hermoso homenaje: “A este noble país, urna de glorias; a sus hijos, que me han agasajado como a hermano; a Ud., lujoso de bondades para conmigo, envía, con agradecimiento y con tristeza, su humilde adiós José Martí”.[15]

 En otra misiva a Bartolomé Mitre y Vedia, director del periódico La Nación de Buenos Aires, del 19 de diciembre de 1882, Martí expresa su alegría al recibir la correspondencia de sus amigos, sobre todo cuando una comunidad de ideales y pensamientos une a las personas.[16]

 El cubano responde positivamente a una propuesta de colaboración mensual en el diario argentino. A partir de enero de 1883 mandará sus crónicas sobre Estados Unidos desde Nueva York, pero usará su pluma para emitir críticas constructivas: “Suelo ser caluroso en la alabanza […]. Cuando haya cosas censurables, ellas se censurarán por sí mismas”. Lamenta por ejemplo “este amor exclusivo, vehemente y desasosegado de la fortuna material”, que corrompe las sociedades de América.[17]

 Martí aprovecha la carta para revelar detalles más íntimos. Así, confiesa que no ha visto a su mujer y a su hijo desde hace “dos años” hasta su visita de diciembre de 1882. Martí resulta perturbado por esa ausencia familiar y afectiva, así como por su aclimatación difícil a la ciudad de Nueva York que le han quitado “el sosiego de espíritu y claridad de mente necesarios para escribir con honradez y serenidad cosas que han de leer gentes sensatas”. También le hace partícipe de sus aprietos económicos ya que apenas dispone del “papel” necesario para redactar la carta.[18]

 Por otra parte, en una carta del 8 de julio de 1886 al director de La República de Honduras, José Martí lo informa de que redactará “periódicamente” para el diario una revista sobre la vida en Estados Unidos que sería de interés para la nación centroamericana. “La cultura no ha tenido todavía tiempo de distribuirse en la masa con la abundancia necesaria”, apunta el cubano. Es necesario brindarla a “nuestros pobres pueblos nuevos, bautizados en la ignorancia y en el odio”.[19]

 José Martí denuncia también las “resistencias de los privilegios”, las “acumulaciones de poder en los caudillos populares”, el “desdichado servimiento de los hombres cultos”, las “mismas guerras frecuentes” que llevan a América Latina a la ruina y al deshonor. Al contrario es preciso sustituir ello por “la fe en nuestras fuerzas propias, el conocimiento de nuestras necesidades verdaderas, el desdén de los combates inútiles, y las virtudes de los trabajadores”.[20]

 Martí, respetando las conveniencias, alaba el camino escogido por Honduras aunque peque de exageración: “Acá en Nueva York, por ejemplo, apenas hay país hispanoamericano que esté ante el público con más gallardía que Honduras”. Apunta con placer evidente que ese país, cuyos intereses se representan en “uno de los más bellos edificios de Nueva York”, suscita la apetencia de los hombres de negocios por sus riquezas naturales. El cubano concluye su misiva informando al director de que transmitirá todas las noticias de interés sobre todos los aspectos de la sociedad estadounidense.[21]

 Las colaboraciones periodísticas de José Martí dan una idea de su impresionante actividad intelectual y de su prestigio por todo el continente. Los diarios latinoamericanos más importantes solicitaron regularmente los análisis del patriota cubano.



La independencia de América Latina

 La independencia de América Latina fue la obra de toda la vida de José Martí. La corta misiva del 10 de abril de 1890 a Roque Sáenz Peña, representante de Argentina en la Conferencia de Washington y futuro presidente de Argentina (1910-1914), ilustra la dedicación constante de Martí a la libertad del continente. Es sólo un ejemplo entre muchos.[22]

 En una carta del 8 de julio de 1893 a Pío Víquez, fundador del diario El Heraldo de Costa Rica, amigo íntimo que le tendió una mano fraterna en momentos difíciles, el Maestro llama a “mantener a esta América nuestra”. Aprovecha la ocasión para rendir tributo a Costa Rica que le abrió brazos acogedores: “Yo llegué ayer, insignificante e ignorado, a esta tierra que siempre defendí y amé, por culta y viril, por hospitalaria y trabajadora, por sagaz y por nueva”.[23]

