“Cuando participan, los sectores populares lo hacen con alguna intención”



French y Beruti fueron los dos grandes agitadores de los revolucionarios. Dorrego y Rosas, los primeros caudillos populares. Di Meglio señala que al caer el rey frente a Napoleón, la soberanía vuelve a los pueblos y así surgieron las Juntas en España y en América.

Por Natalia Aruguete y Walter Isaía




–¿Cuándo empieza para usted el proceso revolucionario?
–La revolución comenzó con la crisis de la monarquía española. La invasión francesa en 1808, que capturó al rey Fernando VII e hizo que se generara en España un movimiento de resistencia, porque Napoleón Bonaparte, el invasor, le quitó la corona al rey y se la dio a su hermano, José Bonaparte. Entonces, la idea que se instaló era que la soberanía vino de Dios a los pueblos que forman la monarquía y esos pueblos se la dieron al rey. Y si no había rey, la soberanía volvía a los pueblos. Los españoles que viven en España empezaron a aliarse contra los franceses. Y las ciudades españolas hicieron Juntas, para conservar la soberanía del rey mientras éste no estuviera, que se agruparon en la Junta Central de Sevilla.
–¿Y en América qué pasaba en ese momento?
–En América, la mayor parte del imperio aceptó que esa Junta Central de Sevilla reemplazara al rey, por lo cual, en 1808, prácticamente no cambiaron las cosas. En general, la gente decía: “Queremos que vuelva el rey”. Había un patriotismo hispano muy fuerte. Dos años después, las cosas cambiaron porque el territorio español cayó bajo el dominio francés. Ya no quedaba Junta Central de Sevilla. Era el apogeo de Napoleón, que no parecía algo pasajero, sino catastrófico. En muchas ciudades americanas se hizo lo mismo que en España dos años antes. Y se pensaba: “La soberanía la tiene el rey porque se la dieron los pueblos. Sin rey, la soberanía vuelve a los pueblos”. Cuando llegó la noticia de la caída de España, en algunas ciudades americanas se formaron Juntas: en Caracas en abril de 1810, en Buenos Aires el 25 de mayo, después en Santiago de Chile y en Cartagena y Bogotá, que ahora son Colombia, en parte de México también.


–¿Cuál era el espíritu de esas Juntas?
–Al principio, no eran independentistas, sino autonomistas. Buscaban un autogobierno, que no era incompatible con la monarquía. Con la Revolución se dieron varias cosas. Por un lado, no todos aceptaban el principio juntista y comenzó a haber una guerra –en un comienzo modesta aunque cada vez más compleja– entre los partidarios de las Juntas nuevas y los que seguían siendo leales al Consejo de Regencia español. Si bien el factor que provocó la revolución era el mismo para todos, de acuerdo con las situaciones locales previas, los derroteros posteriores de cada movimiento revolucionario fueron diferentes. En América había muchas tensiones raciales y sociales, que se activaron cuando se produjo la revolución. La americana era una sociedad con muchos conflictos, había tensión entre los indígenas, los dominadores y los esclavos.
–¿Por qué algunos investigadores dicen que no fue efectivamente una revolución lo que se produjo en 1810?
–Antiguamente, los sectores más liberales, e incluso los nacionalistas, pensaban que la revolución fue un intento de los criollos de liberar e independizar a la Argentina, que estaba oprimida por España. Lo cual habla de una conciencia de los criollos de lo nacional, que es la idea de Mitre y que, desde 1870 en adelante, fue retomada hasta el hartazgo por distintos historiadores y volcada en la enseñanza pública: la idea de que los argentinos nos emancipamos. Hoy, las investigaciones demostraron que no existía una conciencia nacional, todos se consideraban americanos. Las identidades nacionales se crearon luego de 1810, en buena medida durante la guerra de la Independencia, con nuevos agrupamientos y con lo que luego fueron las naciones hispanoamericanas. Desde la izquierda, que nunca fue muy influyente en la Argentina, algunos discutieron si fue una revolución burguesa y otros directamente negaron cualquier hecho revolucionario. Yo creo que fue una revolución porque hubo una transformación muy fuerte. Si uno se ubica en 1810 y luego en 1820, que es cuando termina la guerra de Independencia, se ven algunos cambios muy fuertes.
–¿Como cuáles?
–Cambiaron las razones por las cuales se manda y se obedece. Ya no se es súbdito de un rey, el pueblo manda a través de sus representantes.
–Además porque diez años era un lapso muy corto para aquel momento.
–Fue muy rápido y no había demasiados antecedentes; el más cercano era el de Estados Unidos, que se había hecho república unos años antes. América era vista como una regeneración de Europa, como la tierra de la libertad. Mientras que Europa aparecía como algo atrasado. El otro cambio fundamental fue económico. Toda la economía consistía en alimentar ese centro minero del Alto Perú, sobre todo Potosí, y exportar plata. En Buenos Aires, el 80 por ciento de la exportación en la época colonial era plata. Con la guerra, Potosí quedó del lado realista y la economía se transformó notablemente. Se pasó a la exportación de bienes primarios, lo que después fue agrícola-ganadero, que en ese momento era sólo ganadero. Eso supuso un cambio grande en la cúspide social, si los grandes comerciantes habían sido la clase dominante en el período colonial, a partir de allí se abría la puerta para que lo fueran los terratenientes, que en el período colonial eran un sector intermedio. El otro punto revolucionario es el final de las desigualdades sociales y raciales legales, salvo la esclavitud.


