Tres etapas de la visión metrópoli satélite


Claudio Katz


André Gunder Frank fue un conocido intelectual que en los años 60 participó en la gestación de la teoría marxista de la dependencia. Buscó dilucidar las peculiaridades de la relación centro-periferia analizando los orígenes y las características del capitalismo.

Frank adoptó sucesivas visiones centradas en el atraso latinoamericano, la dinámica del sistema mundial y el protagonismo internacional de Asia. En cada abordaje suscitó intensas polémicas por su tendencia a radicalizar la discusión contradiciendo sus planteos previos. Su evolución fue muy ilustrativa de los distintos perfiles que asumió el debate sobre el subdesarrollo.




VARIEDAD DE ENFOQUES

El primer Frank en los años 60 afirmó que América Latina padecía una gravosa apropiación de excedentes por su inserción subordinada en el mercado mundial. Señaló que esas confiscaciones perpetuaban el estancamiento de la región.

Remontó el origen de ese sometimiento a la época colonial y recordó que Iberoamérica se integró en forma dependiente al capitalismo mundial. Por eso quedó encadenada a un circuito que favoreció primero a los centros metropolitanos (España, Portugal) y luego a la potencia dominante (Gran Bretaña).

Con ese presupuesto de capitalismo de larga data, Frank postuló que el subdesarrollo era inherente a un sistema, que operó en forma polarizada desde su nacimiento. Subrayó que el capitalismo era sinónimo de atraso para el pasado, presente y futuro de América Latina (Frank, 1970: 8-24).

A principios de los 70 Frank reformuló su concepción en sintonía con la teoría del sistema mundial, que acababa de emerger como una concepción de peso en las ciencias sociales. Afirmó que la visión de Wallerstein jerarquizaba la problemática global y superaba los estudios parcializados del subdesarrollo.

Con este nuevo enfoque estimó que por sí misma la teoría de la dependencia ya no aportaba alternativas factibles. Resaltó la omnipresencia de la economía mundial y remarcó la obsolescencia del desenvolvimiento nacional autónomo (Frank, 1970: 305-327, 1991:10-62).

En este segundo periodo el pensador germano reafirmó la preeminencia del capitalismo en América desde la colonización, pero desde una perspectiva de economía-mundo. Por eso enmarcó su investigación de la relación metrópoli-satélite en el contexto más general de los ciclos seculares del capitalismo. Este giro lo indujo a reconsiderar todas las conexiones entre el sometimiento de la periferia y el funcionamiento del sistema (Frank, 1979: 54-142).

A principios de los 90 el escritor alemán manifestó una nueva insatisfacción con sus tesis y propuso una tercera concepción centrada en la gravitación del continente asiático. Cuestionó la escasa relevancia asignada a esa región y rescató la antigua supremacía global de Oriente (Frank, 2009: 115-130).

Con esta nueva óptica polemizó con las concepciones que subrayaban la centralidad europea en la gestación del capitalismo. Estimó que Occidente sólo usurpó transitoriamente una primacía de China que volvía a emerger a fin del siglo XX.

De esa caracterización dedujo también la existencia de una temporalidad milenaria del capitalismo. Reinterpretó a este sistema como un régimen con fundamentos mercantiles, continuidades cíclicas, pilares asiáticos y orígenes inmemoriales (Frank, 2009: 110-115).

En este último modelo introdujo cambios en los protagonistas del esquema metrópoli-satélite. China quedó ubicada en la cúspide, India en un rol intermedio y Europa en un papel subordinado. En las tres etapas de su evolución Frank mantuvo preocupaciones semejantes, pero sus cambiantes definiciones generaron fuertes cuestionamientos.



CONTROVERSIAS SOBRE LA COLONIZACIÓN

Frank fundamentó su teoría inicial del subdesarrollo en el carácter capitalista de América Latina desde la colonización. Estimó que una conquista liderada por el sector comercial de la península ibérica generó desde el siglo XVI producciones reguladas por el mercado y orientadas hacia la exportación (Frank, 1970: 31-39, 167-168). Retomó la visión de los historiadores (Bagu, 1977: 62-64, 75-86), que resaltaban la precocidad de la acumulación en una economía abierta.

También polemizó con los teóricos de la colonización feudal y suscribió las miradas de los autores que señalaban la carencia de auto-suficiencia rural, la primacía del desarrollo urbano y la prioridad exportadora en la utilización del trabajo forzado (Peña, 2012: 69-70). Por eso convalidó las descripciones del encomendero, el latifundista y el plantador como artífices del capitalismo comercial.

Frank cuestionó la presentación del sistema colonial como una economía de subsistencia. Rechazó las tesis de los pensadores que contraponían la introducción inglesa de gérmenes de capitalismo, con la transmisión española de taras medievales (Mariátegui, 1984: 13-16, 50-64).

Discrepó, además, con los historiadores que interpretaban la preeminencia de formas de explotación serviles o esclavistas como evidencias de feudalismo (Puiggrós, 1965). Objetó frontalmente los estudios que observaban indicios de ese sistema en el peso del latifundio o la gravitación de la renta (Fernández; Ocampo, 1974). Su mirada subrayó en forma categórica la supremacía del mercado y la inversión desde la llegada de Cristóbal Colón (Frank, 1965).

Este enfoque sintonizó con la visión de Sweezy en una controversia análoga sobre el pasaje del feudalismo al capitalismo en Europa. En ese caso se discutían las fuerzas motrices del nuevo sistema y no los protagonistas de la colonización de ultramar. Pero el contenido del debate era semejante.

Sweezy estimaba que el comercio a distancia y el auge urbano determinaron el declive del feudalismo en el Viejo Continente, al obligar a la nobleza a compensar sus pérdidas con mayor explotación de los campesinos (Sweezy, 1974: 15-34, 114-120). Esa presión generó escasez de mano de obra rural, acentuó la huida de los siervos hacia las ciudades y transformó la renta de productos en dinero. Los mismos mercados que para Sweezy debilitaron a la nobleza, fueron determinantes para Frank de la configuración inicial de América Latina.

Esa caracterización fue rechazada por Dobb, que atribuyó la transición de Europa al capitalismo a la erosión de las estructuras agrarias desafiadas por las rebeliones campesinas. Estimó que el feudalismo fue internamente corroído por ese conflicto (Dobb, 1974: 12, 52-55).

Otros autores cuestionaron la presentación de ese sistema como un modo de producción estable y divorciado de la vida urbana. Subrayaron la incidencia de las crisis endógenas, que forzaron el aumento de los tributos y acentuaron la competencia entre los nobles. Ilustraron cómo ese proceso alumbró una capa de campesinos ricos, que empleó trabajo asalariado e inauguró la agricultura capitalista (Hilton, 1974: 123-135).

En los debates europeos y latinoamericanos se indagaron dos polos del mismo proceso, que generó desarrollo en una región y atraso en otra. Las controversias buscaban esclarecer por qué razón el capitalismo despuntó en Inglaterra y condujo al estancamiento dependiente de América Latina.




RESPUESTAS MÁS ELABORADAS


La profundización del análisis historiográfico modificó a fines de los 70 los términos de la discusión. Varios estudiosos incorporaron el concepto de formación económico-social para indagar amalgamas de modos producción, con distinto grado de preeminencia de un sistema sobre otro (Anderson, 1985: 74-76).

Esa noción sustituyó las interpretaciones puramente económicas por evaluaciones más abarcadoras de los procesos sociales (Aricó, 2012: 134-179). Se clarificó la forma específica que asumió el feudalismo y el capitalismo en cada época y región, observando las formas mixturadas de sistemas dominantes y secundarios.

Con este abordaje se priorizó el estudió del abrupto corte que introdujo la colonización en los regímenes pre-colombinos (Cardoso, 1973). La destrucción de esas civilizaciones dio lugar a un sistema colonial asentado en el trabajo servil, que proveían las estructuras sobrevivientes del universo indígena. Las comunidades más desarrolladas quedaron sometidas a esa prestación y las más atrasadas fueron exterminadas (Vitale, 1984).

La corona, la iglesia y los conquistadores asociaron a la aristocracia indígena al cobro de tributos, la gestión rotativa de trabajo y el traslado masivo de la población. Esta simbiosis fue tan ajena al feudalismo hispánico como al capitalismo comercial. No generó el escenario homogéneo concebido por los intérpretes de ambas variantes de la colonización.

El trabajo forzado en las haciendas fue muy distinto a la servidumbre feudal e impidió la gestación de la pequeña propiedad agro-capitalista. Las mismas singularidades prevalecieron en otros modelos económicos de la era colonial (Cardoso, Pérez Brignoli, 1979: T I, 177-178, 186-192, 212-222).

En las zonas de plantación se generalizó la esclavitud para cultivar azúcar, cacao o algodón. Esta combinación de modalidades laborales coercitivas para satisfacer la demanda mercantil europea fue otra peculiaridad del hemisferio.

En el tercer esquema de economía de frontera prevaleció el usufructo de las rentas ganaderas. Tampoco esa variante se amoldó a la tosca clasificación de feudalismo versus capitalismo.

El análisis de estas haciendas, plantaciones y latifundios tomó en cuenta el mercado mundial jerarquizado por Frank, pero con otro razonamiento. En lugar de puras exacciones externas propició la indagación de relaciones de propiedad y formas de explotación del trabajo (Cardoso, Pérez Brignoli, 1979: T II, 9-14).

Esta mirada ilustró cómo América Latina se integró al comercio internacional con una amplia variedad de relaciones pre-capitalistas. No prevaleció la esclavitud usual (por la entrega de tierras para garantizar la auto-alimentación), tampoco el siervo feudal (por la persistencia de comunidades indígenas) y menos aún el minoritario o excepcional trabajo asalariado.

La visión “pan-capitalista” de Frank ignoró estas combinaciones. Señaló correctamente que América Latina quedó enlazada al capitalismo naciente, pero desconoció que esa conexión se consumó a través de estructuras esclavistas, serviles y oligárquicas.

Estas formaciones quedaron a su vez articuladas con tipos de producción secundarios (campesinos o patriarcales), en esferas pre-monetarias y agriculturas pre-capitalistas. De esta variedad emergió el subdesarrollo desigual que caracterizó al capitalismo dependiente del siglo XIX (Cueva, 1982).



CAPITALISMO COMERCIAL

En este primer periodo de su evolución intelectual, Frank no ofreció respuestas satisfactorias a las críticas que suscitó su teoría del capitalismo comercial. Supuso que ya regía en América Latina un sistema económico que recién despuntaba en Europa. Definió al modo de producción por el grado de extensión del intercambio olvidando la centralidad del trabajo, que en América Latina involucraba distintas modalidades laborales coercitivas.

