Zygmunt Bauman “La educación y la cultura son tratadas como mercancías”

Entrevistado por Steven Navarrete Cardona



El sociólogo polaco asegura que las fisuras causadas por las crisis económicas han permitido que los partidos neonazis tomen fuerza. Testigo de primera mano de las transformaciones que experimentó la sociedad europea y cerca de cumplir 90 años, Zygmunt Bauman aún no deja descansar su brazo y su cerebro y continúa escribiendo y reflexionando sobre la realidad sociopolítica mundial.

Para Bauman, uno de los pensadores más importantes de la actualidad por su teorización de la realidad contemporánea bajo el concepto de “modernidad líquida” —que reflexiona, entre otros aspectos, sobre la debilidad de los nexos sociales y emocionales, la incertidumbre sobre el futuro y los cambios que ha traído la globalización al poder del Estado-nación—, señala cómo la cultura, la salud y la educación han sido reducidas a simples mercancías.
Con la crisis económica que atraviesa Europa, ¿es posible la existencia de una “ciudadanía global”?
Es posible, pero no en un futuro cercano. La “ciudadanía” es un concepto que nació y se desarrolló en el curso de la construcción del moderno Estado-nación, promoviendo y estrechando la práctica de la soberanía territorial. Las instituciones políticas diseñadas y establecidas en este proceso fueron creadas para servir al proyecto de la independencia; sin embargo, la globalización ha creado realmente la interdependencia mundial, una realidad en la que las instituciones políticas heredadas y conservadas del Estado-nación no son funcionales.
Entonces, ¿qué sería necesario para conseguir la ciudadanía global?
Para elevar la integración humana desde el nivel de las divisiones nacionales y pasar a una humanidad unificada, dichas instituciones necesitan ser reemplazadas por una red de instituciones alternativas, sobrepasando las limitaciones impuestas por las barreras de los estados territoriales y reduciendo radicalmente su soberanía. La unificación de la humanidad, llamando a la práctica política y pensando en reconocer la globalización ya existente de la interdependencia humana, no podría hacerse a través de la globalización, sino aboliendo la ciudadanía local, separando de esta manera los derechos humanos de la adscripción territorial.
Es un escenario complejo, ningún Estado estaría dispuesto a ceder su soberanía…
Como Benjamin Barber resumió recientemente esta situación: “Por naturaleza demasiado inclinado a la rivalidad y a la exclusión mutua, ellos (los estados-nación) parecen quintaesencialmente indispuestos a la cooperación e incapaces de establecer los bienes comunes a nivel global”. Pero añade: “Hoy en día, aunque es claro que los estados ya no pueden proteger a sus ciudadanos y deben considerar ceder una parte de su declarada soberanía, no hay ninguna alternativa clara, y por lo tanto se niegan a hacerlo”. Personalmente, yo llamo esa situación interregnum, que significa: las viejas formas de hacer las cosas no funcionan por más tiempo, pero las nuevas formas no han sido aún inventadas y puestas en su lugar.
¿Por qué la cultura, el arte y la educación son los sectores que más han sido golpeados en la reducción del gasto público, por parte de los gobiernos de la UE, para salir de la crisis?
La cultura es el mayor capital de la humanidad, el arte, la vanguardia de peregrinación histórica humana explorando nuevas y desconocidas tierras y formas de vida, y la educación que pone a disposición de toda la humanidad sus descubrimientos, han sido, sin embargo, reducidos al estatus de productos en el mercado, comercializados como otras mercancías y, contrario a su naturaleza, medidos por el rasero de los beneficios instantáneos. Invertir en la cultura, las artes y la educación, por muy grandes que sus beneficios puedan ser a futuro, se considera, por tanto, poco aconsejable y un desperdicio a corto plazo. Tal miopía resulta en sacrificar la calidad de vida de las generaciones futuras a los caprichos efímeros y comodidades del presente.


¿Entonces qué sugiere?
La renegociación de nuestra actual forma de relacionarnos con el mundo se hace cada vez más necesaria y urgente en vista de que el planeta, nuestra casa común, se encuentra al borde de la insostenibilidad, gracias al agotamiento progresivo de los recursos del planeta y la creciente impotencia de los instrumentos heredados de la acción colectiva para hacer frente a los problemas que surgen de nuestra cada vez más íntima interdependencia física, social y espiritual.
Hablemos de uno de los efectos del mundo en red. Nuevas formas de control social han sido promovidas durante las últimas décadas, entre ellas cámaras de vigilancia en cada esquina, algo que usted describe en su libro ‘Vigilancia líquida’. ¿La libertad está en riesgo de perderse con esta vigilancia constante?
Día a día aumenta enormemente el contenido de los bancos de datos que son una reminiscencia de los campos minados, erizados de explosivos ocultos de los que sabemos que tienen que explotar, aunque no se puede decir cuándo y dónde. Estos son usados a diario por las compañías comerciales para reforzar su influencia sobre las opciones y el comportamiento de los consumidores. Ellos (los bancos de datos) facilitan enormemente la coacción desde arriba y pueden servir a las agencias políticas con inclinaciones autoritarias e intenciones dictatoriales.
¿Qué es lo más preocupante de la vigilancia contemporánea?
El aspecto más preocupante de la vigilancia contemporánea y la recolección de datos es que se lleva a cabo con nuestra aprobación masiva, entusiasta, despreocupada y alegre. No nos preocupamos por la catástrofe hasta que golpea… Y así que el proceso no es tan manejable y potencialmente controlable, ya que se limitaría, como en el pasado, a tratar el espionaje especializado y a las agencias de vigilancia.
 ¿Cree que en medio de la crisis económica algunos de los partidos declarados neonazis pueden llegar al poder en un escenario de desconcierto como este?
Necesitamos retornar a la raíz de su primera pregunta. Estos dos problemas están íntimamente conectados. La discrepancia entre los instrumentos políticos disponibles y los poderes reales que deciden las posibilidades y perspectivas de nuestras vidas y las de nuestros niños —discrepancia causada y diariamente exacerbada por la globalización sin control y la ajustada interdependencia— provocará que un número creciente de personas busque alternativas al sistema político visiblemente indolente e ineficaz para coordinar las políticas con las preferencias populares y los deseos, fallando espectacularmente en la posibilidad de generar empleo. Los jóvenes son los más afectados, engrosando la mayor franja del número de desempleados, lo cual se suma al impedimento para que participen en los asuntos públicos y del Estado, en la reforma de los mismos.
¿Entonces que está sucediendo con los sistemas democráticos?
La confianza en la capacidad de la democracia está marchitándose, lo que resulta en una situación excepcionalmente fértil para que crezcan las semillas de resentimiento y florezcan sentimientos totalitarios. La complejidad de las causas de la miseria, siendo además desorientadoras e incapaces de mostrarse en principio, el sentido humillante, crece la demanda de “líderes fuertes” capaces de proporcionar fórmulas simples, que ofrecen y prometen soluciones simples, haciendo una oferta tentadora de aliviar a sus seguidores en cambio de su obediencia inflexible, de la carga de la responsabilidad de sus vidas demasiado pesadas para ellos y que carecen de los recursos necesarios para sobrellevarlas.
¿Qué deberían hacer los ciudadanos?
Por desgracia, no hay atajos para una solución radical. En el corto plazo, sólo son posibles paliativos temporales y transitorios. Prevenir catástrofes similares requeriría llamados a repensar y reformar nuestra filosofía de vida y nuestro modo de convivir, de hecho, una especie de revolución cultural, y como ya se ha indicado, el cambio cultural toma tiempo y evade imperativos y gestión. Las raíces de las periódicas crisis económicas, así como la imposibilidad de controlarlos y evitarlas, se encuentran profundamente arraigadas en nuestro modo de ser: la concepción de un crecimiento económico sin fin como remedio universal a todos los males sociales, el hábito de buscar la felicidad a través de comprar (de saquear el mundo en lugar de contribuir al mismo), favorece la competencia sobre la solidaridad, la individualidad sobre el intercambio, y el imparable aumento de la tolerancia a la desigualdad social, que ha llegado a niveles tan altos que hace tiempo era inconcebible que esto ocurriera.