–¿Sólo en términos legales?
–Las diferencias sociales y raciales siguen hasta la actualidad, pero entonces dejaron de ser legales. A partir de la revolución, todos somos iguales ante la ley. Así como en España, la sangre de los judíos o los moros “no era limpia”, en América, el que no tenía sólo sangre española o india tampoco era puro. Los indios también eran considerados puros, inferiores pero puros. Las mezclas eran castas y éstas eran legalmente inferiores: no podían usar armas ni hacer apuestas de ningún tipo. La revolución rompió con eso, no de hecho, pero sí de derecho. La libertad de vientre hizo que la esclavitud empezara a caer como institución. Aunque se terminó recién con la Constitución nacional de 1853. El otro punto que para mí la hace una revolución es que fue vivida por todas las clases sociales de ese momento como un antes y un después, ellos decían que fue una revolución. Y en la historia lo determinante es la experiencia humana.
–¿A qué se refiere usted cuando habla de “bajo pueblo”?
–Esa sociedad que hizo la revolución estaba fuertemente dividida. Una división muy grosera y amplia era entre gente decente, que tenía respetabilidad y dinero, y la plebe o el bajo pueblo, que no eran respetados por su color de piel. Ser blanco era ser considerado blanco por los demás, no hacía falta serlo realmente, porque no había forma de medirlo. De hecho, Rivadavia era bastante moreno. En distintos lugares de América, había gente que nacía de color y moría blanca: cambiaba de lugar, conseguía dinero y compraba su blanquitud.
–¿Cómo estaba conformado el bajo pueblo?
–Era un sector muy amplio de gente que tenía las ocupaciones más pobres: jornaleros, peones, lavanderas, planchadoras, los que trabajaban en el matadero, los que bajaban de buscar agua y los que, en los actos escolares, aparecen vendiendo mazamorra. Además de ser el piso social, tenían muchas diferencias entre sí, era un conglomerado muy heterogéneo que los de arriba aglutinaban en la plebe.





–¿Cómo surge ese nombre?
–Es un término que existía en la época para diferenciar. Pueblo era una palabra polisémica. Quería decir ciudad y también se refería a los que viven en esa ciudad. A veces incluía a los vecinos, que tenían cierta respetabilidad social, y otras incluía a todos. Todas esas acepciones estaban en el diccionario de esa época. Encontré un caso de gente gritando “Viva el bajo pueblo”. Fue la única vez que encontré a alguien autoproclamándose con una identidad popular. Es muy difícil encontrar que ellos mismos se llamen de alguna manera.
–¿En qué circunstancias se dio eso?
–En unas elecciones, después de la revolución, entre federales y unitarios. En ese momento gobernaba Dorrego. Sus enemigos le decían el tribuno de la plebe y sus seguidores, el padre de los pobres. Dorrego había aprendido a hacerse un capital político popular, escuchaba los reclamos populares y, cuando fue diputado, los llevó a la Legislatura. Los federales eran vistos como populares y los unitarios como aristócratas. En esas elecciones, los seguidores de Dorrego gritaban: “Viva el bajo pueblo, mueran los de casaca y levita”, que eran las prendas de la elite. En Buenos Aires, era muy barato comer en esa época, pero era muy caro vestirse. De allí la idea del descamisado, el que no tiene camisa, porque se le rompió o porque la fue arreglando y quedó hecha jirones.
–¿Qué rol tuvo el bajo pueblo en la revolución?
–Cuando se estudia estos períodos se sigue poniendo el énfasis en los grandes personajes, San Martín, Moreno, Saavedra, Belgrano, que sin dudas fueron los líderes del proceso. Pero si sólo se los sigue a ellos, uno se queda con una mirada sesgada de la historia. En la revolución rioplatense, si no se estudia la participación del bajo pueblo no se entiende la revolución, porque participaron activamente. Tal vez de manera subordinada, pero no por eso menos importante.
–¿Hay algún antecedente de la participación de esos sectores?
–Sí. Con las invasiones inglesas se habían formado milicias voluntarias en las cuales ingresó mucha gente del bajo pueblo. Consiguieron un trabajo, que fue convertirse en milicianos, no en militares. Era gente que defendía la ciudad y tenía una paga por eso. Allí comenzó a activarse la participación en la cosa pública, aunque no necesariamente política. Cuando llegó la revolución a Buenos Aires había una experiencia previa, que facilitó que estos sectores se politizaran rápidamente.
–¿Qué rasgos tiene ese proceso de politización?
–Era una época muy compleja. No había dos grupos que se fueron reproduciendo, sino que fueron surgiendo nuevos. A veces se simplifica diciendo que el origen de los problemas argentinos estaba dado por la división entre el grupo de Moreno, que seguía un cambio más radical y transformador, y el grupo de Saavedra, que era revolucionario pero quería básicamente un cambio de gobierno. Esa división duró dos años, después hubo otros grupos que entraron en acción. Esa división tenía un gran problema.
–¿Cómo se dirimió ese problema?
–No había reglas claras de competencia. En una revolución no hay elecciones. Sobre todo, no había lo de antes: si un grupo tenía un problema con otro acudían a España, que era la metrópolis imperial y dirimía qué grupo tenía razón. Como no había más imperio, no había manera de decidir quién ganaba. Esa ruptura hizo que se empezara a buscar capital político hacia abajo, para definir un conflicto. Y eso era básicamente movilización. La calle. Eso les dio entrada abierta a los sectores populares para participar en la política de manera decisiva.
–¿Es posible ubicar algún momento que diera comienzo a esa participación?
–El más famoso fue el 5 de abril de 1811, cuando el sector saavedrista logró movilizar a los que llamaba “los hombres de poncho y chiripá”, que vivían en los suburbios de Buenos Aires, para echar a los morenistas. Fueron a la Plaza de la Victoria –hoy Plaza de Mayo– y pidieron “que se vayan”. En realidad no fueron sólo a eso. Los sectores populares, cuando participan, tienen una intención, no van como ovejas porque alguien los llamó. En el petitorio, echar a los morenistas aparecía recién en quinto lugar. El punto número uno dice: “Queremos que se eche a todos los españoles de la ciudad”.

