¿ Quien asesino a ELENA HOLMBERG ?


por Cosme Beccar Varela

Es muy dificil para mi escribir el artículo que aquí inicio. Se trata del asesinato de Elena Holmberg, sobre el cual acaban de escribir un libro sus hermanos ("Elena Holmberg *Historia de una infamia*", escrito por los cuatro hermanos Holmberg y editado por ellos mismos).

Y es dificil porque si bien mi memoria es mala para los detalles y los nombres, tengo un vivísimo recuerdo de las impresiones y de las ideas. Y aquellos años de la década del 70 en que vivimos bajo el terrorismo, el peronismo y dos dictaduras militares me causaron grandes indignaciones y rechazos que me duele mucho revivir. Me remito al artículo titulado "La generación perdida", del 27/11/2000, nro. 74 de "La botella al mar".

En ese artículo he relatado en forma telegráfica la historia de las frustaciones de mi generación cuya madurez, todavía juvenil, se produjo justamente en esa década, para ser violenta e inexorablemente marchitada por la perversidad de los tres sistemas, continuados con la misma maldad, pero con otro estilo, en las dos décadas posteriores: la del 80, signada por la personalidad laicista y prepotente de Alfonsin y la del 90, marcada por la infamia de la década menemista, de corrupción y desparpajo.

El tiempo de la revolución de 1976 y de la dictadura que siguió, fué uno de los más dificiles de mi vida. Veía con espantosa claridad toda la farsa que se ocultaba detrás de las grandes palabras de Patria, honor, seguridad, Fuerzas Armadas de la Nación, etc. y me espantaba la credulidad de tanta gente de bien, engañada por ese discurso.

Además, me indignaba la profanación del nombre de Nuestro Señor Jesucristo cada vez que oía o leía frases pronunciadas por los dueños del poder en las que se decían defensores de la "civilización occidental y cristiana" cuando era notorio que no cumplían con sus principios básicos.

Para colmo de males, la izquierda ideológica lucraba con los desmanes de la dictadura de las FFAA. Era clarísimo que la consecuencia necesaria de eso sería la vieja cuenta en la que los justos pagarían por los pecadores: los buenos oficiales serían comprometidos en acciones injustificables y castigados por ello; las viejas tradiciones de honor de la fuerza al servicio de la virtud, serían substituidas por un concepto pragmático y despiadado de la fuerza al servicio de la fuerza, o sea, de quienes tenían el mando de la fuerza; y las Fuerzas Armadas encargadas de la vital misión de defender a la Patria, serían desprestigiadas y desarmadas y puestas en la imposibilidad de cumplirla.

 


Los izquierdistas ideológicos engordaban en exilios dorados; los izquierdistas moderados ocupaban las editoriales, los diarios y los medios de difusión, constituyendo y monopolizando la "intelligentzia" nacional. Y el gobierno de Videla-Martinez de Hoz apoyaba a los soviéticos y a los sandinistas en Nicaragua.

La izquierda esperaba su hora, con los bolsillos llenos y todo el apoyo internacional que, sin embargo, curiosamente, tampoco se le negaba a la dictadura del 76. Martinez de Hoz y sus jóvenes colaboradores eran tratados en bandeja de plata en todas partes, los grandes banqueros los ayudaban, la deuda externa crecía y había una apariencia de prosperidad.

El crímen contra Elena Holmberg y otros que de ninguna manera podían ser ni siquiera sospechados de pertenecer a la guerrilla, puso en evidencia la falsedad de todo aquel tinglado.

Nunca voy a olvidar ese 20 de Diciembre de 1978 en que Elena Homberg fué secuestrada, siendo aún de día, en plena calle Uruguay, entre Santa Fé y Charcas. Y las horas que siguieron sin noticias de su paradero. Repito: nadie podía acusar a Elena de terrorista ni cosa parecida; era diplomática, era una dama argentina educada e inteligente, era patriota y había estado destinada a la Embajada en Francia hasta hacía pocos meses.

Su asesinato tampoco presentaba las características de un atentado de los terroristas (no porque no fueran capaces de hacerlo, ya que los crimenes de la guerrilla habían sido numerosos y de una crueldad inaudita), sino porque no les hubiera sido posible, perseguidos sus elementos por una represión organizada, secuestrar a la luz del día, calmamente y en pleno centro, a una persona.

Además, el libro de sus hermanos pone en claro, clarísimo, que no hubo ningún esfuerzo por parte del gobierno de las FFAA para encontrar a la víctima.

"La Policía Federal -dicen- designó al Comisario Gonzalez , conceptuado como eficiente y ejecutivo, para actuar en la investigación, pero inexplicablemnte, su participación no duró más de una semana, con lo que se habría terminado la intervención de la institución". (pag. 52 del libro).

Es obvio que si hubiera habido sospechas de una acción terrorista, la Policía debió dedicarse de lleno a la investigación. Si ocurrió lo contrario, era porque existía el pleno convencimiento en el gobierno de que no habían sido los terroristas de izquierda los responsables.

Su hermano, Enrique Holmberg, era en ese entonces Coronel recientemente retirado y conservaba muy buenos contactos en el Ejército. Sus compañeros de armas acusaban del secuestro a los marinos empeñados en promover las aspiraciones del Almirante Massera, Jefe de la Marina, que quería convertirse en el heredero político del poder con el apoyo de quienquiera que fuese, aún de los propios terroristas. Pero sus compañeros del Ejército, aunque reconocían todo el horror de la situación, se abstenían de intervenir en el "coto de caza" dentro del cual presumían que la pobre Elena se encontraba. ¿Qué indicaba la antigua escuela del honor militar en una situación como esa?

Y había señores civiles colaborando con el régimen, que ocupaban ministerios, embajadas y otros cargos de importancia, que no renunciaron a pesar del horror que ocurría en sus propias y encumbradas narices.

Aquel Sábado 13 de Enero de 1979 en que velaron a Elena en la Cancilería, el salón dorado estaba lleno de gente. Allí estuve para dar el pésame a su familia y rezar por Elena. Aquella multitud doliente era un síntoma de la enorme consternación que produjo el crimen.

Pero esos señores que no renunciaron, que no les hicieron el vacío que merecían a los responsables del crimen -por acción u ommisión, por maldad o por cobardía- contribuyeron a que retornara la sumisa aceptación y el adormecimiento de las conciencias. No doy los nombres porque no es mi propósito escribir una acusación. Ellos saben muy bien cuál era su deber y saben, también, que no lo cumplieron.

Una vez más, le faltó a la Argentina un ejemplo de señorío que hubiera podido cambiar la Historia.

Y una vez más, como decía (en francés) un gran señor y un gran militar que tuve el honor de conocer: "Ils sont toujours les memes ceux qui se font tuer" (siempre son los mismos los que dan su vida): Elena Holmberg ennobleció aún más su raza con su sacrificio, al cual marchó, sin amilanarse, con plena conciencia del peligro que corría al tratar de contener a los criminales que finalmente la mataron.
 
 
 
 

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