Un bicentenario en celeste y blanco

Creado por Belgrano, el pabellón original no fue conservado; intentarán estandarizarlo a partir de 2016
María Elena Polack

"Azul un ala, del color del cielo; azul un ala, del color del mar"... suelen cantar varias veces al año los estudiantes argentinos, aunque los colores que inspiraron a Manuel Belgrano para diseñar el pabellón nacional, que se enarboló por primera vez el 27 de febrero de 1812, podrían ser en homenaje a la Virgen, de la que el patriota era muy devoto, y por los colores de la Escarapela Nacional usados en la Semana de Mayo de 1810.
De esa primera bandera que flameó en las barrancas de Rosario hace hoy exactamente 200 años no queda nada. Sí queda el mensaje que envió Belgrano al Triunvirato, aunque falto de precisiones: "Siendo preciso enarbolar bandera y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste conforme a los colores de la Escarapela Nacional; espero que sea de la aprobación de V.E.".
Belgrano respondía así a la disposición del 18 de febrero de 1812 del Triunvirato, que había fijado que las tropas de las Provincias Unidas del Río de la Plata usaran la Escarapela Nacional -"que deberá componerse de dos colores blanco y azul celeste"- y por la cual fue abolida la insignia "roja que antiguamente se distinguía".
Varias modificaciones sufrió la bandera argentina en estos primeros 200 años. El presidente de la Asociación Argentina de Vexilología, la disciplina que estudia las banderas, Francisco Gregoric, señaló a LA NACION que el cambio más notorio del pabellón nacional se produjo durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, porque usó azul oscuro para las dos bandas, el sol era más rojo y en los cuatro ángulos había gorros rojos de la libertad.

Devoción mariana

"Es importante dejar en claro que aunque utilizó un celeste más oscuro y un sol más rojo Rosas no le faltó el respeto a la Bandera. Más allá de las suspicacias, teniendo en cuenta que el color celeste identificaba a los unitarios, adversarios de Rosas, en aquella época era difícil determinar el color exacto", sostuvo Gregoric.
Con certeza -"porque la historia se basa en documentos", afirmó el experto en banderas- el pabellón nacional más cercano al que creó Belgrano y que llega a la actualidad es el que autorizó el Congreso de Tucumán el 25 de julio de 1816. "En 1812, en Jujuy se hace bendecir una bandera en la catedral, y entre junio de 1812 y enero de 1813 se supone que Belgrano guarda la bandera", contó Gregoric al recordar que "fue Bartolomé Mitre el primero en estudiar el tema de la bandera nacional".
Buena parte de los historiadores coinciden en la teoría de que los colores del pabellón estuvieron relacionados con la devoción mariana de Belgrano. La imagen de la Inmaculada Concepción tenía un vestido blanco y un manto celeste, y, además, Buenos Aires estaba bajo la protección de Nuestra Señora del Buen Ayre, con los mismos colores.

Los cambios más fuertes ocurrieron con José Gervasio Artigas y con Juan Manuel de Rosas. En 1815, Artigas les agregó el color rojo a las banderas que él utilizaba para sus campañas militares. La bandera de Entre Ríos es la inspiración de la creada hace 197 años por Artigas.
Luego de la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852, cuando el general Justo José de Urquiza venció a Rosas, los símbolos federales fueron quitados del pabellón nacional, aunque algunos siguieron siendo color azul oscuro o medio.
Más que en los colores, sí hubo cambios con respecto a la utilización del pabellón nacional a lo largo de estos 200 años. Fue durante la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento que se autorizó a la población a usar la bandera. Hasta 1869, el pabellón nacional era usado solamente por las oficinas públicas y las Fuerzas Armadas.
Quince años después, fue el presidente Julio Argentino Roca el que decretó que sólo el gobierno y las Fuerzas Armadas podían enarbolar el pabellón nacional con el sol en el medio. Los ciudadanos podían izar banderas celestes y blancas. A partir de esa fecha, quedó en la población la idea de dos banderas: una de guerra, con el sol en el medio, y otra civil.

Los rayos del sol

En la presidencia de Edelmiro J. Farrel, por decreto 10.302 de 1944, se definieron las características técnicas de la bandera nacional, de la banda presidencial, que pasó a ser un símbolo nacional, del Escudo y del Himno. Por esa misma resolución quedó definido cuál era el sol que debía utilizarse: el de la moneda de 1813, la primera acuñada en el país.
"El sol evolucionó con el tiempo. Actualmente tiene 32 rayos, pero hubo épocas en que tenía cara de mujer o de hombre, rayos curvos o rectos", expresó Gregoric.
Aunque parezca sorprendente, la única fuerza que tiene legislada por decreto la bandera nacional es el Ejército. El resto de las organizaciones militares del país estableció su uso por reglamentación interna.
Con el regreso de la democracia, en 1985, Raúl Alfonsín promulgó la ley 23.208, por la cual se anuló la disposición del presidente Julio Argentino Roca de una bandera con sol incluido para las oficinas públicas y sin sol para los ciudadanos. Todos los argentinos quedaron habilitados para exhibir la bandera con sol.
Quizás a partir de 2016 la Argentina pueda unificar de manera técnica la bandera nacional, teniendo en cuenta el decreto de la presidenta Cristina Kirchner, firmado el 16 de noviembre de 2010, con la intención de llegar al bicentenario del Congreso de Tucumán con un pabellón estandarizado.
El 8 de julio de 2016, un día antes del bicentenario de la Independencia, vencerá el plazo para cumplir con las características determinadas por las normas IRAM de 2002, que establecen proporciones, colores y diseño específico.
Gregoric apeló a la ironía para anhelar que a partir del bicentenario de la Independencia las banderas argentinas emprendan una nueva senda: "Si se producen en la Argentina, los fabricantes tendrán que confeccionarlas según la normativa oficial, pero si se importan desde otros mercados es probable que sigamos teniendo pabellones de tamaños, colores y dibujos distintos de los que corresponden. Es difícil pensar que una empresa textil extranjera vaya a atender los requerimientos de las normas estandarizadas".
¿Está prohibido lavar la Bandera? "No. Lo que debería estar prohibido es exhibirla deslucida, sucia o rota", concluyó Gregoric.
ENTRE LAS PRIMERAS DEL MUNDO La Argentina forma parte de las primeras naciones del mundo en estrenar bandera nacional.
La primera bandera que representó a una nación fue la del Reino Unido, conocida como Union Jack, y fue creada en varias etapas. El pabellón que conocemos hoy es de 1801 e incluye los atributos que representan a Inglaterra, Escocia e Irlanda.
La bandera francesa también es de principios del siglo XIX y mantiene los colores originales.
En América latina, en muy pocos años, buena parte de las naciones que se conformaron tras la emancipación de España adoptaron sus banderas nacionales, que prácticamente sin modificaciones sustanciales han llegado hasta la actualidad.
La bandera de Perú fue creada en 1820 por inspiración del general José de San Martín. En 1817, se creó el pabellón de Chile. Le siguieron las banderas de México (1821), Uruguay (1830), Paraguay (1842), Bolivia (1851) y Brasil (1889).
Una de las primeras banderas del continente americano fue la de Estados Unidos, creada en 1777. La única variante fue la suma de estrellas que simbolizaron la adhesión de los estados como nación.