–¿Por qué estaban contra los españoles?
–El bajo pueblo era antiespañol, a diferencia de la clase alta que estaba muy ligada a los españoles, porque eran familiares y por otras conexiones muy concretas. En cambio, en el sector popular había mucho resentimiento con los españoles, porque siempre habían tenido ventajas de todo tipo: comerciales, laborales, matrimonial. Ese resentimiento se politizó con la revolución.
–¿Es posible establecer momentos en los que esta participación popular haya sido más alta?
–1811 y 1812 son años muy fuertes. Con la guerra había mucha efervescencia. Por ejemplo, en diciembre de 1811 hubo un motín de los Patricios, que pedían que se los tratara como milicianos y no como soldados, es decir que les mantuvieran sus derechos como gente de la ciudad. Los mataron, pero fue un levantamiento protagonizado por gente popular, no intervinieron miembros de la elite.
–Es decir que se definió con las armas.
–Sí. En 1819 hubo algunos levantamientos de la milicia negra, integrada por negros y pardos, pidiendo lo mismo: “Que nos traten como ciudadanos y no nos manden a pelear afuera, porque nosotros somos de la ciudad”. En ese caso no se definió de manera armada. Hubo una negociación y los desarmaron, pero ellos se levantaron con las armas en la mano. En 1812, hubo varios momentos de convulsión. A Rivadavia, que era secretario del Triunvirato, lo persiguieron en la calle y lo zarandearon pidiéndole que tuviera mano dura contra los enemigos de la revolución. Ese fue el momento de mayor efervescencia colectiva. En los cambios de gobierno de 1815, 1819 y 1820 hubo mucha participación popular. Eso impidió que la elite lograra consensuar un orden, porque había una activación previa. Rosas fue quien entendió esto mejor que nadie.
–¿Por qué?
–En 1829 le dijo a un enviado diplomático uruguayo que él era un hombre de orden, pero que se había dado cuenta de que no se podía gobernar en el Río de la Plata sin tener una ascendencia popular. Por eso se convirtió en un tribuno, una persona que se relacionaba mucho con los sectores más bajos. De hecho, fue el único que logró controlar esa movilización.
–Entre 1810 y 1820, usted menciona varias fechas pero no hace referencia a 1816, ¿cómo se inserta ese año en el proceso revolucionario?
–1816 no es un momento de mucha importancia en Buenos Aires, aunque sí para el conjunto, porque se declaró la Independencia. Entre 1810 y 1815 se dio el momento más radical de la revolución. Dicho en términos muy simplificados, en 1811 hubo un intento de moderar las cosas cuando triunfaron los saavedristas. Pero en 1812, los seguidores de Moreno, que ya había muerto, dirigidos por Bernardo de Monteagudo –el más radical de los revolucionarios locales—, formaron la Sociedad Patriótica, un grupo que quería muchos cambios. Se juntaron con un grupo de oficiales que venía de pelear contra Napoleón en España, entre los que estaban San Martín y Alvear, y crearon la Logia Lautaro.
–¿Cuáles eran los rasgos centrales de la Logia Lautaro?
–Era un club secreto, de tipo masónico. No se sabía qué discutían porque no dejaban constancia. Formaron un movimiento que pedía que cayera el gobierno, que de hecho cayó, y se creó al Segundo Triunvirato. Entre octubre de 1812, que subió el Segundo Triunvirato, hasta abril de 1815, fue el período en el que la Logia Lautaro dirigió la revolución. Ese grupo, que tomaba las medidas más radicales hasta ese momento, no promovió ningún tipo de movilización popular. Como ellos conocían la experiencia francesa y querían evitar la agitación popular, decían que hacían “todo para el pueblo pero sin el pueblo”. Moreno también tenía la idea de que una minoría tenía que gobernar, porque sabía lo que les convenía a los demás. Era una idea de vanguardia revolucionaria. Esa elite, que dirigió la revolución durante los años ’12, ’13 y ’14, tomó las medidas más radicales. La Asamblea del año ‘13 decidió que no hubiera más títulos de nobleza, ni más Inquisición ni más tortura legal y que hubiera libertad de vientre. Todo el mundo esperaba que declarara la Independencia y se redactara una Constitución. Pero lo que sucedió ese año no puede tomarse en forma aislada.


