Por Emir Sader - Emir Sader, sociólogo y cientista político brasileño, es coordinador delLaboratório de Políticas Públicas da Universidade Estadual do Rio de Janeiro (Uerj).
Nunca como ahora fue tan real la tensión entre un mundo que se agota, pero trata de sobrevivir, y un mundo nuevo, con grandes dificultades para afirmarse. En ese vacío se inserta un mundo inestable, turbulento, y una gran lucha por la nueva hegemonía mundial.
La decadencia de la hegemonía norteamericana en el mundo y el agotamiento del modelo neoliberal son evidentes pero, al mismo tiempo, no surge todavía en el horizonte una potencia o un grupo de países que puedan ejercer la hegemonía mundial en lugar de Estados Unidos. Tampoco aparece un modelo que pueda disputar con el neoliberalismo la hegemonía económica a escala mundial. Los gobiernos posneoliberales latinoamericanos no tienen todavía la fuerza suficiente como para disputar esta hegemonía global.
La victoria en la guerra fría no ha significado que la imposición de la Pax Americana haya traído estabilidad al mundo. Al contrario, nunca como ahora han proliferado tantos conflictos violentos, porque Estados Unidos se vale de su superioridad militar para tratar de transferir los conflictos al plano del enfrentamiento violento. Así ocurrió en Afganistán, Irak, Libia, sin que hubiera tenido capacidad para imponer estabilidad política sobre los escombros de las intervenciones militares. Esos países continúan siendo epicentros de guerra en el mundo actual.
En el caso de Siria – y, por extensión Irán – Estados Unidos ni siquiera fueron capaces de generar las condiciones políticas mínimas para nuevas intervenciones militares, teniendo que participar en procesos de negociaciones de paz.
Sin embargo, Estados Unidos continúa siendo la única potencia mundial, que articula su poder económico, tecnológico, político, militar y cultural, para imponerse como el país de mayor influencia en el mundo, el único que tiene una estrategia global. Ni China, ni la debilitada Unión Europea, ni América Latina, o un conjunto de fuerzas articuladas entre sí, logran oponerse a la hegemonía norteamericana en el mundo.
La profunda y prolongada crisis económica que afecta al centro del capitalismo ha demostrado que sectores del Sur –en Asia y América Latina– pueden defenderse, sufriendo los efectos de la recesión, pero sin entrar en ella, como había ocurrido en las otras crisis del centro del sistema. Porque ya existe en el mundo un cierto grado de multilateralismo económico, que ha permitido que los países con gobiernos posneoliberales hayan podido defenderse y no caer en recesión, gracias a los intercambios Sur-Sur y a los realizados en los procesos de integración regional en América del Sur, y a la enorme expansión de los mercados internos de consumo popular. Sin embargo, las fuertes presiones recesivas no dejan de afectar a esos países, haciendo que necesiten respuestas integradas para la reactivación de sus economías.
Sin embargo, a pesar del desprestigio de las políticas neoliberales, que han provocado la crisis en el centro del sistema y han demostrado ser impotentes, hasta ahora, para superarla, el modelo neoliberal sigue siendo dominante en gran parte del sistema económico mundial. Las medidas puestas en práctica por los gobiernos europeos, por ejemplo, son de carácter neoliberal, diseñadas para reaccionar frente a una crisis neoliberal, es decir, están echando alcohol al fuego.
Porque el neoliberalismo no es solamente una política económica, es un modelo hegemónico, que guarda estrecha relación con la hegemonía del capital financiero a escala mundial, con el bloque Estados Unidos-Gran Bretaña desde el punto de vista político, así como con un modo de vida (el llamado modo de vida norteamericano), centrado en el consumo, en la mercantilización de la vida y de los shopping-centers. Es un punto de no retorno del capitalismo a escala global, que impone, a la vez, los límites de las propuestas de acción de las grandes potencias políticas y de los grandes organismos internacionales.
Así el mundo seguirá viviendo, por lo menos hasta la primera mitad del nuevo siglo, un período de turbulencias, en el que la decadente hegemonía norteamericana se mantendrá, aun con crecientes dificultades. De igual manera continuará el predominio del modelo neoliberal, aunque debilitado, y condenando a la economía mundial a procesos de mayor concentración de la renta, exclusión de derechos y continua recesión económica.
Una profunda y extensa crisis de hegemonía se impone así en escala mundial, con persistencia de los viejos modelos y dificultades para la afirmación de las alternativas.