Los teóricos de la colonización feudal señalaron estos problemas, pero supusieron un simple traslado a Latinoamérica de los sistemas productivos europeos. Desconocieron que esas formaciones no eran simplemente exportables. Su asentamiento dependía de condiciones locales muy diferentes a las imperantes en el Viejo Mundo.

En América prevaleció el virreinato y no las soberanías fragmentadas del feudalismo. No se verificó el señorío, la fidelidad a cambio de protección, la reconfiguración territorial a partir de alianzas parentales o los típicos conflictos entre nobles y siervos. Los errores de Frank no se corregían forzando la presentación de la conquista como un emprendimiento feudal.

Los autores que estudiaron las formaciones económico-sociales evitaron esos equívocos. Indagaron el origen del capitalismo y la colonización en la esfera productiva, resaltaron las contradicciones internas de los modos de producción y asignaron una gravitación definitoria a la lucha de clases. Esa mirada confirmó que la presencia del capital comercial era compatible con varios sistemas sociales y no singularizaba al capitalismo (Laclau, 1973).

Frank soslayó estos problemas y jerarquizó la esfera de la circulación en desmedro de la producción. Por eso su modelo sólo registró expropiaciones de excedentes a través de circuitos comerciales y movimientos monetarios.

El esquema metrópoli-satélite concebía, además, una relación mecánica del devenir latinoamericano con los procesos externos. Prestaba poca atención a lo ocurrido en las estructuras internas y en los intercambios locales de la economía colonial (Assadourian, 1973).

Ese universo agrario tenía alta incidencia en una región con abundancia de tierras y carencia de mejoras productivas. Las transformaciones rurales -que en Europa anticiparon el surgimiento del capitalismo- no se registraron en ningún punto de Iberoamérica.

Con una óptica de puras continuidades capitalistas Frank no percibió ese contraste. Tampoco observó la incidencia de los grandes cambios políticos generados por las guerras de la Independencia.

Su enfoque tendía a resaltar sucesiones de un mismo subdesarrollo, sin registrar la diferencia que separa la formación a la maduración del capitalismo. Mientras que el debate sobre la colonización correspondía al primer periodo, las modalidades contemporáneas de la dependencia debían ser conceptualizadas a partir del siglo XIX.

Frank notó que la conquista de América fue un momento clave de la constitución del mercado mundial, pero identificó ese acontecimiento con la vigencia plena del capitalismo. Omitió el largo proceso de transición que enlazó la des-acumulación originaria padecida por América, con la acumulación de capital protagonizada por Europa (Vitale, 1992: cap 4, 6). En su modelo de metrópolis-satélites esa diversidad de etapas quedó disuelta en totalidades indistintas.

Este abordaje fue consecuencia de la primacía otorgada a los componentes exógeno-comerciales frente a los elementos endógeno-agrarios. Frank formuló todas sus explicaciones del subdesarrollo en términos de exacción colonial. Subrayó el gran impacto del pillaje, que ciertamente devastó al Nuevo Mundo para nutrir las reservas de la acumulación europea.

Pero al observar sólo este costado, olvidó que el curso contrapuesto de ambas regiones quedó definido por procesos más estructurales de prosperidad y estancamiento agrícola. Ese efecto de largo plazo tuvo enorme impacto en la consolidación de las estructuras rurales pre-capitalistas (Cardoso, Pérez Brignoli, 1979: T I, 100-102).

La carencia de farmers o arrendatarios fue determinante del subdesarrollo latinoamericano. Esa adversidad se recreó en el siglo XIX con la disolución de las plantaciones esclavistas, que fueron sucedidas por latifundios rodeados de economías campesinas con baja productividad.

El mismo proceso se verificó en la concentración de propiedades y en la supresión de comunidades que acompañaron a la remodelación de las haciendas. En las zonas de frontera, el acaparamiento de territorios por parte de oligarquías parasitarias fue más acelerado.

El modelo de capitalismo comercial de cinco siglos no permitía notar cómo ese atraso agrario afectó el surgimiento ulterior de la industrialización.



SIMPLIFICACIONES POLÍTICAS

Frank enfatizó la naturaleza capitalista de la gestación latinoamericana para demostrar el agotamiento de un sistema con cinco siglos de historia. Subrayó esa madurez con la intención de remarcar la necesidad inmediata del socialismo. Por eso rechazó la tesis de la colonización feudal y objetó las demoras en la acción revolucionaria, que eran justificadas por la persistencia de rasgos pre-capitalistas.

La teoría de la colonización capitalista fue expuesta para criticar la estrategia del socialismo por etapas. Esa motivación indujo a demostrar la antigua raíz capitalista del subdesarrollo dependiente. Con ese diagnóstico se postuló, además, la inconveniencia de alianzas con la burguesía nacional.

Esos planteos apuntalaban las críticas a la propuesta de transitar por la prolongada etapa democrático-burguesa que auspiciaban los partidos comunistas. Ese mismo propósito perseguía el gran número de estudios sobre plantaciones, haciendas y latifundios que floreció durante esa época.

El primer Frank se ubicó en el espacio de la izquierda revolucionaria. Pero ese posicionamiento no requería argumentos remontados a la era colonial. La temporalidad de una transición socialista contemporánea no dependía del carácter asumido por la colonización. Ese curso era el mismo con raíces feudales o capitalistas de la conquista hispano-portuguesa. El pensador alemán buscó respuestas a los problemas del siglo XX en lo acontecido cuatro centurias antes.

Con esa mirada ignoró la diferencia cualitativa entre interrogantes políticos e historiográficos. El debate sobre las posibilidades socialistas abiertas por la revolución cubana difería de la controversia sobre lo ocurrido con la llegada de Colon. Tampoco la constatación del comportamiento conservador de las burguesías nacionales requería evaluar lo sucedido en el siglo XVI.

Frank sobredimensionó la polémica estableciendo una familiaridad directa entre feudalistas históricos y etapistas políticos. No registró que varios teóricos comunistas (como el chileno Teitelbaum o el brasileño Caio Prado) defendían la tesis de la colonización capitalista, suscribiendo las estrategias políticas de sus organizaciones.

Ese esquematismo no fue compartido por los teóricos marxistas de la dependencia, que rechazaron la equiparación de la situación colonial con el contexto posterior (Marini, 1973:19-20). Cuestionaron la exageración del rol del comercio y la presentación de una economía capitalista desde la cuna latinoamericana (Dos Santos, 1978: 303-304, 336-337).

En la plenitud de estas controversias Frank declaró que abandonaba el debate historiográfico y la propia teoría de la dependencia. Con esa declaración cerró la primera etapa de su pensamiento.



EL GIRO HACIA LA ECONOMÍA-MUNDO

El teórico alemán inició su nuevo período estimando que el dependentismo flaqueaba por carencia de horizontes mundiales. Proclamó el agotamiento de esa concepción y la consiguiente necesidad de superarla con una visión más abarcadora del marco global. Encontró esa mirada en la teoría del sistema mundial, que en cierta medida extendía y radicalizaba su enfoque precedente.

Existían varias áreas de afinidad entre Wallerstein y Frank. La visión de la economía-mundo presenta una caracterización del capitalismo histórico muy semejante al capitalismo comercial. Considera que ese sistema se forjó al mercantilizar la actividad productiva con mecanismos globales de competencia, expansión de mercados y desplazamiento de firmas ineficientes.

Wallerstein coincidió explícitamente con el diagnóstico de colonización capitalista de América Latina expuesta por Frank (Wallerstein, 1984: 204-216). Postuló que luego de emerger en Europa, ese régimen ya operaba a escala global cuando Colon arribó al Nuevo Mundo. La incorporación de ese hemisferio consolidó el sistema mundial y anticipó su absorción de otras áreas del planeta (Wallerstein, 1988: 1-8).

Los dos pensadores convergieron, además, en estimar que la trayectoria seguida por las periferias siempre estuvo determinada por el mercado mundial. Describieron desenvolvimientos históricos centrados en el impacto de las fuerzas mundiales. Señalaron que en cada etapa del sistema esas tendencias externas definieron el status de las potencias vencedoras y de las economías subdesarrolladas (Katz, 2016).

Los parentescos se extendieron a otras esferas, pero la coincidencia historiográfica fue clave para la confluencia del modelo metrópoli-satélite con el sistema mundial. Wallerstein aportó nuevos argumentos a la teoría del capitalismo comercial y situó el debate sobre la colonización en un terreno más conceptual.

Este abordaje suscitó nuevas polémicas sobre el origen del capitalismo en tres terrenos poco explorados en la controversia anterior: la significación del trabajo asalariado, la duración de las transiciones y el papel de los sujetos. En esos terrenos Wallerstein desenvolvió las mismas pistas analíticas sugeridas por Frank.

DEBATES SOBRE EL PROLETARIADO

Al igual que Frank, Wallerstein tomó partido a favor de Sweezy contra Dobb en la jerarquización del comercio sobre el agro, como principal fuerza motriz del capitalismo. Pero a diferencia de Sweezy cuestionó la relevancia del trabajo asalariado en ese proceso.

El teórico del sistema mundial rechazó la preeminencia de esa modalidad laboral, señalando que ese rasgo no era determinante de una economía-mundo ensamblada en forma comercial y regida por la maximización del beneficio (Wallerstein, 1984: 180-201, 2005: cap 1).

Al presentar al capitalismo como un régimen de coordinación de mercados, Wallerstein entendió que las plantaciones esclavistas y las haciendas serviles no desmentían la vigencia de ese sistema.

Brenner objetó esta caracterización recordando que el capitalismo surgió de una acumulación originaria, que alumbró una clase explotadora asentada en la extracción de plusvalía. Retomó los argumentos de Dobb y señaló que sólo en ciertas condiciones y países, el comercio contribuyó a disolver las viejas relaciones sociales. Cuando consolidó el poder de los nobles (Europa Oriental) afianzó las estructuras pre-capitalistas y generó una segunda servidumbre (Brenner, 1977, 1988: 39-44, 381-386).

A diferencia de Sweezy -que observaba al comercio como la fuerza originadora de un régimen capitalista asentado en la extracción de plusvalía- Wallerstein negó la relevancia del proletariado como dato constitutivo de ese sistema. Afirmó que los “marxistas ortodoxos” sobredimensionaban ese factor, convirtiendo la estructura fabril en el único determinante del despunte capitalista.

Atribuyó esa postura a razonamientos atados al marco nacional y señaló que el capitalismo extrae plusvalía de una amplia variedad de explotados, sin discriminar su status de obreros, siervos o esclavos. Destacó que la economía-mundo funciona mediante el control que ejercen los capitalistas de esa sujeción (Wallerstein, 2005: cap 11, 2011).

Pero este enfoque no esclareció cuáles son las diferencias que separan al capitalismo de los modos de producción que lo precedieron. Esta distinción surge de la existencia de una plusvalía generada específicamente por los trabajadores asalariados. Sólo la reinversión de ese excedente apropiado por la burguesía alimenta la acumulación.