–¿En qué sentido?
–Ese año sucedió algo que parecía increíble: Napoleón empezó a perder. Y los revolucionarios locales propusieron pelear y ver qué pasa. Además, en 1814, el rey Fernando VII volvió al trono. Pero el rey no negociaba nada, quería obediencia total. Los contrarrevolucionarios empezaron a ganar en toda América. El único territorio que quedaba libre en 1815 era el Río de la Plata. Era una revolución dividida en dos y aislada. En Europa era el momento de la restauración. Se restituyeron las monarquías absolutas. Fue por un breve tiempo, pero nadie sabía qué iba a suceder. Aquí hubo muertos, exiliados, confiscación de bienes. El sector que dirigía la revolución cayó por el descontento que se vivía en todos lados. Había una crisis general y se reorganizaron con un Congreso en Tucumán.
–¿Por qué en Tucumán?
–Para limar algunas asperezas. El grupo que dirigió ese Congreso era más conservador del que había dirigido la revolución, pero no le quedó otro remedio que declarar la Independencia. Aunque, al día siguiente, sacó un comunicado que decía: “Fin de la revolución, principio del orden”.
–¿Qué rol jugó el bajo pueblo en la guerra de la Independencia?
–El bajo pueblo sufrió mucho con la guerra de Independencia. Al principio hubo mucho entusiasmo con la revolución, pero, con el correr del tiempo, la guerra se complejizó. Los integrantes de la Logia Lautaro, militares profesionales, sabían que la guerra requería una movilización masiva. E hicieron un reclutamiento forzoso –a la gente la agarraban en la calle para pelear– y eso los debilitó. Eran campañas larguísimas. Ir a pelear al Alto Perú significaba ir caminando de acá hasta Bolivia. Hubo un regimiento de negros que luchó en Lima; se fueron en 1815 y volvieron en 1825. Y las mujeres quedaban a cargo de los hogares, del trabajo, se les morían sus maridos, sus hijos.
–¿Hay algún personaje de esa movilización popular que se haya institucionalizado?
–Hay un par. El sargento Cabral, que murió en la batalla de San Lorenzo, era negro mestizo y correntino. Falucho, que tiene un monumento en Buenos Aires, era un negro que no quiso entregar la bandera. Pero es difícil reconstruir la historia de esa gente, porque no dejó testimonio escrito. Lo que hay es gente que construyó su historia política en interacción con sectores populares.
–¿Como quiénes?
–French y Beruti eran agitadores. Cuando firman el petitorio pidiendo que hubiera una Junta, cada uno firma “por mí y por 600 más”. Dorrego fue el primer gran político popular de Buenos Aires y, más tarde, Rosas.
–¿Por qué se marca el año ’20 como el fin de la revolución?
–En 1820 terminó la guerra y cayó el poder central, que había tenido sede en Buenos Aires. Quedaron provincias sin conexión legal. Usamos esa fecha porque comenzó el proceso de constitución de un país. Y porque muchas cosas que se discutieron durante la revolución –si independencia sí o no, si monarquía o república–, en 1820 estaban definidas. En el ’20 se discutía si el país sería unitario o federal, no republicano. Ya era una república. Y los cambios que se dieron se tornaron irreversibles.
–¿Qué situaciones, en términos políticos y económicos, ya eran irreversibles?
–La actividad económica pasó a ser la tierra, sobre todo, la explotación ganadera en el Litoral y el interior hacía lo que podía. Había libre cambio con Inglaterra y con cualquiera que quisiera comerciar. El comercio pasó a manos de los ingleses, a partir de entonces. Los terratenientes eran el nuevo grupo peligroso de la provincia de Buenos Aires. Y las elites, de a poco, fueron reconstruyendo el orden.


Gabriel Di Meglio parece contener en su discurso cientos de anécdotas, conceptos, reflexiones y análisis históricos, que se disparan velozmente ante cada pregunta y develan nuevos caminos a recorrer.
Es historiador y doctor por la Universidad de Buenos Aires, donde dicta clases de Historia Argentina. Como investigador del Conicet, estudia la participación popular en la política de Buenos Aires de la primera mitad del siglo XIX. Empezó con la Revolución de Mayo y ahora indaga la movilización popular de la década de 1850. “Cuando participan, los sectores populares tienen alguna intención. No van como ovejas porque alguien los lleva”, advierte Di Meglio, después de constatarlo con años de investigación.
Publicó numerosos artículos y libros sobre esta temática, como ¡Viva el bajo pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la política entre la Revolución de Mayo y el rosismo (2006); ¡Mueran los salvajes unitarios! La Mazorca y la política en tiempos de Rosas (2007); Buenos Aires tiene historia. Once itinerarios guiados por la ciudad (2008) y El libro del Bicentenario, para chicos (2009).
Di Meglio participó además en varios ciclos de Historia de Canal Encuentro. Actualmente, conduce el ciclo Bio.ar y es guionista de La asombrosa excursión de Zamba en el Cabildo, dibujo animado sobre la Revolución de Mayo.

Martí, el "héroe nacional de Cuba"


José Julián Martí Pérez, el “Héroe Nacional de Cuba”, pensador, periodista y poeta cubano, revolucionario de la independencia contra España, nació en La Habana, un 28 de enero de 1853. Hijo de un valenciano y una canariense, alimentó su espíritu de indignación y lucha tempranamente, tras acompañar a su padre en una visita a la zona de Hanábana, en la provincia de Matanzas, cuando conoció los horrores de la esclavitud.

Excelente estudiante desde muy pequeño, ingresó al bachillerato en 1866, gracias a su querido maestro Rafael María de Mendive, quien le costeó los estudios. Pero pronto, comenzaría quizás la más importante fuente de enseñanzas para Martí: la primera guerra independentista de Cuba, comenzada en octubre de 1868. Martí apenas tenía 15 años y se nutrió entonces de fuertes concepciones emancipadoras, que pudo volcar luego en algunos poemas, como “Abdala” o “Diez de octubre”.



Un año más tarde, un batallón de voluntarios lo detuvo y acusó de escribir una carta dirigida a un conocido, quien se había alistado en el ejército realista, a quien Martí le dedicaba duras palabras. Esto le valió la detención, primera condena a seis años, y posterior perdón de la pena a cambio de la deportación a España.