Antonio Mamerto Gil Nuñez, más conocido como “El Gauchito Gil” o como
“Curuzú Gil” (del guaraní curuzú=cruz)
Desde hace más de cien años tiene vigencia en su provincia, pero en los
últimos años ha trascendido primero al litoral en especial Misiones y Formosa y
luego al resto del país. Comprobamos la existencia de lugares de culto desde
Salta a Ushuaia.
La Historia
Existen diferentes versiones acerca de la época y el motivo de su
muerte. Se sabe que fue durante el siglo XIX, algunos sitúan estos hechos en
1890, para otros ocurrieron entre 1840 y 1848. Todos coinciden que su muerte
aconteció el 8 de enero, que ocurrió en medio de las constantes luchas
fratricidas entre los Liberales (o Celestes) y los Autonomistas (o Colorados),
que el Gauchito era inocente y que fue muerto injustamente.
Era oriundo de la zona de Pay-Ubre, hoy Mercedes, Corrientes. Había sido
tomado prisionero por el Coronel Zalazar acusado injustamente de desertor y
cobarde. Fue trasladado a Mercedes y de allí sería enviado a Goya donde se
encontraban los tribunales. Era sabido que los prisioneros que tenían ese
destino jamás llegaban a Goya, siempre “habían intentado escapar en el camino, se producía un tiroteo y el preso
irremediablemente moría“. El pueblo se entera de la
prisión de Gil y se moviliza buscando apoyo en el Coronel Velázquez, quien
junta una serie de firmas y se presenta ante Zalazar para interceder. Este hace
una nota dejando al Gauchito en libertad que fue remitida a Mercedes pero ya
había sido llevado hacia los tribunales.
La tropa integrada por el prisionero, un sargento y tres soldados se
detiene en un cruce de caminos. El Gauchito sabía que lo iban a ajusticiar y le
dice al sargento: “no me matés
porque la orden de perdón viene en camino” a lo que
el soldado replica “De esta no
te salvás“. Antonio Gil le responde que sabía que finalmente
lo iban a degollar pero que cuando el regresara a Mercedes le iban a informar
que su hijo se estaba muriendo y como él iba a derramar sangre inocente que lo
invocara para que él intercediera ante Dios por la vida de su hijo. Era sabido
que la sangre de inocentes servía para hacer milagros. El sargento se burló y
lo ejecutó.
Con respecto a la forma de morir existen varias versiones:
1) Lo ataron a un poste o un árbol y le dispararon con armas de fuego
pero ninguna de esas balas entró en el cuerpo ya que la creencia popular dice
que quien lleva el amuleto de San la Muerte no le entran las balas y se supone
que el Gauchito era devoto del “Santito”. Entonces el sargento ordenó que le
colgaran de los pies y allí lo degolló.
2) Murió luego de varios intentos de disparos con armas, porque una bala
finalmente entró en el corazón.
3)
Fue colgado de un algarrobo, cabeza abajo y luego degollado, porque tenía el
poder de hipnotizar a las personas “con sólo mirarlas a los ojos”.
La
partida volvió a Mercedes y allí el sargento se entera del perdón y, recordando
las últimas palabras del Gauchito, se dirigió a su casa donde entera que su
pequeño hijo está muy grave, con fiebre altísima y el médico lo había
desahuciado. Entonces se arrodilla y le pide al Gauchito que interceda ante
Dios para salvar la vida de su hijo. Al llegar la madrugada el milagro se había
hecho y el niño se había salvado. Entonces el sargento construyó con sus
propias manos una cruz con ramas de ñandubay, la cargó sobre sus hombres y la
llevó al lugar donde había matado al gauchito. Colocó la cruz, pidió perdón y
agradeció.
La
cruz dio el nombre al cruce de caminos y, con el transcurso del tiempo, se
convirtió en un lugar de peregrinación.
Leyendas sobre el Gauchito Gil
Se cuentan dos historias acerca del paraje donde se levantó el santuario y del deseo del Gauchito de seguir permaneciendo en ese lugar:
1) Con los años era tanta la cantidad de promesantes que iban a visitar al santo y le encendían velas, que el dueño de la estancia sintió temor que le incendiaran el campo y hace llevar el cuerpo al cementerio local. Dicen que este estanciero era un hombre rico, con una familia sana y bien constituida. Pero desde el momento que decide sacar de allí el oratorio comenzó a tener problemas económicos, muere uno de sus hijos de una extraña enfermedad, la hacienda se enferma y los campos se iban secando. Él mismo cae en cama y los médicos no aciertan con el diagnóstico. Un día una mujer que habían llamado para que lo curara le dice que iba a mejorar cuando volviera a traer el oratorio del Gauchito a su lugar. El estanciero construyó un mausoleo junto con una cruz tallada en fina madera en el sitio donde murió y cedió además un amplio espacio. A partir de ese momento todo mejoró para el dueño del campo. El Gauchito siguió enterrado en el cementerio local pero el lugar de su muerte se convirtió en centro de culto.