 José Martí también tuvo un intercambio epistolar con el dominicano Federico Henríquez y Carvajal, gran partidario de la independencia de Cuba. Su carta más célebre sigue siendo la enviada el 25 de marzo de 1895, el mismo día que redactó el Manifiesto de Montecristi con Máximo Gómez, que echa las bases de la Segunda Guerra de Independencia. En esta carta de despedida, Martí expresa su sentimiento. En vísperas de su salida para Cuba (el 11 de abril), se muestra lúcido en cuanto a los peligros: es tiempo de “encarar la muerte” para salvar a “la patria cuajada de enemigos”. Era inconcebible para el patriota cubano no participar en “la guerra necesaria” pues no se puede “predic[ar] la necesidad de morir y no empez[ar] por poner en riesgo su vida”. Martí es consciente de lo que le reserva el porvenir y no aspira a nada más que realizar su sueño de libertad: “Para mí la patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber […].Quien piensa en sí, no ama a la patria […]. Mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mí, ya es hora”. Visionario, Martí sabe que el futuro de América Latina, amenazada por un poderoso vecino, depende de la libertad de Cuba: “Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa […]. Si caigo, será también por la independencia de su patria”.[24]

 El Apóstol cubano dedicó así todas sus fuerzas a dos grandes misiones durante su existencia: la libertad de América latina y la realización del proyecto bolivariano de una unidad continental.

Conclusión

 En estos intercambios epistolares a la vez políticos, profesionales y amistosos, se ve el lado humano y frágil del exilado cubano, atormentado por las dudas y las dificultades financieras, lejos de sus seres queridos, que solicita la ayuda material y sobre todo moral de Manuel Mercado, el amigo íntimo, el confidente. Cabalmente dedicado a la causa suprema de la libertad, José Martí atravesó la vida cual un sacerdocio y el sufrimiento y la soledad marcaron el camino tortuoso de su existencia.

 Se descubre también al periodista perspicaz, prolijo e informado, sutil observador de la sociedad estadounidense y de las sociedades latinoamericanas, que multiplica las colaboraciones en el continente, y cuyo análisis fino e implacable es apreciado por las elites intelectuales latinoamericanas.

 Se ve finalmente al José Martí patriota, plenamente dedicado a la causa de la independencia de Cuba y del continente latinoamericano. Clarividente en cuanto al peligro que representan las ambiciones expansionistas de Washington, obra para despertar las conciencias e impedir el desarrollo del tenebroso proyecto estadounidense.




Salim Lamrani es Doctor en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos de la Universidad Paris Sorbonne-Paris IV, Salim Lamrani es profesor titular de la Universidad de La Reunión y periodista, especialista de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Su último libro se titula Cuba, the Media, and the Challenge of Impartiality, New York, Monthly Review Press, 2014, con un prólogo de Eduardo Galeano.http://monthlyreview.org/books/pb4710/ Contacto: lamranisalim@yahoo.fr ; Salim.Lamrani@univ-reunion.frPágina Facebook: https://www.facebook.com/SalimLamraniOfficiel



[1] José Martí, “Dedicatoria a Lorraine S. Brunet », Obras completas, tomo 20, p. 510.

[2] José Martí, “Los lunes de La Liga”, Patria, Nueva York, 26 de marzo de 1892.

[3] José Martí, Versos sencillos (XLIV).

[4] José Martí, « Carta a Manuel Mercado », 12 de abril de 1885.

[5] José Martí, « Carta a Manuel Mercado », 13 de noviembre de 1884, in José Martí, Nuestra América, Biblioteca Ayacucho. http://www.bibliotecayacucho.gob.ve/fba/index.php?id=97&backPID=103&begin_at=16&tt_products=15 (sitio consultado el 20 de abril de 2015).

[6] Ibid.

[7] Ibid.

[8] Ibid.

[9] José Martí, « Carta a Manuel Mercado », diciembre de 1889, in José Martí, Nuestra Américaop. cit.

[10] Ibid.

[11] José Martí, « Carta a Valero Pujol », 27 de noviembre de 1877, in José Martí, Nuestra Américaop. cit.

[12] Ibid.

[13] Ibid.

[14] Ibid.

[15] José Martí, « Carta a Fausto Teodoro de Aldrey », 27 de julio de 1881, in José Martí, Nuestra América,op. cit.

[16] José Martí, « Carta a Bartolomé Mitre y Vedia »,19 de diciembre de 1882, in José Martí, Nuestra Américaop. cit.

[17] Ibid.

[18] Ibid.

[19] José Martí, « Carta al Director de La República », 8 de julio de 1886, in José Martí, Nuestra América,op. cit.

[20] Ibid.

[21] Ibid.

[22] José Martí, « Carta a Roque Sáenz Peña », 10 de abril de 1890, in José Martí, Nuestra Américaop. cit.

[23] José Martí, « Carta a Pío Víquez », 8 de julio de 1893, in José Martí, Nuestra Américaop. cit.

[24] José Martí, « Carta a Federico Enríquez y Carvajal », 25 de marzo de 1895, in José Martí, Nuestra Américaop. cit.

Centro de Estudios Martianos

"Historia de los DNU"


por Carlos Baeza

Los numerosos y necesarios decretos que el nuevo gobierno ha debido emitir para poder organizar y poner en marcha su gestión, han provocado una catarata de críticas, la mayoría de ellas carentes de todo fundamento legal.
Así se ha llegado a sostener que el inicial paquete de decretos  -alrededor de un centenar-  fueron todos DNU, cuando en realidad se trató de simples decretos autónomos que corresponden en forma exclusiva al presidente con el fin de regular el marco de atribuciones propias que le competen en virtud de revestir los cargos de “jefe supremo de la Nación, jefe del gobierno y responsable político de la administración general del país” (art. 99 inc. 1°).

Tal lo acontecido con los numerosos decretos designando a todos los ministros, secretarios y demás funcionarios que asumieron la nueva  conducción del Estado (art. 99 inc. 7°) También se afirmó que las designaciones de dos ministros de la Corte así como la intervención a la AFSCA fueron realizadas mediante DNU, lo cual es igualmente falso: en el primer caso se trató de un decreto fundado en el art. 99 inc. 4 y 19, para lo cual el presidente se encuentra expresamente habilitado en receso del Senado, en tanto el segundo fue otro decreto autónomo. Por ende, dentro de ese inicial grupo de normas el único DNU fue el necesario para modificar la ley de ministerios, no obstante que el que mayor polémica provocara fue el de la designación de 2 magistrados para la Corte Suprema  -situación expresamente habilitada por el inc. 19 del art. 99 C.N-  y que lamentablemente la realidad demostró lo acertado y necesario de su sanción.
En efecto: la composición legal actual de la Corte es de 5 miembros, requiriéndose 3 votos concordantes para pronunciar un fallo. Sin embargo, el cuerpo se encuentra reducido a 3 magistrados, razón por la cual es menester que todos ellos estén de acuerdo y por ende, de existir una disidencia o una excusación, la Corte no podría emitir un pronunciamiento, todo lo cual justificaba plenamente el decreto en cuestión. Y bien: frente a un planteo de inconstitucionalidad en el que igualmente se recusaba al Dr. Lorenzetti, el Alto Tribunal rechazó ambas cuestiones para lo cual fue menester que el mismo Lorenzetti votara su propia recusación, siendo que en tales casos el magistrado recusado se abstiene de votar pero que ante la falta del voto de los 3 miembros, se vio obligado a proceder de esa forma.
Existen ciertos supuestos de excepción, en que por razones extraordinarias los textos constitucionales otorgan al Poder Ejecutivo la atribución de dictar normas de contenido legislativo y que sin esta expresa concesión no podrían ser ejercidas por encontrarse fuera del marco de sus exclusivas competencias. De esta manera el Ejecutivo "usurpa durante cierto tiempo los dominios reservados constitucionalmente al detentador del poder legislativo. El parlamento, por su parte,  se priva a sí mismo, con esta renuncia, de su participación legítima en la formación y ejecución de la decisión política. Su único control interórgano sobre el gobierno se reduce al derecho nominal de revocar un decreto gubernamental. La disminución del potencial de poder por parte de la asamblea significa una ganancia para el gobierno, pero el papel de líder del ejecutivo  será comprado a costa del principio de la distribución del poder” (Loewenstein).
Obviamente que tal tipo de legislación debe ser ejercida sólo en casos extraordinarios no pudiendo convertirse en una práctica que soslaye o usurpe la función atribuida al Congreso, lo cual se ha convertido, muchas veces, en un claro abuso. Justamente Sartori hace notar esta característica y con especial referencia a nuestro país, señala que “el decretismo, el gobierno por decreto por encima de los líderes del Congreso, es endémico y a menudo epidémico en América Latina"; agregando que "Argentina ha presenciado además, la frecuente utilización de la legislación por decreto cuando no hay necesidad o urgencia real y cuya legitimidad constitucional es muy dudosa. No obstante, la práctica casi nunca enfrenta oposición" (“Ingeniería constitucional”).

Dado que el régimen de los DNU recién surgió con la reforma constitucional de 1994, la doctrina nacional, en general, frente a la ausencia de norma explícita que facultara al Poder Ejecutivo a emitir tales decretos, entendía que su eventual sanción sería inconstitucional. En este sentido, Bidart Campos sostenía que el sistema de división de poderes de nuestra Constitución "no tolera, ni siquiera por razones de urgencia y necesidad, que el poder ejecutivo ejerza competencias del Congreso. Para sostener que puede hacerlo, habría que dar por cierto que nuestra constitución contiene una norma habilitante implícita del siguiente tenor: 'la división de poderes y el reparto de competencias pueden excepcionarse cuando por necesidad y urgencia es menester que el poder ejecutivo ejerza directamente una o más funciones del congreso'. Y nos parece que ningún espacio y ningún principio de la constitución permiten inducir que tal norma implícita tenga cabida en ella" (“Manual de la Constitución reformada”).
No obstante y si bien nuestra Ley Fundamental no preveía este tipo de decretos, la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia los acogió en el caso “Peralta c. Nación Argentina" si bien sujeta a dos condiciones: 1° que el Congreso, en ejercicio de atribuciones propias, no sancionara disposiciones diferentes en la misma materia; y 2° que haya una situación de grave riesgo social, frente al cual exista la urgencia y necesidad de adoptar medidas súbitas que no puedan ser remediadas por vías legislativas. (Fallos 313:1513)
Por consiguiente, uno de los errores en los que se incurre con frecuencia es computar como DNU las normas de similares características sancionadas con anterioridad a 1994. Así, se tienen en cuenta 25 de ellas emitidas entre 1853 y 1983, como igualmente otras 10 habidas durante el gobierno de Alfonsín. Finalmente se contabilizan 545 decretos bajo el gobierno de Menem, no obstante lo cual solo cabe considerar como DNU a los sancionados a partir de la citada reforma de 1994, pero no así los emitidos durante su primera presidencia.
El art. 99 inc. 3° de la C.N.que regula los DNU exige las siguientes condiciones:
a) en ningún caso es posible recurrir a los decretos de necesidad y urgencia, cuando se trate de normas regulatorias en materia penal, tributaria, electoral o de partidos políticos.
b) en todos los demás supuestos, su procedencia sólo es posible “cuando circunstancias excepcionales hicieran imposible seguir los trámites ordinarios previstos por esta Constitución para la sanción de las leyes”.
c) los decretos de necesidad y urgencia deben ser decididos en acuerdo general de ministros, quienes deberán refrendarlos juntamente con el jefe de gabinete de ministros.
d) dentro de los diez días de dictado el decreto, el jefe de gabinete de ministros debe someterlo a la consideración de la Comisión Bicameral Permanente, integrada por miembros de ambas Cámaras y respetando la proporción que cada partido político tenga en las mismas. Esta Comisión, a su vez, dentro de los diez días, eleva un despacho al plenario de cada Cámara, el que deberá ser tratado por éstas en forma inmediata.
e) finalmente, el Congreso deberá sancionar una ley especial, regulando el trámite y los alcances de la intervención del Congreso.
Sin embargo, recién 12 años después de la incorporación de esta cláusula al texto constitucional se sancionó la ley 26.122 reglamentando esa norma así como la conformación de la Comisión Bicameral Permanente, instrumento necesario para el funcionamiento de este instituto, lo cual lleva a afirmar una primera conclusión: que todos los D.N.U emitidos entre 1994 y julio de 2006, resultaron inconstitucionales, al no haberse constituido en ese lapso, la Comisión Bicameral Permanente y cuya intervención resulta imprescindible para otorgar validez a tales normas. Así lo sostuvo la Corte Suprema de Justicia en el caso “Verrocchi” al decir que “la cláusula constitucional impone dos subetapas: la ejecutiva y la legislativa y que esta última requiere necesariamente la intervención de la Comisión Bicameral Permanente, la que debe formular el despacho y elevarlo luego a la consideración de las Cámaras, por lo cual, la ausencia de dicho órgano, haría que desaparecieran los actos concatenados y concurrentes de los poderes Ejecutivo y Legislativo, para dar paso a la actuación sólo del primero de ellos, convirtiendo así al presidente en legislador”(Fallos 322:1720).
Precisamente en el citado fallo se estableció que el dictado de un DNU debe ser el resultado de la existencia de alguna de las circunstancias excepcionales a las que alude el dispositivo a saber: “1)Que sea imposible dictar la ley mediante el trámite ordinario previsto por la Constitución, vale decir, que las cámaras del Congreso no puedan reunirse por circunstancias de fuerza mayor que lo impidan, como ocurriría en el caso de acciones bélicas o desastres naturales que impidiesen su reunión o el traslado de los legisladores a la Capital Federal; o 2) que la situación que requiere solución legislativa sea de una urgencia tal que deba ser solucionada inmediatamente, en un plazo incompatible con el que demanda el trámite normal de las leyes”. De estos dos supuestos de excepción  -sostuvo la Corte- es indudable que el primero de ellos justifica el ejercicio de la potestad excepcional puesta en cabeza del presidente. Pero no ocurre lo mismo con el restante, “toda vez que ello significaría dejar en manos del Poder Ejecutivo evaluar qué tiempo demandaría llegar a contar con una ley y según su único e inapelable criterio, apelar a un decreto de necesidad y urgencia cuando así lo creyere necesario, aún si las cámaras se encontraran en sesiones”. Por tanto, ocurrida alguna de estas dos hipótesis, corresponde al Poder Judicial el control de constitucionalidad dado que cabe descartar “criterios de mera conveniencia ajenos a circunstancias extremas de necesidad, puesto que la Constitución no habilita a elegir discrecionalmente entre la sanción de una ley o la imposición más rápida de ciertos contenidos materiales por medio de un decreto”.
Por todo lo expuesto, durante las 2 presidencias de Menem, del total de 545 decretos, sólo cabe computar como DNU los 107 sancionados desde 1994, en tanto que De la Rúa emitió 73 y Néstor Kirchner 236 DNU. No consideramos en esta nómina a los 155 DNU durante el gobierno de Duhalde, por tratarse de un gobierno de facto, toda vez que su legitimación para completar el mandato faltante de De la Rúa resultó inconstitucional a la luz del art. 88 de la C.N que solamente habilita esa sustitución al vicepresidente, pero nunca al “funcionario” designado por el Congreso, quien debe limitarse a asumir y llamar a elecciones. Y el otro error es sostener que durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner sólo se sancionaron 29 DNU, ya que esa información sólo abarca su primer mandato, siendo que en el segundo periodo se emitieron 47 normas de ese tipo. Y si bien el total de DNU de su gobierno en 12 años no es significativo y resulta notoriamente inferior comparados con los de De la Rúa (2 años) y Néstor Kirchner (4 años) ello se explica porque el Poder Legislativo o bien se ha convertido en una “escribanía” del Ejecutivo cuya tarea consiste en recibir proyectos de ley enviados por éste y que deben ser tratados a libro cerrado, en forma “exprés” y sin posibilidad para la oposición de debate alguno; o en otros casos, en una auténtica autofuyimorización parlamentaria, delegando indiscriminadamente en el Ejecutivo facultades que la Constitución le confiere; y, en última instancia, consintiendo que el Ejecutivo gobierne a través de decretos de necesidad y urgencia, convirtiendo lo que debiera ser una excepcionalidad en la regla. Prueba irrefutable de ello fue el “sincericidio” del jefe del bloque oficialista en el Senado cuando al tratarse a fines de 2013 la reforma del Código Civil, voto a favor pero sostuvo estar haciéndolo por disciplina partidaria aunque estaba en desacuerdo con el proyecto y confiando en que la Cámara de Diputados lo modificara…Huelgan los comentarios.
La utilización de los DNU es, entonces, una atribución del Poder Ejecutivo expresamente concebida en el marco constitucional pero cuyo ejercicio debe ser utilizado teniendo en cuenta los parámetros exigidos por la cláusula del art. 99 inc. 3°. Sin embargo, se ha podido observar a través de los distintos gobiernos que se ha recurrido a ellos sin existir razones “de necesidad o urgencia” o inclusive, estando el Congreso en sesiones y sin que el contenido de los mismos resultara incompatible con los plazos exigidos para la sanción de una ley que se abocara a su tratamiento.