Llegado a Madrid a comienzos de 1871, Martí se conectó con los ambientes republicanos de España, que pronto iniciarían decisivas luchas para instaurar la Primera República Española. En aquellos años, Martí se licenció en Derecho y Filosofía, antes de regresar a América. México, Estados Unidos y Guatemala fueron algunos de sus próximos destinos. Comenzó a trabajar como periodista y profesor universitario, en tanto conoció a Carmen Zayas Bazán, con quien se casó en 1877. Pronto nacería su hijo Ismaelillo. 

De regreso a Cuba, comenzó a conspirar para lograr la independencia de la isla, previo al inicio de una segunda revuelta anticolonial. Por entonces, mientras trabajaba como pasante de un abogado, Martí asistía a mitines secretos, pronunciaba discursos encendidos y presidía círculos revolucionarios. La “Guerra chiquita”, como se le llamó al segundo importante intento independentista cubano, fracasó rápidamente y José Martí fue nuevamente deportado a España. Pero lograría escapar y pronto llegaría a Estados Unidos, país en que residiría, salvo una estadía de algunos meses en Venezuela, por cinco largos años.


En los años previos al inicio de la tercera y decisiva guerra por la independencia de Cuba, de 1895, Martí escribió numerosos artículos y poemas, muchos de los cuales fueron publicados en periódicos de distintos países americanos, entre ellos, el diario argentino La Nación. En tanto, reinició los preparativos revolucionarios, a sabiendas de que luchaba no sólo por Cuba, sino por una “ancha patria continental”, a la cual acechaba el expansionismo norteamericano. Martí sabía que, mientras Cuba se acercaba a su primera independencia, los países hermanos debían luchar por la segunda.

Martí fue fundador en 1892 del Partido Revolucionario Cubano, que no era precisamente un partido electoral, y de su órgano de difusión Patria y, en contacto con muchos luchadores de las guerras anteriores -como el militar Máximo Gómez-, sentó las bases del nuevo alzamiento popular. El Plan de la Fernandina preparado y financiado por el PRC fracasó al enterarse las autoridades estadounidenses del mismo y prohibir la partida de la flotilla revolucionaria. Pero el proyecto siguió adelante. El ejército mambí, repleto de campesinos macheteros, comenzó finalmente la guerra el 24 de febrero de 1895.
Martí y 400 expedicionarios más llegaron a la isla el 11 de abril, desembarcando en Playita de Cajobabo, al sudeste de Cuba. Designado Mayor General del Ejército Libertador, en sintonía con los otros generales, Gómez y Antonio Maceo, Martí fue alcanzado por tres disparos en un inesperado encuentro con tropas realistas. No pudo presenciar el final de una guerra victoriosa, a la que sin embargo le faltaría -como creía para el resto del continente- una “segunda independencia”.


Fuente: José Martí, Nuestra América, La Habana, Editorial Trópico, 1953.
"La historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas."


Sobre el Acuerdo con los Fondos Buitres









* Por: Lic. Francisco Barberis Bosch 



Antes de empezar conviene hacer algunas aclaraciones. Primero, donde hay dos economistas hay tres opiniones. Segundo, hay que saber de economía para no ser engañado por los economistas, como decía Joan Robinson, discípula directa de Keynes. Tercero, la economía es (intenta ser, no con demasiado éxito) una ciencia, social, donde los números son importantes, pero mucho más es el cómo se los interpreta. Y acá los juicios de valor juegan, y mucho. Y como son inevitables, lo importante es no tratar de ocultarlos bajo una capa de neutralidad técnica que nunca es tal.
Sí basarse en datos y hechos, y tomar toda la evidencia disponible, no sólo una parte.

¿Que es un fondo buitre? Imagínese un banquero que le cae mal a los banqueros. Un narco con mala fama entre los narcos. Eso es un fondo buitre. Si bien se merecen su propio artículo (y un montón de enfermedades venéreas, para empezar), podemos intentar explicar lo que son en algunos renglones.
 
Los países, para pedir plata prestada, hacen lo que se llama emitir deuda. Emiten bonos de deuda que son papeles que dicen algo así como “le voy a pagar al que tenga este papel, 100 dólares en el 2020, y además le voy a pagar el 8% anual”. Eso por ejemplo es básicamente el Bonar 2020, un bono emitido en octubre de 2015 (sí, la deuda no es nueva, lo nuevo es que se hable de ella).
Ahora entonces, el país arma un bono de esos, imprime un montón y sale a venderlos a ese lugar extraño que es la bolsa de valores. Y si es negocio, la gente con plata los compra, o sea que el país recibe la plata en ese momento, y tiene que pagar el 8% todos los años y además los 100 dólares cuando sea el vencimiento, en este caso en el 2020. O sea, el país se endeudó. Hasta ahí todo bien. Ahora bien, el loco que compró uno de estos bonos, puede quedárselo hasta el 2020 y cobrarlo, o puede jugar al monopoly y tratar de venderlo, si hay muchos intersados en comprarlo y por tanto lo puede vender más caro de lo que lo compró. Y así sucesivamente, el nuevo dueño lo puede comprar y vender, y así se compran y venden los bonos y acciones en la bolsa de valores, acá y en todo el mundo. Obviamente todos quieren comprar barato y vender caro, pero no todos lo consiguen, en fin, eso es otro tema. 