DIA DE LA BANDERA

“EL MAESTRO DE ESCUELA DEBE SER BIEN REMUNERADO POR SER SU TAREA DE LAS MÁS IMPORTANTES DE LAS QUE SE PUEDAN EJERCER”


Manuel Belgrano



Hoy, recordamos un nuevo aniversario de la muerte del General Manuel Belgrano, uno de los patriotas más destacados que encabezaron la Revolución de Mayo y creador de la Bandera Nacional.
Manuel Belgrano nació en Buenos Aires el 3 de junio de 1770, estudió en el colegio de San Carlos y, luego, en la Universidad de Salamanca y Valladolid (España).
En 1794 y ya recibido de abogado, Belgrano asumió con 23 años como primer secretario del Consulado. Desde allí se propuso fomentar la educación y capacitar a la gente para que aprendiera oficios y pudiera aplicarlos en beneficio del país. Creó escuelas de dibujo, matemáticas y náutica.
En 1806, durante las invasiones inglesas, se incorporó a las milicias criollas para defender la ciudad. A partir de entonces, compartirá su pasión por la política y la economía con una carrera militar que no lo entusiasmaba demasiado. Pensaba que podía ser más útil aplicando sus amplios conocimientos económicos y políticos.
En su autobiografía escribió al respecto: “Me hallaba de vocal de la Junta Provisoria cuando en el mes de agosto de 1810, se determinó mandar una expedición a Paraguay. La Junta puso las miras en mí ya para mandarme con la expedición auxiliadora, como representante y general en jefe de ella: admití porque no se creyese que quería disfrutar de la Capital, y también, porque entrevía una semilla de desunión entre los vocales mismos, que yo no podía atajar, y deseaba hallarse en un servicio activo, sin embargo de que mis conocimientos militares eran muy cortos”.
Belgrano cumplió un rol protagónico en la Revolución de Mayo y fue nombrado vocal. Se le encomendó la expedición al Paraguay. En su transcurso, creó la bandera el 27 de febrero de 1812. En el norte encabezó el heroico éxodo del pueblo jujeño y logró las grandes victorias de Tucumán y Salta.
Luego vendrán las derrotas de Vilcapugio y Ayouma y su retiro del Ejército del Norte. En 1816, participará activamente en el Congreso de Tucumán.
Como premio por los triunfos de Tucumán y Salta, la Asamblea del año XIII le otorgó a Belgrano $40.000. Don Manuel lo destinó a la construcción de 4 escuelas públicas ubicadas en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero.
Belgrano redactó además un moderno reglamento para estas escuelas que decía, por ejemplo en su artículo 1°, que el maestro de escuela debe ser bien remunerado por ser su tarea de las más importantes de las que se pueden ejercer.
Pero lamentablemente, el dinero donado por Belgrano fue destinado por el Triunvirato y los gobiernos sucesivos a otras cosas y las escuelas nunca se construyeron.
Belgrano murió en la pobreza total el 20 de junio de 1820 en una Buenos Aires asolada por la guerra civil que llegó a tener ese día tres gobernadores distintos.
En el lecho de muerte, fue examinado por un médico que lo atendió en su casa. Al no poder pagarle por sus servicios, Belgrano le entregó un reloj como pago, aunque el médico se negó.
Sólo un diario, “El Despertador Teofilantrópico”, se ocupó de la muerte de Belgrano. Para los demás no fue noticia. El mármol de una cómoda de su casa sirvió de lápida para identificarlo.

¿Cuántas muertes más son necesarias?

 


por Carlos Baeza

El presunto autor de un crimen aberrante en perjuicio de una menor, se encontraba en prisión cuando el juez interviniente le concedió una salida transitoria de 24 horas, de la que nunca retornó y durante más de un año no fue buscado hasta que se lo detuvo imputándosele la comisión de ese hecho.
Lamentablemente, el caso es uno más entre tantos similares y siempre la explicación es la misma: los jueces confieren ese beneficio por cuanto la ley 24.660 así lo dispone.
La norma citada no es más que uno de los aspectos del sistema abolicionista que intercambia los roles de “víctima” y “victimario” haciendo que el delincuente llegue a ese estado por la injusticia social que representa las condiciones de pobreza en que fue criado por lo cual, cuando comete un ilícito, no hace sino devolver a la sociedad la injusticia de ella recibida.
Sin embargo, el argumento esgrimido de asociar pobreza con delincuencia, es falaz y ha sido sobradamente desmentido por la sociología mediante la “teoría de las ventanas rotas”, al demostrarse que el delito crece, no asociado a la pobreza, sino en aquellos lugares donde se advierten síntomas de deterioro y de abandono así como la ausencia de autoridades que hagan respetar las leyes, proceso que comienza en forma gradual a través de transgresiones menores hasta llegar a la comisión de graves delitos.
Con este sustento, la doctrina expuesta varía entre un abierto abolicionismo y una notoria reducción de las penas, y ha sido recogida en nuestro país por numerosos doctrinarios y jueces, destacándose entre ellos, el ex ministro de la Corte Suprema de Justicia nacional quien intervino en una causa seguida contra un portero de un edificio en Alberdi al 2000 de la Capital, que bajo engaños condujo a una menor de 8 años a la cochera del edificio donde abusó de ella.
En 1ª. instancia se había solicitado la pena de 7 años de prisión pero Zaffaroni la redujo a 3 años, por lo cual el imputado nunca fue a la cárcel.
Para fundar su voto sostuvo que “estamos ante un imputado sin antecedentes, que confesó plenamente el hecho y demuestra arrepentimiento. Es un hombre joven y padre de familia, que sufrirá graves consecuencias en el plano familiar y laboral, además de social”; agregando que “el único hecho imputable se consumó a oscuras, lo que reduce aún más el contenido traumático de la desfavorable vivencia para la menor”.
Cuesta creer que un magistrado  -luego locador de prostíbulos-  frente a un hecho aberrante como el que motivara la causa, se preocupara por las “graves consecuencias” del degenerado delincuente y afirmara, muy suelto de cuerpo, que la circunstancia que el abuso fuera a oscuras redujo el trauma de la menor.


En sintonía con esta aberrante doctrina, cabe también recordar que el Tribunal de Casación Penal, integrado por los jueces Horacio Piombo y Benjamín Sal Llargues redujo a la mitad la pena aplicada a Mario Tolosa, condenado por violar a un menor de 6 años a quien llevaba a practicar deportes, por considerar que el niño tenía un comportamiento con tendencia homosexual; invocando además que como el menor ya había sido violado por el padre  -hecho no acreditado-  esta segunda violación le restaba gravedad a la causa.
Y una clara muestra de este pensamiento, fue la declaración formuladas en la Feria del Libro por parte de los fiscales federales Alejandro Alagia y Javier De Luca integrantes de “Justicia legítima” (¿) y de la cátedra del citado Zaffaroni, al referirse al nuevo Código Penal.
Sostuvo Alagia que el anterior texto tenía “un neto contenido misógino: era sexista, racista, clasista”; agregando que el nuevo proyecto “es tan severo como el anterior, en el sentido de fijar penas altas para los delitos que son estereotipados en los medios de comunicación como los únicos delitos imaginados que causan esa sensación de malestar en la población”.
En este contexto dijo que  “El desafío y la audacia de este proyecto es discutir un código penal sin hacerle propaganda al castigo, planteando que el castigo es una solución irracional, una trampa”; porque “cuando la política de un país quiere recostarse sobre el castigo, sobre la pena para resolver los problemas cotidianos, ése siempre fue el camino que ha tomado el fascismo y los gobiernos reaccionarios”. Por su parte De Luca no se quedó atrás y dijo “Esencialmente los conflictos sociales que tienen que ver con daños a la integridad corporal y a la integridad física; con lo físico y con la propiedad.
Es a esa inseguridad a la que se pretende oponer un combate, es decir, luchar contra la inseguridad es equivalente a dotar de seguridad y este binomio es falso”.
Y agregó que “El anteproyecto da seguridad ante la posibilidad infinita de que alguien me castigue por cualquier cosa”, al tiempo de criticar que para combatir la inseguridad siempre se apele “al castigo, al mal, al derecho penal, al poder punitivo”.
En el país de la anomia, las declaraciones de estos fiscales resultan preocupantes, ya que como hombres del derecho penal sostienen que los medios de comunicación son responsables de causar una “sensación de malestar” en la población; que los delitos no son tales sino sólo “conflictos sociales” y que la pena “es una solución irracional, una trampa” propia del “fascismo y los gobiernos reaccionarios”.
Otros dos jueces exponentes de esta doctrina son Rafael Sal Lari y Axel López. El primero, excarceló a un delincuente detenido por portación de armas y 4 meses después, el mismo junto a un cómplice ingresaron al domicilio del ingeniero Regis y lo asesinaron en presencia de su mujer e hijos.
El mismo magistrado liberó a un acusado de homicidio quien poco después asesinó al profesor de gimnasia Sonnenfeld, e igualmente intervino en otros numerosos casos en los que procedió de similar forma.
En cuanto a López, confirió una salida transitoria a Pablo Díaz, condenado por violación, quien violó y asesinó a Soledad Bargna a solo tres cuadras de donde había cometido el anterior delito.
Igualmente, confirió la libertad condicional a un condenado a 24 años de prisión por cuatro violaciones, quien un mes después violó y mató a Tatiana Kolodziez, no obstante que la junta médica había advertido que el sujeto presentaba “un serio riesgo de reincidencia”.
No debe olvidarse tampoco a la agrupación kirchnerista “Vatayón militante” auspiciada por el entonces jefe del Servicio Penitenciario Víctor Hortel y cuya misión era lograr salidas de los penales de condenados por asesinatos y violaciones, sin autorización judicial ni custodia alguna, para engrosar actos partidarios. Tal el caso del ex baterista de Callejeros condenado por matar a su esposa prendiéndole fuego quien integró un conjunto musical en una de esas salidas.
En todos estos casos los magistrados intervinientes argumentaron que solo cumplieron con la ley 24.660 de ejecución penal la cual dispone que toda persona condenada se encuentre sometida a un régimen penitenciario progresivo que abarca diversas etapas, una de las cuales es la posibilidad de obtener salidas transitorias (art. 15) en función de diversos parámetros, tales como el tiempo que lleva en prisión en relación a la condena impuesta (arts. 16 y 17) y previo dictamen de organismos técnicos.


