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Los diez mitos de la educación argentina. Y por qué hay que discutirlos

Como pocos temas de agenda pública, las escuelas y los docentes evocan ideas equivocadas o nostálgicas, generalizaciones y frases hechas en el sentido común argentino. Cuando falta una semana para el comienzo de clases, se actualiza la paradoja central: la educación es a la vez causa y solución de todos los problemas del país. Qué cuestiones de fondo, concentrados en estas creencias erróneas, no estamos mirando
Por Raquel San Martín  
 
Foto: Martin Balcalá
A casi nadie se le ocurriría sugerir nuevas formas de hacer un trasplante de corazón, construir un puente, defender a alguien en los tribunales o bajar el desempleo si no se considera un experto. Pero todos hablamos de educación. Por haber ido a la escuela, tener hijos en ella, conocer un docente de cerca o ser alumno de algún tipo, en la Argentina la mayoría se siente habilitada a opinar sobre contenidos, metodologías o formación docente, aunque educar requiera el manejo preciso de tecnologías y saberes igualmente sofisticados.
En la Argentina, el sentido común sobre las escuelas -que suele, además, estar dominado por la idea de una educación "en crisis", sin mayores precisiones- ha terminado plagado de ideas equivocadas, nostálgicas de un supuesto pasado dorado, generalizaciones y frases hechas que, en el caso más inofensivo, dejan a todos hablando en la superficie y, en el peor, obturan mejoras de fondo, sobre todo cuando algunos de estos "mitos" se prolongan en las voces de los funcionarios.
Así, si bien en los últimos años hay más chicos que van a la escuela en el país, sobre todo inicial y primaria, los problemas continúan para que se queden efectivamente en ella y completen su escolaridad en tiempo. Si el secundario concentra todas las críticas, muchos adolescentes lo rescatan como espacio de crecimiento, en todas las clases sociales.
Mientras los rankings rápidos de las pruebas PISA no provocan mejoras por sí solos, sí puede hacerlo la información que ésas u otras pruebas podrían dar a las escuelas, y que hoy no tienen. Y son tanto los salarios como las condiciones de trabajo y de carrera las que habría que revisar para mejorar el trabajo docente.
Cuando falta una semana para el inicio formal de las clases en la Argentina -vinculado ya cíclicamente a los reclamos salariales y los paros-, se reactualiza una creencia central y paradójica: en la Argentina, la educación es la causa de todas las desgracias (los accidentes de tránsito, la inseguridad, la corrupción) y a la vez la solución a todas ellas. No en vano la mayoría de las diez creencias más extendidas sobre la educación que aquí se desarrollan buscan responsables, generalizan el deterioro o exageran el entusiasmo por lo que efectivamente se puede resolver en la escuela. Aquí, algunos mitos difundidos en los últimos años, y sus contraargumentos.
1 La educación puede reparar la injusticia social
"Cien años de educación pública demostraron que esto no es así. La sociedad tiene que actuar en las distintas dimensiones para lograr más justicia social y, así, una educación más equitativa para todos", apunta Guillermina Tiramonti, docente e investigadora del Área de Educación de Flacso. "En sociedades muy injustas, muy polarizadas como la nuestra, la escuela tiende a reproducir estas diferencias, aun cuando el objetivo declarado sea la ampliación de derechos."
2 La escuela puede socializar en mejores valores que los predominantes en la sociedad
Ninguna escuela es una isla. "Las diferencias que puede hacer la escuela en este sentido son pocas. En verdad, la escuela socializa en los valores de los grupos familiares de los alumnos. No es que si tenemos una sociedad anómica la escuela va a generar ciudadanos responsables de la ley que cambien esa sociedad -dice Tiramonti-. Primero porque todos vivimos en ella, pero además porque la escuela tiende a organizarse según esos valores. Así, la discrecionalidad de la autoridad está bastante presente en las instituciones escolares, porque la discrecionalidad es la regla afuera."
3 Los maestros de antes eran mejores que los de ahora
Esta idea repetida, conectada con la añoranza de una supuesta escuela dorada del pasado -otro mito ubicuo-, tiene varias versiones: que la educación está mal porque los maestros son malos, que no quieren actualizarse o, como dijo la propia Presidenta, que trabajan poco y tienen tres meses de vacaciones.
"En la «época de oro» de la educación argentina, los maestros se recibían con título secundario de 4 años, con sólo 7 materias pedagógicas y debutaban en la escuela a los 16 años de edad. Eran en su mayoría mujeres a quienes se les vedaba la universidad y trabajos que no fuesen con niños. Leían bastante, pero muy poca ciencia. Las investigaciones muestran que iban poco al cine, casi nada al teatro y sí consumían radioteatros y revistas femeninas, cuyas secciones «para maestras» actualizaban sus conocimientos. Hoy, un docente se forma cuatro o cinco años después del secundario, algunos en la universidad. Cursan muchas materias pedagógicas y científicas, y aun con problemas enormes se capacitan y estudian. Navegan por Internet, están enterados de lo que pasa en la Argentina y el mundo, muchos tienen compromiso intelectual y político y arrancan en la escuela mucho más tarde, a los 22 o 23 años de edad", describe Mariano Narodowski, profesor en la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT).
Y completa: "Creemos que las maestras de antes eran mejores porque aquella sociedad jerárquica respetaba y temía a toda autoridad y a toda institución estatal. Al contrario de la actual, aquella autoridad docente era «de origen». Hoy, la autoridad docente es «de ejercicio»: los maestros -mucho más formados- son cuestionados y su legitimidad debe ser demostrada cada día", dice.
Al mismo tiempo, casi nadie niega que existen "grandes deficiencias en las competencias de los maestros", como dice una especialista. "El docente argentino promedio tiene los mismos problemas de calidad que el promedio de los demás oficios y profesiones. En una sociedad que no busca la excelencia y que iguala para abajo, los docentes se desempeñan de acuerdo con esos estándares, muy similares a las otras profesiones -sigue-. Esto no significa que no haga falta mejorar a los docentes, pero partiendo de reconocer la mediocridad generalizada de nuestra sociedad."