Lo que sí importa es que cuando un país como el nuestro entra en recesión, como hubo desde 1998 hasta la crisis de 2001, los que tienen esos papeles empiezan a desconfiar de que el país pueda pagar los intereses y mucho menos el capital al vencimiento de los bonos, entonces prefieren venderlos cuanto antes para quedarse con la plata y no clavarse con un bono de un pais que puede quebrar. Pero como todos piensan mas o menos lo mismo, todos los que tienen esos bonos quieren venderlos, y nadie quiere comprarlos, entonces bajan mucho de precio. Porque el que compra sólo los compra muy baratos, sino no es negocio, es mucho riesgo digamos.

Ahora bien, hay algunos Fondos de Inversión (el nombre elegante para una sociedad donde alguien administra mucha plata de mucha gente con poca o mucha plata) que se dedican a hacer lo siguiente: cuando un país entra en crisis, y se declara en default (como argentina en 2001), es decir cuando dice que no va a pagar sus deudas, básicamente porque no puede, esos papeles de los que hablábamos pasan a valer casi nada, porque nadie los quiere comprar y todos los quieren vender. Entonces aparecen estos muchachos buitres, y compran por ejemplo por dos dólares un bono que iba a pagar 100 al vencimiento, y se los quedan. Y el país quebrado hace lo que se llaman re-estructuraciones de deuda, como cuando una empresa va a quebrar y hace convocatoria de acreedores, que es llamar a toda la gente a la que le debe plata y decirles “bueno si quiebro no cobran nada, así que mejor arreglemos las deudas, les voy a pagar menos de lo que les debo, y voy a tardar más”. Y la mayoría acepta porque es mejor eso que no cobrar nada.
 
Y la mayoría de los acreedores de la Argentina entró a los dos canjes que se hicieron, por las mismas razones.
 
Pero estaban los buitres, que no se habían clavado con papeles de un país que quebró, sino que esperaron a que el país quiebre y después fueron a comprarlos por dos monedas. Y no entraron a la convocatoria de acreedores, porque eso no es su negocio. Lo que hicieron fue ir a la justicia (de EEUU, porque esos bonos decían que ante un problema había que acudir a esa justicia), para cobrar los 100 que están escritos en el bono, que el país ya dijo que no iba a pagar porque había entrado en crisis. Y que si pagaba, nunca iba a salir de la crisis. Entonces, en resumen, compran por 2 un bono que valía 100, y van a la justicia a exigir los 100. Un negocio redondísimo. Salvando las consideraciones éticas de hacer negocios a costa de las crisis de los países, que cuestan en pobreza, hambre, muertes, etc. Consideraciones que los buitres no hacen, porque los buitres son justamente animales de carroña: se alimentan de los muertos. Y a diferencia de los carroñeros de la naturaleza, éstos no contribuyen en nada al sistema. Al contrario, ponen en peligro hasta al mismo sistema financiero (que no está formado por carmelitas descalzas, que digamos) porque pueden impedir que un país salga de una crisis/recesión y por tanto vuelva a estar en condiciones de pedir prestado y pagar, esenciales para que todo el sistema siga andando. Por eso es tan importante que se trate de impedir esa actividad, que es algo así como un resquicio del sistema, que puede destruirlo. De un sistema que tampoco es una joyita. 
 
Como Windows digamos. Son como un virus en tu Windows. Tratás de sacarlo antes de que rompa la compu, aunque sabés que en realidad deberías dejarte de joder y sacar el windows entero.


 
Ahora que sabemos qué son los fondos buitres, nos vamos acercando al centro de la cuestión. Acordar sí o no, bueno o malo, blanco o negro. Como la vida, la economía está llena de metáforas sin sentido. Así que vamos a intentar prescindir lo más posible de ellas (fuera de joda, algunas sirven, pero muchas se usan para explicar cosas al revés de como son).

¿Para qué sirve el acuerdo? Los que lo defienden, dicen básicamente que para volver a crecer, a traer inversiones extranjeras, poder volver a tomar deuda (barata), y evitar el ajuste (de golpe) o la hiperinflación.

El crecimiento y las inversiones dependen de muchas variables, no de una sola. Lo más importante de todo es que acordar abre la posibilidad de volver a tomar deuda en el exterior (y más barata que ahora, o sea, pagando menos intereses). Entonces resumiendo, y esto no es noticia, hablar de acuerdo con los buitres en realidad es hablar de poder volver a tomar deuda a gran escala. Alrededor de esto giran las discusiones de fondo. 
 
Entonces, cambiando las preguntas: ¿Es malo endeudarse? ¿Es bueno? 
La respuesta fácil sería decir “Es malo. Nos fue bien sin endeudarnos”. Y entonces viene la re-pregunta: “¿Sin endeudarnos”? Mirando algunos datos, oficiales, vemos que la Deuda pública Total entre 2005 (año del canje y el pago al FMI) y 2015 aumentó en algo más de US$ 111.000.000.000 (ciento once mil millones de dólares estadounidenses) -Fuente: Ministerio de Hacienda y Finanzas Públicas de la Nación-. O sea, aumentó un poco más del 86%.
 
Esto no es un ataque al gobierno anterior ni una defensa del actual. Me puedo considerar científicamente neutral, ya que, en términos formales, me fregan los dos.
 
Volviendo, alguien podría decir “pero cambió la composición de la deuda”. Y es verdad, cambiaron plazos, condiciones, tenedores y monedas de parte importante de la deuda. Pero no es lo central de este post, y no contradice el hecho de que la deuda total aumentó hasta casi duplicarse en 10 años. ¿Y por qué no se siente el peso de esa deuda? Porque por suerte la economía también creció, entonces tenemos más capacidad de pagarla y no es un problema grave, como fue en otras épocas. Después hay gente que discute cuánto crecimos realmente, y si la gran quita de la deuda no fue tan grande, pero eso son otros berenjenales en los que no nos vamos a meter en este post.