En el caso del presunto autor del crimen referido, el juez que le confiriera la salida transitoria por 24 horas, tuvo en cuenta que el nombrado había cumplido más de la mitad de la condena; que había alcanzado una calificación de 9 en conducta y 7 en concepto y que obtuvo un informe favorable de los peritos intervinientes, quienes entendieron que la medida a conceder tendía a  -parece una paradoja-   “estimular y fortalecer sus redes sociales”.
Por todo ello el juez le otorgó la salida transitoria el 19 de diciembre de 2014, pero al día siguiente no retornó al penal y nunca se activó su búsqueda hasta su reciente detención.
El tema seguridad es muy complejo dada la cantidad de actores intervinientes: jueces; fiscales; fuerzas policiales y penitenciarias y varios organismos como el Patronato de Liberados, entre otros.
Inexplicablemente muchos de quienes están a cargo de la seguridad en todos los niveles no son idóneos en la materia, comenzando por la titular del área nacional, incapaz de desactivar los cotidianos cortes de calles o rutas que, parece ignorar, constituyen delitos sancionados por el Código Penal.


Desde hace un tiempo se ha pretendido instalar en la sociedad un inexistente enfrentamiento entre quienes se denominan garantistas frente a los que  -se dice-  propician la mano dura, sin advertir que la solución al problema angustiante de la inseguridad no puede resolverse con un planteo maniqueista como el que se ventila.
Mucho se ha discutido en torno al poder disuasivo de las penas, esto es, si el agravamiento de las mismas contribuye o no a la disminución de los delitos. Pero cualquiera sea la corriente en que uno se enrole, hay dos circunstancias que no pueden desconocerse: es cierto que el sólo aumento de las penas no baja los índices delictivos, como ya ha sido comprobado en todos aquellos sistemas en que el agravamiento de las sanciones para ciertos delitos  -inclusive la pena de muerte-  no contribuyó a disminuir los ilícitos.
Y ello por una razón muy sencilla: el delincuente no lee el Código Penal ni se entera cuando se aumentó una pena. Y si de todas formas lo supiese, tampoco ese hecho le haría desistir de su raid delictivo por la circunstancia de estar convencido que no será descubierto ni detenido.
Pero también es cierto que el aumento de las penas, unido a otras modificaciones en los códigos procesales, lleva a disminuir la cantidad de ilícitos al evitar que el delincuente se recicle y vuelva a delinquir, como está demostrado hasta el hartazgo y surge de los casos testigos antes analizados. ¿Usted recuerda a alguno de los que hacen política berreta proponer cosas como éstas o simplemente pretender que las penas se cumplan tal como fueron impuestas por los jueces?
El art. 18 de la Constitución Nacional consagra una serie de garantías procesales tales como el hábeas corpus; o presumir que toda persona es inocente hasta tanto se demuestre su culpabilidad; que nadie pueda ser condenado sin un juicio previo fundado en una ley anterior al hecho imputado; que se garantice la defensa en juicio y el contar con un abogado; que ninguno pueda ser obligado a autoincriminarse; y que el proceso se sustancia ante el juez ya existente al momento de cometerse el delito.
Otras normas amplían el marco garantista al impedir que alguien pueda ser juzgado dos veces por el mismo hecho; o la regla de exclusión y la del “fruto del árbol envenenado” que permiten descartar pruebas obtenidas en violación a la ley; o en caso de reducción legal de una pena la nueva norma pueda ser aplicada a quien ya se encuentra condenado por la anterior normativa. Si todo ello es respetado y una persona finalmente es condenada por una sentencia firme cabe esperar que la misma cumpla la pena impuesta.
Pero ni la Constitución Nacional ni los tratados en materia de DD.HH incorporados por la reforma de 1994 (art. 75 inc. 22) exigen que las penas deban ser reducidas o morigeradas al cumplirse ciertos plazos o por buena conducta o situaciones similares, sino que ello surge del Código Penal y de los códigos de procedimientos que, por ser leyes, pueden ser modificadas por normas posteriores.
Ello es lo que acontece con la citada ley 24.660 y otras similares que  hacen que muchas veces ese fin no se alcance, por disposiciones al menos insostenibles por no usar otros calificativos.
Tal el requisito de la buena conducta para obtener el beneficio de las salidas transitorias, ya que cae por su peso que estando recluido en una cárcel su comportamiento debe adecuarse a las reglamentaciones exigidas en la misma y que, de no hacerlo, puede ser pasible de las sanciones que tales dispositivos prevén.
Pero alcanzar buenas calificaciones  -como si fuera un alumno de la primaria-  puede merecer quizá que hice el pabellón nacional en las fiestas pero no aplica para interrumpir el cumplimiento de la pena.
Por tanto es hora que quienes tienen a su cargo esta problemática comiencen a tomar las medidas tendientes a asegurar a todos los habitantes el marco de seguridad al que todos tenemos derecho y que cabe al Estado instrumentar al ser el titular del monopolio de la fuerza, comenzando por los legisladores nacionales y provinciales que en forma urgente deben promover cambios en los códigos penal y procesales.
Si así no lo hicieren, que Dios y la Patria se lo demanden.


Más escuela, menos aula

Por Mariano Fernández Enguita 


Sociólogo, catedrático en la Universidad Complutense. Buena parte de mi investigación ha estado dedicada a la educación, en particular a las desigualdades escolares, la organización de los centros, la participación social, la profesión docente y la política educativa.
También he trabajado y trabajo sobre desigualdades sociales, sociología de las organizaciones, sociología económica. Ahora me interesan especialmente las redes, la internet y, en general, lo que llamo, para que rime, sociedad o era global, informacional y transformacional (SEGIT).


Innovar es la respuesta adaptativa a un entorno cambiante, en sentido amplio y elemental. Suele decir Castells que no vivimos una época de cambio, sino un cambio de época, esto es, hacia un futuro enteramente distinto –en parte ya aquí pero mal repartido, Gibson dixit. Yo veo otra vuelta de tuerca: no solo es un cambio de época sino que entramos en una época de cambio; no vamos a un nuevo equilibrio estable, sino a una era transformacional, de cambio acelerado, permanente y multidireccional, con implicaciones profundas para la educación.
En el mundo escolar esto se manifiesta en cómo cambian en pocos años el público y el entorno de un centro y el propio centro; en cómo se diversifican por ello los centros, aun siendo en principio iguales (en particular los públicos), incluso vecinos, tanto entre sí como internamente; en cómo cambia el ecosistema de los medios de información, comunicación y aprendizaje que concurren y compiten con la enseñanza. Este contexto en ebullición supone que el educador no puede trasladar sin más lo aprendido en su formación inicial, lo observado en otro contexto o lo practicado con anterioridad a la práctica en curso, sino que precisa innovar, si bien esto consiste básicamente en recombinar elementos de su bagaje profesional, de la experiencia propia y ajena y de ámbitos no escolares. Educar es hoy, y será cada vez más, innovar sobre el terreno, a no confundir ni con inventar desde cero en el nicho ni con la esperada reforma desde arriba.