La gravitación del trabajo asalariado radica en que sólo el capitalismo introduce una forma de coerción económica, que no se asienta en explícitas coacciones forzosas. El trabajo libre de los asalariados es lo que tipifica el sometimiento contemporáneo a la tiranía del mercado.

Esta peculiaridad es incluso resaltada por los autores que coinciden con Wallerstein en la conveniencia de extender la caracterización del capitalismo, más allá del status de los explotados y la modalidad que asume el plus-trabajo (Amin, 2008: 198- 200).



LARGAS TRANSICIONES

Frank estimaba que el capitalismo vigente en el siglo XVI definió el tipo de colonización predominante en América Latina. Wallerstein amplió esa mirada, destacando que este sistema debía ser concebido como una totalidad mundial desde su inicio. Consideró que no existen razones para suponer que se gestó en largos periodos de maduración (Wallerstein, 1984: 8-10, 43). Pero no aportó justificaciones de ese postulado de abruptos saltos de un régimen a otro.

Sus críticos observaron que confundió -como Frank- el origen con la formación del capitalismo. Colocó en un mismo paquete dos estadios diferentes, al no diferenciar el nacimiento en el agro del desenvolvimiento en la industria. Wood señaló que en la primera etapa (siglo XVI-XVII) prevaleció la actividad primaria y en la segunda (desde el siglo XVIII) los procesos fabriles.

Esta distinción destaca, además, que la fase inicial no involucró la generalización del trabajo asalariado, sino tan sólo la preeminencia de nuevas reglas de coerción mercantil. Esas normas implicaron presión competitiva, maximización del beneficio y compulsión a reinvertir los excedentes para mejorar la productividad.

De esa forma se generaron condiciones para un debut del capitalismo, que no entrañó la plena utilización de obreros cobrando salarios. La masificación de esa modalidad laboral fue un resultado y no un anticipo del capitalismo (Wood, 2002: 36-37).

Este abordaje contribuye a superar las discusiones sobre la colonización de América, sólo centradas en dirimir la primacía del trabajo asalariado o servil. Lo determinante en la gestación del capitalismo en el agro fue la generalización de normas de competencia y ganancias y no la masificación de la explotación obrera.

Esta distinción entre el surgimiento y la consolidación del sistema facilita el registro del largo proceso de transición omitido por el enfoque de Frank-Wallerstein. Como señaló Mandel, ese pasaje incluyó en Europa fases de acumulación primitiva y corriente, con gravitaciones diferenciadas de la expropiación campesina y el pillaje colonial (Mandel, 1969: 71-74, 1971: 153-171).

Esa prolongada transición implicó la articulación del mercado mundial en torno a diversos procesos nacionales, que combinaron formas capitalistas, semicapitalistas y pre-capitalistas. El intercambio global ordenó esa variedad de relaciones híbridas.

Es cierto que la dimensión internacional del capitalismo fue descollante, pero tan sólo como referente de distintos procesos nacionales de acumulación (Mandel, 1977, 1978: cap 2). No sustituyó ese protagonismo, ni eliminó la presencia de formaciones económico-sociales con componentes pre-capitalistas.

Esta mirada permite otra visión de la relación centro-periferia. Parte de la economía mundial sin forzar la existencia de un sistema global desde el siglo XVI. Define etapas en contraposición al puro continuismo de Wallerstein y resalta diferencias entre las periferias, contra el invariante esquema de metrópolis- satélites de Frank.

En lugar de una simple primacía del capitalismo en la generación del subdesarrollo, describe las amalgamas de formas atrasadas y avanzadas, aplicando un razonamiento de desarrollo desigual y combinado (Wolf, 1983: 38; Trimberger, 1979).

Mandel reconoció la incidencia del colonialismo, sin otorgarle una determinación absoluta en el surgimiento del capitalismo. Destacó que el capitalismo, tuvo un origen nacional condicionado por los dictados del mercado mundial, pero sólo alcanzó una conformación internacional completa en la era contemporánea.

EL SUJETO OMITIDO

Frank nunca explicó la ausencia de sujetos sociales en su presentación de la historia latinoamericana. Wallerstein introdujo parcialmente esos actores, pero sostuvo que en el pasado los sectores populares no podían torcer el rumbo de la economía-mundo. Con distintos fundamentos ambos enfoques prescindieron de la lucha de clases.

En cambio otros historiadores buscaron conceptualizar el impacto de esas confrontaciones sociales sobre el surgimiento del capitalismo. Especialmente Brenner describió cómo influyeron los conflictos entre campesinos y nobles en debut. No retrató un proceso lineal de mayor disolución del feudalismo frente a batallas sociales más intensas (o victoriosas) de los oprimidos, sino un curso pleno de corolarios inesperados (o indeseados).

Ese enfoque consideró que el capitalismo despuntó en Inglaterra por la peculiar combinación de colapso de la servidumbre, consolidación de la gran propiedad y extensión del arrendamiento. Esa mixtura generó una estructura de nobles, contratistas burgueses y asalariados, que impulsó la productividad agraria y el comienzo de la industrialización.

Un estado menos sólido que el imperante en España o Francia, pero más unificado y con mayor capacidad para eliminar las soberanías de los nobles, propició una amplia red de caminos y mercados. Pero lo determinante fue la resistencia campesina.

Esas revueltas no impidieron el afianzamiento de la gran propiedad, pero obligaron a los señores a recurrir al arrendamiento y al cobro de rentas monetarias. Ambos procesos facilitaron la aparición de un próspero capitalismo rural (Wood, 2002: 50-55).

Brenner contrastó este modelo agrario con Francia, dónde la resistencia de los campesinos impuso una gran división de la propiedad. Esa fragmentación consolidó un modelo de subsistencia y baja productividad. La alianza del estado absolutista con los agricultores para limitar el poder los nobles, reforzó adicionalmente el retardo del capitalismo e incubó la mayor revolución de la época. La lucha de clases obstruyó en Francia el proceso de acumulación que incentivó en Inglaterra (Brenner, 1988: 62-81).

Esos conflictos también determinaron la descapitalización de Europa Oriental, con el resurgimiento de la servidumbre para exportar alimentos a Occidente. La nobleza reforzó el cobro de rentas a los campesinos, que no contaron con el legado de triunfos obtenidos por sus pares de Prusia Occidental, durante las grandes guerras del siglo XV-XVI.

La misma gravitación de la lucha social se corroboró en el Nuevo Mundo. La resistencia de los pobladores a cualquier forma de coerción extraeconómica, favoreció inicialmente en las 13 colonias de Estados Unidos, la introducción de una producción ajena a las reglas del mercado.

Los colonos aprovechaban la facilidad para obtener las tierras que expropiaban a las tribus indígenas. Cuando las compañías comerciales, los bancos y las elites forzaron la compra de terrenos y el endeudamiento para la siembra, se impuso el pasaje a una agricultura capitalista (Post, 2011: 67-84, 98-103). El desenlace de la lucha social definió también aquí la modalidad de gestación del capitalismo.

En todos los casos esa batalla determinó capacidades diferenciadas de la aristocracia para adaptarse a la nueva época. No hubo automática aceleración del capitalismo en función de la pujanza o pasividad de los oprimidos, sino una amplia variedad de escenarios con resultados contingentes.

Los complejos efectos de la confrontación social sobre la intensidad de la acumulación, que Brenner indagó para el origen del capitalismo fueron también considerados por Mandel en su teoría de las ondas largas. Relacionó distintos cursos de prosperidad y estancamiento con el desenlace de la lucha de clases. Incluso en Cueva pueden rastrearse algunas conexiones del mismo tipo, en su explicación de las especificidades del capitalismo latinoamericano durante el siglo XIX.

En los tres casos la introducción de los sujetos en la historia no apuntó sólo a clarificar las singularidades del desarrollo capitalista. También buscó evaluar la incidencia de esa acción sobre las tradiciones de emancipación popular. El enfoque de Wallerstein-Frank ofrece poco espacio para esta problemática.



POLÉMICAS SOBRE ORIENTE

En los años 90 Frank quedó impactado por un nuevo acontecimiento: el crecimiento del Sudeste Asiático y la impetuosa expansión de China. Al estudiar ese despegue, encontró causas históricas que chocaban con la primacía asignada a Europa por la teoría del sistema mundial. Consideró que esa centralidad había correspondido siempre a Oriente y que el liderazgo internacional del Viejo Continente apareció sólo en el siglo XIX, durante un transitorio estancamiento de China.

Frank afirmó que en las centurias precedentes, las famosas especias reflejaban la mayor productividad de Asia. Estimó que Europa sólo pudo tomar una ventaja intermediando con el oro y la plata obtenidos en América, pero no logró revertir el carácter subordinado de su proceso de acumulación. Señaló que los pequeños países de Occidente (Portugal, Holanda, Inglaterra) nunca llegaron a ejercer la dominación mundial.

El pensador germano polemizó con los mitos de la excepcionalidad europea, resaltando el carácter ficticio de sus pilares en el Renacimiento y la tradición griega. También consideró que esas falacias tendían a diluirse a fines del siglo XX, ante el resurgimiento asiático y el agotamiento de la usurpación occidental (Frank, 2009: 114-120).

Este viraje intelectual disgustó a sus colegas, que expusieron varias objeciones a la primacía de Oriente en el surgimiento del sistema mundo. Wallerstein subrayó la incongruencia de postular una superioridad estructural de Asia durante largos e imprecisos lapsos, aceptando al mismo tiempo el éxito de Europa sobre su rival en el siglo XIX. Afirmó que todo el razonamiento de Frank se desplomaba a la hora de explicar cómo pudo el Viejo Continente lograr esa repentina ventaja (Wallerstein, 2006-07: 1-14).

Arrighi recurrió a una refutación semejante. Señaló que Frank no aclaraba de qué manera, un relegado continente europeo pudo en 1800 desplazar a China de la conducción económica mundial (Arrighi, 2006: 1-18).

Amin fue más categórico. Cuestionó la revisión de la historia propuesta por Frank, subrayando la total inexistencia de indicios de hegemonía china. Señaló que un milenario periodo pre-capitalista de sociedades tributarias centrales y periféricas fue sucedido -durante el ascenso del capitalismo- por una relativa paridad entre Europa y China, que se zanjó a favor del primer contendiente.

Esa ventaja obedeció a la singular existencia de un sistema feudal manejado por nobles, que extraían directamente sus rentas de los campesinos, en contraposición al modelo de grandes burocracias estatales predominantes en Oriente.

La flexibilidad de un régimen privatizado de nobleza facilitó una acumulación originaria, que se mantuvo bloqueada en Asia. China preservó un retraso perdurable frente a Europa y su desarrollo previo sólo le permitió escapar del status colonial, que afectó al resto de la periferia durante el cenit de la expansión occidental (Amin, 2006: 5-22).

En contraposición a la preponderancia sustancial de China que imaginó Frank, Amin postuló el nacimiento precoz del capitalismo en Europa. Señaló que ese debut fue consecuencia de la fragilidad periférica de esa región, frente a las sociedades más avanzadas de India, China o el imperio otomano. Las prerrogativas políticas de los nobles y la descentralización generada por el primitivismo de esa formación, aceleraron los procesos de acumulación en el Viejo Continente (Amin, 2008: 198-213).

PROBLEMAS DEL “ASIA-CENTRISMO”

Frank justificó su tesis de la primacía oriental, señalando que China mantuvo durante la mayor parte de su historia una balanza comercial superavitaria y un flujo positivo del movimiento de dinero. Recordó la conversión del país en sumidero final de la plata circulante en otras economías y presentó esa captación de metálico como una prueba incontrastable de la supremacía oriental (Frank, 2009: 108-111).

Wallerstein objetó empíricamente este argumento señalando que el acervo de plata per cápita siempre fue superior en Europa. Cuestionó, además, el uso de ese indicador como parámetro de superioridad económica. Recordó que los dependentistas siempre subrayaron que el déficit comercial de Inglaterra con el resto del mundo, no contradecía su primacía colonial (Wallerstein, 2006-07).

Señaló, además, que un posicionamiento hegemónico no se verifica sólo en índices comerciales o financieros. Recordó especialmente que el viejo consenso sobre el rol dominante de Occidente expresaba abrumadoras evidencias y no simples mistificaciones.

Pero también observó que Frank no aportaba ningún dato de superioridad china en el terreno de la productividad industrial. Sólo evaluaba el destino de los recursos monetarios circulantes en largos períodos de la historia.

En esta caracterización de un liderazgo exclusivamente basado en la absorción de excedentes monetarios o superávits comerciales se corrobora el defecto “circulacionista”, que reiteradamente subrayaron los críticos del primero y segundo Frank.

La escasa relevancia que el teórico alemán asignó a las dimensiones productivas, se extiende a un registro de ventajas chinas sólo asentadas en flujos de intercambio y movimientos de capitales. Frank adoptó una nueva óptica “sino-centrista”, pero continuó privilegiando la esfera del comercio o las finanzas para evaluar las hegemonías mundiales.

La misma continuidad de problemas se verifica en el “externalismo” de un razonamiento que privilegia las transferencias de recursos, desconsiderando los procesos endógenos. En el libro Reorient del teórico alemán hay una total omisión de la esfera geopolítica y militar. No analiza la competencia que en ese terreno enfrentó a China con las potencias europeas. La prescindencia de los sujetos también indica que el tercer Frank mantuvo el determinismo estructuralista de sus primeros trabajos.



CAPITALISMO IGNORADO

Frank respondió duramente a los cuestionamientos de sus correligionarios. Señaló que no percibían la primacía histórica de China por su atadura a viejas nociones de capitalismo. Estimó que la búsqueda de singularidades de ese sistema era una obsesión heredada de Marx. Propuso revisar ese legado destacando que el capitalismo siempre existió entremezclado con otras modalidades productivas (Frank, (2005b).

Pero más allá de esa generalidad no aportó pistas para esclarecer cómo debía ser encarada la reformulación del capitalismo. Sólo aludió a su vigencia desde tiempos lejanos y a su identificación con el mercado.

Wallerstein observó en esta reconsideración un retorno a las viejas ingenuidades del economista liberal. Amin interpretó el viraje como una recaída en vulgaridades neoclásicas de eternidad capitalista. Ciertamente Frank perdió la brújula al buscar una centralidad perdurable de China en el sistema mundial. Olvidó los principios básicos de caracterización del capitalismo.

También aquí extremó su rechazo previo a definir ese modo de producción en función de la explotación del trabajo asalariado. Nunca aceptó que el capitalismo es un régimen de competencia por beneficios surgidos de la extracción de plusvalía. Las erróneas definiciones anteriores centradas en el comercio se transformaron en una negación de la transitoriedad histórica de ese sistema.

Este equivoco se consumó extendiendo la espacialidad del capitalismo. El tercer Frank ya no concibió un sistema-mundo alumbrado por Europa, que sucede y destrona a los imperios-mundo de otras regiones. Postuló la vigencia milenaria de una sola estructura global encabezada por China.

Como resulta difícil corroborar ese liderazgo, el teórico alemán disolvió la propia existencia del capitalismo, presentando a ese sistema como un simple dato perdurable y subyacente.

La errónea dimensión planetaria que Frank asignó al capitalismo desde un origen indescifrable, puso también de relieve los inconvenientes de razonar ese nacimiento en términos mundiales.

Arrighi recurrió a un calificativo irónico (“globo-lógico”) para objetar la exagerada utilización de criterios internacionales. Pero subrayó un problema que se extiende a la propia teoría del sistema mundial. En el superholismo de Frank aparecen muchas dificultades de la “tiranía de la totalidad” que impera en ese abordaje.

La disolución del capitalismo que apareció en el último Frank complementa la primacía supra-temporal de China. Pero al remontar el nacimiento de ese sistema a una fecha indefinida se diluyen sus singularidades. En ese retrato milenario del capitalismo son inhallables los mecanismos de gestación del trabajo asalariado.

Los problemas de un sistema mundial surgido en 1500 en el norte de Europa (Wallerstein) o en 1200 en las ciudades italianas (Arrighi), se transformaron con la primacía china en un dilema sin solución. Ese inconveniente es otra consecuencia de razonar con patrones comercial­es y mundiales los procesos nacionales de acumulación.

Frank proyecta hacia atrás todos los rasgos contemporáneos del capitalismo. Por eso recae en supuestos de eternidad del sistema. Supone que a principios del milenio pasado ya se registraban las características actuales de este régimen. Con este abordaje no hay forma de entender las especificidades y mutaciones del capitalismo.

INFLUENCIAS CONTEMPORÁNEAS

El tercer Frank mantuvo la vehemencia polémica de sus trabajos anteriores. Rechazó la teoría del sistema mundial que había absorbido contra el dependentismo, cuestionando la “vanidad euro-centrista” de esa visión y su empeño en postular la primacía del Viejo Continente desde 1500 (Frank, 2009: 130-136).

Sus críticos se burlaron del uso de ese calificativo, recordando que el propio Frank atribuyó a Europa un inexplicable poder para dominar súbitamente a China en el siglo XIX. En realidad no fue muy sensato acusar de euro-centrista a Wallerstein, que ha sido un acérrimo objetor de la identificación liberal del Viejo Continente con el progreso o la civilización (Wallerstein, 2004: cap 23).

Más desubicado fue ubicar a Amin en ese casillero. El economista egipcio ha polemizado reiteradamente con todas las creencias de supremacía occidental. Demostró que se inspiran en falsos supuestos de ventajas milenarias de Europa, olvidando que el capitalismo surgió en esa región por el retraso (y no la luminosidad) de una formación tributaria (Amin 2008: 198-213).

A lo sumo se podría afirmar que la prédica euro-centrista aparece en el rescate del modelo comercial smithiano, que atribuye al Viejo Continente excepcionales habilidades para el intercambio y la consiguiente gestación del capitalismo (Wood, 2002: 21-33).

Pero un cuestionamiento de ese tipo afectaría al propio Frank, que siempre privilegió la esfera de la circulación. En realidad, el euro-centrismo es un ingrediente del pensamiento liberal tan ajeno al marxismo como a la visión sistémica.

Frank disparó críticas al euro-centrismo para realzar el protagonismo asiático, sin notar su simétrico deslizamiento hacia el enaltecimiento del mundo oriental.

Su interpretación de la gravitación milenaria de China tuvo igualmente una llamativa influencia. Especialmente Arrighi reformuló esa tesis como una contraposición de senderos de desarrollo. Contrastó el modelo económico defensivo de Oriente con la estrategia imperial expansiva de Occidente y retomó ideas de Frank para explicar las ventajas del esquema mercantil-cooperativo de China (Arrighi, 2007: cap 3, 8 y 11).

El teórico germano inauguró en la izquierda, la secuencia de miradas favorables al rumbo seguido por el gigante asiático. Pero ese enfoque exige asumir también los supuestos de eternidad o continuidad cíclica del capitalismo, que adoptó el tercer Frank.



SIN RESPUESTA A LA DEPENDENCIA

El economista alemán interpretó el ascenso económico de Oriente como un acontecimiento de gran relevancia. Esa conclusión coronó la revisión de la problemática del subdesarrollo que inició con la revalorización de la expansión de Sudeste Asiático. Primero estimó que ese crecimiento afectaba seriamente a la teoría de la dependencia y luego corroboró esa impresión con sus caracterizaciones de China.

En esta exploración conceptual Frank no logró encontrar una reformulación satisfactoria de la dinámica centro-periferia. Transitó por sinuosos caminos de vacilaciones y preguntas sin respuestas. El traspié inicial de ese recorrido fue su distanciamiento del dependentismo, cuestionando la atadura de esa concepción a los razonamientos en términos nacionales.

Al objetar la “quimera” de un crecimiento autónomo dentro del sistema capitalista mundial, el teórico alemán se enredó en inconsistentes objeciones (Frank, 1973, 1991: 61). Olvidó que la teoría marxista de la dependencia nunca concibió, ni propuso un desenvolvimiento del capitalismo en la periferia. Tampoco identificó la denominada “desconexión” con ese proyecto. Esa estrategia era el objetivo de otras corrientes como la CEPAL o los Partidos Comunistas.

El esquema metrópoli-satélite del primer Frank contenía varias unilateralidades pero definía relaciones de dependencia. El segundo Frank disolvió esas conexiones en el mundialismo extremo y el tercer Frank diluyó ese entramado en el “asiacentrismo”. Este recorrido acompañó sus caracterizaciones sucesivas del capitalismo en términos comerciales, mundiales y seculares.

De estos enfoques emergieron cambiantes observaciones de la relación centro-periferia. Frank ratificó la persistencia de la dependencia a la luz de la degradación padecida por la economía latinoamericana en los años 80-90. Pero también remarcó la ausencia de propuestas para resolver el problema. Con cierta amargura se limitó a señalar que “no pudimos acabar con la dependencia” (Frank, 2005a).

Sus escritos atrajeron muchos lectores cautivados por el tono irreverente de sus exposiciones (Ouriques, 2005) y por el cambiante itinerario de su trayectoria (Martins, 2009). Pero con ese cúmulo de contradicciones, Frank aportó ideas significativas a los debates sobre el subdesarrollo. Su etapa dependentista suscitó tantas polémicas, que terminó concentrando todos los dardos del anti-dependentismo. En nuestro próximo texto analizaremos esos cuestionamientos.


RESUMEN

Frank indagó la relación centro-periferia con distintas visiones del capitalismo. Subrayó primero la perpetuación del subdesarrollo latinoamericano, luego la polarización de la economía-mundo gestada en Europa y finalmente la centralidad de Oriente en un sistema milenario.

Resaltó el carácter capitalista de la colonización para destacar la primacía del mercado mundial. Pero enfatizó el rol del intercambio sin tomar en cuenta las formas de explotación y el atraso del agro. Con erróneos argumentos historiográficos impugnó acertadamente las alianzas con la burguesía nacional.

Posteriormente reconsideró la dependencia desde la teoría del sistema mundial, sin aceptar la relevancia del trabajo asalariado en la definición del capitalismo. No tuvo en cuenta el cimiento nacional, la prolongada gestación de ese sistema y el impacto de la lucha de clase sobre la acumulación.

Finalmente reivindicó la centralidad histórica de Asia con argumentos comerciales y monetarios. Postuló el origen remoto del capitalismo y su identificación con el mercado. Con críticas al euro-centrismo propició el redescubrimiento contemporáneo de China. No ofreció respuestas a la dependencia pero enriqueció el debate sobre el subdesarrollo.



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Claudio Katz
Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz

No es sólo plata

 El conflicto por Ganancias revela otras raíces y riesgos para la institucionalidad.

Por Sergio Berensztein



La naturaleza de un conflicto político determina buena parte de su potencial solución. O, en su defecto, de que se profundice el problema. Es más, algunos conflictos permanecen en el tiempo, se convierten en cuestiones de larga duración; puede incluso que no se solucionen nunca. Los menos complejos de todos son los conflictos por cuestiones materiales: es posible, por lo general, encontrar un camino intermedio, partir las diferencias, ponerse de alguna manera de acuerdo. Sobre todo, si se pueden acomodar los costos de ese compromiso a lo largo del tiempo. Hay otros conflictos muchísimo más complicados. Por ejemplo, los que apuntan a las reglas del juego de una sociedad, de una empresa, de una familia, de cualquier relación (incluso, de pareja). Se trata de definir qué cosas se pueden hacer y cuáles no, con qué procedimientos se van a decidir potenciales discusiones, cómo se distribuirán cargas o responsabilidades a lo largo de un período determinado. La definición de reglas constituye un aspecto fundamental de la vida en sociedad. Aquellos grupos que son capaces de definir un conjunto de mecanismos fundamentales para resolver controversias, que pueden acordar reglas del juego clara y estables, tendrán mayores chances de éxito tanto en el plano colectivo como en el individual. En efecto, si esas reglas se respetan y asientan a lo largo del tiempo, permitirán acotar el rango de incertidumbre frente a eventos futuros: todos los actores sabrán que tarde o temprano se aplicarán procedimientos por todos conocidos, con resultados más o menos calculables con antelación.

Finalmente, hay otra clase de conflictos que son muy difíciles de resolver, a menos que se logre conformar una cultura de la aceptación de las diferencias, de valoración de la diversidad, de respeto por las minorías y absoluta protección por los derechos individuales. Las diferencias religiosas, culturales, identitarias y territoriales, entre otras, forman parte de esta última clase de conflictos. Por ejemplo, dos concepciones religiosas antagónicas pueden derivar en enfrentamientos muy violentos (católicos versus protestantes, chiitas versus sunitas, politeísmo versus monoteísmo, etc.). El nacionalismo y las culturas regionales también forman parte de estos fenómenos: un catalán fanático no quiere hablar ni escuchar el castellano. Me pasó alguna vez que tuve la oportunidad de charlar con Pep Guardiola: un placer hablar con él del fútbol y de la vida, apreciar su sensibilidad y su sofisticación para comprender el juego más lindo jamás inventado. En algún punto cometí el error de preguntarle si le gustaría dirigir la selección española. Le cambió el rostro, enfureció la mirada, perdió la objetividad. Se convirtió automáticamente en un guerrillero verbal absolutamente fanatizado. Su identidad catalana le impedía recuperar al ¿verdadero? caballero con el cual venía conversando. En definitiva, los conflictos simbólicos o intangibles son mucho más difíciles de resolver que los otros, los materiales y los que involucran reglas del juego.



¿A qué categoría corresponde el conflicto que parece haberse radicalizado en torno al impuesto a las ganancias? En principio, parece una cuestión de orden material. Y lo es, sin duda: estamos discutiendo de plata. Alícuotas, escalas, nuevas formas de financiar el costo fiscal de las modificaciones al actual régimen, etc. Si esto fuera todo el problema, esta semana deberíamos esperar que los actores políticos y sociales involucrados en las negociaciones llegaran a algún tipo de resolución. El problema es que nuestro sistema político es disfuncional y que se convirtió en una maquinaria fabulosa de destrucción de valor, esperanzas y oportunidades. Y que, al menos hasta ahora, la agenda de transformación institucional desplegada por el Gobierno ha sido, digamos, demasiado tímida, efímera y sin resultado alguno. Tan sólo una discusión superficial sobre el sistema de votación (la mal llamada reforma política, limitada luego solamente al plano electoral, que terminó en una discusión bizantina e insólita respecto de la mera inclusión de un chip en la boleta).

Argentina viene de siete décadas de una decadencia impactante; desde comienzos de siglo, un sistema político frágil e inestable se volvió aún más raquítico y demasiado proclive a los excesos del personalismo caudillista que siempre había predominado en la cultura política criolla. Los últimos doce años experimentamos una regresión al populismo autoritario, con ataques a la libertad de expresión y una experiencia de intervencionismo estatizante que demostró ser muy compleja de remover. Ese sistema político impotente y disfuncional sigue intacto y estas semanas lo hemos visto enredarse en un conjunto de errores autoinfligidos que afectaron a todos sus protagonistas y que, como consecuencia, volvieron una cuestión teóricamente solucionable en un rompecabezas donde ni siquiera están consensuados los costos fiscales de las propuestas en pugna. 



Que quede claro: no es una cuestión de nombres, de personas. Si no modificamos de plano la naturaleza del sistema político (las reglas o mecanismos para resolver conflictos), vamos a persistir en la senda de la decadencia secular en la que está entrampada la Argentina. Cambiemos se propuso ante el electorado como una eventual solución a este recorrido frustrante y pernicioso. Si se siguen ignorando las cuestiones de fondo y sólo se apunta a resolver cuestiones de emergencia, Macri y su gobierno terminarán, más temprano que tarde, alimentando el problema que prometieron reparar.

Sobre todo, porque además de ser un conflicto material y de reglas, esta discusión se convirtió también en una puja simbólica por el poder, por el control de la agenda, por quién tiene el “argumento” más grande. Parecen chicos, con pulsiones por “madrugar” al otro, mostrarle quién es más vivo, quién se sale con la suya, quién paga el costo político y reputacional más elevado. Pierden todos, perdemos todos. Recodémoslo: cuando alcancen algún acuerdo, Argentina seguirá siendo un país estancado, empobrecido e injusto, con un aparato estatal tan enorme como inútil, una carga fiscal tan asfixiante como imposible de financiar. Y con una clase política que, como tal, una vez más, está demostrando estar a la deriva, desenfocada, sin capacidad de consensuar objetivos estratégicos de corto, mediano y largo plazo.

Estamos aún a tiempo de enderezar el rumbo, de comprender que la crisis argentina es demasiado profunda como para tentarse con la dinámica perversa de las peleas personales, con la atracción fatal de la competencia electoral, con el protagonismo individual en medio de la descoordinación colectiva y el egoísmo destructivo, defensivo y soez del sálvense quien pueda. 



Vivir en una burbuja: mundos a medida en la aldea global



Ilustración: Pablo Harymbat

Ilustración: Pablo Harymbat.

En las redes y fuera de ellas, las personas se rodean cada vez más de quienes se les parecen; la promesa global de un planeta conectado y diverso contrasta con la realidad de experiencias cada vez más homogéneas, segregación y desigualdad

Por Natalí Schejtman


Uno de los sketchs del programa Saturday Night Live después de la victoria de Trump presenta una utopía: un lugar apartado de Estados Unidos, donde viven los progresistas que aman las librerías de usados, los bares hipsters y pagan con dólares que tienen la cara de Bernie Sanders. Esta especie de emprendimiento inmobiliario/cívico se llama The Bubble (La burbuja) y acepta a "librepensadores...y a nadie más". Finalmente develan que la burbuja es Brooklyn en un domo transparente. En definitiva, no es raro encontrar ahora mismo gente en las principales ciudades costeras de los Estados Unidos que digan, aún en shock, que no conocen a nadie que haya votado a Trump. Lo mismo pasaba con los jóvenes cosmopolitas de Londres: no sabían de nadie que hubiera estado a favor del Brexit, y repetían como un mantra vergonzoso, que al día siguiente del referéndum la principal búsqueda de Google era: ¿qué es la Unión Europea?



Ya en 1972, la crítica de cine del New Yorker Pauline Kael declaró muy ligeramente que conocía solamente a un votante de Nixon y se volvió un calificativo: "Pauline Kaelism" es vivir en una burbuja. Y son varios los que la recordaron este año. Pero SNL supo leer un estado general que excede a Estados Unidos y esta elección en particular: ¿y si la utopía global en realidad está encerrada en un globo? ¿Y si sabemos poco y nada de cómo viven las personas que no son afines a nosotros?
A comienzos del año, el Wall Street Journal tomó un estudio realizado por Facebook y publicado en la revista Science para crear dos muros paralelos con noticias que simulaban ser de un usuario muy liberal y un usuario muy conservador. La divergencia entre ambos era, lógicamente, pasmosa: el usuario "muy conservador" vería noticias sobre veteranos de guerra apoyados por Trump mientras que del lado "muy liberal" habría descripciones de cómo su mandato va a acabar con el progreso.



Mucho se habló sobre los riesgos de una Internet personalizada. En Republica.com, Cass Sustein imaginó las implicancias de la idea del "Daily me" de Nicholas Negroponte: un mundo en el que cada cual seleccionara exactamente las noticias que quería leer y no hubiera nada parecido a un contenido compartido por todos. En definitiva, decía, la idea del "interés general" podría ser una idea del siglo XX que no sobreviviera al XXI. Eli Pariser publicó un libro resonante hace unos años llamado The Filter Bubble, en el que alertaba sobre cómo los filtros -explícitos e implícitos- de la web estaban generando un mundo de conocimiento sesgado. En Estados Unidos, la discusión acerca de cómo los muros de los ciudadanos podían diferir radicalmente gracias, en parte, a su algoritmo, y sesgar a los votantes y cuál era la responsabilidad de la empresa en la propagación de noticias falsas disparó la discusión sobre las burbujas informativas y sus efectos para el buen funcionamiento de la democracia. Pero según Pablo Boczkowski, profesor de la Universidad de Northwestern y codirector del Centro de Estudios sobre Medios y Sociedad en Argentina en conjunto con la Universidad de San Andrés, la segmentación de las audiencias no es un invento de Facebook: "En realidad, la empezaron los medios tradicionales. Segmentar es una manera excelente de hacer negocio porque se construye un target y se le comunica más eficazmente. Facebook es lo mismo pero a la enésima potencia. Por otro lado, sabe que si estamos más contentos, si leemos más cosas con las que estamos de acuerdo y nos confirman lo que pensamos, los avisos hacen más efecto". Además, menciona un tema fundamental que surge del cruce entre el rol de Facebook en la democracia con la discusión sobre la desigualdad de la sociedad estadounidense: "Toda la histeria que hay con Facebook es en realidad un desplazamiento muy fuerte de cierta bronca y cierta angustia respecto de tendencias sociales que suceden hace mucho tiempo y que estas herramientas sociales ayudan a amplificar".
A su vez, los medios tradicionales también mostraron que viven en su propia burbuja, potenciada por el hecho de que el periodismo hoy sale menos a la calle. La combinación de varios factores hace que el microclima se potencie: "Antes había ciertas instituciones sociales que moderaban ese efecto que tiene rodearse de gente muy afín y parecida a uno mismo -explica Boczkowski-, que se detiene en el aspecto "on demand" de los hábitos contemporáneos: "También, había una cultura mucho menos centrada en la opción y la elección como uno de los valores principales de la vida moderna, una ecuación que une la capacidad de elegir con el empoderamiento y con la democracia".

Desiguales y desconectados




Conocemos los números escandalosos de la desigualdad. En su conocido artículo "Del 1%, por el 1%, para el 1%", el Premio Nobel Joseph Stiglitz describe un estado de situación lapidario: el 1% de los estadounidenses se lleva el 25% del ingreso del país y el 40% de la riqueza. El economista termina su artículo con una visión pragmática: "El 1% superior tiene las mejores casas, las mejores educaciones, los mejores doctores y los mejores estilos de vida, pero hay una cosa que el dinero parece no haber comprado: el entendimiento de que su destino está ligado a cómo vive el otro 99%". La frase resuena particularmente en este momento. Pero la grieta no es solamente económica, sino también de capital social y estilos de vida: en su controvertido libro Coming Apart, el sociólogo conservador Charles Murray desafía a los lectores con un testpara saber cuán grande es su burbuja, con preguntas acerca de datos, consumos y costumbres del norteamericano medio.
Los datos que afirman la reproducción de los grupos sociales son, además, constantes y variopintos. En su libro Pedigree: How elite students get elite jobs, Lauren Rivera estudió los patrones de contratación de las empresas más prestigiosas, como bancos de inversión, estudios jurídicos y consultoras, y descubrió que no solamente reclutan empleados de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos, sino que además se van inclinando por los candidatos más privilegiados económicamente. Desmontando la idea de meritocracia al mostrar la asociación entre prestigio y clase social, Thomas Piketty analizó que el ingreso promedio de los padres de los estudiantes de Harvard es equivalente al del 2% más alto de la sociedad, mientras que los del prestigioso Instituto de Estudios Políticos de París, al del 9%.

Ilustración: Pablo Harymbat
Ilustración: Pablo Harymbat.

El economista Anthony Atkinson suma en sus trabajos otro dato de encapsulamiento cuando dice que después de la Segunda Guerra Mundial, una vez que las mujeres ingresaron más fuertemente en el mundo del trabajo, los varones que ganaban sueldos altos tendían a casarse con mujeres que ganaban sueldos bajos, mientras que desde 1980, los hombres y las mujeres tienden a casarse con personas que ganan igual. En un artículo brillante sobre la influencia de los grupos no-educados en las elecciones de Brexit y de Trump, David Runciman ponía un ejemplo muy claro de cómo la gente ya no se mezcla: "Como dice el cliché: los jefes solían casarse con sus secretarias. Ya no, y no solamente porque hay menos secretarias. Si fuiste a la universidad, preguntate: ¿cuántos de tus amigos no fueron a la universidad? Y entre su amigos, ¿cuántos de los que fueron están casados con alguien que no?".
Si bien cada país vive el tema de la desigualdad de una forma diferente, en la Argentina la educación es un centro neurálgico de progresiva falta de diversidad. "La escuela primaria masiva, laica, gratuita, cuyos principios quedaron condensados en la ley 1420, tuvo en la base esta fuerte intencionalidad política, que fuera un espacio de homogeneización social y de encuentro", explica Sandra Ziegler, doctora en Ciencias Sociales e investigadora del área de educación de Flacso. Sin embargo, este corte ha variado: "En las últimas dos décadas se ve un pasaje pronunciado de los sectores que pertenecen a los quintiles más altos -y progresivamente otros sectores también- a la educación privada. Esto genera un espacio de mayor homogeneidad en las aulas tanto de las escuelas estatales como privadas". Cabe mencionar, como dice Ziegler, que la creación de nuevas universidades en la provincia de Buenos Aires generó una ampliación en cuanto a la población que accede a la educación superior.
En una línea similar, la investigación de la doctora en Ciencias Sociales y becaria posdoctoral Conicet en el Instituto Gino Germani (UBA) Mercedes Krause aborda las narrativas de las clases medias y populares sobre su vida cotidiana y cómo se la estratificación de clase: "Lo que se ve es que las personas eligen tipos de clubes, de escuelas, de servicios de salud o de salidas de esparcimiento y en esas tipificaciones todo el tiempo opera el sentido común de dónde me ubico yo en relación a la clase social y en contraposición a quiénes. Dónde se sienten cómodos y dónde no: eligen rodearse de gente que perciben como similar a la imagen que tienen de sí mismos."
Mientras que hay un cierto consenso acerca de cómo distintas políticas desregulatorias contribuyeron a la fragmentación del espacio público, esto se combina con una elección por lo conocido. En su libro ¿Por qué preferimos la desigualdad?, François Dubet hace un razonamiento original de por qué las sociedades toleran el tándem del 1% y el 99% del que hablaba Stiglitz: "Todos los que pueden -y que no son necesariamente los más ricos- quieren desarrollar un capital social endógeno, vivir en los mismos barrios, no forzosamente para visitarse y generar una vida barrial, sino por el ambiente, la seguridad y la estética urbana, sin hablar de la sectorización escolar. Los individuos no buscan las desigualdades, pero sus elecciones las engendran". Para el autor, se trata de reconfigurar la idea de solidaridad.

Vidas paralelas

¿Cómo fomentar la empatía entre distintos sectores, si ocurren menos cruces entre ellos? El diseño urbano se vuelve una clave de la posibilidad o no de circulaciones paralelas entre sectores sociales. En el caso estadounidense, la disposición de los votantes de Trump y de Hillary Clinton estaba muy geolocalizada. En el Brexit, lo mismo.
Julián Varas, arquitecto, doctor en Arquitectura y Estudios Urbanos y director de la maestría en Historia y Cultura de la Arquitectura y la Ciudad de la Universidad Torcuato Di Tella, acuerda con que esta disposición geográfica puede tener un correlato social: "Desde el punto de vista del urbanismo, el fenómeno de la globalización ha significado que las grandes metrópolis hayan comenzado a funcionar en redes cuyas interconexiones culturales y económicas pueden llegar a ser más fuertes que con los suburbios o incluso sectores dentro de la propia ciudad. Dicho de otro modo, la globalización ha traído aparejada una nueva configuración socioespacial en la que pesan más las redes de comunicaciones y las condiciones económicas y culturales que hacen posibles esas comunicaciones, que las proximidades, connacionalidades y otras condiciones territoriales, materiales, o administrativas que sirvieron para explicar el sistema internacional hasta los años 80. En ese sentido es posible que la desconexión que evidencian las redes sociales en Internet sea un reflejo de esa polaridad entre regiones altamente globalizadas y otras que lo están menos."
Varas menciona algunos procesos urbanos que son importantes para entender cómo se distribuye el electorado en Estados Unidos: el "white flight", que se dio a partir de los años 50 e implicó la huida a los suburbios de la población blanca de buen nivel económico y la ocupación del centro por parte de inmigrantes y minorías, y la gentrificación, que consiste en la vuelta de esas clases medias y altas al centro, la revalorización inmobiliaria y la consecuente expulsión de las clases populares, que ya no pueden pagar esos barrios centrales: "La gentrificación se produce en casi todas las grandes ciudades, por eso hay políticas urbanísticas que tienen como fin tratar de mitigar sus efectos negativos. Lo que está por detrás es, por un lado, un problema funcional ya que si no hay vivienda accesible, los empleos que no reciben altos ingresos dejan de atraer gente y se vuelve imposible que algunos rubros fundamentales, como policías, enfermeros, bomberos, ordenanzas, puedan vivir en la ciudad. Por otro lado, la ciudad tiende a volverse socialmente homogénea, lo cual tiene como consecuencia principal el desconocimiento acerca de la diversidad real que tiene la sociedad. Se pierde la posibilidad de expresión de la totalidad social, que a pesar de sus fricciones y conflictos, es necesaria."
La circulación y el consumo de bienes culturales también pueden ser territorios de unión. En su libro Der Klang Der Familie. Berlin, el tecno y la caída del Muro, Sven von Thülen cuenta cómo la escena de la música electrónica en Berlín funcionó como motor de reunificación de los jóvenes de la Berlín oriental y occidental una vez caído el muro. En los años 70, la música disco hizo lo propio para integrar en la pista a los negros y las minorías sexuales. En 2012, la investigadora del Instituto Gino Germani Ana Wortman lideró un equipo que armó una encuesta de consumos culturales en la ciudad de Buenos Aires, donde se vio una fuerte correlación entre frecuencia y elección del consumo cultural -cine, teatro, música- y la clase social: "Hay mucha oferta cultural gratuita que aun así no logra atraer a ciertos públicos de las clases más bajas, que tal vez sienten que no es para ellos. Obviamente ayuda que las cosas sean gratis, pero no es solamente abrir las puertas, sino también convocarlos. En los espacios culturales se observa una ratificación de la brecha. Hay muchos núcleos, muchas comunidades donde se ratifican lazos entre lo conocido, el evento cultural no es un espacio de lo desconocido", explica Wortman. Por otro lado, es interesante conocer los estudios de la teórica Marta Rosler agrupados en Culture Class, en el que, releyendo las ideas de Richard Florida en La clase creativa y otras tantas, traza relaciones complejas y actuales entre el rol de los artistas y "creativos", los circuitos comerciales y los procesos urbanos de desigualdad.
Tal vez haya que buscar en el fútbol un espacio que todavía sobrevive a la fragmentación. Pablo Alabarces, doctor en Sociología y titular del seminario de Cultura Popular en Ciencias de la Comunicación en la UBA, hace algunas salvedades: "Hay un dato que lo refutaría: hoy tenemos un fútbol donde están prohibidos los visitantes. Llamativamente. el Estado argentino ha decidido que no puede administrar la convivencia de estos grupos adentro de una cancha y tomó esta decisión. Más allá de esto, y teniendo en cuenta que no es transversal en términos de género, todavía el fútbol se mantiene como un espacio público transclasista". No sucede lo mismo en otros países. Owen Jones cuenta en su libro Chavs: la demonización de la clase trabajadora,cómo a partir de la tragedia de Hillsborough en 1989, en la que por una avalancha en un estadio de Sheffield murieron 96 personas, los precios de lo que sería la popular escalaron tanto que dejaron afuera a una parte de la población. El fútbol británico se gentrificó.
Pero en la fragmentación, no todos los sectores sociales se escuchan por igual. Y estas elecciones en Estados Unidos mostraron que la idea de mayoría silenciosa sigue estando muy vigente y que es muy difícil generalizar. O, como dice Alabarces, "que 'la gente' no existe".
Juan Germano, director de Isonomía, reconoce que los sondeos están teniendo un mayor nivel de rechazo por parte de la gente a quienes se encuesta. Con respecto a los subrepresentados de la opinión pública, menciona: "Podés tener un problema metodológico, en el sentido de que no los encuestaste, no quisieron responder, no llegaste. Además creo que en los medios hubo un voluntarismo interpretativo gigantesco, de no querer verlo, no querer que esté pasando, como si desde una supuesta superioridad del pensamiento estadounidense el voto a Trump fuera vergonzante. Una persona que no quiere ponerse a discutir se repliega en la comodidad de su metro cuadrado, frente a una sobrerepresentación mediática de los que están en contra de Trump".
En la circulación agrietada de la población, tanto online como offline, juegan varios aspectos: del imperativo moderno de una vida "on demand" a la fuerte desigualdad. Y también, la emergencia de una nueva minoría blanca de clase trabajadora, empobrecida y resentida, que resulta incómoda para ciertas elites y obliga a pensar al "otro" ya no solamente como inmigrante o constitutivo de una minoría racial. Este año instaló discusiones que, tanto como las grietas, son profundas e implican volver a pensar qué es lo que comparten los ciudadanos de un país y cómo seguir viviendo juntos



Proyectos en marcha: privatización educativa en la región



"América latina es la región en la que más ha avanzado la educación privada primaria y secundaria en las últimas tres décadas, pero la producción académica sobre las circunstancias políticas y económicas bajo las cuales esto se produjo es muy escasa en el continente", dice Mauro Moschetti, para explicar el lugar vacante que viene a cubrir la investigación en la que actualmente trabaja.
Financiada por Education International y surgida de los hallazgos de un proyecto global sobre el mismo tema, la investigación que comenzó hace unos cuatro meses en colaboración con otros colegas -Clara Fontdevila y Adrián Zancajo- apunta a "establecer una tipología de formas de privatización de la educación" en los países latinoamericanos. En la región, el 20% de los alumnos primarios y un porcentaje similar de los secundarios asisten a escuelas privadas, con países por encima y por debajo de esa media. "Se trata de entender -dice Moschetti- cómo y por qué los países de América latina han promovido la privatización de la educación de manera casi unánime a pesar de sus diferencias culturales, económicas y políticas."



Los primeros hallazgos muestran cinco trayectorias posibles hacia la privatización. "La privatización como parte de una reforma estructural del Estado (Chile), la privatización como reforma incremental (Brasil y Colombia, donde avanza con la complejidad de sus federalismos), la privatización «por default» y con escuelas privadas low-cost (Perú, República Dominicana), la privatización como resultado de alianzas público-privadas históricas (Argentina) y la privatización por vía del desastre (Haití, El Salvador, Guatemala) -describe-. En paralelo trabajamos con dos trayectorias contrapuestas: la no-privatización (Uruguay) y la desprivatización (Bolivia)", agrega.
En esas trayectorias se dibuja una primera distinción importante. "Hay países en los que la privatización se da como resultado de políticas explícitas para abrir el sector educativo a proveedores privados. Pero hay casos más «espontáneos» en los que el Estado juega un rol ambiguo", dice. Es el caso de Perú, que hasta hace 25 años tenía tasas de escolarización muy bajas en comparación con otros países de la región. "Aparecieron entonces proveedores privados de educación de bajo costo: escuelas que trabajaban con docentes sin título habilitante, en infraestructuras edilicias no apropiadas. Este sistema privado irregular aumentó la tasas de escolarización, pero bajo condiciones que el Estado no podía avalar. Entonces, se optó por hacer la vista gorda ante el fenómeno", describe Moschetti. Perú tiene una de las tasas de privatización más veloces del continente: en los últimos 15 años pasó del 20% al 50% de los alumnos en escuelas privadas. En la ciudad de Buenos Aires eso sucede desde hace 30 años.


Mauro Moschetti
Mauro Moschetti.

Nombre: Mauro Moschetti
Edad: 32 años


Perfil: magíster en Políticas Educativas (UTDT), investigador predoctoral de la Universidad Autónoma de Barcelona

Cuando Ernesto Guevara empezó a ser el Che

Myrna Torres, de 87 años, que acaba de visitar el país, conoció en Guatemala a quien en ese momento era “un joven aventurero” y luego sería el símbolo de la Revolución.




Myrna Torres, de 87 años, que acaba de visitar el país, conoció en Guatemala a quien en ese momento era “un joven aventurero” y luego sería el símbolo de la Revolución.Myrna Torres, de 87 años, que acaba de visitar el país, conoció en Guatemala a quien en ese momento era “un joven aventurero” y luego sería el símbolo de la Revolución.
El Che llegó a Guatemala el 24 de diciembre 1954  en compañía de Gualo García, un estudiante platense al que conoció en Guayaquil y que lo había convencido de viajar a Guatemala para atestiguar de primera mano la experiencia inusitada de un presidente centroamericano, Jacobo Arbenz, elegido democráticamente, que se había atrevido a incautar tierras incultas de la American Fruit Co. norteamericana, “dueña” de gran parte del comercio de frutas en Centroamérica. Guevara aprobó la propuesta y se separó  de su hasta allí compañero, Calica  Ferrer, quien siguió el camino prefijado hacia Venezuela.

Meses antes, el Che había regresado a Argentina para rendir las últimas materias de la carrera de médico, decidido a ocuparse de los enfermos de lepra. Ese había sido el motivo de su primer viaje en compañía de Alberto Granado, llevado al cine por Walter Salles en Diarios de motocicleta, cuando recorrieron varios leprosarios sudamericanos.
Ya en Guatemala, cuenta Myrna Torres, adonde llegaron luego de variadas peripecias, los dos jóvenes aventureros argentinos (eso es lo que era entonces el futuro Che) tres días después de llegados, el 27, fecha que la Torres recuerda con indisimulable emoción, concurrieron al Infop, Instituto de Fomento de la Productividad, con una carta de recomendación para su director, el licenciado Núñez Aguilar, quien había estudiado en Argentina.

Recibidos con amabilidad, fueron encargados a una economista peruana exiliada en Guatemala, Hilda Gadea, militante del Apra de Haya de la Torre, enfrentado con el siniestro dictador Odría. Gadea les hizo conocer el funcionamiento de la institución y fue presentándoles a varios de sus integrantes.

Es aquí cuando entra en escena Myrna Torres, quien acaba de pasear por Buenos Aires sus gallardos ochenta y siete años, lúcida, ágil y memoriosa. En el Infop su tarea era ocuparse de la producción del chicle, un árbol emparentado con el caucho, del que se extraía una materia gomosa que se usaba para los chewingum como los Chiclets Adams y que luego fuera reemplazado por sustancias sintéticas.

Cuando el Che la saludó con su amplia y cautivante sonrisa, la impresión de Myrna fue positiva. A ello la predisponía la simpatía por lo argentino que, según ella, era común en una Guatemala, que se deleitaba con las películas de Libertad Lamarque y de Mirtha Legrand, cuyos alumnos estudiaban en los manuales Kapelusz y leían la revista Billiken mientras sus padres escuchaban a Gardel.

Hilda Gadea, que luego sería la primera esposa del Che, y Myrna Torres fueron los ángeles protectores de ese joven inquieto y con ganas de conocer y saber que con frecuencia padecía crisis asmáticas que  le impedían asistir a las fiestas y reuniones en las que Myrna e Hilda lo presentaban a su círculo de amigas y amigos.

Milagro. Guatemala era entonces un milagro democrático en medio de crueles tiranías centroamericanas. Depuesto el temible Jorge Ubico en 1944 por la reacción popular, en Guatemala fue elegido Juan José Arévalo, un político y educador formado en la Universidad de Tucumán, quien se definía como un socialista espiritual, pero a quien la derecha no tardó en calificar de “comunista” por su interés en mejorar la condición de los humildes de su patria.
Luego sería el turno de Jacobo Arbenz, también elegido democráticamente, quien es hoy recordado como “el soldado del pueblo”. Militar que participó de la revolución de 1944, de ideas progresistas, que estimuló la educación y la cultura. No extrañó entonces que Guatemala atrajera a perseguidos y desterrados, sobre todo centroamericanos, que alimentaban apasionantes tertulias intelectuales y políticas en las que el Che participaba y abrevaba. La historia la recuerda como una época de oro, una “primavera”.

El Che se hizo habitué de la casa de Myrna pues gustaba de conversar y discutir con su padre, Edelberto Torres, un respetado intelectual nicaragüense que había buscado sosiego fuera de su patria, sojuzgada por Anastasio Somoza.
“Una noche cayeron varios cubanos escapados de la fracasada toma del cuartel del Bayamo”, cuenta Myrna y recuerda sus nombres sin vacilar:  Ñico López, Armando Arancibia,  Antonio “Bigotes” López, Mario Dalmau.
Ese asalto había sido simultáneo con el del cuartel de Moncada, dirigido personalmente por Fidel Castro, ambos fracasados. Fue ése el momento en que el Che conoció a los primeros cubanos, que lo impresionaron grandemente por su entusiasmo revolucionario y la admiración que profesaban a un tal Fidel Castro.

Con su natural efusividad, contaban anécdotas de su lucha contra el ejército de Fulgencio Batista, el dictador cubano, imitando los ruidos de la balacera. Entonces, ríe Myrna, Ernesto les decía con su habitual sarcasmo: “Cuenten otra de vaqueros porque ésa ya la conocemos”.

Quien más le llamó la atención fue Ñico López, del que se hizo muy amigo. Hoy una refinería petrolera lleva su nombre por decisión del años más tarde ministro de Economía del gobierno cubano en homenaje a su amigo muerto en el desembarco del Granma.

El relato de Myrna está festoneado de sabrosas anécdotas como la de que, apremiados por la miseria, el Che y Ñico se asociaron para aprovechar la veneración de los guatemaltecos por el Cristo de Esquipulas: le pusieron marco y lucecitas y se lanzaron a vender su imagen por calles y parques. Sin éxito porque, según bromearía Ñico, su amigo argentino era muy poco convincente. “La paradoja –relata Myrna– es que los golpistas que desalojaron a la democracia guatemalteca portaban como estandarte al Cristo de Esquipulas”.

Decisivo. Quizá lo más decisivo de esta etapa formativa para nuestro compatriota fue que en Guatemala comprobó dolorosamente la violencia de la que es capaz el capitalismo cuando sus intereses son amenazados. Aquí, el detallado relato de Myrna permite corregir  una versión largamente difundida y repetida: no fueron los “marines”  los que desembarcaron en la costa este sino una fuerza mercenaria de guatemaltecos, nicaragüenses, salvadoreños y otras naciones,  reclutados, entrenados y armados  por la CIA y apoyados por aviones norteamericanos. 

Se entiende entonces la repetición de esa estrategia exitosa en Guatemala pero que falló estruendosamente en Playa Girón. 

¿Pero cuál fue la razón para una reacción tan violenta del gobierno norteamericano? Los ojos de la Torres se encienden: se debió a que Arbenz se incautó de tierras ociosas de la United Fruit Co.  Hacía poco tiempo que Mossadegh había nacionalizado el petróleo iraní y y era claro que no había tolerancia para otro hecho similar. Los países vecinos, tiranizados por Somoza, Trujillo, Pérez Jiménez, colaboraron con la invasión.
El Decreto 900 puso en marcha una reforma agraria que favoreció a 318 mil familias, en su mayoría indígenas, es decir a medio millón de personas en una población de no más de 3 millones. La mitad de los favorecidos recibieron créditos agrícolas. Eso fue demasiado.

Puede deducirse que fue entonces cuando el futuro Che decidió que a la violencia del capitalismo sólo cabía oponerle la violencia popular. Y no es cierto que fuese violento  caracterológicamente. Por el contrario, en su infancia era un pibe coinciliador y generoso. La derrota sin combatir  de la democracia guatemalteca fue una marca indeleble en su decisión de luchar por la justicia social en Latinoamérica.  

Otro aspecto decisivo de la etapa guatemalteca es que es allí donde el Che se adoctrina de las ideas marxistas. Lo que cuenta Myrna es sorprendente: “Su maestro fue un profesor norteamericano, Harold White, ex profesor de la Universidad de Colorado, quien vivía en Guatemala. No sólo asistió a sus clases y compartió encuentros personales sino que además tradujo un libro de las ideas marxistas de White junto con la Gadea”. Seguramente fue un baño ideológico.

En ese camino de transformación de aventurero a revolucionario frecuentó la Alianza de la Juventud Democrática, rama juvenil del Partido Guatemalteco del Trabajo, como se denominaba el Partido Comunista, a quienes se unió cuando llegó el momento de defender al gobierno de Arbenz del golpe que desembocó en otra dictadura, esta vez del coronel Castillo Armas, presidente títere al servicio de los intereses norteamericanos. 
Aquí surge una objeción de Myrna a la difundida versión de que Arbenz no se animó a entregar las armas que jóvenes y obreros reclamaban para defender la democracia. Ello le fue muy cuestionado al presidente amenazado, y algunos lo tacharon de cobarde. El mismo Che, entre decepcionado e indignado, escribió: “En tren de morir, prefiero hacerlo como Sandino y no como Azaña”. El primero fue un gran revolucionario nicaragüense, quien prefirió morir luchando, y el segundo, un presidente de la República española, quien se rindió mansamente ante los franquistas. Pero según Myrna, dichas armas no existieron pues, compradas en Checoslovaquia, el barco que las traía, el Alphem, fue desviado al puerto Barrios, que la United Fruit detentaba en suelo guatemalteco, lo que hizo que nunca llegaran a destino. No hubo entonces armas para repartir.

Otra difundida falsedad que Myrna se encarga de corregir es que el Che nunca ocupó algún cargo en el gobierno de Arbenz como asesor de algún tipo. Ambos se conocieron recién años después, cuando el Che estaba en el gobierno cubano y Arbenz, en el llano.

Otra  anécdota muy interesante que revela la Torres es que el Che aprendió a usar un arma de guerra en Guatemala. Durante el golpe se le asignó una guardia nocturna y se le entregó una ametralladora. Fue un nicaragüense, y Myrna recuerda su nombre, Rodolfo Romero, quien le enseñó a usarla.
Luego vendría la represión, que no ahorró torturas ni muertos. Los cuerpos de algunos opositores fueron arrojados al océano desde aviones para hacerlos desaparecer, una estrategia que la dictadura argentina, años después, replicó y multiplicó. El padre de Myrna e Hilda fueron a prisión. El Che, como muchos opositores en peligro, se asiló en la embajada argentina, donde el embajador Torres Gispena lo destinó al garaje junto con doce comunistas militantes. Cuando un avión enviado solidariamente por Perón recogió a todos los asilados para llevarlos a la Argentina, Guevara rechazó la posibilidad y partió hacia México.

*Escritor.


Pacho O’Donnell

Mi pueblo Languidece, bajo las emisiones gaseosas.


Los pobladores de Ingeniero White, evidencian los recuerdos del 20 de agosto del 2000, como un hito que develo por completo los incidentes por un gracias a la cámara de video de Claudio Herrera; quien puedo registrar la magnitud del escape de cloro de Solvay Indupa, y sus imágenes ilustraron e ilustran las crónicas.
Por otro lado, esto llevo a demostrar que las acciones y niveles  de seguridad de las empresas del complejo petroquímico, dejaban mucho que desear, con respecto a su slogan de buenos vecinos, comprometidos con la seguridad o más habitual por estos días, "la responsabilidad social empresaria".   
Por aquellos días, la participación y compromiso ciudadano, lograron la realización de asambleas popular en distintos salones de instituciones Whitenses; y resolviéndose la inmediata realización de medidas, que determinaron los cortes de la avenida 18 de julio y San Martín. También, se venció en individualismo se conformaron agrupaciones en defensa de la calidad de vida, la salud, y el ambiente;  que lograron maximizar los reclamos, clausurar la empresa en cuestión, iniciar una exhaustiva investigación por intermedio de auditores extranjeros.
Asimismo se exigió el reconocimiento de la falta de controles al sector industrial por los organismos provinciales, y la ausencia de acciones en materia de seguridad, por los funcionarios de Solvay Indupa, en base a la reducción del personal de control, que se  reemplazo por personal tercerizado, solo en días hábiles de la semana.  
De aquellos días, nos queda en grato recuerdo, que predomino en viento, "que si Dios como dicen es Argentino; aquellos días merodeaba por Ingeniero White". Por estos días, a modo de balance, podemos decir que algo se avanzo, con entes descentralizado dedicados al control ambiental, existencias de normas nacionales, provinciales y ordenanzas sobre la conciencia en la preservación del ambiente, la calidad de vida y los estándares de salud física y psíquica.
Las tareas pendientes son la consolidación de ámbito de participación y decisión en  acciones que beneficien a la población de Ingeniero White, mediante la implementación de partidas presupuestarias dedicas íntegramente a la elevar los niveles de calidad de cada una de los whitenses; establecer rigurosos control sobre las instalaciones industriales; jerarquización de los entes de salud municipal; e implementar los medidas de protección para las poblaciones cercanas.
Los pobladores de Ingeniero White, somos los más afectados por el progreso tecnológico, por falta de controles a los incidentes industriales, y por escasa "responsabilidad  social empresaria", que únicamente se declama o en su defecto solo esta direccionada, para algunos sectores de la sociedad.
Rogamos que sigan los buenos vientos, y que se eviten los efectos sobre los ciudadanos.

Mi pueblo Languidece, bajo las emisiones gaseosas.


Los pobladores de Ingeniero White, evidencian los recuerdos del 20 de agosto del 2000, como un hito que develo por completo los incidentes por un gracias a la cámara de video de Claudio Herrera; quien puedo registrar la magnitud del escape de cloro de Solvay Indupa, y sus imágenes ilustraron e ilustran las crónicas.
Por otro lado, esto llevo a demostrar que las acciones y niveles  de seguridad de las empresas del complejo petroquímico, dejaban mucho que desear, con respecto a su slogan de buenos vecinos, comprometidos con la seguridad o más habitual por estos días, "la responsabilidad social empresaria".   
Por aquellos días, la participación y compromiso ciudadano, lograron la realización de asambleas popular en distintos salones de instituciones Whitenses; y resolviéndose la inmediata realización de medidas, que determinaron los cortes de la avenida 18 de julio y San Martín. También, se venció en individualismo se conformaron agrupaciones en defensa de la calidad de vida, la salud, y el ambiente;  que lograron maximizar los reclamos, clausurar la empresa en cuestión, iniciar una exhaustiva investigación por intermedio de auditores extranjeros.
Asimismo se exigió el reconocimiento de la falta de controles al sector industrial por los organismos provinciales, y la ausencia de acciones en materia de seguridad, por los funcionarios de Solvay Indupa, en base a la reducción del personal de control, que se  reemplazo por personal tercerizado, solo en días hábiles de la semana.  
De aquellos días, nos queda en grato recuerdo, que predomino en viento, "que si Dios como dicen es Argentino; aquellos días merodeaba por Ingeniero White". Por estos días, a modo de balance, podemos decir que algo se avanzo, con entes descentralizado dedicados al control ambiental, existencias de normas nacionales, provinciales y ordenanzas sobre la conciencia en la preservación del ambiente, la calidad de vida y los estándares de salud física y psíquica.
Las tareas pendientes son la consolidación de ámbito de participación y decisión en  acciones que beneficien a la población de Ingeniero White, mediante la implementación de partidas presupuestarias dedicas íntegramente a la elevar los niveles de calidad de cada una de los whitenses; establecer rigurosos control sobre las instalaciones industriales; jerarquización de los entes de salud municipal; e implementar los medidas de protección para las poblaciones cercanas.
Los pobladores de Ingeniero White, somos los más afectados por el progreso tecnológico, por falta de controles a los incidentes industriales, y por escasa "responsabilidad  social empresaria", que únicamente se declama o en su defecto solo esta direccionada, para algunos sectores de la sociedad.
Rogamos que sigan los buenos vientos, y que se eviten los efectos sobre los ciudadanos.