Entonces, ¿es bueno? La respuesta es “depende”. O más bien, no es ni bueno ni malo, es una herramienta, una opción. ¿Es bueno un destornillador? Si tenés que atornillar algo, seguramente. Si tenés que cortar una madera, no te va a solucionar el problema.
 
Entonces, depende de para qué se endeude uno. Y un país como el nuestro se puede endeudar básicamente para dos cosas: Para pagar gastos (de distinto tipo) que no podría pagar sólo con los ingresos que tiene ahora (igual que uno se endeuda con la tarjeta de crédito porque puede hacer un gasto grande en cuotas pero no todo junto); y para conseguir dólares, que siempre faltan por un problemita que tienen los países sub-desarrollados y que en economía se llama “Restricción Externa”. 
 
La necesidad de endeudarse hoy viene por los dos motivos, pero el más urgente es no tanto el tema de financiar grandes gastos, sino de traer dólares para que el Banco Central no se quede sin reservas, y se puedan seguir importando los insumos que la industria necesita para poder seguir produciendo. Lo más grave del Cepo no fue que no te podías ir de viaje con un montón de dólares, sino que la industria no tenía suficientes dólares para importar maquinarias, materias primas e insumos. Y si la industria se va parando, deja de contratar gente, el desempleo deja de bajar (y puede subir). Y la economía se va frenando, cosa que efectivamente sucedió (ver gráfico).
 
Gráfico 1: Tasas de crecimiento del PBI últimos años.
Fuente: Elaboración propia en base a INDEC. Nota: PBI en base 2004. *Los datos de 2015 corresponden a los dos primeros trimestres.

Como se ve en el gráfico, por varias razones, post 2011 (año en que se instaura el cepo) se terminan los años de crecimiento a tasas chinas. 
 
Y si no me creen, pueden ver este gráfico prestado de CIFRA-CTA, no exactamente opositores al gobierno anterior, que sin embargo muestra que las mejoras en los niveles de pobreza se hacen más lentos, y se empiezan a revertir en los últimos años:

Gráfico 2: Evolución de la pobreza e indigencia.
Fuente: Cifra-CTA.

Todo este problema de la falta de dólares merece un post aparte, y más que un post, porque hay un montón de investigaciones sobre estos temas, que surgieron de la única corriente de pensamiento económico propiamente latinoamericana: el Estructuralismo.

Por supuesto, endeudarse no es la única manera de conseguir dólares. Las otras maneras principales son las exportaciones (venderle cosas a otros países, y por lo tanto nos pagan con dólares) y las inversiones que vienen de otros países (o sea, que traen dólares para montar una fábrica, por ejemplo). Ahora, para aumentar los dólares que entran por exportaciones hay que exportar más, o que mejore el precio de esas exportaciones. El precio no lo manejamos nosotros, y salvo algunas épocas extraordinarias como los años del boom de la soja, en general siempre los precios de los productos que exportamos empeoran en relación a los precios de los productos que tenemos que importar. Ese es otro conocido y estudiado problemita que se llama problema de los términos del intercambio”.

Después del boom, los precios de los productos primarios bajaron y nunca recuperaron los máximos anteriores. Tampoco es fácil aumentar las cantidades exportadas, porque por un lado ya hay soja hasta en las terrazas, y por otro, se necesita mucha tecnología e innovación para competir con otros países y ganarles mercados, en distinto tipo de productos, industriales por ejemplo.
La otra opción era aumentar la entrada de dólares por eso que se llama Inversión Extranjera Directa (IED). A eso también apunta el gobierno, pero tampoco es una variable que se pueda manejar directamente. De cualquier forma, hay muchísima tela para cortar en cuanto a la inversión extranjera, que tiene ventajas y desventajas. Por ejemplo tiene la ventaja de que no hay que pagar intereses, y de que genera producción, empleo, etc. Pero la desventaja de que después la empresa se lleva sus ganancias (en dólares) al exterior. Y tampoco es lo mismo que se instale una fábrica de Fórmula 1, a que se instale una minera que se lleva recursos y te deja cianuro. Nada es tan simple como parece. Si no, ya seríamos Coruscant. 


Entonces, sí, tarde o temprano (más temprano que tarde) había que resolver el temita de los buitres para tener la posibilidad de volver a conseguir los dólares que no están apareciendo por otro lado. Y no es que lo diga yo solo, en general los que están a cargo del país son los que se preocupan por esos temas. Por eso cuando se empezaron a acabar los dólares del Banco Central (mejor dicho: cuando no entraban suficientes dólares por exportaciones, ni inversiones, ni préstamos, y ese agujero ya no se pudo tapar con dólares del Central, porque se hizo hasta que se empezaron a terminar) empezó el apuro para “volver al mundo”, “cerrar el frente externo”, “salir del default”. Todos sinónimos para esto que estamos discutiendo hoy, volver a tener la posibilidad de pedir prestado afuera y barato.
Si no me creen, vean las fechas de las cosas que les digo:

Gráfico 3: Evolución de las reservas.

Fuente: Elaboración propia en base a BCRA.