Pero la innovación, además de ser posible y necesaria, ha de parecerlo, y casi todo conspira para que no lo haga. A diferencia de la gran prensa que pierde lectores, las empresas que luchan por la clientela o los partidos que ven desertar a sus votantes, la escuela tiene un público cautivo, retenido por la obligatoriedad y, antes y más allá de esta, por la delegación familiar de la custodia y el credencialismo del mercado de trabajo. En otras palabras, apenas hay feedback, nada que indique a la institución y la profesión qué poco público tendrían si solo dependiese de su eficacia o su atractivo. Únanse a esto la formación parca del maestro e inespecífica del profesor de secundaria, la ranciedumbre de las facultades de Educación, el aislamiento del trabajo en el aula, la opacidad de los centros y la asfixiante carga paleopolítica del debate educativo y se entenderá tanto conservadurismo y tanta inercia pese a la urgencia y la importancia del cambio. Pero el cambio vendrá: la cuestión es cómo, de dónde, a qué coste (social, cultural e institucional, más que económico) y cuándo (para cuántas cohortes llegará tarde). Un provocativo John Hennesy, presidente de la Universidad de Stanford, de las que menos temen al futuro, dijo: "Se acerca un tsunami. No puedo decir con exactitud cómo va a estallar, pero mi intención es intentar navegarlo, no esperarlo ahí parado."

Sin duda lo que llama con más fuerza a las puertas de la escuela es la tecnología. Infancia, adolescencia y juventud viven ya de forma cotidiana con ella, los empleos que esperan y los que vendrán requieren competencias digitales, las compañías tecnológicas despliegan su oferta y las editoriales escolares renuevan la suya; last but not least, una porción relevante del profesorado capta la necesidad y las oportunidad y apuesta fuerte por la innovación. No son solo aparatos y conductos (hardware), ni datos y algoritmos (software), sino tanto o más las nuevas relaciones de comunicación y aprendizaje que se levantan sobre ellos, opuestas a las viejas relaciones pedagógicas escolares: superación de límites espaciotemporales, adaptación a ritmos y estilos personales de aprendizaje, cooperación irrestricta entre iguales, interactividad incorporada a dispositivos y aplicaciones, retroalimentación inmediata de datos y analíticas sobre el aprendizaje mismo... Un entorno bullicioso y fascinante que hace aparecer a la escuela, parafraseando a Marx, como "la tradición de todas las generaciones muertas [que] oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos".














No va a ser fácil, pues innovar en la escuela no es como hacerlo en la agricultura o la industria. La docencia entraña una elevada porción del tipo de conocimiento que Polanyi llamó tácito y Hippel pegajoso. Tácito, o muy difícil de formalizar, lo que impide transmitirlo en una Facultad o con un libro (como montar en bicicleta, algo que todos saben hacer pero no explicar, que todos aprenden sin que nadie estudie). Pegajoso (sticky), porque es difícil separarlo del terreno en que se crea y aplica y se ha de transmitir y adquirir en la colaboración profesional o maestro-aprendiz. Por ello, aunque la presión venga de fuera y actores como universidades, editores, tecnológicas, administraciones y otros deban y puedan aportar, el proceso será de innovación distribuida y difusión horizontal.
La innovación distribuida supone que cada docente, equipo, centro o red de centros harán su propia innovación, aprendiendo unos de otros y ajustando y modificando lo aprendido, en ningún caso importando, trasladando o generalizando fórmulas comunes, llámense buenas prácticas, prácticas de éxito, educación basada en la evidencia o cualquier otro eufemismo. Nótese que no sólo son distintos los contextos y momentos sino también los actores, como lo son las capacidades y limitaciones de cada profesor, equipo, claustro o comunidad. Supone que no vendrá solo del profesor, ni de la dirección, sino de ambos, así como de grupos intermedios o de otros actores implicados y colaboradores presentes en la comunidad y ajenos al núcleo profesional.
La difusión horizontal requiere condiciones hoy muy deterioradas. La primera, un contacto fluido y suficiente entre los educadores, lo que no sucede de un aula a otra ni en el breve recreo. Una visión equivocada de la profesión ha restringido la presencia en el centro a poco más que las horas lectivas, convirtiendo la docencia en un trabajo reducible por todos y reducido por muchos a empleo a tiempo parcial (pagado a tiempo completo), y ha eliminado los tiempos y espacios de contacto no planificado –dinamitando de paso la posibilidad de dedicar más tiempo a los alumnos en riesgo. La solución no es compleja, aunque sí complicada: la jornada (horario y calendario) laboral debe transcurrir en el centro; eso sí, con el equipamiento adecuado y la flexibilidad necesaria, con independencia de que se pueda reducir la carga lectiva. Fuera del centro, administraciones, organizaciones profesionales, empresas proveedoras y otros actores como las fundaciones deben potenciar la horizontalidad a través de encuentros presenciales y redes virtuales.
Es importante considerar que educar no es ya cosa de un docente con un grupo discente, ni siquiera en primaria, donde de un tercio a la mitad del tiempo del alumno no discurre con su maestro-tutor sino con especialistas, apoyos, monitores, cuidadores y otros, sin contar con que cada año o cada dos cambia de profesor principal, ni con bajas y traslados. Fuera de individuos carismáticos, pequeñas variantes y experiencias efímeras, una educación eficaz, un proyecto consistente o un proceso innovador requieren la escala de centro. Y a veces más: redes de centros que permiten ampliar experiencias, distribuir la experimentación y alcanzar economías de escala. También, dentro del centro, se beneficia de la agrupación de aulas y la colaboración entre profesores, como en los bien conocidos proyectos interdisciplinares o en la fusión de grupos con un solo docente en grupos más amplios con equipos de dos o tres. La escala de centro, en fin, ampara mejor la innovación individual, al reducir (y aceptar) el riesgo de error e intensificar el feedback.
Toda organización, como estructura estable al servicio de un fin, tiende a ser conservadora; un centro escolar más, por su función de reproducción cultural, su base en la conscripción obligatoria, la incertidumbre de sus resultados y la asimetría entre profesión y público (a mediados del pasado siglo, P. Mort estimaba para la escuela típica veinticinco años de retraso en la adopción de buenas prácticas ya establecidas). La innovación necesita el impulso y liderazgo de la dirección y la cooperación de los profesores, pero en la escuela pública (dos tercios del alumnado), la primera tiene pocas competencias que no sean administrativas, el claustro vive atomizado y el funcionario puede desentenderse de todo. Estos problemas no existen en los centros privados, lo que, unido a la necesidad de seducir a su público y a la frecuencia con que son parte de redes más amplias, empresariales o religiosas, les dará, guste o no, una ventaja sustancial en los próximos años.

Es justamente la organización lo que ha de cambiar. Lo que cuenta no es el contenido sino las relaciones: entre los alumnos y con los profesores, con contenidos y materiales, con el entorno, la organización de espacio y tiempo... Si se tratara del contenido se resolvería con buenos libros o buenos vídeos. El problema es que los centros son poco más que montones de aulas apiladas y, mientras que estas carecen de futuro (son el residuo de la escuela-fábrica y el profesor-grifo), aquellos, que seguirán y crecerán porque no hay mejor lugar fuera de la familia para los menores, no logran reinventar el suyo. Pero ese es el camino: más escuela y menos aula.

El 25 de Mayo de 1810 no fue un día de fiesta; fue un día de revolución

En el Cabildo se reunieron los “políticos” que estaban contra la corona española: eran los que soñaban con la libertad, la independencia. No solo se trató de un acto rebelde de los criollos, sino que fue el primer paso hacia la emancipación de nuestro continente del imperio español.


Mario Benedetti



El 25 de Mayo de 1810 no fue un día de fiesta; fue un día de revolución. En el Cabildo se reunieron los “políticos” que estaban contra la corona española: eran los que soñaban con la libertad, la independencia. No solo se trató de un acto rebelde de los criollos, sino que fue el primer paso hacia la emancipación de nuestro continente del imperio español.
La Revolución de Mayo, que nació bajo las ideas de la Revolución Francesa, está inconclusa. Los que quedaron en el poder fueron los vendepatria: Mariano Moreno fue envenenado, a San Martín lo exiliaron, Manuel Belgrano falleció en la marginación y la miseria, Bernardo de Monteagudo fue asesinado en un oscuro callejón limeño, Juan José Castelli murió en la cárcel con un cáncer, Artigas quedó desterrado en un rincon del Paraguay…
El 25 de Mayo es el día en que triunfan los partidarios de la emancipación por sobre los que querían seguir a la espera del rey de España. Ese es el día de la Revolución; recién en 1816, el 9 de Julio, se declara la Independencia nuestra … pero las revolución ya estaba retrocediendo, dando lugar al “orden” de estanciero y mercaderes.
Es imprescindible que la vocación democrática ya demostrada por el ideario de la Revolución de Mayo continúe; es preciso seguir construyendo un sujeto independiente, con capacidad de decisión, con autonomía. De eso se trata la libertad: tomar conciencia de nuestra situación, poder ver el contexto más amplio que implica nuestra crisis, luchar por un proyecto de amplia base popular y contenido emancipador.
Cuando se habla de libertad, también se habla de igualdad. Ese es el desafío que tenemos por delante: construir una Patria democrática, libre, inclusiva e igualitaria. No hay libertad sin democracia, no hay libertad sin distribución democrática de la riqueza. La articulación que posibilita la democracia es la que nos permite vivir en libertad y trabajar para lograr la “noble igualdad”. Dos breves textos nos ayudan en este momento y las tareas que nos demanda nuestro compromiso con las causas populares.
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Carta del Che a los argentinos
El 25 de mayo de 1962, con motivo de la Revolución de Mayo, el Comandante ERNESTO CHE GUEVARA nos dejó un mensaje que hoy cobra mas vigencia que nunca. Para tenerlo siempre presente, aquí van algunos fragmentos de sus palabras, dichas en un agasajo del gobierno cubano a un grupo de compañeros argentinos reunidos para conmemorar la fecha patria:
“… si nuestro pueblo aprende bien las lecciones, si no se deja engañar de nuevo, si no se suceden nuevas y pequeñas escaramuzas que lo alejen del objetivo central que debe ser tomar el poder, nada mas ni nada menos que tomar el poder, podrán darse en Argentina condiciones nuevas, las condiciones que en su época representa el 25 de mayo, las condiciones de un cambio total. Solamente que en este momento el colonialismo y el imperialismo, el cambio total significa el paso que nosotros hemos dado, el paso hacia la declaración de la Revolución Socialista y el establecimiento de un poder que se dedique a la construcción del Socialismo … de tal manera que también cae una gran responsabilidad sobre ustedes: la responsabilidad de saber luchar y de saber dirigir a un pueblo que está expresando de todas las maneras concebibles la decisión de destruir las viejas cadenas y de liberarse de las nuevas cadenas con que amenaza amarrarlo el imperialismo. Tomemos pues el ejemplo manido de Mayo, el ejemplo tantas veces distorsionado de Mayo. Pensemos en la unidad indestructible de nuestro continente … pensemos que solo somos una parte de un ejercito que lucha por la liberación en cada pedazo del mundo donde todavía no se ha logrado y aprestémonos a celebrar otro 25 de mayo, ya no en esta tierra generosa sino en la tierra propia y bajo símbolos nuevos, bajo el símbolo de la victoria, bajo el símbolo de la construcción del socialismo, bajo el símbolo del futuro… ”
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Bicentenario de la Revolución de Mayo
Adolfo Pérez Esquivel

En el 2010 el país va a celebrar el Bicentenario de la Revolución de Mayo, ese grito de libertad… el interrogante es para quién: si para una elite de privilegiados o si ese grito de libertad, de nacionalidad, es para todos. Evidentemente, si vemos esto a 200 años, no ha sido para todos, porque los indígenas fueron discriminados y les están quitando las tierras hasta el día de hoy, los están reprimiendo, no les permiten crecer como pueblo, los tienen sometidos y dominados. Lo mismo que hicieron los conquistadores. Entonces uno se pregunta: ¿qué ha pasado en estos 200 años de nacionalidad, de democracia, de democraduras – como dice Eduardo Galeano – que supimos conseguir? ¿Qué es lo que pasa que hay ciudadanos de primera, de segunda, de tercera y de cuarta? ¿De qué democracia estamos hablando?

“Cuando participan, los sectores populares lo hacen con alguna intención”



French y Beruti fueron los dos grandes agitadores de los revolucionarios. Dorrego y Rosas, los primeros caudillos populares. Di Meglio señala que al caer el rey frente a Napoleón, la soberanía vuelve a los pueblos y así surgieron las Juntas en España y en América.

Por Natalia Aruguete y Walter Isaía




–¿Cuándo empieza para usted el proceso revolucionario?
–La revolución comenzó con la crisis de la monarquía española. La invasión francesa en 1808, que capturó al rey Fernando VII e hizo que se generara en España un movimiento de resistencia, porque Napoleón Bonaparte, el invasor, le quitó la corona al rey y se la dio a su hermano, José Bonaparte. Entonces, la idea que se instaló era que la soberanía vino de Dios a los pueblos que forman la monarquía y esos pueblos se la dieron al rey. Y si no había rey, la soberanía volvía a los pueblos. Los españoles que viven en España empezaron a aliarse contra los franceses. Y las ciudades españolas hicieron Juntas, para conservar la soberanía del rey mientras éste no estuviera, que se agruparon en la Junta Central de Sevilla.
–¿Y en América qué pasaba en ese momento?
–En América, la mayor parte del imperio aceptó que esa Junta Central de Sevilla reemplazara al rey, por lo cual, en 1808, prácticamente no cambiaron las cosas. En general, la gente decía: “Queremos que vuelva el rey”. Había un patriotismo hispano muy fuerte. Dos años después, las cosas cambiaron porque el territorio español cayó bajo el dominio francés. Ya no quedaba Junta Central de Sevilla. Era el apogeo de Napoleón, que no parecía algo pasajero, sino catastrófico. En muchas ciudades americanas se hizo lo mismo que en España dos años antes. Y se pensaba: “La soberanía la tiene el rey porque se la dieron los pueblos. Sin rey, la soberanía vuelve a los pueblos”. Cuando llegó la noticia de la caída de España, en algunas ciudades americanas se formaron Juntas: en Caracas en abril de 1810, en Buenos Aires el 25 de mayo, después en Santiago de Chile y en Cartagena y Bogotá, que ahora son Colombia, en parte de México también.


–¿Cuál era el espíritu de esas Juntas?
–Al principio, no eran independentistas, sino autonomistas. Buscaban un autogobierno, que no era incompatible con la monarquía. Con la Revolución se dieron varias cosas. Por un lado, no todos aceptaban el principio juntista y comenzó a haber una guerra –en un comienzo modesta aunque cada vez más compleja– entre los partidarios de las Juntas nuevas y los que seguían siendo leales al Consejo de Regencia español. Si bien el factor que provocó la revolución era el mismo para todos, de acuerdo con las situaciones locales previas, los derroteros posteriores de cada movimiento revolucionario fueron diferentes. En América había muchas tensiones raciales y sociales, que se activaron cuando se produjo la revolución. La americana era una sociedad con muchos conflictos, había tensión entre los indígenas, los dominadores y los esclavos.
–¿Por qué algunos investigadores dicen que no fue efectivamente una revolución lo que se produjo en 1810?
–Antiguamente, los sectores más liberales, e incluso los nacionalistas, pensaban que la revolución fue un intento de los criollos de liberar e independizar a la Argentina, que estaba oprimida por España. Lo cual habla de una conciencia de los criollos de lo nacional, que es la idea de Mitre y que, desde 1870 en adelante, fue retomada hasta el hartazgo por distintos historiadores y volcada en la enseñanza pública: la idea de que los argentinos nos emancipamos. Hoy, las investigaciones demostraron que no existía una conciencia nacional, todos se consideraban americanos. Las identidades nacionales se crearon luego de 1810, en buena medida durante la guerra de la Independencia, con nuevos agrupamientos y con lo que luego fueron las naciones hispanoamericanas. Desde la izquierda, que nunca fue muy influyente en la Argentina, algunos discutieron si fue una revolución burguesa y otros directamente negaron cualquier hecho revolucionario. Yo creo que fue una revolución porque hubo una transformación muy fuerte. Si uno se ubica en 1810 y luego en 1820, que es cuando termina la guerra de Independencia, se ven algunos cambios muy fuertes.
–¿Como cuáles?
–Cambiaron las razones por las cuales se manda y se obedece. Ya no se es súbdito de un rey, el pueblo manda a través de sus representantes.
–Además porque diez años era un lapso muy corto para aquel momento.
–Fue muy rápido y no había demasiados antecedentes; el más cercano era el de Estados Unidos, que se había hecho república unos años antes. América era vista como una regeneración de Europa, como la tierra de la libertad. Mientras que Europa aparecía como algo atrasado. El otro cambio fundamental fue económico. Toda la economía consistía en alimentar ese centro minero del Alto Perú, sobre todo Potosí, y exportar plata. En Buenos Aires, el 80 por ciento de la exportación en la época colonial era plata. Con la guerra, Potosí quedó del lado realista y la economía se transformó notablemente. Se pasó a la exportación de bienes primarios, lo que después fue agrícola-ganadero, que en ese momento era sólo ganadero. Eso supuso un cambio grande en la cúspide social, si los grandes comerciantes habían sido la clase dominante en el período colonial, a partir de allí se abría la puerta para que lo fueran los terratenientes, que en el período colonial eran un sector intermedio. El otro punto revolucionario es el final de las desigualdades sociales y raciales legales, salvo la esclavitud.


–¿Sólo en términos legales?
–Las diferencias sociales y raciales siguen hasta la actualidad, pero entonces dejaron de ser legales. A partir de la revolución, todos somos iguales ante la ley. Así como en España, la sangre de los judíos o los moros “no era limpia”, en América, el que no tenía sólo sangre española o india tampoco era puro. Los indios también eran considerados puros, inferiores pero puros. Las mezclas eran castas y éstas eran legalmente inferiores: no podían usar armas ni hacer apuestas de ningún tipo. La revolución rompió con eso, no de hecho, pero sí de derecho. La libertad de vientre hizo que la esclavitud empezara a caer como institución. Aunque se terminó recién con la Constitución nacional de 1853. El otro punto que para mí la hace una revolución es que fue vivida por todas las clases sociales de ese momento como un antes y un después, ellos decían que fue una revolución. Y en la historia lo determinante es la experiencia humana.
–¿A qué se refiere usted cuando habla de “bajo pueblo”?
–Esa sociedad que hizo la revolución estaba fuertemente dividida. Una división muy grosera y amplia era entre gente decente, que tenía respetabilidad y dinero, y la plebe o el bajo pueblo, que no eran respetados por su color de piel. Ser blanco era ser considerado blanco por los demás, no hacía falta serlo realmente, porque no había forma de medirlo. De hecho, Rivadavia era bastante moreno. En distintos lugares de América, había gente que nacía de color y moría blanca: cambiaba de lugar, conseguía dinero y compraba su blanquitud.
–¿Cómo estaba conformado el bajo pueblo?
–Era un sector muy amplio de gente que tenía las ocupaciones más pobres: jornaleros, peones, lavanderas, planchadoras, los que trabajaban en el matadero, los que bajaban de buscar agua y los que, en los actos escolares, aparecen vendiendo mazamorra. Además de ser el piso social, tenían muchas diferencias entre sí, era un conglomerado muy heterogéneo que los de arriba aglutinaban en la plebe.





–¿Cómo surge ese nombre?
–Es un término que existía en la época para diferenciar. Pueblo era una palabra polisémica. Quería decir ciudad y también se refería a los que viven en esa ciudad. A veces incluía a los vecinos, que tenían cierta respetabilidad social, y otras incluía a todos. Todas esas acepciones estaban en el diccionario de esa época. Encontré un caso de gente gritando “Viva el bajo pueblo”. Fue la única vez que encontré a alguien autoproclamándose con una identidad popular. Es muy difícil encontrar que ellos mismos se llamen de alguna manera.
–¿En qué circunstancias se dio eso?
–En unas elecciones, después de la revolución, entre federales y unitarios. En ese momento gobernaba Dorrego. Sus enemigos le decían el tribuno de la plebe y sus seguidores, el padre de los pobres. Dorrego había aprendido a hacerse un capital político popular, escuchaba los reclamos populares y, cuando fue diputado, los llevó a la Legislatura. Los federales eran vistos como populares y los unitarios como aristócratas. En esas elecciones, los seguidores de Dorrego gritaban: “Viva el bajo pueblo, mueran los de casaca y levita”, que eran las prendas de la elite. En Buenos Aires, era muy barato comer en esa época, pero era muy caro vestirse. De allí la idea del descamisado, el que no tiene camisa, porque se le rompió o porque la fue arreglando y quedó hecha jirones.
–¿Qué rol tuvo el bajo pueblo en la revolución?
–Cuando se estudia estos períodos se sigue poniendo el énfasis en los grandes personajes, San Martín, Moreno, Saavedra, Belgrano, que sin dudas fueron los líderes del proceso. Pero si sólo se los sigue a ellos, uno se queda con una mirada sesgada de la historia. En la revolución rioplatense, si no se estudia la participación del bajo pueblo no se entiende la revolución, porque participaron activamente. Tal vez de manera subordinada, pero no por eso menos importante.
–¿Hay algún antecedente de la participación de esos sectores?
–Sí. Con las invasiones inglesas se habían formado milicias voluntarias en las cuales ingresó mucha gente del bajo pueblo. Consiguieron un trabajo, que fue convertirse en milicianos, no en militares. Era gente que defendía la ciudad y tenía una paga por eso. Allí comenzó a activarse la participación en la cosa pública, aunque no necesariamente política. Cuando llegó la revolución a Buenos Aires había una experiencia previa, que facilitó que estos sectores se politizaran rápidamente.
–¿Qué rasgos tiene ese proceso de politización?
–Era una época muy compleja. No había dos grupos que se fueron reproduciendo, sino que fueron surgiendo nuevos. A veces se simplifica diciendo que el origen de los problemas argentinos estaba dado por la división entre el grupo de Moreno, que seguía un cambio más radical y transformador, y el grupo de Saavedra, que era revolucionario pero quería básicamente un cambio de gobierno. Esa división duró dos años, después hubo otros grupos que entraron en acción. Esa división tenía un gran problema.
–¿Cómo se dirimió ese problema?
–No había reglas claras de competencia. En una revolución no hay elecciones. Sobre todo, no había lo de antes: si un grupo tenía un problema con otro acudían a España, que era la metrópolis imperial y dirimía qué grupo tenía razón. Como no había más imperio, no había manera de decidir quién ganaba. Esa ruptura hizo que se empezara a buscar capital político hacia abajo, para definir un conflicto. Y eso era básicamente movilización. La calle. Eso les dio entrada abierta a los sectores populares para participar en la política de manera decisiva.
–¿Es posible ubicar algún momento que diera comienzo a esa participación?
–El más famoso fue el 5 de abril de 1811, cuando el sector saavedrista logró movilizar a los que llamaba “los hombres de poncho y chiripá”, que vivían en los suburbios de Buenos Aires, para echar a los morenistas. Fueron a la Plaza de la Victoria –hoy Plaza de Mayo– y pidieron “que se vayan”. En realidad no fueron sólo a eso. Los sectores populares, cuando participan, tienen una intención, no van como ovejas porque alguien los llamó. En el petitorio, echar a los morenistas aparecía recién en quinto lugar. El punto número uno dice: “Queremos que se eche a todos los españoles de la ciudad”.

–¿Por qué estaban contra los españoles?
–El bajo pueblo era antiespañol, a diferencia de la clase alta que estaba muy ligada a los españoles, porque eran familiares y por otras conexiones muy concretas. En cambio, en el sector popular había mucho resentimiento con los españoles, porque siempre habían tenido ventajas de todo tipo: comerciales, laborales, matrimonial. Ese resentimiento se politizó con la revolución.
–¿Es posible establecer momentos en los que esta participación popular haya sido más alta?
–1811 y 1812 son años muy fuertes. Con la guerra había mucha efervescencia. Por ejemplo, en diciembre de 1811 hubo un motín de los Patricios, que pedían que se los tratara como milicianos y no como soldados, es decir que les mantuvieran sus derechos como gente de la ciudad. Los mataron, pero fue un levantamiento protagonizado por gente popular, no intervinieron miembros de la elite.
–Es decir que se definió con las armas.
–Sí. En 1819 hubo algunos levantamientos de la milicia negra, integrada por negros y pardos, pidiendo lo mismo: “Que nos traten como ciudadanos y no nos manden a pelear afuera, porque nosotros somos de la ciudad”. En ese caso no se definió de manera armada. Hubo una negociación y los desarmaron, pero ellos se levantaron con las armas en la mano. En 1812, hubo varios momentos de convulsión. A Rivadavia, que era secretario del Triunvirato, lo persiguieron en la calle y lo zarandearon pidiéndole que tuviera mano dura contra los enemigos de la revolución. Ese fue el momento de mayor efervescencia colectiva. En los cambios de gobierno de 1815, 1819 y 1820 hubo mucha participación popular. Eso impidió que la elite lograra consensuar un orden, porque había una activación previa. Rosas fue quien entendió esto mejor que nadie.
–¿Por qué?
–En 1829 le dijo a un enviado diplomático uruguayo que él era un hombre de orden, pero que se había dado cuenta de que no se podía gobernar en el Río de la Plata sin tener una ascendencia popular. Por eso se convirtió en un tribuno, una persona que se relacionaba mucho con los sectores más bajos. De hecho, fue el único que logró controlar esa movilización.
–Entre 1810 y 1820, usted menciona varias fechas pero no hace referencia a 1816, ¿cómo se inserta ese año en el proceso revolucionario?
–1816 no es un momento de mucha importancia en Buenos Aires, aunque sí para el conjunto, porque se declaró la Independencia. Entre 1810 y 1815 se dio el momento más radical de la revolución. Dicho en términos muy simplificados, en 1811 hubo un intento de moderar las cosas cuando triunfaron los saavedristas. Pero en 1812, los seguidores de Moreno, que ya había muerto, dirigidos por Bernardo de Monteagudo –el más radical de los revolucionarios locales—, formaron la Sociedad Patriótica, un grupo que quería muchos cambios. Se juntaron con un grupo de oficiales que venía de pelear contra Napoleón en España, entre los que estaban San Martín y Alvear, y crearon la Logia Lautaro.
–¿Cuáles eran los rasgos centrales de la Logia Lautaro?
–Era un club secreto, de tipo masónico. No se sabía qué discutían porque no dejaban constancia. Formaron un movimiento que pedía que cayera el gobierno, que de hecho cayó, y se creó al Segundo Triunvirato. Entre octubre de 1812, que subió el Segundo Triunvirato, hasta abril de 1815, fue el período en el que la Logia Lautaro dirigió la revolución. Ese grupo, que tomaba las medidas más radicales hasta ese momento, no promovió ningún tipo de movilización popular. Como ellos conocían la experiencia francesa y querían evitar la agitación popular, decían que hacían “todo para el pueblo pero sin el pueblo”. Moreno también tenía la idea de que una minoría tenía que gobernar, porque sabía lo que les convenía a los demás. Era una idea de vanguardia revolucionaria. Esa elite, que dirigió la revolución durante los años ’12, ’13 y ’14, tomó las medidas más radicales. La Asamblea del año ‘13 decidió que no hubiera más títulos de nobleza, ni más Inquisición ni más tortura legal y que hubiera libertad de vientre. Todo el mundo esperaba que declarara la Independencia y se redactara una Constitución. Pero lo que sucedió ese año no puede tomarse en forma aislada.


–¿En qué sentido?
–Ese año sucedió algo que parecía increíble: Napoleón empezó a perder. Y los revolucionarios locales propusieron pelear y ver qué pasa. Además, en 1814, el rey Fernando VII volvió al trono. Pero el rey no negociaba nada, quería obediencia total. Los contrarrevolucionarios empezaron a ganar en toda América. El único territorio que quedaba libre en 1815 era el Río de la Plata. Era una revolución dividida en dos y aislada. En Europa era el momento de la restauración. Se restituyeron las monarquías absolutas. Fue por un breve tiempo, pero nadie sabía qué iba a suceder. Aquí hubo muertos, exiliados, confiscación de bienes. El sector que dirigía la revolución cayó por el descontento que se vivía en todos lados. Había una crisis general y se reorganizaron con un Congreso en Tucumán.
–¿Por qué en Tucumán?
–Para limar algunas asperezas. El grupo que dirigió ese Congreso era más conservador del que había dirigido la revolución, pero no le quedó otro remedio que declarar la Independencia. Aunque, al día siguiente, sacó un comunicado que decía: “Fin de la revolución, principio del orden”.
–¿Qué rol jugó el bajo pueblo en la guerra de la Independencia?
–El bajo pueblo sufrió mucho con la guerra de Independencia. Al principio hubo mucho entusiasmo con la revolución, pero, con el correr del tiempo, la guerra se complejizó. Los integrantes de la Logia Lautaro, militares profesionales, sabían que la guerra requería una movilización masiva. E hicieron un reclutamiento forzoso –a la gente la agarraban en la calle para pelear– y eso los debilitó. Eran campañas larguísimas. Ir a pelear al Alto Perú significaba ir caminando de acá hasta Bolivia. Hubo un regimiento de negros que luchó en Lima; se fueron en 1815 y volvieron en 1825. Y las mujeres quedaban a cargo de los hogares, del trabajo, se les morían sus maridos, sus hijos.
–¿Hay algún personaje de esa movilización popular que se haya institucionalizado?
–Hay un par. El sargento Cabral, que murió en la batalla de San Lorenzo, era negro mestizo y correntino. Falucho, que tiene un monumento en Buenos Aires, era un negro que no quiso entregar la bandera. Pero es difícil reconstruir la historia de esa gente, porque no dejó testimonio escrito. Lo que hay es gente que construyó su historia política en interacción con sectores populares.
–¿Como quiénes?
–French y Beruti eran agitadores. Cuando firman el petitorio pidiendo que hubiera una Junta, cada uno firma “por mí y por 600 más”. Dorrego fue el primer gran político popular de Buenos Aires y, más tarde, Rosas.
–¿Por qué se marca el año ’20 como el fin de la revolución?
–En 1820 terminó la guerra y cayó el poder central, que había tenido sede en Buenos Aires. Quedaron provincias sin conexión legal. Usamos esa fecha porque comenzó el proceso de constitución de un país. Y porque muchas cosas que se discutieron durante la revolución –si independencia sí o no, si monarquía o república–, en 1820 estaban definidas. En el ’20 se discutía si el país sería unitario o federal, no republicano. Ya era una república. Y los cambios que se dieron se tornaron irreversibles.
–¿Qué situaciones, en términos políticos y económicos, ya eran irreversibles?
–La actividad económica pasó a ser la tierra, sobre todo, la explotación ganadera en el Litoral y el interior hacía lo que podía. Había libre cambio con Inglaterra y con cualquiera que quisiera comerciar. El comercio pasó a manos de los ingleses, a partir de entonces. Los terratenientes eran el nuevo grupo peligroso de la provincia de Buenos Aires. Y las elites, de a poco, fueron reconstruyendo el orden.


Gabriel Di Meglio parece contener en su discurso cientos de anécdotas, conceptos, reflexiones y análisis históricos, que se disparan velozmente ante cada pregunta y develan nuevos caminos a recorrer.
Es historiador y doctor por la Universidad de Buenos Aires, donde dicta clases de Historia Argentina. Como investigador del Conicet, estudia la participación popular en la política de Buenos Aires de la primera mitad del siglo XIX. Empezó con la Revolución de Mayo y ahora indaga la movilización popular de la década de 1850. “Cuando participan, los sectores populares tienen alguna intención. No van como ovejas porque alguien los lleva”, advierte Di Meglio, después de constatarlo con años de investigación.
Publicó numerosos artículos y libros sobre esta temática, como ¡Viva el bajo pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la política entre la Revolución de Mayo y el rosismo (2006); ¡Mueran los salvajes unitarios! La Mazorca y la política en tiempos de Rosas (2007); Buenos Aires tiene historia. Once itinerarios guiados por la ciudad (2008) y El libro del Bicentenario, para chicos (2009).
Di Meglio participó además en varios ciclos de Historia de Canal Encuentro. Actualmente, conduce el ciclo Bio.ar y es guionista de La asombrosa excursión de Zamba en el Cabildo, dibujo animado sobre la Revolución de Mayo.