No ya la "formación docente", sino toda su carrera y condiciones de trabajo, es lo que los países que mejoran la calidad educativa están modificando. "Hay que analizar cuáles han sido las políticas para la docencia de los últimos 30 años. Ver, por ejemplo, la capacidad de atracción del sueldo docente: en 2013, el salario de un maestro de grado de primaria, de jornada simple y con 10 años de antigüedad era de 5800 pesos -dice Cecilia Veleda, investigadora principal del Programa de Educación de Cippec-. La formación inicial y la continua se han deteriorado. La carrera docente no ofrece oportunidades de desarrollo profesional si no es por la vía del ascenso vertical. Mejorar las condiciones de trabajo va a requerir una batería de políticas costosas en recursos, en lo técnico y en lo político, porque son acuerdos de largo plazo."
4 En la Argentina, bajó la calidad pero subió la inclusión
Es una idea muy sostenida en la última década, que "compensa" los magros resultados en las evaluaciones educativas más recientes. "El consuelo es la inclusión: dicen que empeoran los resultados porque cada vez más chicos (y más pobres) van a la escuela pública. Además de ser una idea perversa -escolarizar a los más pobres bajaría el nivel educacional-, es falsa", dice Narodowski. "El crecimiento del número de alumnos desde 2003 se explica básicamente, por su inscripción en escuelas privadas. De cada 100 nuevos alumnos en el nivel inicial, 60 fueron a privada; en el secundario, el 50% fue a privada. En la escuela primaria, el 100% del crecimiento de la matrícula pos-2003 se explica por la escuela privada. Al contrario, la escuela pública no sólo no creció, sino que decreció 9%", enumera y suma otro dato: "Las últimas evaluaciones de la Unesco muestran una caída en la tasa de escolarización para la primaria, un logro que se creía consolidado".
Otros números sirven de contraargumento. "La Argentina no matricula a muchos más alumnos en la secundaria que otros países de la región. Según la Unesco, la tasa neta de matrícula secundaria es de 82%, comparada con 83% en Chile, 74% en Colombia y 78% en Perú", dice Alejandro Ganimian, estudiante de doctorado en la Universidad de Harvard, especializado en análisis cuantitativo de política educativa, y apunta a otra cara de la inclusión: la permanencia, en la que la Argentina tiene más problemas que sus vecinos. "El país retiene a muchos menos alumnos. Según la OCDE, la tasa de graduación secundaria en la Argentina es 41%, comparada con 84% en Chile, 64% en Brasil y 44% en México."
5 A las escuelas privadas van sólo los que tienen más recursos
Buscando lo que suponen más calidad, menos paros, mejores condiciones edilicias y, en algunos barrios, hasta más seguridad, cada vez más familias de clase media baja migran con esfuerzo a las escuelas privadas. De hecho, el crecimiento significativo de la educación privada en la Argentina, desde los 60, pero fundamentalmente desde 2003, incluye a todos los sectores sociales. Narodowski aporta cifras: "En el quintil más pobre de los hogares argentinos, el 14% va a escuelas privadas, y en los sectores de clase media baja, entre el 23% y el 38% van a secundarias privadas".
Otra formulación del mito es pensar que cualquier deterioro educativo que exista afecta a los pobres; que las escuelas privadas más caras, por ejemplo, protegen de la caída. Según los expertos, el escalón social ya no es un antídoto. Según Ganimian, en las pruebas PISA 2012, a las escuelas de nivel socioeconómico más alto de la Argentina les fue igual que a las de nivel socioeconómico más bajo de Italia, Lituania, Estados Unidos y el país promedio de la OCDE.
6 En la secundaria los chicos se aburren, no respetan nada y nada les interesa
Más añoranza de la escuela del pasado. "Esa idea desprecia otros sentidos que los jóvenes hoy les dan a la escuela secundaria y a la sociabilidad en ella: aprender a estar con otros, compartir espacios, encontrarse con personas diferentes", describe Pedro Núñez, investigador del Conicet y de Flacso, con experiencia en estudiar la vida escolar y las percepciones de estudiantes y profesores.
Esto no implica sostener que no hace falta mejorar la escuela media, pero quizá no tanto porque esté "desactualizada" o los profesores no estén "formados", sino porque hay desajustes evidentes en el modo en que jóvenes y adultos entienden esa escuela, que, con sus matices, atraviesan todos los sectores sociales. "Hay un desacople entre la propuesta de la escuela secundaria y los modos de ser joven: cómo entienden el respeto, los sentidos que le dan a la educación, el lugar de la participación política y una temporalidad que se rige por parámetros distintos -dice Núñez-. Si la escuela propone la gratificación diferida, hacer un esfuerzo para que en el futuro te vaya mejor, la sociedad ofrece y pide consumo ya." ¿La escuela tiene que adaptarse entonces a ese entorno? "No -dice Núñez-, pero tiene que tenerlo en cuenta. Por supuesto, en la escuela los chicos siguen aprendiendo cosas que no aprenden afuera: el tiempo escolar que exige una preparación diferente, que planifiques, que te adaptes a distintas situaciones, que vayas ganando autonomía, que entables relaciones con personas distintas."
Más que en lo institucional, es en la relación cotidiana con los docentes donde se juegan esas distancias. "Según dicen los chicos, el buen docente es el que los trata bien, el que exige, el que sabe, el que va siempre, pero también el que explica todas las veces que sea necesario. Es un docente distinto del de la escuela añorada, no está investido de respeto, sino que tiene que ganarlo. Y hacerlo frente a un grupo cada vez más heterogéneo."
7 Las pruebas internacionales de calidad no captan la realidad argentina
Mientras los países de la región avanzaron en los últimos años en integrar la idea de evaluación a sus sistemas, en el país las pruebas PISA se convirtieron casi en un enemigo, pero con argumentos como ése, que escondieron cuestionamientos más fundados -que existen- a estas evaluaciones.
No se trata de promover los rankings o las estadísticas rápidas del fracaso a las que han terminado vinculadas las PISA, sino de usar esos resultados como insumo. "Hay consenso académico en que esto tiene que cambiar. Si bien es cierto que estas evaluaciones no reflejan todo lo que se enseña y aprende en todas las escuelas del país, deben ser herramientas indispensables para la política educativa. Ni la política pública ni las decisiones en las escuelas pueden definirse a partir de sensaciones -dice Veleda-. Hoy podríamos tener una radiografía de cada escuela del sistema educativo. Hay otras pruebas internacionales a las que sumarnos, si las PISA o las de la Unesco no nos satisfacen. Y hay que revisar los Operativos Nacionales de Evaluación, para que sean un instrumento de trabajo en las escuelas, que necesitan saber dónde están paradas."