Como se desprende del gráfico, se puso el cepo ante una caída de las reservas, que se pudo contener por algún tiempo. Pero después, aún con cepo salían más dólares de los que entraban. A fines de 2012 llega el primer fallo de Griesa, que no era tan importante porque había esperanzas de apelarlo. Mientras tanto las reservas siguieron cayendo, o sea, no nos endeudamos pero nos consumimos los dólares acumulados. Pero como se seguían yendo más rápido de lo que entraban, vinieron en la primera mitad de 2014 los dos acuerdos con esa gente con la que nunca íbamos a acordar: los muchachos del Club de Paris y los de Repsol. Con eso se buscaba volver a conseguir dólares prestados, ni más ni menos. Pero es entonces en junio de 2014 cuando la decisión de la Corte Suprema de EEUU deja firme el fallo de Griesa y se nos cierra esa posibilidad. Nos impide en definitiva terminar de salir del default, o sea dejar de tener el cartelito de país en quiebra y por tanto poder pedir prestado a tasas de interés más bajas, más parecidas a las de nuestros vecinos.

En economía, como en la vida, la suerte también juega. Quizás Pappo debería estár más acá y Griesa más allá.

Pero en fin. Haber arreglado antes, con más reservas (y por tanto menos necesidad de dólares urgentes) hubiese implicado negociar en una posición más fuerte, tener un mejor acuerdo, y ahorrarse años de intereses punitorios que son muy caros. Además de ahorrarnos varios problemas derivados de la falta de dólares, que limitan el crecimiento de la economía, del empleo, etc.

Por otra parte, seguro que el acuerdo logrado fue más caro de lo que podría haber sido. Y seguro que negociamos en una posición más débil aún, porque sacar el cepo implica dejar de controlar la salida de dólares, y que éstos se vayan más rápido. O sea, implica que necesitamos más dólares y con más urgencia que antes. En cambio los buitres pueden esperar, total hacen negocio igual. Otro dato no menor es que pagar en efectivo es algo raro en términos del sistema financiero, (raro por no decir medio una locura) porque el efectivo tiene mucho valor. Así como todos los empresarios tratan de cobrar rápido pero cuando tienen que pagar emiten cheques a 180 días, en las grandes finanzas internacionales pasa lo mismo. Vale más la plata ahora que en el futuro. No es la primera vez que cancelamos una deuda en efectivo, pero eso no significa que esté bien.

Entonces, recapitulando un poco. ¿Había que acordar? Sí, porque había un fallo firme de la justicia. Lo único a discutir era cómo arreglar, pero lo otro ya no tenía vuelta atrás. Si se pudiera desconocer una deuda eternamente, ya tendríamos que haber revisado y dejado de pagar la deuda tomada por la última dictadura. No es que no se hizo por falta de huevos, no se hizo por una simple razón: el costo sería (muchísimo) más grande que el beneficio. ¿Es una cagada? Sí. Pero madurar implica darse cuenta de que a veces tenés que jugar con las cartas que tenés, y no con las que te gustaría.

Ahora bien, ¿Este arreglo es el mejor posible? Seguro que no. ¿Había que arreglar rápido? Sí, bastante.  ¿Es la solución mágica? No, no va a traer mágica ni rápidamente un montón de inversiones, ni un montón de dólares baratísimos. Pero es el comienzo de un camino. En economía los procesos llevan tiempo, para este caso mínimo varios meses, probablemente más de un año para empezar a ver los resultados. Que además dependen de un montón de otras cosas.

De cualquier manera, como habíamos dicho más arriba, lo central no es el acuerdo sí o no. Lo central es que se discuta para qué acordamos. Para poder tomar deuda. Entonces lo central es discutir: ¿para qué nos vamos a endeudar? y ¿cuánto?. Endeudarnos sólo para traer dólares es mirar la mitad del problema. Esos dólares hacen falta, pero lo importante es qué se va a hacer con ellos. ¿Van a financiar ferrocarriles para que baje el costo del transporte de mercaderías y seamos más competitivos en el mundo? ¿Van a financiar rutas y hospitales para que se muera menos gente? ¿Van a financiar obras de energía para que el crecimiento de la industria no implique cortes de luz? ¿Van a financiar una transformación de la estructura productiva para dejar de depender de la soja? ¿Una mejora en la calidad de la educación? ¿Una reforma impositiva que sea progresiva?

O quizás, como pasó otras veces en la historia, ¿van a financiar obras públicas con sobreprecios como las que se destaparon con el escándalo de Petrobras? ¿Gastos corrientes que hay que pagar todos los años, y que cuando no podemos endeudarnos más hay que seguir pagándolos, y además pagar los intereses y las deudas? ¿Viajes baratos de argentinos al exterior, diciendo “deme dos”? ¿Compras de productos chinos baratos porque el dólar está artificialmente barato?

Que volvamos a los noventa o no, depende de muchas cosas, entre ellas, de lo que se haga con los dólares que se consigan. Volver al pasado o avanzar al futuro no depende de un sólo gobierno, depende en última instancia de todos. Y para eso lo mínimo es dar una discusión realista, con datos, respeto, y fundamentos. Nadie nos garantiza el futuro, y sería muy tonto creer en promesas, sean de quien sean. No se desarrollan los pueblos que creen o descreen de las promesas de sus gobernantes.
Se desarrollan los que generan políticas de estado en lugar de parches. Los que discuten, diagraman y ejecutan una estrategia de desarrollo que considera las particularidades de la economía del país, y no los que aplican recetas importadas cuyos resultados ya son conocidos. En esta tarea es que la discusión de los grandes problemas nacionales cobra particular importancia, y además es sana y enriquecedora cuando se hace con fundamentos y respeto. Esperamos que esta contribución al debate sirva para eso.

Fuentes: