“¿Qué le diría Evita a Cristina?: ‘Nena sé original, no te prendas tanto de mi falda’”


Marcos Aguinis:
 “¿Qué le diría Evita a Cristina?: ‘Nena sé original, no te prendas tanto de mi falda’”


Sesenta y un años después de su muerte, Eva Perón habla con voz propia. O por lo menos la que Marcos Aguinis le ha creado en La furia de Evita, una novela en la que el autor echa luz sobre la vida y la muerte de la mujer más popular del Siglo XX en la Argentina. Aguinis humaniza al mito, a través de un lenguaje construido con palabras gruesas pero también atribuyéndole sinceridad a sus gestos y acciones. Ha pasado apenas un año y medio desde que el autor de El atroz encanto de ser argentinos se debatiera entre la vida y la muerte. Hoy, saludable, Aguinis ha modificado la voz narrativa de su última novela: La furia de Evita está contada por una voz ágil y verosímil de mujer. “Tuve especial cuidado en que la voz narrativa reflejara el estilo de Eva en vida. No fue difícil el relato cargado de energía y juventud. No me sentí forzado. Quizá muchos aspectos de la vida de Eva están profundamente instalados en el inconsciente y resurgieron en el momento de escribir”, dice Aguinis, rodeado de objetos queridos: ranitas de la suerte, partituras clásicas (es pianista y médico), fotos con sus hijos y otros escritores. El hilo conductor de la novela es el viaje de Eva Duarte a Europa, en representación de Perón. En constantes saltos al pasado, el personaje desgrana las páginas muchas veces desgraciadas de su vida. Hechos reales en una historia de ficción han llevado a Aguinis a comprender mejor a la Evita de la Historia gracias a su Evita novelada. Por la novela de Aguinis desfilan personajes del primer peronismo: el canciller Bramuglia y el poderoso Raúl Apold (Subsecretario de Prensa y Difusión) ; el magnate naviero Alberto Dodero, Ricardo Guardo (presidente de la Cámara de Diputados) y su mujer, Lilian Lagomarsino (gran amiga de Evita), su hermano Juan Duarte, su peluquero personal, Julio Alcaraz, su cura de confianza, el jesuita Hernán Benítez… Todos ellos se mezclan con hombres que ayudaron a Evita en su ascenso: Agustín Magaldi, Edmundo Guibourg, el director teatral Joaquín de Vedia y Armando Discépolo.
–¿Por qué un liberal que se supone antiperonista elige a Evita?

–Sorprenden las deformaciones que se han dado en la historia peronista, jerarquizándose distintos personajes por razones oportunistas. Evita es usada de manera llamativa para desplazar a Perón. Es más importante hoy ser evitista que peronista, cuando la propia Eva se dedicó toda su vida a exaltar a Perón. El abuso de Evita está vinculada a elementos poco racionales. En los 70 se decía que “si Evita viviera sería montonera”, cuando ella fue profundamente anticomunista. No diré que me enamoré del personaje, pero sí conseguí cierta empatía, incluso siendo ella tan distinta a mi forma de pensar y de sentir.
–Pensó en algún momento en dejar el personaje?

–Dudé en tomar el personaje, no sólo porque está en las antípodas de mi pensamiento sino porque se ha escrito mucho sobre Eva Perón. También es cierto que un escritor puede darse el lujo de tomar un personaje que no es afín a su forma de pensar. Evita, que es muy distinta a mí, en esta novela es un ser humano, está fuera del espacio del mito, tiene carnadura y humanidad. Así describo sus contradicciones, sus dolores, sus rabias, sus odios, sus claroscuros. Me pareció importante fluctuar entre el tiempo de su miseria extrema y su poder extremo.
–¿La suerte de la Eva Perón real nació de sus desgracias?

–Por lo general atribuimos a la suerte situaciones accidentales cuyo origen es difícil de desentrañar. En la novela hay una interpretación sobre la suerte de Evita, una mujer destinada al fracaso absoluto, quizá al suicidio, pero que de pronto tiene saltos prodigiosos. Se explica que Evita haya creído que las desgracias le abrieron las puertas en la vida.
–Muchos de los personajes que pasan por la novela existieron...

–Los hechos importantes de la vida de Evita son reales, están documentados. Lo novedoso es cómo esos hechos son vistos por ella misma y narrados por su voz. Allí entra la literatura. En el libro, Evita hace una autocrítica, sobre hechos que no han sido buenos para la Argentina y que marcaron el ADN del peronismo.
–¿Cómo se modificó la imagen de Eva Perón que usted tenía?

–Yo era un argentino atado al mito. Todo mito es un retrato en blanco y negro que niega los matices, sin altibajos. Pero luego de la novela, priorizo más al ser humano que fue. Incluso me provoca admiración. Por ejemplo, cuando dice: “Me han comparado con Jesús porque murió a los 33 años, igual que yo. Pero su obra fue realizada en sólo tres. En mi caso, como no soy divina, me llevó apenas el doble”. En verdad hizo una obra sorprendente. He procurado comprenderla. Sobre todo en ese delirio que genera el poder, que despega la realidad.
–Que diría su Evita de ficción de la Cristina real que nos gobierna?

–Se burlaría de Cristina. Con su mirada aguda le diría: “Nena sé original, no te prendas tanto de mi falda. Hacé las cosas por tu lado Yo fui original. Vos sos una imitadora”.
–En 2001 usted me dijo que en el futuro asistiríamos a una decadencia cultural sin precedente.

–Lamento haber tenido esa condición profética. Quisiera equivocarme, pero creo que la Argentina va hacia un enfrentamiento muy grave. Ojalá que esto pueda ser frenado por el peronismo disidente y el sector kirchnerista del gobierno que todavía apuesta por la democracia. Que se le pueda poner fin a este modelo regresivo y venenoso para los argentinos.

Semillas de odio

Por Enrique Pinti


Brotan súbitamente aún desde mentes evolucionadas y abiertas. Surgen del oscuro abismo de las incontrolables pasiones originadas en la ignorancia. Generalmente pedimos un hipócrita perdón por decir esto para justificar lo injustificable. Son los prejuicios, semilla maldita que crea marginaciones y rencores que destruyen toda esperanza de convivencia y respeto por ciertas particularidades que hacen diferentes entre sí a los seres humanos, y que muchas veces no pueden modificarse porque se trata de raza y color, características que toda persona trae de nacimiento como marca indeleble. Holocaustos, genocidios y masacres a lo largo de siglos y siglos, provocados por el odio hacia lo diferente, no han logrado, a pesar de sus nefastas consecuencias, convencer a los seres humanos de todo tipo y condición de la inutilidad e irracionalidad de esas actitudes tanto individuales como colectivas. Todos coincidimos en que la discriminación es negativa, pero circunstancias sociales, encrucijadas históricas y conveniencias políticas de bajo vuelo nos empujan a enfrentamientos estériles y fundamentalmente absurdos. 

No podemos ignorar que las cosas no ocurren por casualidades caprichosas sino por causalidades originadas en factores económicos. La esclavitud ejercida sobre la raza negra principalmente africana, pero también latinoamericana, se basó en la necesidad de la explotación comercial de un nuevo mundo lleno de riquezas, que necesitaba mano de obra barata proveniente de una raza marginada, hundida en la pobreza más terrible, sin educación y con muy pocas posibilidades de ascenso social. La riqueza de grandes grupos estaba sostenida en esa terrible premisa de esclavitud proporcionada por traficantes inescrupulosos, que cazaban al nativo en su tierra natal, lo arrancaban de su hábitat y lo transportaban encadenado y a latigazo limpio en naves carentes de las menores condiciones de higiene. La condición de esclavo databa de tiempos remotos, se aplicaba en la antigüedad griega y romana, y rebeliones como la de Espartaco conmovieron al mundo de aquellas épocas con su grito desesperado pidiendo libertad. 

Luego, desde la Carta Magna en la Inglaterra de la Edad Media hasta la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en Francia, a fines del siglo XVIII, pasando por la constitución norteamericana, se instalaron en gran parte del mundo los conceptos de igualdad, pero hasta el día de hoy somos testigos impotentes de atropellos a esos principios.
Los prejuicios y las crisis de todo tipo hacen florecer en países de sólida cultura espantosos episodios que sirven de plataforma de lanzamiento para genocidios que hacen retroceder a la humanidad, no ya en cuatro patas (con perdón para los nobles cuadrúpedos), sino reptando como las más dañinas alimañas. Judíos, negros, cristianos, gitanos, homosexuales, armenios, turcos, chinos, árabes, japoneses, centro-europeos de distintos orígenes, indígenas, habitantes originarios de todo tipo y color son algunos de los colectivos masacrados por las infames soluciones finales, que parten de la ignorante y demencial teoría de la posibilidad real de hacer desaparecer de la faz de la tierra las presuntas razas inferiores. Los resultados de tales barbaridades no deben ser olvidados. 
Afortunadamente, la fotografía, el cine, la televisión y todos los medios de comunicación permiten ver cada tanto imágenes que son elocuentes y que muestran hasta qué punto puede llegar el hombre en su afán destructor y cómo se disfrazan asesinatos y crueldades con seudopatriotismos y tergiversaciones diversas de principios religiosos que son simple y llanamente fanatismos ignorantes.
No debemos dejarnos arrastrar por semejantes cosas y tendríamos que extremar los cuidados en la educación de los más pequeños para no plantarles semillas de odio racial y prejuicios ridículos; y en cambio, enseñarles a buscar lo mejor de los otros y a convivir en la diferencia. Se ha logrado mucho, pero es mucho también lo que falta.

Neruda, el poeta que se fue andando


La investigación por la muerte del gran poeta chileno ha generado sospechas terroríficas sobre su final. Sin embargo, la noticia verdadera es la inmortalidad de sus versos y su figura a pesar de los intentos violentos por callarlo.

POR JUAN CRUZ RUIZ

Periodista y escritor español. Su último libro es “Cuando nunca perdiamos” (Alfaguara)



El poeta tenía una llave para abrir la casa. Cuando la buscaba en la arena traía consigo el océano, su vecino. “No había dónde ponerlo”. Por eso, ese vecino “tan grande, desordenado y azul que no cabía en ninguna parte” fue a quedarse “frente a mi ventana” en Isla Negra. Hasta que él mismo se fue, tristemente, por la vereda de la muerte donde ahora buscan la causa de su despedida.
Llenó la casa de trampas, menos para el Océano. “El hombre en el Océano se disuelve como un ramo de sal”. Se pertrechó adentro con botellas raras y con mascarones terribles, con colecciones absurdas, y con su voz. Su voz era la trampa con la que obsequiaba a los amigos desconocidos y a los famosos; era su guitarra la voz, pero había dentro, en los poemas más lejanos, ecos de su imposible regreso a Cautín. La trampa era para que no conocieran su melancolía. El hombre que viajó para permanecer siempre en el mismo lugar, su memoria, la de Cautín, la de Isla Negra.
El océano era su lágrima innumerable; pero no lo dijo. Dijo, sobre el océano: “Allí la semilla no se entierra ni la cáscara se corrompe: el agua es esperma y ovario, revolución cristalina”. Desde esa ventana miraba cómo llegaban a la casa el escritorio y la bruma. Estaba muy lejos, por ejemplo en Tenerife, donde recaló antes de irle a dar su respaldo a Salvador Allende, y únicamente tenía en la mente ese vaivén del mar. Por eso caminaba como un barco viejo. Hacia Isla Negra. A Cautín.
Cuando estás en esa casa donde ahora él es la luz secreta y misteriosa dentro de una carpa en la que científicos dilucidan si lo mató algo más que la tristeza, entiendes que la soledad de hombre que no volvió a Cautín, su pueblo, estaba oculta bajo los sargazos de sus colecciones; él simulaba mirar lo que venía en las manos innumerables del océano (“tablones carcomidos, bolas de vidrio verde o flotadores de corcho, fragmentos de botella ennoblecidos por el oleaje, detritus de cangrejos, caracolas, lapas, objetos devorados, envejecidos por la presión y la insistencia”), pero en realidad lo que aguardaba en algún instante de ese regocijo que le procuraba el mar era la noticia de la inmortalidad.
Esperando esa noticia se cubrió de objetos. Es inevitable, en Isla Negra, ir olvidando tanto recodo, tanta cama marina, tanta mesa de luces, tanta hojarasca, para buscar al fin al hombre que ha de morir. El creía (como Rafael Alberti) que vivir eternamente consistía en seguir hablando, conversando con el mar o con los hombres, esperar que una dama de blanco y en volandas se lo llevara a otro sitio, donde la conversación fluyera como el regocijo de un niño.
El lo decía, moriré cantando. En ese libro en el que resume lo que le venía del mar ( Una casa en la arena , Lumen, 1966, fotos de Sergio Larraín) está pletórico, como si volviera a Los versos del Capitán , alrededor la inmortalidad pervive; sin embargo, años más tarde, en 1973 y hasta ahora mismo, a esa casa la convirtieron en un velero triste. Ya la proa, la popa, el casco mismo han recibido los embates que el mismo fotógrafo Larraín y también el fotógrafo Luis Poirot ( Retratar la ausencia , Comunidad de Madrid, 1987) plasmaron más tarde: Neruda yendo o viniendo al océano, apoyado en el bastón y también en la tierra, como si aquel barco que él fue se estuviera hundiendo ante su propia vista. Ya el océano era una sombra de su despedida, él viajaba como hacia sí mismo, ni rastro ya de entusiasmo en su pelea.
Murió de tristeza, se dijo entonces, se dice ahora mientras rebuscan los científicos los restos que hablan ante el estímulo de las agujas. Lo envenenaron, quizá; en estos días en que la carpa luminosa sustituye al oleaje que él amó, en medio de la superficie que llenó de ruido para escuchar mejor su silencio, los doctores aspiran a que Neruda, ese cuerpo, les cuente de veras qué pasó, hasta dónde entró el hacha del odio, si es que fue así, cómo fue que aquel hombre que aspiraba a morir cantando se fuera tan triste a esa tumba en la que ahora rebuscan su penúltima pena.
Los miro hacer desde la distancia. Vuelvo a la casa en Isla Negra. “Cada uno envejece a su manera y el ancla se sostiene en la soledad como en su nave, con dignidad. Apenas si se le va notando en los brazos el hierro deshojado.” Hasta dónde penetró la navaja no se sabe, y parece que no importa demasiado. Certificar la crueldad con que la dictadura le tachó la alegría es una tarea que honra a los hombres y a la ciencia, pero aquella ignominia ya no tiene ni siquiera el remedio del olvido. “En el invierno el viento del mar desata furia, sal, espuma de las grandes olas, y la naturaleza aparece acongojada, víctima de una fuerza terrible.” Acaso esta investigación calme la furia del viento del mar, la ignominiosa noticia de que al poeta lo mataron con los hachazos tristes del odio, y que un puñal venenoso fue el último eslabón de su martirio.
Y si el poeta se hubiera ido andando.

Feminicidio: mujeres en el ojo de la violencia


Asesinatos y maltratos son formas de la crueldad contra la mujer en el mundo y también en nuestro país. Aquí se recorre la situación regional y opina la historiadora Dora Barrancos.




MUJERES MALTRATADAS. Son miles las asesinadas cada año en nuestro país y en el mundo.

Una, dos, tres… fueron al menos siete las puñaladas que terminaron con la vida de Sonia Silvina Roldán. Esta vez –porque ya había sido violentada por su ex marido en reiteradas oportunidades y pesaba sobre él una restricción de acercamiento a la víctima–, el también padre de sus cinco hijos terminó por matarla a golpes. 


Lejos de ser un drama aislado, la tragedia ocurrida en la localidad de La Banda (Santiago del Estero), el 13 de marzo, se suma a uno de los tantos feminicidios que se suceden sin pausa en nuestro país y en el mundo. Según el estudio, publicado recientemente, “Femicidio, un problema global”, unas 66.000 mujeres y niñas son asesinadas cada año, y de los doce países con las tasas de feminicidios más altas, cinco son de América Latina. El Salvador, Guatemala, Honduras, Colombia y Bolivia, en ese orden, superan los seis asesinatos de mujeres cada cien mil personas del género femenino. En la Argentina, si bien no hay cifras oficiales, se sabe que cada treinta y cinco horas una mujer muere en manos de su pareja o ex pareja. Algunas son baleadas, otras apuñaladas y las hay también las que son quemadas vivas. El informe fue realizado por Small Arms Survey, un proyecto de investigación independiente con sede en el Instituto Universitario de Estudios Internacionales y Desarrollo en Ginebra, Suiza. 

Fueron 1.236 los asesinatos cometidos por razones de género a lo largo de los últimos cinco años y en lo que va de 2013, sólo hasta febrero, se registraron 50 casos. Se produjeron 260 en 2010, 282 en 2011 y 255 el año pasado, de acuerdo al seguimiento de los hechos difundidos en las agencias de noticias y diarios de distribución nacional y provincial, contabilizados por el Observatorio de Femicidios que dirige la ONG, La Casa del Encuentro. El estudio –según explica Ada Beatriz Rico, directora de la organización– registra los homicidios de mujeres por el simple hecho de ser mujeres, es decir que cuantifica los asesinatos que no están relacionados con robos, asaltos, secuestros u otras situaciones de la llamada “inseguridad” urbana.

                                                          Mujeres asesinadas 

El feminicidio entendido como “el asesinato misógino de mujeres cometido por hombres (…) que incluye una amplia variedad de abusos verbales y físicos” comenzó a delinearse alrededor del año 1976. En una ponencia ante el Tribunal Internacional de Los Crímenes contra las Mujeres, en Bruselas, la socióloga norteamericana, Diana Russell, mencionó por primera vez en la historia el término femicide (en la voz inglesa) para referirse a la violencia sexista. Poco más tarde, junto a Jill Radford, la investigadora feminista plasmó la conceptualización del término en su obra Femicide. The Politics of Woman Killing, iniciando un marco posible desde el cual reflexionar, abordar y visibilizar una problemática actual y creciente en todas las latitudes. En América Latina el neologismo anglosajón fue apropiado y castellanizado en México por la antropóloga Marcela Lagarde (autora de estudios de género, feminismo, desarrollo humano y democracia, poder y autonomía de las mujeres, etc.) quien adoptó las primeras aproximaciones teóricas de Russell y tradujo el término femicide como “feminicidio” en lugar de “femicidio”. Una decisión analítica impulsada por la intención de que la palabra no aludiera simplemente al homicidio de mujeres. Propone el concepto como una categoría de la teoría política que requiere enfrentar el problema como la punta del iceberg de la violencia de género. Una dimensión presente en el abordaje de la misoginia latente y expresa, tanto en la ciudad fronteriza de Ciudad Juárez (en el estado de Chihuahua) como en el resto de los estados mexicanos surcados por la problemática. El feminicidio no sólo comprende los asesinatos cometidos, sino que abarca el conjunto de hechos violentos contra las mujeres, muchas de las cuales son sobrevivientes de atentados violentos contra su entorno, sus bienes o contra ellas mismas. “El feminicidio –escribe Lagarde– se conforma por el ambiente ideológico y social de machismo y misoginia, de violencia normalizada contra las mujeres, por ausencias legales y de políticas de gobierno, lo que genera una convivencia insegura para las mujeres, pone en riesgo la vida y favorece el conjunto de crímenes que exigimos esclarecer y eliminar”. 

                                       Mucho más allá de un malestar en la cultura

Irene Fridman, psicoanalista y especialista en teoría de género, entiende el concepto como el desenlace siniestro del circuito de violencia en una relación, y puntualiza algunos avances en el tratamiento de la violencia machista. “El psicoanálisis ha sido refractario a tomar la problemática del abuso sexual y violencia de género como un problema inherente a la cultura y lo ha remitido a la conflictiva edípica y deseante, en el caso del abuso, como así también ha leído la problemática de la violencia llamada doméstica como resultado del masoquismo femenino con un efecto negativo en el abordaje de las víctimas de abuso. Sin embargo, si bien hace falta mucho trabajo en los circuitos académicos, actualmente hay una aceptación mayor de que es una problemática social, culturalmente inherente al patriarcado y no un problema de la víctima”, comparte la especialista que además es directora de la Diplomatura de Cultura y Subjetividad de la Universidad de la Marina Mercante, y docente de la maestría en Estudio de Género de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES). 

Así, la violencia contra las mujeres se inscribe dentro de un sistema: el patriarcado, que consiente de alguna manera la violencia simbólica y la violencia física. “La construcción de la masculinidad social tiene los rasgos de la dominación en su seno y ese carácter avala a algunos sujetos a llevar a cabo acciones violentas. Es común y está festejado el uso de la prostitución, la trata, el abuso sexual y las violaciones, que mayormente lo llevan a cabo varones contra mujeres y niñas. Ser potente, exitoso o no ser débil, son valores apreciados culturalmente. Lo contrario es vivido como un sentimiento debilitante de la masculinidad”, profundiza Fridman y ensaya algunas pistas sobre las que detenerse: las dificultades para las mujeres de desandar los pasos y salir del “circuito de violencia”. Entendido éste como los “sucesos que ocurren en un vínculo, en el cual el victimario ejerce violencia tanto física como psicológica contra la mujer, una vez pasado el episodio pide disculpas y promete que no va a ocurrir más (la etapa de la luna de miel) y vuelve al poco tiempo a incurrir en situaciones de violencia, acusando a la mujer de que tiene responsabilidad en el estallido de la violencia”. 

De este modo se genera así un vínculo complejo y muchas veces paralizante. “En algunos casos –reflexiona Fridman– porque el hombre ha sido muy efectivo en cercenar otros vínculos de la mujer, para que pudiera pedir ayuda, muchas veces las víctimas dependen económicamente del victimario, en otros casos estar sometida durante años al efecto del terror debilita psíquicamente a la mujer. Hay que revisar cada caso individual, pero también el Estado tiene que proveer los pilares institucionales para que esa mujer pueda salir del circuito de violencia. En estos últimos años ha habido cambios, se ha hecho algo pero resta muchísimo por hacer, a mi entender, debería existir en cada establecimiento de salud, un centro dedicado específicamente a esta problemática, con perspectiva de género. Es decir que pueda entender el fenómeno de la violencia inscripta en un sistema cultural en donde las mujeres tienen un estatus de subordinación”.

                               La continuidad de la violencia colonial

Karina Bidaseca, socióloga, doctora por la Universidad de Buenos Aires e investigadora del Conicet toma distancia de lo que ella llama la “retórica salvacionista del feminismo del Norte, generador de una imagen homogeneizadora de las mujeres del Tercer Mundo”. De este modo repiensa las reflexiones de la antropóloga argentina Rita Segato –referente también de la temática y residente en Brasil– y comprende el feminicidio como la continuidad de una violencia colonial “cuya inintegibilidad se halla narrada en nuestra historia de colonización”. Bidaseca, coordinadora también del Programa “Poscolonialidad, pensamiento Fronterizo y transfronterizo en los estudios feministas” (IDAES/UNSAM), con la intención de establecer un concepto abarcativo de todas las feminidades asume la necesidad académica de desterrar por completo del vocabulario de las ciencias sociales y humanas la distinción privado/público que perjudica la percepción de un problema que es de atención del Estado. 
“Si se sigue nombrando al feminicidio como violencia familiar, estamos en un problema”, comparte Bidaseca y enfatiza la búsqueda de una política de la memoria que acompañe la prevención de la violencia de género despojada de la esfera privada. “Las políticas de la memoria “resisten a la espiral del silencio y al laberinto temporal. 

Cuando caminamos sobre sus huellas, nos damos cuenta de que esas vidas no desaparecen del todo y que necesitamos políticas que nos ayuden a no olvidar. La abyección de la violencia en los cadáveres de mujeres yace en la base donde se apoya y apuntala el orden social falogocéntrico”, refiere la investigadora y destaca algunas referencias auspiciosas. Entre ellas encontramos un fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que obligó al estado mexicano a construir un monumento en Ciudad Juárez, en memoria de las mujeres asesinadas en los campos algodoneros en noviembre de 2001. Del mismo modo, en La Quebrada de San Lorenzo –a siete kilómetros de Salta capital–, se espera que una escultura de bronce recuerde las muertes de las dos turistas francesas asesinadas en 2011. Y desde noviembre del año pasado, la problemática es contemplada en el código penal argentino, un mes después de que se declarara la emergencia por violencia de género, en la búsqueda por instrumentar planes integrales de prevención. Una ley cuya “aplicación inmediata y asignación de mayor presupuesto” es reclamada en estos días por las organizaciones de mujeres y otras agrupaciones. En definitiva, elabora Bidaseca, el feminicidio como “concepto político es una batalla cultural ganada, pero aún nos queda mucho por construir. El Estado debe tener una política precisa contra el asesinato y toda forma de violencia contra las mujeres. Además de desarrollar marcos en educación, un área fundamental, promover campañas de sensibilización y generar estadísticas oficiales que nos permitan contar con cifras confiables para un diagnóstico de la situación”.

La violencia sexual como delito de lesa humanidad


Por Sofía D’Andrea


De acuerdo con el  Informe Nacional sobre Desaparición de Personas, las mujeres constituyeron un 33% del total de los desaparecidos/as, de las cuales el 10% estaban embarazadas (un 3% del total). Por otro lado, a pesar
de no contar con registros completos; se estima que un tercio delas personas que pasaron por los centros clandestino de detención y las cárcel éramos mujeres. Digo éramos porque voy a hablar en primera persona como parte del colectivo de detenidas durante el terrorismo de estado.


María Sondereger, investigadora a cargo dela cátedra de DDHH de la Universidad de Quilmes, unos años atrás, abordó una práctica sistemática, que aparecía subsumida en la figura de tormentos, para empezar a hablar de
Violencia Sexual. Ella explicaba:  “Fue necesaria una transformación de los marcos sociales de memoria para que se empezaran a crear las condiciones para “nuevos” recuerdos: la incorporación de la perspectiva de género en la investigación de ataques sexuales en situaciones de conflicto armado o en procesos represivos internos permitió identificar una práctica reiterada y persistente de violencia sexual” y aquí hay un punto para aclarar; los
ataques sexuales lo sufrieron hombres y mujeres pero los efectos fueron diferentes.  En el caso de ellos buscaban destruirlo avanzando sobre aspectos que hacen a la identidad masculina ,feminizándolo.  Los detenidos
poco hablan del tema, hasta donde se sabe no se cuenta con estudios específicos, pero hay coincidencia en afirmar que silencio se explica por la vergüenza. La vergüenza en las víctimas fue un sentimiento común, pero en
nosotras, además,  operó la Culpa, que no se evidencia en los hombres.



Para poder comprender la direccionalidad de los "castigos" aplicados a las mujeres detenidas y cómo operó culpa  es necesario remitirse   de la dictadura. Él  reúne la mirada del catolicismo ultramontano, donde las
mujeres somos la puerta de entrada al infierno (que sólo se redime co nla maternidad y la sumisión  al hombre); esta premisa se combina con las doctrinas contra insurgentes que destilan odio al espíritu emancipatorio e
igualitario de las revoluciones modernas. Los golpistas reforzaron la concepción patriarcal en las relaciones de género, consagraron un estereotipo de mujer ligado exclusivamente a su función procreadora cuyo
papel principal debía ejercerse dentro de la familia, núcleo fundamental del orden y de conservación del statu quo. De acuerdo este discurso, la mujer es mujer  en tanto madre. Por ende las presas éramos doblemente
transgresoras, no estábamos consagradas a lo hogareño ni éramos esposas convencionales, habíamos abandonado la reclusión en lo privado para lanzarnos a lo público y además cuestionábamos los valores del sistema político.



Al otro lado es bueno recordar que las instituciones militares son constitutivamente formadoras de guerreros como forma suprema de hombría, organizadas jerárquicamente,  basadas en la subordinación por rangos,
asentada en la sumisión  de uno por otros e impregnadas por la violencia.



Esta caracterización la resalto porque desde ese lugar se disponía de nuestros cuerpos. Los castigos,  torturas y la violencia sexual tenían intención disciplinadora sobre el conjunto de las mujeres.


En una investigación realizada por el Cladem e INSGENAR -Instituto de Genero y Desarrollo- de Rosario, volcada en el libro “Grietas en  el Silencio”, se recabó el testimonio de 18 mujeres y 4 varones víctimas de violencia sexual. Fruto de ese trabajo, una de sus autoras, Analía Aucía, tipificó las prácticas inherentes a la violencia sexual que,simplemente, voy a enumerar: La desnudez continua; la humillación; el exhibicionismo;la lascivia; el
forzamiento a la pornografía; la violación; el embarazo o aborto forzado y la esclavitud sexual son las prácticas que emergen de los testimonios recabados para la investigación.



Por su parte, en la misma obra, la psicóloga Cristina Zurutuza, se pregunta contra qué perfil de mujeres y quienes realizaban estas atrocidades. La inferencia es que  la Violencia Sexual se ejerció contra el conjunto de las
mujeres: adolescentes, casadas, adultas incluso mayores, con y sin militancia, incluso embarazadas. La practicaban: guardias, carceleros, miembros de los Grupos de Tareas, oficiales, tripulación, comandantes y
hasta jueces militares. La función apuntaba a“dejar de ser”. No sólo sacar información sino operar sobre la subjetividad para moldear un nuevo sujeto.



Nosotras quedamos a disposición de las FFAA en Centros Clandestino de Detención y en cárceles; de los primeros, algunas quedaron con vida aunque los testimonios conocidos surgen de quienes fuimos legalizadas  y trasladadas a penitenciarías. Las mujeres estuvimos concentradas en la Unidad de Devoto en Buenos Aires; casualmente, no hace mucho se conocieron disposiciones internas de ese centro, una de 1977 denominada “Recuperación de Pensionistas” y otra de 1979 que evidencian la finalidad sujetar  los
cuerpos apresados hasta en los más mínimos detalles.  También la cárcel de Devoto, fue utilizada para mostrarnos como objeto de exposición, con motivo de llegada de Organismos externos de DDHH y la Cruz Roja para monitorear las denuncias internacionales.

De acuerdo a la lógica patriarcal, la guerra es para los hombres, como en toda guerra, las mujeres nos  transformamos en un botín preciado para los dominadores. La combinación entre ser mujeres ostentadas y ser mujeres rehenes fortaleció la idea de la dictadura militar de asentarnos como trofeos propios.


En cuanto al sentimiento de culpa, enraizado en nosotras; los argumento esgrimidos por los agentes de aquel estado tenían ligeras variantes. A las madres apresadas se les atribuía haber cometido,prácticamente, un acto de “filicidio” por no haberse abocado a sus hijos e hijas y haber incursionado en política. Al resto de las mujeres se las culpaba de haber cometido actos de abandono y deserción respecto de otros vínculos como el de hija, esposa o hermana.
En un espacio de reflexión las  ex presas políticas concluimos en que  “lo que buscaban los militares era hacernos creer que nosotras buscábamos la muerte, eramos las que nos hacíamos torturar, lasque abandonábamos a
nuestros bebés y a nuestros deberes y responsabilidades como mujeres,como madres, como miembros de una familia de origen y la constituida por decisión propia”. Paralelamente rondaba la percepción deque nos violaban porque nosotras, en cuerpo de mujer, éramos una tentación irrefrenable. Muchas cargaban con esa culpa.


Para completar el panorama  diré, que el discurso adoptado por la represión hacía y hace una   exaltación de la maternidad,   pero a la vez se ejerció una operación de exterminio sobre las militantes madres, apropiándose
inescrupulosamente  del linaje de niños y niñas nacidos en CCD. Si bien en la cárcel legal esta subversión de sentidos no tomó esa forma extrema, también el centro de la mortificación coincidió con la pauta de género, ya
que si una mujer podía emular a los hombres en la lucha y en las cuestiones de estado, debía ser confinada, obstruidas sus facultades intelectuales, y retirados sus pequeños hijos o hijas, aún lactantes, delas celdas o
despojadas de su descendencia.



Entre las ex  detenidas persiste el ocultamiento y el silencio sobre la violencia sexual sufrida en aquella etapa; quienes estamos dispuestas a hablar de esto, encontramos en la palabra la posibilidad de liberarnos delo
sucedido;  pero, a la vez, sostenemos que quienes pertenecieron al aparato represivo deben ser juzgados por violación, no solo por tortura, porque muchos violaron y otros fueron cómplices de esos ataques,todos lo sabían.



Finalmente, aunque perdurarán por siempre las cicatrices, creemos que la reparación llegará con la Justicia.


Sofía D’Andrea es periodista argentina. Este fue el texto de su ponencia en el panel “Lesa Humanidad: delitos contra la integridad sexual”organizado por la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Universidad de Congreso, Mendoza 26 de marzo de 2013 // Difundido a través de RIMA

Pegarle a un maestro

Por Mex Urtizberea


Lo sabe un chico de cuatro años, de salita celeste, que ni siquiera sabe hablar correctamente.

Lo sabe un chico de seis años, que ni siquiera sabe escribir.

Lo sabe un chico de doce años, que desconoce todas las materias que le deparará el secundario.

Lo sabe un adolescente de diecisiete años, aunque sea la edad de las confusiones, la edad en la que nada se sabe con certeza.

Lo saben sus padres.

Lo saben sus abuelos.

Lo sabe el tutor o encargado.

Lo saben los que no tienen estudios completos.

Lo sabe el repetidor.

Lo sabe el de mala conducta.

Lo sabe el que falta siempre.

Lo sabe el rateado.

Lo sabe el bochado.

Lo sabe hasta un analfabeto.

No se le pega a un maestro.

No se le puede pegar a un maestro.

A los maestros no se les pega.

Lo sabe un chico de cuatro años, de seis, de doce, de diecisiete, lo saben los repetidores, los de mala conducta, los analfabetos, los bochados, sus padres, sus abuelos, cualquiera lo sabe, pero no lo saben algunos gobernadores.

Son unos burros.

No saben lo más primario.

Lo que saben es matar a un maestro.

Lo que saben es tirarles granadas de gas lacrimógeno.

Lo que saben es golpearlos con un palo.

Lo que saben es dispararles balas de goma.

A los maestros.

A maestros.

Lo que no saben es que se puede discutir con un maestro.

Lo que no saben es que se puede estar en desacuerdo con lo que el maestro dice o hace.

Lo que no saben es que un maestro puede tener razón o no tenerla.

Pero no se le puede pegar a un maestro.

No se le pega a un maestro.

A los maestros no se les pega.

Y no lo saben porque son unos burros.

Y si no lo saben que lo aprendan.

Y si les cuesta aprenderlo que lo aprendan igual.

Y si no lo quieren aprender por las buenas, que lo aprendan por las malas.

Que se vuelvan a sus casas y escriban mil veces en sus cuadernos lo que todo el mundo sabe menos ellos, que lo repitan como loros hasta que se les grabe, se les fije en la cabeza, lo reciten de memoria y no se lo olviden por el resto de su vida; ellos y los que los sucedan, ellos y los demás gobernadores, los de ahora, los del año próximo y los sucesores de los sucesores, que aprendan lo que saben los chicos de cuatro años, de seis, de doce, los adolescentes de diecisiete, los rateados, los bochados, los analfabetos, los repetidores, los padres, los abuelos, los tutores o encargados, con o sin estudios completos:

Que no se le pega a un maestro.

No se le puede pegar a un maestro.

No debo pegarle a un maestro.

A los maestros no se les pega.

Sepan, conozcan, interpreten, subrayen, comprendan, resalten, razonen, interioricen, incorporen, adquieran, retengan este concepto, aunque les cueste porque siempre están distraídos, presten atención y métanselo en la cabeza: los maestros son sagrados.

Reveladores datos estadísticos sobre violencia de género


Los más notorios incluyen el rango de edad en que se producen los casos, que incluye menores, y el porcentaje de mujeres agredidas por sus parejas


El Ministerio de Salud bonaerense informó hoy que un estudio sobre las situaciones de agresiones atendidas en los hospitales de la provincia entre 2011 y 2012 dio cuenta que la violencia contra la mujer es altamente mayoritaria y que en el 77 por cientos de los casos ellas fueron agredidas por su pareja.

La franja más afectada es la que va de los 15 a 39 años de edad y el tipo de violencia más común es la física, asociada a otras violencias.
El informe surge de las nuevas estadísticas, los datos comparados y del análisis epidemiológico sobre el período que va de enero de 2011 a diciembre de 2012 y fueron provistos por el Sistema de Información del Programa Provincial de Prevención y Atención de la Violencia Familiar y de Género.

En total se contabilizaron 895 casos en las 12 Regiones Sanitarias en que se divide la provincia: 729 corresponden a mujeres víctimas de violencia, es decir el 81,5 por ciento.
El agresor casi siempre es un hombre que tiene o tuvo un vínculo sentimental con la víctima, por lo menos en el 77,5 por ciento de los casos.
El ministro Collia aseguró que "es fundamental contar con estadísticas sobre el flagelo de la violencia de género para dar un abordaje integral y una contención real a las mujeres que ingresan a los hospitales por esta causa".

Luego señalo: "La problemática de la violencia contra la mujer debe ser abordada en el contexto de la atención pública de la salud en la provincia de Buenos Aires", afirmó el ministro de Salud bonaerense, Alejandro Collia.


Entre 2011 y 2012 se atendieron 895 casos de violencias en los 77 hospitales y centros de salud de la provincia de Buenos Aires, de los cuales el 81,5 por ciento fueron mujeres.
La franja más afectada es la que va de los 15 a 39 años y el tipo de violencia más común es la física, asociada a otras agresiones.
El informe elaborado por la cartera sanitaria bonaerense se hizo a través de datos provistos por el Sistema de Información del Programa Provincial de Prevención y Atención de la Violencia Familiar y de Género.



 


 En 2012 fueron atendidas 383 mujeres: el 61,9 por ciento correspondió a mujeres de 15 a 39 años; el 13,8 por ciento de 40 a 60; el 12,8 por ciento de 6 a 14; el 6 por ciento de 1 a 5; el 2,6 por ciento en mayores de 60; y el 2,9 por ciento en menores de 1 año.

"Las mujeres jóvenes son las más afectadas por las violencias. Con este porcentaje estamos viendo varias cuestiones en simultáneo: entre ellas la incidencia de los llamados noviazgos violentos; la mayor vulnerabilidad de las mujeres durante su edad fértil, muchas de estas mujeres sufren la violencia en el embarazo o cuando están criando a sus hijas e hijos pequeños", explicó la coordinadora del Programa, Lidia Tundidor.

Además, indicó que la prominencia de mujeres jóvenes "expresa un incremento del deseo de pedir ayuda y recurrir al sistema sanitario, menos naturalización de las violencias y más visibilidad, que aumentan nuestra responsabilidad y compromiso"

¿ Quien asesino a ELENA HOLMBERG ?


por Cosme Beccar Varela

Es muy dificil para mi escribir el artículo que aquí inicio. Se trata del asesinato de Elena Holmberg, sobre el cual acaban de escribir un libro sus hermanos ("Elena Holmberg *Historia de una infamia*", escrito por los cuatro hermanos Holmberg y editado por ellos mismos).

Y es dificil porque si bien mi memoria es mala para los detalles y los nombres, tengo un vivísimo recuerdo de las impresiones y de las ideas. Y aquellos años de la década del 70 en que vivimos bajo el terrorismo, el peronismo y dos dictaduras militares me causaron grandes indignaciones y rechazos que me duele mucho revivir. Me remito al artículo titulado "La generación perdida", del 27/11/2000, nro. 74 de "La botella al mar".

En ese artículo he relatado en forma telegráfica la historia de las frustaciones de mi generación cuya madurez, todavía juvenil, se produjo justamente en esa década, para ser violenta e inexorablemente marchitada por la perversidad de los tres sistemas, continuados con la misma maldad, pero con otro estilo, en las dos décadas posteriores: la del 80, signada por la personalidad laicista y prepotente de Alfonsin y la del 90, marcada por la infamia de la década menemista, de corrupción y desparpajo.

El tiempo de la revolución de 1976 y de la dictadura que siguió, fué uno de los más dificiles de mi vida. Veía con espantosa claridad toda la farsa que se ocultaba detrás de las grandes palabras de Patria, honor, seguridad, Fuerzas Armadas de la Nación, etc. y me espantaba la credulidad de tanta gente de bien, engañada por ese discurso.

Además, me indignaba la profanación del nombre de Nuestro Señor Jesucristo cada vez que oía o leía frases pronunciadas por los dueños del poder en las que se decían defensores de la "civilización occidental y cristiana" cuando era notorio que no cumplían con sus principios básicos.

Para colmo de males, la izquierda ideológica lucraba con los desmanes de la dictadura de las FFAA. Era clarísimo que la consecuencia necesaria de eso sería la vieja cuenta en la que los justos pagarían por los pecadores: los buenos oficiales serían comprometidos en acciones injustificables y castigados por ello; las viejas tradiciones de honor de la fuerza al servicio de la virtud, serían substituidas por un concepto pragmático y despiadado de la fuerza al servicio de la fuerza, o sea, de quienes tenían el mando de la fuerza; y las Fuerzas Armadas encargadas de la vital misión de defender a la Patria, serían desprestigiadas y desarmadas y puestas en la imposibilidad de cumplirla.

 


Los izquierdistas ideológicos engordaban en exilios dorados; los izquierdistas moderados ocupaban las editoriales, los diarios y los medios de difusión, constituyendo y monopolizando la "intelligentzia" nacional. Y el gobierno de Videla-Martinez de Hoz apoyaba a los soviéticos y a los sandinistas en Nicaragua.

La izquierda esperaba su hora, con los bolsillos llenos y todo el apoyo internacional que, sin embargo, curiosamente, tampoco se le negaba a la dictadura del 76. Martinez de Hoz y sus jóvenes colaboradores eran tratados en bandeja de plata en todas partes, los grandes banqueros los ayudaban, la deuda externa crecía y había una apariencia de prosperidad.

El crímen contra Elena Holmberg y otros que de ninguna manera podían ser ni siquiera sospechados de pertenecer a la guerrilla, puso en evidencia la falsedad de todo aquel tinglado.

Nunca voy a olvidar ese 20 de Diciembre de 1978 en que Elena Homberg fué secuestrada, siendo aún de día, en plena calle Uruguay, entre Santa Fé y Charcas. Y las horas que siguieron sin noticias de su paradero. Repito: nadie podía acusar a Elena de terrorista ni cosa parecida; era diplomática, era una dama argentina educada e inteligente, era patriota y había estado destinada a la Embajada en Francia hasta hacía pocos meses.

Su asesinato tampoco presentaba las características de un atentado de los terroristas (no porque no fueran capaces de hacerlo, ya que los crimenes de la guerrilla habían sido numerosos y de una crueldad inaudita), sino porque no les hubiera sido posible, perseguidos sus elementos por una represión organizada, secuestrar a la luz del día, calmamente y en pleno centro, a una persona.

Además, el libro de sus hermanos pone en claro, clarísimo, que no hubo ningún esfuerzo por parte del gobierno de las FFAA para encontrar a la víctima.

"La Policía Federal -dicen- designó al Comisario Gonzalez , conceptuado como eficiente y ejecutivo, para actuar en la investigación, pero inexplicablemnte, su participación no duró más de una semana, con lo que se habría terminado la intervención de la institución". (pag. 52 del libro).

Es obvio que si hubiera habido sospechas de una acción terrorista, la Policía debió dedicarse de lleno a la investigación. Si ocurrió lo contrario, era porque existía el pleno convencimiento en el gobierno de que no habían sido los terroristas de izquierda los responsables.

Su hermano, Enrique Holmberg, era en ese entonces Coronel recientemente retirado y conservaba muy buenos contactos en el Ejército. Sus compañeros de armas acusaban del secuestro a los marinos empeñados en promover las aspiraciones del Almirante Massera, Jefe de la Marina, que quería convertirse en el heredero político del poder con el apoyo de quienquiera que fuese, aún de los propios terroristas. Pero sus compañeros del Ejército, aunque reconocían todo el horror de la situación, se abstenían de intervenir en el "coto de caza" dentro del cual presumían que la pobre Elena se encontraba. ¿Qué indicaba la antigua escuela del honor militar en una situación como esa?

Y había señores civiles colaborando con el régimen, que ocupaban ministerios, embajadas y otros cargos de importancia, que no renunciaron a pesar del horror que ocurría en sus propias y encumbradas narices.

Aquel Sábado 13 de Enero de 1979 en que velaron a Elena en la Cancilería, el salón dorado estaba lleno de gente. Allí estuve para dar el pésame a su familia y rezar por Elena. Aquella multitud doliente era un síntoma de la enorme consternación que produjo el crimen.

Pero esos señores que no renunciaron, que no les hicieron el vacío que merecían a los responsables del crimen -por acción u ommisión, por maldad o por cobardía- contribuyeron a que retornara la sumisa aceptación y el adormecimiento de las conciencias. No doy los nombres porque no es mi propósito escribir una acusación. Ellos saben muy bien cuál era su deber y saben, también, que no lo cumplieron.

Una vez más, le faltó a la Argentina un ejemplo de señorío que hubiera podido cambiar la Historia.

Y una vez más, como decía (en francés) un gran señor y un gran militar que tuve el honor de conocer: "Ils sont toujours les memes ceux qui se font tuer" (siempre son los mismos los que dan su vida): Elena Holmberg ennobleció aún más su raza con su sacrificio, al cual marchó, sin amilanarse, con plena conciencia del peligro que corría al tratar de contener a los criminales que finalmente la mataron.
 
 
 
 

Acerca de la argentinidad

En Mitomanías argentinas (Siglo XXI), Alejandro Grimson se atreve a un original ejercicio de introspección: ofrece una lista de mitos y los revisa uno por uno para hacerlos “caer”, para que muestren lo que tienen de falso, de argumento insostenible. Algunos ejemplos: ¿los argentinos descendemos de los barcos, como los mexicanos descienden de los aztecas? ¿Son paraguayos, peruanos o bolivianos los responsables del desempleo en la Argentina?

 

Por Alejandro Grimson
 
Usted tuvo alguna vez la oportunidad de salir de la Argentina? ¿De conocer a la gente de otro país, más allá de los atractivos naturales o turísticos del lugar (como las playas, la nieve, las vidrieras o los parques de diversiones)? Para mí, una de las cosas más sorprendentes de conocer otras sociedades fue que no encontré ninguna en la cual las personas hablaran tan mal de su propio país como en la Argentina. Y tan cotidianamente. Tampoco es frecuente el pánico que se percibe aquí entre los sectores medios progresistas a sentirse parte de una nación, la Argentina. Estos dos aspectos me impulsaron a pensar en diversas direcciones, y este libro es una síntesis de esas reflexiones, que podrían resumirse en una frase: cuán profundamente argentino es insultar diariamente a la Argentina. En otras palabras, me propongo explorar en qué sentido gran parte de nuestra “cultura nacional”, gran parte de los rituales cotidianos que llevamos a cabo, involucra escuchar o enunciar la expresión “qué país de mierda”. A veces la trocamos por nuestra “argentinidad al palo” y somos los mejores del mundo. Pero entre la soberbia y el desprecio, casi no encontramos matices.

Así como no es fácil hallar culturas que se caractericen por el hábito de autodenostarse, tampoco es sencillo encontrar países cuyo ritual cotidiano sea sostener que la maldad se encuentra encarnada en sus propios gobiernos. Los argentinos que no votaron a un determinado gobierno y, además, una buena parte de los que sí lo votaron, presuponen que si alguien ocupa el sillón de Rivadavia necesariamente tiene malas intenciones. Por algo será: sospechar que los gobernantes tienen intenciones ocultas es característico del análisis político nacional. Y no me refiero sólo al más elemental que hacemos los ignorantes en cualquier esquina o café. Periodistas sagaces, intelectuales lúcidos e integrantes de la fila en el supermercado a menudo insultan por igual a sus gobernantes de modos muy extraños. La intención más frecuente y democráticamente distribuida que se les atribuye sería la de “robarse el país”. Otra acusación, también muy habitual, es que quieren terminar con el “capitalismo” o con la “democracia”, según alguna vaga definición de esas palabras. Esto les sucedió a Yrigoyen, a Alfonsín y a Perón tanto como a los Kirchner.
 
Este tipo de presunciones hace que la discusión de ideas sea uno de los capítulos menos transitados del debate político. Recordemos cuando los periodistas progresistas hacían hincapié en la tonada del noroeste de Carlos Saúl I, o en su afirmación errónea de haber leído a Sócrates y las novelas de Borges, en la presunta avispa o tonterías por el estilo (la peor y más patriótica de las cuales es el acento riojano: ¡la intolerancia progre puede ser muy potente!). Sobre los Kirchner se dijo otro tanto: el doble comando, la habitación matrimonial, cómo se vestía él, cómo se viste ella.
 
Analizar un gobierno es considerar un listado extenso de medidas y procesos. En este país tan apasionado o enceguecido, son muy pocos los que pueden tomar ese listado y ponerles colores diferentes a las medidas que les gustan mucho, poco o nada. Si detestan al gobierno, las buenas medidas dejan de serlo automáticamente, ya que son consideradas siempre bajo el signo del oportunismo, el negocio o la venganza, el robo de banderas de otro, o lo que fuera. Si los malos gobiernos jamás hacen algo bueno, los buenos jamás hacen algo malo. Aunque la segunda sentencia sería difícil de aceptar, salvo por los fanáticos, la primera está muy extendida entre nosotros. Somos fanáticos del “todo mal”. Ese fanatismo es parte crucial de nuestra cultura política y nos impide analizar con mayor objetividad los aspectos positivos o negativos de diferentes gobiernos nacionales, provinciales, municipales. Y nos impide, por eso, entender a las personas que votan a esos gobiernos.
Este libro no busca analizar las cosas buenas o malas de un gobierno determinado. Busca proponer un debate acerca de si no deberíamos cambiar esa particularidad de nuestra cultura. Y esto por un motivo: es imposible construir un país sin que podamos analizar aquello que es positivo y aquello que es negativo. Invito al lector a realizar el siguiente ejercicio: coloque al kirchnerista menos fanático al lado del antikirchnerista menos fanático. Después de un buen rato percibirá que en realidad hay muchos aspectos en los que están de acuerdo, aunque no estén dispuestos a admitirlo ni siquiera en su fuero interno.

¿Alguna vez ha pisado un estadio de fútbol? Es una pregunta irrelevante, porque alcanza con haber reparado en cómo miramos un partido de fútbol. O con haber entrado a YouTube para espiar al Tano Pasman. Cuando miramos un partido, en diversos momentos nos encontramos de pie moviendo una o las dos manos a los gritos, reclamando una falta, un penal, una tarjeta. Salvo que vayamos ganando por goleada, mirar un partido es siempre esperar más de los propios jugadores y también del árbitro, que debería fallar con más “justicia” (entiéndase bien: “más a nuestro favor”). Excepto que el árbitro cometa un escandaloso error a nuestro favor, es difícil que reciba una ovación. Todo aquello que detestamos en el equipo adversario –sus faltas, su negativa al juego limpio, sus trampas– lo amamos en el nuestro. Somos fanáticos; o sea, pésimos jueces. Pero, claro: es un juego. Ciertamente, se juegan millones y millones. Pero no se juega un país. A veces, al mirar nuestro país como si fuera un partido de fútbol, la sensación es que arriesgamos mucho: somos muy ofensivos y escasamente defensivos. Podemos terminar perdiéndolo.

No debe entenderse esto como una crítica al fútbol. Las culturas habitualmente construyen espacios rituales en los cuales se permiten prácticas que serían dañinas fuera de ese ámbito particular. Es comprensible y hasta podría ser positivo que seamos tan poco objetivos en el espacio lúdico del fútbol. Lo realmente grave es que no estemos dispuestos a iniciar una reflexión que nos conduzca a mirar y analizar al país de un modo no futbolístico.

En una de esas conversaciones desopilantes que uno mantiene con los hijos pequeños, surgió una pregunta decisiva. Mi esposa le explicaba a nuestro hijo las imposiciones cotidianas que las mujeres sufren en ciertas sociedades. El, atónito ante un listado de prohibiciones y desigualdades, interrogó: “¿Y por qué las mujeres se aguantan todo eso?”. Alguna ciencia debería poder responder esa pregunta. Por supuesto, no serán las ciencias exactas. Una pregunta análoga a la de mi hijo surgiría si hiciéramos el listado de las vejaciones propias de la esclavitud: ¿y por qué los esclavos soportaban todo eso? No habría diferencias formales si planteáramos la cuestión en relación con los colonizadores y los colonizados.

Hay una respuesta general que se aplica a todos los casos, al menos según las teorías sociales actuales. Los dominados “se aguantan” la humillación (no la enfrentan) solamente si creen que los dominadores son seres humanos superiores en algún aspecto. Sin embargo, como se trata de cuestiones sociales y culturales, las respuestas adecuadas en cada caso presentan variaciones muy significativas.
Incluso no habría consenso sobre las propias preguntas. Mientras que la pregunta sobre la esclavitud sería aceptable para todos, los integrantes de sociedades con una desigualdad de género brutalmente naturalizada tendrían una menor tolerancia a la que formuló mi hijo. De modo análogo, aún hoy encontraremos a muchos que consideran que la pregunta sobre los colonizados tiene otras implicancias, ya que si uno fuera un bárbaro debería rendirse placenteramente a ser trasladado a la civilización. Así sería al menos si se tratara de un bárbaro civilizado, espécimen que lamentablemente no abunda.

Pero toda sociedad tiene preguntas que recortarían inclusive esos frágiles consensos. En la democracia neoliberal, una de esas preguntas es: ¿por qué, si cada ciudadano tiene un voto idéntico al de todos los demás, aumentan las brechas entre ricos y pobres? Es decir, ¿cómo es posible que en una democracia haya indigencia y sobren alimentos?
Nadie intentaría responder desde la matemática o las ciencias naturales preguntas como esta, excepto aquellos anacrónicos que desean entender la sociedad desde un darwinismo social que cree en la selección natural. En todos los casos señalados, las respuestas a las preguntas involucran los componentes más complejos de las ciencias sociales: el poder y sus modos de funcionamiento. Ni la conquista de Tenochtitlán, ni las desigualdades de género ni la indigencia pueden explicarse sin comprender algo acerca de la capacidad de ciertas minorías o sectores para naturalizar ideas en una sociedad determinada. Desarmar esos mitos es condición necesaria para potenciar cambios sociales y culturales.
 
*Antropólogo.