8 Tener un título asegura la inserción laboral de los más pobres
Varias investigaciones están demostrando un dato inquietante: para los sectores sociales más bajos, el título secundario e incluso el universitario no necesariamente mejora sus opciones laborales. "Muchas veces la expectativa de que el título los va a insertar en un mercado laboral formal es falsa", dice Tiramonti. Y cita un trabajo de María Alejandra Sendón, que demuestra que entre los jóvenes de sectores populares con título secundario la desocupación es más alta que entre los de clase media con secundario incompleto. "Por una cercanía de valores de socialización, muchos empleadores prefieren tomar a un chico de clase media sin secundario completo que a uno de la villa con título", señala Tiramonti. "El origen social está empezando a jugar como seleccionador."
9 Dar computadoras a los alumnos mejora los aprendizajes
De ese mito se abren varios otros. "Ya está claro que dar computadoras en las escuelas no alcanza. Ya las dimos, pero ahora hay que hacer un doble salto: enseñar a las nuevas generaciones sobre las posibilidades que abren y vacunarlos contra lo que se está convirtiendo Internet, que no es lo que imaginábamos", apunta Fabio Tarasow, coordinador del Programa de Educación y Nuevas Tecnologías de Flacso. "Pensar ciudadanos digitales, de eso se trata, no está en ninguna agenda. También hay que descartar la idea de «capacitar» a los maestros para usar la tecnología. Esa idea ya se queda corta. Si todo termina en un curso, eso no sirve. Se necesita modificar estructuras y contenidos para adecuarlos a las nuevas tecnologías", dice Tarasow, y se alarma con la última tendencia en mitos en la escuela: todos tienen que aprender a programar. "Es importante facilitarlo para aquellos que quieran aprenderlo, pero que obligatoriamente lo haga la escuela es estrellarse contra la pared. Ni siquiera tenemos docentes preparados para hacerlo y no se puede garantizar que se haga bien."
10 El financiamiento garantiza resultados
Llegar al 6% del PBI para educación fue uno de los eslóganes de mejora de la década, algo que muchos expertos están cuestionando. Pero, incluso sin entrar en cálculos, el saldo de la década muestra que sólo con el dinero la educación no mejora. Sobre todo si, al mismo tiempo, no hay cambios en el federalismo argentino, que dispone un reparto de recursos con parámetros desiguales o directamente discrecional. "Un aumento de los recursos implementado de manera incorrecta sólo perjudica más todavía a la educación: la cuestión es cómo hacer que los recursos lleguen a las escuelas y ellas decidan la mejor manera de invertirlos", dice Narodowski.
La crisis permanente y generalizada, el trazo grueso de que "el 50% de los chicos no entiende lo que lee" o la responsabilización de los maestros -o de los alumnos- como conjunto no parecen las ideas que se llevarían a una mesa seria de discusión de cambios en las escuelas. Mientras varias ONG trabajan con los precandidatos presidenciales en compromisos públicos sobre la educación que viene, falta que las charlas de sobremesa reconozcan, al menos, que la escuela sigue haciendo algo que sólo ella puede hacer.

Esas jóvenes hijas de puta

Por ARTURO PÉREZ-REVERTE


Supongo que a muchos se les habrá olvidado ya, si es que se enteraron. Por eso voy a hacer de aguafiestas, y recordarlo. Entre otras cosas, y más a menudo que muchas, el ser humano es cruel y es cobarde. Pero, por razones de conveniencia, tiene memoria flaca y sólo se acuerda de su propia crueldad y su cobardía cuando le interesa. Quizá debido a eso, la palabra remordimiento es de las menos complacientes que el hombre conoce, cuando la conoce. De las menos compatibles con su egoísmo y su bajeza moral. Por eso es la que menos consulta en el diccionario. La que menos utiliza. La que menos pronuncia.
Hace dos años, Carla Díaz Magnien, una adolescente desesperada, acosada de manera infame por dos compañeras de clase, se suicidó tirándose por un acantilado en Gijón. Y hace ahora unas semanas, un juez condenó a las dos acosadoras a la estúpida pena -no por estupidez del juez, que ahí no me meto, sino de las leyes vigentes en este disparatado país- de cuatro meses de trabajos socioeducativos. Ésas son todas las plumas que ambas pájaras dejan en este episodio. Detrás, una chica muerta, una familia destrozada, una madre enloquecida por el dolor y la injusticia, y unos vecinos, colegio y sociedad que, como de costumbre, tras las condolencias de oficio, dejan atrás el asunto y siguen tranquilos su vida.
Pero hagan el favor. Vuelvan ustedes atrás y piensen. Imaginen. Una chiquilla de catorce años, antipática para algunas compañeras, a la que insultaban a diario utilizando su estrabismo -«Carla, topacio, un ojo para acá y otro para el espacio»-, a la que alguna vez obligaron a refugiarse en los baños para escapar de agresiones, a la que llamaban bollera, a la que amenazaban con esa falta de piedad que ciertos hijos e hijas de la grandísima puta, a la espera de madurar en esplendorosos adultos, desarrollan ya desde bien jovencitos. Desde niños. Que se lo pregunten, si no, a los miles de homosexuales que todavía, pese al buen rollo que todos tenemos ahora, o decimos tener, aún sufren desprecio y acoso en el colegio. O a los gorditos, a los torpes, a los tímidos, a los cuatro ojos que no tienen los medios o la entereza de hacerse respetar a hostia limpia. Y a eso, claro, a la crueldad de las que oficiaron de verdugos, añadamos la actitud miserable del resto: la cobardía, el lavarse las manos. La indiferencia de los compañeros de clase, testigos del acoso pero dejando -anuncio de los muy miserables ciudadanos que serán en el futuro- que las cosas siguieran su curso. El silencio de los borregos, o las borregas, que nunca consideran la tragedia asunto suyo, a menos que les toque a ellos. Y el colegio, claro. Esos dignos profesores, resultado directo de la sociedad disparatada en la que vivimos, cuya escarmentada vocación consiste en pasar inadvertidos, no meterse en problemas con los padres y cobrar a fin de mes. Los que vieron lo que ocurría y miraron a otro lado, argumentando lo de siempre: «Son cosas de crías». Líos de niñas. Y mientras, Carla, pidiendo a su hermana mayor que la acompañara a la puerta del colegio. La pobre. Para protegerla.
Faltaba, claro, el Gólgota de las redes sociales. El territorio donde toda vileza, toda ruindad, tiene su asiento impune. Allí, la crucifixión de Carla fue completa. Insultos, calumnias, coro de divertidos tuiteros que, como tiburones, acudieron al olor de la sangre. Más bromas, más mofas. Más ojos bizcos, más bollera. Y los que sabían, y los que no saben, que son la mayor parte, pero se lo pasan de cine con la masacre, riendo a costa del asunto. La habitual risa de las ratas. Hasta que, incapaz de soportarlo, con el mundo encima, tal como puede caerte cuando tienes catorce años, Carla no pudo más, caminó hasta el borde de un acantilado y se arrojó por él.
Ignoro cómo fue la reacción posterior en su colegio. Imagino, como siempre, a las compis de clase abrazadas entre lágrimas como en las series de televisión, cosa que les encanta, haciéndose fotos con los móviles mientras pondrían mensajitos en plan Carla no te olvidamos, y muñequitos de peluche, y velas encendidas y flores, y todas esas gilipolleces con las que despedimos, barato, a los infelices a quienes suelen despachar nuestra cobardía, envidia, incompetencia, crueldad, desidia o estupidez. Pero, en fin. Ya que hay sentencia de por medio, espero que, con ella en la mano, la madre de Carla le saque ahora, por vía judicial, los tuétanos a ese colegio miserable que fue cómplice pasivo de la canallada cometida con su hija. Porque al final, ni escozores ni arrepentimientos ni gaitas en vinagre. En este mundo de mierda, lo único que de verdad duele, de verdad castiga, de verdad remuerde, es que te saquen la pasta.  
Montserrat Magnien, madre de Carla, posa junto a una pantalla de ordenador con la imagen de su hija Carla, a la que besa su hermana.

El lunes le llamaban «bizca». El martes tocaba aguantar lo de «bollera». Hubo miércoles en que fue bautizada con las aguas fecales del baño. Jueves con rima: «Topacio, un ojo para aquí y otro para el espacio». Viernes en los que la hoja entera se le volvía un borrón: «No toques eso. Lo ha tocado ella».
Carla y su calendario escolar. Carla y la vida como en suspenso a los 14 años. Carla y una sola asignatura: la de llegar entera al fin de semana.
Hasta que el 11 de abril de 2013 se levantó de la cama, salió de casa, caminó en dirección contraria al colegio, recorrió la bahía por la playa de San Lorenzo de Gijón, subió a un alto junto al Cantábrico, hizo flop y desapareció.
Se lanzó desde el acantilado de La Providencia. El cuerpo sin vida fue hallado en el mar a media tarde. Un año después de su suicidio, la Justicia no trae más que una espuma de vuelta. ¿Por qué se mató Carla?
-Eso. ¿Por qué se mató Carla?
«La llamaban bollera, bizca, le arrojaban agua de los baños. No entendía por qué se metían con ella si nunca les había hecho nada»
-¿Que por qué? Nadie está haciendo nada para saber lo que pasó. Mi hija no es una niña que estuviera mal; hicieron que estuviera mal. La mató el acoso diario, la persecución, lo que le decían, lo que le hacían... Era el monitodel colegio. Hasta que no pudo más.
No pudo más Carla Díaz, la hija. No puede más Montserrat Magnien, la madre.
Aunque la Fiscalía de Menores de Oviedo sobreseyó el caso por falta de pruebas a finales de enero, la familia va a pedir esta semana que se reabra a la luz de las nuevas evidencias. Carla y aquel 2º de ESO.
EL MUNDO ha tenido acceso al atestado policial, a los testimonios de las menores que fueron a declarar a comisaría, a documentación interna del colegio Santo Ángel de la Guarda donde estudiaba y a los mensajes que se intercambiaron sus compañeras en las redes sociales que frecuentaba la niña en los días posteriores a su muerte.
El resultado de esta orografía es un mapa donde todas las pistas conducen al mismo lugar: la historia de una muerte encerrada en un cofre que hoy abrimos.
Estaba en las redes sociales.
«Carla se suicidó por tu culpa».
«...todo el SAG [Santo Ángel de la Guarda] se metía con ella».
«Yo sí, me metí con ella, le pegué, nos pegamos, pero, y? fui la única persona acaso? Creo que no, eh, hay mucha gente más que ahora no da la cara, que hizo lo mismo, incluso peor que yo».
«Cuando no puedes más, cuando ya estás harta, cuando piensas que el mundo está en contra de ti, cuando ves todo de mala manera, cuando te sientes mal, cuando están día tras día insultándote, riéndose de ti, haciéndote bullying o burla... puedes llegar a estos extremos».
«Esa pobre niña lo único que quería era vivir tranquila, lo consiguió? No pq? Pq a muchos jilipollas que hay sueltos por Gijón les pareció gracioso reírse de ella, o pegarla según el día que tuviesen».
«Carla da penina [días antes de la muerte], ya ni insulta ni na».
Estaba en el testimonio que una alumna realizó en la comisaría.
«La menor indica que a raíz de hacerse pública su condición de bisexual (...) comenzaron a meterse con ella, llegando a insultarla con frases tipo: bollera, virola [bizca] y otras frases similares, e incluso en una ocasión le arrojaron agua procedente de los baños. (...) Ella no entendía por qué estas personas se metían con ella si nunca les había hecho nada».
«Me dijo que se iba a suicidar [la noche previa al deceso] porque todo el mundo se reía de ella en el colegio por su problema de estrabismo».
«Me dijo que se iba a suicidar porque todo el mundo se reía de ella en el colegio por su problema de estrabismo»
Estaba en un acta que levantó el centro el 18 de febrero de 2013.
«Alumna: Carla Díaz. Temas tratados: problema de acoso escolar [señala el nombre de tres menores]. Medidas a adoptar: vigilar tema de acoso de más alumnas de 2ºB».
Estaba en un mensaje escrito entre visillos por una adolescente que sabe mucho y calla más.
«Elimina lo de la guaja q se suicidó q la poli anda detrás de eso, q vino a mi tutoría y están por las webs y todo, no contestes. Un beso. L».
¿Por qué se mató Carla?
(...)
Buscando la respuesta exacta regresamos a aquellos días, a aquella concertina de tres uves dobles, a aquella chica que corre.
Carla es cariñosa, hiperactiva, la vemos en el sofá pidiéndole a su madre que le compre una mascota, madrugando como suele, tomándose su tiempo para desayunar, sentada encima de Montse. O en su habitación, escuchando a Pablo Alborán, cantando por lo bajo. Porque la niña tiene su estribillo: de mayor quiere ser médico.
Es otoño de 2012, el curso ha empezado hace unas semanas, aparentemente es un día al uso, suena el teléfono y una madre avisa -ahora lo sabemos- del comienzo de algo que lo cambiará todo.
«No lo supe por el colegio. Lo supe por la madre de otra niña. Le pregunté a Carla que por qué se había hecho esos cortes. Una vez, otra. Un día, otro. No me decía nada».
Todo empezó con las autolesiones de Carla, el primer síntoma de que el curso se escribiría torcido, la prueba del nueve de que algo no iba. En las muñecas. Los cortes se los hacía en las muñecas, aprovechando la cuchilla que le quitaba a los sacapuntas, y luego ocultaba las marcas bajo las pulseras.
Así que aquel principio de curso 2012/2013 empezó en la escuela y siguió por los psicólogos. Arrancó con un saco de notables a la espalda y continuó con siete suspensos. Comenzó con la profesora pasando lista y concluyó con un asiento vacío.
«Yo sí, me metí con ella, le pegué ¿Fui la única? Creo que no, eh. Hay mucha gente que hizo lo mismo, incluso peor que yo»
«A partir de los cortes no la dejábamos un minuto sola, la llevábamos al colegio y la íbamos a buscar. Empezó a saltarse clases, a bajar el rendimiento. Sabía que pasaba algo en clase, pero no sabía el qué. Luego supe lo que fueron esos dos años para ella: la insultaron, le hicieron daño, la persiguieron, vi un vídeo en el que aparecen unas crías riéndose diciendo que le pegaban porque les salía de los cojones. Crearon un muñeco virtual muy feo, bizco, y le pusieron de nombre Carla, el monito Carla... Es muy duro saber que estaba pasando esto y nadie hizo nada».
Estamos a tres días del suicidio y su madre ya tiene los impresos para cambiar a la hija pequeña de centro.
Estamos a dos días del suicidio y hay compañeros que refieren una persecución.
Estamos a un día del suicidio y Carla le dice a una amiga que ya no la verá más, que no aguanta otra noche; que ha dejado unas notas en la blackberry para su madre, explicándole todo; que le manda el pin de la tarjeta y la contraseña del móvil; y le da un código que significaprovidencia.
Estamos en el día de su muerte. Cuando la encontraron en el acantilado, estaba sin su chaqueta negra de corazones blancos.
(...)
Gijón amaneció y sufrió una sacudida con aquello. El Juzgado de Instrucción número 3 de la ciudad investigó de oficio lo ocurrido, descartó el homicidio y acabó dando traslado del caso a la Fiscalía de Menores de Oviedo, que descartó el acoso escolar sin ni tan siquiera llevar a cabo ninguna de las diligencias probatorias solicitadas en la denuncia de la madre. En efecto. No se llamó a testificar a las cinco menores sospechosas de bullying. No se libró un oficio para bucear en las cuentas que la menor tenía en las redes sociales Tuenti, Facebook, Twitter y Ask.fm. No se hizo el volcado del portátil de Carla, que aún yace bajo custodia a la espera de que alguien ordene que se mire allí dentro.
Un año después, la familia pedirá esta semana al fiscal que reabra la causa. Así lo harán los abogados Leticia de la Hoz y Luis Manuel Fernández, que aportan decenas de mensajes nuevos y un montón de silencios viejos.
«Con su decreto de archivo, el fiscal ha impedido a la familia ejercer la acusación particular y, con ello, le ha privado de su derecho a investigar la verdad de lo sucedido», señala la letrada. «Parece ser que insultar, vejar y agredir de manera continuada a una menor no tiene relevancia penal».
El caso es que hoy todo son ausencias que nadie explica. En La Providencia Carla hizo flop y desapareció.
Y con ella más.
Desapareció una de las cinco acosadoras señaladas por la acusación: la niña fue trasladada a un colegio de Gerona a los tres días del suicidio, abandonando el curso a medias.
Desapareció la Blackberry con las notas para la madre: si bien el forense concluyó que la niña falleció en torno a las 11.00 horas, hay registrada actividad postmortem en su línea de WhatsApp a las 12.20.
Ahora la madre sabe que, el día en que cumplió los 14, recibió una felicitación como una bomba racimo: «Feliz cumpleaños, bollera». Y así todo.
La letra urgente de Carla -párvula, destartalada, redonda- está en una hoja de apuntes escolares que nos acerca Montse. Con mimo, como si fuera un incunable, quizás la única llamada de socorro manuscrita de la víctima.
«¿Qué te pasa?», le escribe una compañera en plena clase, y le pasa la nota.
«Me están amenazando», contesta Carla, y se la devuelve.
El profesor ha debido de pillarlas. En mayúsculas, con bolígrafo rojo, al pie de la hoja, le advierte a la madre: «Mira a lo que se dedica tu hija en clase».

«La obligaron a matarse»

El acoso escolar afecta al 4% de los niños de Primaria y al 8% de los de Secundaria. En los últimos años ha crecido más entre las chicas que entre los chicos. Hay especialistas que dicen que elbullying está detrás de la mitad de los suicidios entre menores. Y toda esta bola de nieve crece con el alud de la redes sociales... El trazo somero es cosa de la Asociación Contra el Acoso Escolar, cuya presidenta, Encarna García, anuncia que su colectivo estudia denunciar por prevaricación a Jorge Fernández, fiscal de Menores de Oviedo. «Hicieron con Carla lo mismo que con Jokin. La obligaron a matarse. Es terrible», afirma. «El fiscal cerró el asunto sin investigar las pruebas que pidió la madre: mirar en internet para ver si había acoso, tomar testimonio de las niñas. Ahora sabemos esto». En España, el acoso escolar no está tipificado como un delito, sino que se encuadra dentro del artículo 173.1 del Código Penal, referido al delito contra la integridad moral. En la práctica es muy complicado lograr una condena contra un menor. De lograrse, suele terminar con trabajos en beneficios de la comunidad. Al hilo de la incidencia de la esfera digital, el primer ministro británico, David Cameron, señaló públicamente a Ask.fm: en tan sólo un año, cinco menores acabaron suicidándose después de ser hostigados por esta red social. Carla la conocía. Tenía una cuenta abierta. Allí ella era un muñeco feo y bizco que habían creado los demás. Y al que habían bautizado con su nombre. / P. SIMÓN

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NUNCA DIGAS NUNCA ¿Esperaremos otros 30 años?

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Unas 200 personas, fundamentalmente jóvenes y pobres, desaparecieron desde el retorno de la democracia. Más de 4 mil fueron víctimas de violencia institucional en el mismo período. La represión está vigente en el brazo de la Policía y la complicidad de los poderes del Estado. Un documental colectivo, anónimo y militante pone en jaque la concepción de derechos humanos con la que polemizan los políticos en TV. Imagen: “Nunca digas nunca”
Por Nahuel Lag
“Nunca vamos a aceptar la desigualdad.
Nunca vamos a aceptar que nos desaparezcan.”
Sara Hebe y Ramiro Jota, “Nunca digas nunca”
La dictadura militar no fue una guerra, la dictadura fue un genocidio: se violaron los derechos humanos, se desaparecieron a 30 mil militantes, a 30 mil personas. Esta afirmación hoy irrefutable, esa realidad hoy juzgada en los tribunales federales, tardó 30 años en comenzar a ser sanada. Treinta años de una larga batalla política, jurídica y cultural dada por los organismos de derechos humanos. Este 10 diciembre la democracia cumplió 31 como sistema de gobierno en la Argentina, el período más largo en la historia del país, y se lo celebró como el Día de los Derechos Humanos. ¿Pero qué significan para la generación nacida en democracia? ¿Qué es vivir en democracia? Nunca digas nunca, documental independiente, colectivo y anónimo, está hecho por esa generación y para esa generación. Se habla a sí misma, se advierte sobre desapariciones, sobre las 200 ocurridas en democracia, sobre derechos aún no cubiertos en los barrios pobres, sobre un sistema represivo en el que “los desaparecidos de ayer son los excluidos de hoy”. La represión y la desaparición aún están allá afuera, vigentes en el brazo de la Policía y la complicidad de los poderes del Estado.
La masacre de Budge, 1987, que al inicio de la democracia desató las primeras movilizaciones populares por “gatillo fácil”; Walter Bulacio, 1991; Miguel Bru, 1993; Julio López, 2006; Luciano Arruga, 2009; Jonathan “Kiki” Lezcano y Ezequiel Blanco, 2009. “Nuestra cámara apunta adonde nadie quiere ver”, señala una de las voces femeninas en off, parte del colectivo anónimo autor del documental. Estrenado a fines de octubre en el cine Gaumont y en gira militante permanente, el audiovisual recupera el “manifiesto”, práctica de los colectivos documentalistas, y lo aggiorna a estos tiempos: libre circulación, copia y distribución, sin fines comerciales. “El documental es más allá de nosotrxs”, definen.
Vanesa Orieta, hermana de Luciano, señala la herida abierta de la desaparición en democracia. Cuenta la historia de su hermano, mientras el montaje abre ventanas a la plaza del barrio 12 de Octubre, en La Matanza, rebautizada en honor al adolescente. Nunca digas nunca comenzó a rodarse cuando las cámaras no estaban sobre Vanesa ni su madre Mónica Alegre ni su lucha, y se estrenó días después de la aparición del joven, enterrado como NN en el cementerio de la Chacarita. Angélica Urquiza, madre de “Kiki”, también narra su historia, de similares matices: la Policía, la desaparición, la justicia sin respuestas, los gobiernos ausentes, la aparición como NN.
Sobre fondo negro, las entrevistadas, siempre ellas, relatan la violencia institucional, los lazos vigentes entre genocidas y Policía y las prácticas no depuradas. Nilda Eloy, integrante de la Asociación de Ex Detenidos-Desaparecidos y amiga de Jorge Julio López, y Rosa Schonfeld, madre de Miguel Bru, se suman a Orieta, Alegre y Urquiza. Solo ellas y sus voces, y sus cuerpos, los que ponen cada día en la calle para continuar la lucha. Ellas, las Madres de hoy. “Yo decía ‘Miguel no está’, no decía ‘desaparecido’, me duele tanto la palabra (…). Ni olvido ni perdón: es el mismo sentimiento que el de las Madres”, relata Rosa.
Mientras en la agenda mediática-política el debate por los derechos humanos gira en torno a chicanas de campaña sobre “curros” o no, el documental recurre al archivo, a la animación y a la entrevista para trazar una línea temporal de represión en democracia, esa represión invisibilizada por el tratamiento mediático: “Los dueños de la verdad, dueños de la mentira”, sostiene el colectivo autor. El eje argumental del audiovisual está sostenido en las voces de María del Carmen Verdú, abogada de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi), y Sergio “Cherco” Smietniansky, abogado de la Coordinadora Antirrepresiva por los Derechos del Pueblo (Cadep). “La función de la democracia es garantizar Nunca Más poner en riesgo el sistema”, sentencia Verdú en relación a las ideas socialistas que embanderaban a los jóvenes desaparecidos en los ’70.
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Imagen: “Nunca digas nunca”
Por su fuerza política y su claridad conceptual, Orieta y Eloy también se transforman en ejes claves del relato crítico hacia el actual sistema de control y represión sobre las clases pobres, que se naturaliza, invisibiliza y olvida. “Cuando el individuo pasa a ser lo cotidiano, ya no necesitás tanto del miedo”, resume Eloy, entre los centros clandestinos de detención para el espíritu colectivo de los ’70 y el nuevo modelo de represión aplicada al fin de la democracia y con la idiosincrasia social instalada con el neoliberalismo. Con la continuidad de la lucha de los organismos de derechos humanos, el documental vuelve a la actualidad con el reconocimiento al kirchnerismo por poner fin a la impunidad de los delitos cometidos por la dictadura, aunque con una mirada crítica sobre la demora en los procesos y penas alcanzadas.
La responsabilidad del poder judicial en relación a los casos de la dictadura es pasada por alto, pero rápidamente los testimonios le dan relevancia en el sistema de impunidad actual: “Gatillo fácil, sobreseimiento fácil”, apunta Smietniansky. Códigos de falta, edictos policiales, contravenciones, detenciones arbitrarias y detenciones por averiguación de antecedentes son enumeradas como las prácticas —contrarias a los tratados internacionales y derechos constitucionales— de la represión en democracia. A los usos y costumbres del brazo policial le siguen “la soledad, estrategia de la impunidad”, cita el colectivo un texto de los abogados de la familia Arruga para resumir el rol de la Justicia y los poderes ejecutivos a nivel local, provincial y nacional frente a las familias víctimas de la violencia institucional.
Las prácticas de impunidad son reconstruidas por César Antillanca, papá de Julián, asesinado por la Policía en 2010, y por varias otras voces surgidas del nutrido registro de movilizaciones, actos y conferencias. Atahualpa Martínez Vinaya, Jorge Pilquiman y Matías Bernhardt son víctimas: sus nombres aparecen, se nombran. “Quien quiera cambiar las cosas es el enemigo interno del Estado”, sentencia Verdú y sostiene sus palabras en los 4.278 asesinatos por violencia institucional registrados por Correpi. En un 51 por ciento de los casos, las víctimas fueron menores de 25 años. Un 45 por ciento son exponentes de gatillo fácil; un 39, de torturas en cárceles, en donde los adolescentes siguen siendo alojados en contra de la ley.
“Somos una generación que nació en democracia”, vuelve a convocar el documental e invita a ponerle nombre a la violencia fuera de la agenda mediática-política para no volver a esperar 30 años. “Genocidio por goteo”, la nombró el juez de la Corte Suprema Raúl Zaffaroni en un texto reciente y con matices a discutir, pero válido como un primer reconocimiento institucional de la problemática. “¿Cómo se busca en democracia? ¿Cómo, ante un Estado que dice proteger los derechos?”, inquiere la voz en off y aparece otro testimonio fuerte del documental: César González, conocido también como Camilo Blajaquis, seudónimo con el que firmó sus libros de poesía en la cárcel.
Frente al sistema presente de represión la respuesta está “en la presión social”, señalan los familiares. “Muerte al espectador. Rechazamos la inmovilidad frente a las pantallas”, desafía el colectivo en su manifiesto y utiliza el cierre del documental para retratar la respuesta que ya se da en los barrios pobres: organización de base frente a la impunidad. Murgas, música, ayuda escolar, talleres: Asociación Miguel Bru, La Casita de “Kiki”, Espacio para la Memoria Luciano Arruga. “Somos una generación que vive en una democracia que naturaliza la desigualdad y esconde la tortura. Organizarse es tornar real la situación, hacerse cargo de los nos duele.”

Todos contra los docentes


Hace unos meses decidí, luego de escribir sobre el informe PISA, quitar de mi blog mis textos sobre educación. En pocos días mi artículo se había desparramado, había levantado voces airadas, simpatías, antipatías… el sentido de haberlo escrito se había difuminado y sanseacabó, “eliminar”, listo. Decidí no volver a publicar textos polémicos que no fueran literarios. Pero hoy, la verdad, estoy en el borde.

 En el borde de la indignación gigantesca, esa que dura como todo el año. Así que acá va lo que pienso de la catarata de desprecio hacia los docentes que anda circulando por las redes sociales y los programas de televisión:
1. Los docentes no trabajamos cuatro horitas de morondanga. No se puede generalizar sobre eso: hay maestras de grado y de jardín, hay profesores de materias especiales, hay profesores de secundaria. La carga horaria en general que uno cumple depende del trabajo al que logra acceder (por ejemplo, una profesora jovencita tendrá un bajo puntaje y quizás en este momento del año haya sido desplazada de los cursos que con penuria logró tomar a lo largo del año pasado en los actos públicos y tiene que comenzar nuevamente a asistir a los actos acompañada de su suerte para buscar nuevos trabajos). Conozco profesores que tienen 20 horas semanales titulares y complementan su sueldo con horas provisionales (no se puede poseer más de 20 módulos titulares) trabajando mañana, tarde y noche, viajando de escuela en escuela. Ayer me cansé de hacer zapping y escuchar que los profesores trabajan “unas dos horitas a la semana”… Los profesores viajan de escuela en escuela, entre mañana, tarde y noche, de curso en curso de “dos horitas”, tomando colectivos, remises, taxis o en su propio auto, envueltos en el trajín de juntar un sueldo que les permita vivir. ¿Eso repercute en la educación que imparten a sus alumnos? Obviamente, pero es tema de otro texto y no de éste. ¿Hay docentes que trabajan cuatro horas o dos horas nada más? Sí, obviamente, hay docentes que tienen trabajos diferentes al de la docencia, hay docentes que tienen maridos o esposas adinerados, hay docentes que pertenecen a la clase alta, hay docentes que se ganaron el loto. Pero esos son los menos, se imaginarán.
2. Los docentes no estamos perpetuamente de licencia. Es increíble que la gente diga eso. Y no solo eso. Dicen que hay por cada cargo cuatro o cinco personas cobrando sueldo sin trabajar. Es una barbaridad decir eso. Hoy leí un cartelito compartido en Facebook en donde alguien acusaba a los docentes de sacar licencia por “enfermedad de mascota”. ¿De qué están hablando? Otra vez: conozco profesores que no faltan ni una vez al año, profesores que a veces se enferman y deben faltar, profesores grisáceos que abusan de las licencias porque tienen algún médico inescrupuloso amigo y consiguen fácilmente certificados médicos para presentar ante Reconocimientos Médicos, donde el médico que recibe y controla el certificado que presenta también es su amigo… son muy pocos los últimos casos, como se imaginarán. Si uno toma una suplencia, probablemente tarde mucho en cobrarla. Conozco profesores que trabajaron todo un año sin cobrar. Conozco profesores que no cobraron.
Las escuelas son lugares en donde no se puede entrar alegremente con una enfermedad contagiosa. Y la docencia es un trabajo muy complejo que no se puede llevar adelante con una enfermedad. Pero los docentes no viven enfermos… son personas que a veces se enferman, como todas. Tienen que ir al médico y luego, con el certificado, a ver a otro médico que le dará los días que considere necesarios para el reposo o recuperación. Y luego llevar el papelito que le den escuela por escuela, dentro de las 48 horas de emitido. Lo de las mascotas es una pena que no cuente, lo bien que me vendría que existiera esa licencia.
3. Los docentes no hacen nada, son unos vagos. Ahí está en mi opinión uno de los problemas que ocasionan la crisis de la educación actual. En nuestro país, la gente opina que los docentes deben ser pobres y trabajar gratis porque su tarea no sirve para nada. Ayer escuchaba a una diputada hablar en un programa de televisión. Dijo que ganaba 25.000 pesos. Las docentes que estaban sentadas adelante de sus ojos habían declarado que ganaban cerca de 5.000. Dijo que en este país, cada persona ganaba de acuerdo a sus capacidades, a su talento, que todos tenían la posibilidad de trabajar y ganar diferentes sueldos. Hablaba tan rápido que pasaban desapercibidas sus palabras, al parecer. A mí no me pareció en absoluto algo inocente: ¿cómo puede alguien no entender que la gran mayoría de los docentes somos personas que elegimos esa profesión a pesar del sueldo que sabemos que en este país vamos a ganar? Esta buena señora gana 25.000 pesos… ¿tiene capacidades superiores a las de los médicos de los hospitales públicos, a las de los bomberos, a las capacidades de los miembros de la Cruz Roja, a las de los de Defensa Civil, a las de los policías? ¿A las de los profesores en Letras, a las de los de Historia, de Biología, de Filosofía, a las capacidades de los contadores, abogados, ingenieros, etcétera, etcétera, etcétera, que circulamos por las aulas de las escuelas públicas dando clase? ¿Tiene “más talento”? ¿Merece vivir con más dinero porque eligió una profesión “mejor” ?
4. Los docentes no tenemos tres meses de vacaciones. Es indignante que me digan eso. Yo terminé de trabajar en navidad, prácticamente, agotada hasta la exasperación. Y el 17 de febrero ya estaba tomando exámenes. Y tuve 15 días de receso en invierno. Y punto.
5. Los docentes no están capacitados. Bueno, trabajo de profesora porque tengo un título que me habilita para eso, entre otras incumbencias. Todos los docentes tienen uno, terciario o universitario. Nos anotamos en un listado, cumplimentamos requisitos, tomamos los cargos que tenemos en actos públicos. No pasábamos por ahí, por la puerta de la escuela, alguien nos chifló de adentro y nos quedamos. No andábamos por ahí sin haber ido nunca a la escuela, sin saber absolutamente nada de nada y, como no servíamos para nada, nos ofrecieron estar al frente de clases y escribir miles de papeles y aguantarnos los toscazos.
He repetido en muchos lugares que las personas que no trabajan en las escuelas públicas no tienen la menor idea de lo que sucede ahí. Tengo dos títulos docentes, podría elegir cualquier lugar para trabajar. Tengo un título universitario de la UNLP. Amo la docencia, defiendo la educación pública, mis hijos se están educando de esa manera. Elijo mi profesión y sé que voy a cobrar poco, pero no pretendan que me voy a contentar con eso y no voy a protestar. Si los profesores ganáramos un sueldo digno, podríamos tener menos alumnos y dejar de viajar como locos enceguecidos de escuela en escuela. Y la educación que recibirían los chicos sería de mejor calidad. Podríamos planificar más ambiciosamente. Y así seguiría la lista de los “podríamos”. Yo doy clase en edificios destartalados, en aulas que no son aulas sino pedazos de durlock roto y ensamblado, con palomas mirándome desde techos agujereados o, directamente, desde un tinglado porque no hay techo. En invierno, con los guantes puestos y la bufanda,  cuento cuentos y sale el vaporcito de mi boca y los chicos me miran ateridos y trabajo igual. En verano, transpirando agobiada, a veces abajo de un árbol porque los pobres alumnos no dan más del calor. Y trabajo igual. Llevo mis tizas y mi borrador porque a veces no hay. Llevo el caloventor de mi casa. Me llevo a mí misma y trabajo con esos centenares de adolescentes, los escucho, converso con ellos, me intereso en lo que les pasa, intento levantar puentes en esa desolación que tienen y hablo de las posibilidades de ingresar en la universidad pública, de la necesidad de estudiar y de ser buena persona para poder ser… poder ser…
Jamás le diría a un alumno que va a ganar dinero según la profesión que elija. Les digo que piensen qué trabajo les gustaría hacer, qué se imaginan haciendo “cuando sean grandes”… Algunos contestan que se imaginan haciendo delivery de pizzas… con su propia moto. Otros me dicen que se imaginan curando perritos… veterinario. Otros me dicen que se imaginan “técnicos radiólogos”, o “mecánicos dentales”… y yo sospecho que hay algún pariente asesor por ahí. Otros se imaginan enseñando, como yo. ¿Y saben qué? Cuando una alumna o alumno me dice que cuando sea grande quiere ser docente… ese alumno me lo está diciendo entre paredes descascaradas, ante un calefactor que no funciona o un ventilador de techo sin aspas, frente a una ventana que no tiene vidrios y me lo dice igual. Qué diría la diputada. Supongo que le contestaría algo como “bueno, querido, siempre podés cuando te recibas dar clase en una privada con alumnos como la gente”… rapidito se lo diría, casi sin respirar.
No voy a entrar en el tema de lo difícil que es dar clase en estas épocas. En las problemáticas de los niños y adolescentes actuales. En el desborde emocional y físico al que llegamos los que trabajamos en las escuelas tratando de enseñar y contener a la vez. En las agresiones permanentes. ¿Cómo una se va a asombrar ante un padre que viene a insultarnos, ante un alumno que nos putea de arriba a abajo, si la opinión colectiva en este momento está confirmando todas las acusaciones enumeradas arriba? ¿Cómo revertiremos esto?


El día que los docentes ganan un sueldo digno, el día que los docentes ocupen un lugar respetado, el día que los docentes dejen de ser los acusados de ignorantes, de vagos, de corruptos, de lacras, de perdedores…. el día que los docentes podamos entrar en el aula y ésta sea un lugar digno y los alumnos nos observen con respeto cordial, saquen sus carpetas y lapiceras y tengan ganas y actitud positiva ante la clase… ese día… los alumnos aprobarán las pruebas PISA y comprenderán lo que lean. Yo no sé si ese día seré más o menos feliz que ahora adentro de las escuelas, lo que sí sé es que seguramente podré trabajar mejor y al finalizar el año no sentiré la enorme frustración de haber trabajado en vano para la gran mayoría ante el éxito solitario de unos pocos.