2) Algunos hechos sorprendentes comenzaron a suceder cuando se asfaltaba la ruta y los ingenieros decidieron que lo más práctico era trazar una línea recta para acortar distancias a pesar que ésta pasaría por encima del oratorio del Gauchito, y por lo tanto, era necesario moverlo.
Los operarios dijeron que “no era bueno pasar por arriba de tierra sagrada para los correntinos” pero los empresarios ignoraron esa advertencia. Muchos peones se negaron a cumplir la orden y renunciaron. Cuando estaban cerca de la zona en cuestión las máquinas se negaban a avanzar, ni los operarios, ni los mecánicos ni los jefes lograban ponerla en funcionamiento si la dirección era hacia el santuario. Los operarios comenzaron a desertar porque pensaban que todo era obra del Gauchito que se negaba a que lo sacaran de ese lugar. Ante tantas dificultades deciden respetar el recodo y que el camino haga una curva. Se respeta así el Oratorio y los ingenieros piden perdón y protección para la obra.
Antonio Gil: Julian Zini
El culto
El Santuario principal se encuentra en el cruce de las rutas Nº 123 y 119, a 8 km de la ciudad de Mercedes (antigua Pay-Ubre). Desde lejos se observa el centenar de tacuaras con banderas rojas, el mausoleo con las placas de agradecimiento y una enorme cantidad de ofrendas similares a lo que ocurre en el santuario de Vallecito de la Difunta Correa: muletas, vestidos de novia, juguetes, casas hechas en miniatura, autitos. Estampitas del santo con los pedidos escritos detrás o con expresiones de agradecimiento.
Santuario al Gauchito Gil al costado de la ruta. Las tacuaras con banderas coloradas son indicadores de los lugares de culto ubicados a la vera de rutas y caminos.
El color rojo es el distintivo del Gauchito Gil que se manifiesta en velas y fundamentalmente en cintas con el pedido o agradecimiento escrito. Es costumbre dejar una cinta atada a las miles de cintas que hay, y se retirar otra ya “bendecida” por el santo que se coloca en la muñeca, en el espejo del auto o en algún lugar privilegiado de la casa para que proteja o ayude.
Varios días antes del 8 de enero, fecha del aniversario de su muerte, comienza a congregarse la gente y pasar la noche en carpas. Se improvisan negocios, bailantas la compás del chamamé, kioscos que venden bebidas y recuerdos. Los jinetes se acercan llevando banderas y estandartes en tacuaras para dejar en el lugar, que también se cubre de flores rojas. El cura de Mercedes oficia una Misa por el alma del Gauchito. En el terreno donado por el estanciero se construyó un tinglado donde se acumulan las ofrendas, sitios para encender velas y edificios con baños, duchas, bares y otras comodidades para aquellos que se acercan a orar.
Los otros santuarios del Gauchito Gil se levantan principalmente en el litoral aunque su culto se va extendiendo paulatinamente al resto del país como lo certifican los oratorios que existe en los Valles Calchaquíes, Salta y en Ushuaia, Tierra del Fuego. Sus estampas se reparten en los subtes porteños y se venden en las santerías de Buenos Aires y en los negocios de Luján junto a la Virgen. También se agrega su imagen como ofrenda en los santuarios de otros santos populares como la Difunta Correa. Las cintas rojas con su nombre y el pedido de protección para quien la posea, cuelgan de los espejos de cientos automóviles y son atadas en lugares visibles de los comercios.
Los lugares elegidos son los cruces de caminos, donde se atan en la rama de un árbol o en una tacuara clavada en tierra las cintas rojas. Son lugares de parada obligada de todo viajante. Los ómnibus y los caminantes se detienen un momento a saludar al Gauchito. En la provincia de Formosa, donde existen oratorios muy próximos, los automovilistas tocan su bocina al pasar. Si esto no se hiciese no contaría con la protección del santo en el resto del viaje y podría ocurrirle una desgracia.
Santuario al gauchito Gil en el interior de una vivienda de Curuz’u Cuatia (Corrientes, Argentina)
El límite de lo que se le pide al Gauchito lo pone la persona que solicita: salud, dinero, trabajo, amor, en casos que se necesite valor para enfrentar una situación y fundamentalmente protección a los viajeros.
Homenajes
Existen poemas en su honor como el que escribió Florencio Godoy Cruz y un chamamé con música del compositor Roberto Galarza titulado “Injusta Condena”.
Filosofía política. Según el autor de esta nota, Mandela logró ciertos derechos para la minoría negra pero no pudo revertir la situación de desigualdad y la enorme brecha entre ricos y pobres de su país.
Su gloria universal es también un indicio de que en realidad no perturbó el orden global del poder.
En sus dos últimas décadas de vida se puso a Nelson Mandela como ejemplo de cómo liberar un país del yugo colonial sin sucumbir a la tentación del poder dictatorial ni a gestos anticapitalistas. En pocas palabras, Mandela no fue Robert Mugabe, y Sudáfrica siguió siendo una democracia multipartidaria con libertad de prensa y una pujante economía bien integrada al mercado global e inmune a apresurados experimentos socialistas. Tras su muerte, su estatura de sabio santo parece confirmarse para la eternidad: hay películas de Hollywood sobre él –lo encarnó Morgan Freeman, que también, dicho sea de paso, interpretó el papel de Dios en otra película–; estrellas de rock y líderes religiosos, deportistas y políticos desde Bill Clinton hasta Fidel Castro, todos están unidos en su beatificación.
¿Pero esa es toda la historia? Hay dos hechos clave que esa visión celebratoria eclipsa. En Sudáfrica, la vida miserable de la mayoría pobre es la misma que durante el apartheid, y el auge de los derechos civiles y políticos queda contrarrestado por la creciente inseguridad, la violencia y el delito. El principal cambio es que la nueva elite negra se ha sumado a la antigua clase dominante blanca. En segundo lugar, la gente recuerda el viejo Congreso Nacional Africano, que prometía no sólo el fin del apartheid sino también más justicia social, hasta una especie de socialismo. Ese pasado mucho más radicalizado del CNA va desapareciendo poco a poco de nuestra memoria. No es extraño que crezca la rabia entre los sudafricanos negros pobres.
Sudáfrica es en ese sentido sólo una versión de la historia recurrente de la izquierda contemporánea. Un líder o un partido que promete un “mundo nuevo” resulta electo con universal entusiasmo, pero luego, tarde o temprano, se encuentra ante el dilema clave: ¿atreverse a tocar los mecanismos capitalistas u optar por “seguir el juego”? Si alguien perturba esos mecanismos, rápidamente se lo “castiga” mediante perturbaciones del mercado, caos económico, etc. Es por eso que resulta demasiado simple criticar a Mandela por abandonar la perspectiva socialista luego del fin del apartheid: ¿acaso tuvo la posibilidad de elegir? ¿El avance hacia el socialismo era una opción real?
Es fácil ridiculizar a Ayn Rand, pero hay un elemento de verdad en el famoso “himno al dinero” de su novela La rebelión de Atlas: “Hasta y a menos que se descubra que el dinero es el origen de todo bien, se pide la propia destrucción. Cuando el dinero deja de ser el instrumento por el cual los hombres tratan unos con otros, los hombres se convierten en instrumentos de otros hombres. Sangre, látigos y armas o dólares. Hay que elegir. No hay más opciones.” ¿Marx no dijo algo similar en su conocida fórmula de cómo, en el universo de las mercancías, “las relaciones entre personas adoptan la forma de relaciones entre cosas”?
En la economía, las relaciones entre personas pueden parecer relaciones de igualdad y libertad que cada uno reconoce: la dominación ya no se ejerce de forma directa y visible como tal. Lo que resulta problemático es la promesa subyacente de Rand: que la única opción es entre relaciones directas e indirectas de dominación y explotación, mientras que toda alternativa se rechaza por considerársela utópica. De todos modos, hay que tener en cuenta el momento de verdad de la que por lo demás es una afirmación absurdamente ideológica de Rand: la gran enseñanza del socialismo de estado fue, en efecto, que una abolición directa de la propiedad privada y del intercambio regulado por el mercado, que carezca de formas concretas de regulación social del proceso de producción, necesariamente resucita relaciones directas de servidumbre y dominación. Si nos limitamos a abolir el mercado (incluso la explotación del mercado) sin reemplazarlo por una forma adecuada de organización comunista de la producción y el intercambio, la dominación regresa con renovadas fuerzas, y con ella la explotación directa.
La regla general es que cuando comienza una revuelta contra un régimen opresivo a medias democrático, como en el caso de Oriente Medio en 2011, es fácil movilizar grandes multitudes con consignas que no puede sino caracterizarse de complacientes (a favor de la democracia, contra la corrupción, por ejemplo). Pero luego, poco a poco nos vemos ante decisiones más difíciles. Cuando la revuelta tiene éxito en su objetivo directo, nos damos cuenta de que lo que en realidad nos molestaba (la falta de libertad, la humillación, la corrupción social, la ausencia de perspectivas de una vida digna) continúa bajo una nueva apariencia. La ideología dominante moviliza aquí todo su arsenal para impedirnos alcanzar esa conclusión drástica. Se nos empieza a decir que la libertad democrática conlleva su propia responsabilidad, que ésta tiene un precio, que aún no estamos maduros si esperamos demasiado de la democracia. De esa forma, se nos culpa de nuestro fracaso: en una sociedad libre, se nos dice, todos somos capitalistas que invertimos en nuestra vida y decidimos asignar más a la educación que a la diversión si queremos tener éxito.
En un plano más directamente político, la política exterior de los Estados Unidos elaboró una minuciosa estrategia de cómo ejercer un control del daño mediante la recanalización del levantamiento popular hacia limitaciones capitalistas parlamentarias aceptables, como se lo hizo con éxito en Sudáfrica tras la caída del régimen del apartheid, en Filipinas luego de la caída de Marcos, en Indonesia después de la caída de Suharto y en otros lugares. En esa precisa coyuntura, la política emancipadora radicalizada enfrenta su mayor desafío: cómo hacer avanzar las cosas una vez que ha terminado la primera etapa entusiasta, cómo dar el siguiente paso sin sucumbir a la catástrofe de la tentación “totalitaria”; en definitiva, cómo avanzar respecto de Mandela sin convertirse en Mugabe.
Si queremos ser fieles al legado de Mandela, debemos olvidarnos de las lágrimas de cocodrilo celebratorias y concentrarnos en las promesas no cumplidas que generó su liderazgo. Podemos asumir con toda certeza que, dada su indudable grandeza moral y política, al final de su vida fue también un anciano amargado, consciente de que su triunfo político y su elevación a la categoría de héroe universal enmascaraba su amarga derrota. Su gloria universal es también un indicio de que en realidad no perturbó el orden global del poder.
Las denuncias por maltrato psicológico en el hogar encabezaron las llamadas recibidas el año pasado al 0800-666-5065, la línea telefónica gratuita que el ministerio de Desarrollo Social de la Provincia pone a disposición de las víctimas de violencia doméstica.
“La denuncia es lo que hace la diferencia entre la vida y la muerte, no importa si hablamos de violencia psicológica, física o económica. La violencia familiar es un problema que nos afecta a todos como sociedad y por ello, desde la Provincia, tenemos armada una red para proteger y acompañar a las víctimas y ayudarlas a que se animen a denuncia”, sostuvo el ministro de Desarrollo Social, Martín Ferré.
En ese marco, el titular de la cartera social detalló que “trabajamos en forma mancomunada con otras áreas de gobierno, con los municipios y con las organizaciones para que, quienes sufren este flagelo, puedan salir de ese lugar de abuso y construir una nueva vida”.
Según el informe elaborado por la dirección de Políticas de Género -que depende de la subsecretaría de Políticas Sociales, en 2013 se recibieron 661 llamados en la línea gratuita 0800-666-5065 contra la violencia familiar.
Del total de consultas y denuncias, el 51% correspondió a casos de maltrato psicológico y el 40% a casos de violencia física, mientras que el resto de las llamadas estuvieron vinculadas a cuestiones de índole económica y abandono de persona.
En cuanto a la franja etaria, las personas de entre 31 y 40 años son las que más denunciaron situaciones violentas (35,84%), seguidas por las de 41 a 50 (20,75%). El 15,09% correspondió a personas de entre 20 y 30 años; el 11,32%, entre 50 y 60; el 9,43 entre 60 y 70 y, el resto, a la franja mayor de 70 años.
El Ministerio de Desarrollo Social provincial es la autoridad de aplicación de la Ley contra la Violencia Familiar (12.569). De acuerdo a esa norma, se denomina violencia familiar a toda “acción, omisión, abuso, que afecta la integridad física, psíquica, moral, sexual y/o libertad de una persona en el ámbito del grupo familiar aunque no configure delito”
LA JUSTICIA HIZO UNA ADVERTENCIA POR LA EXPANSIÓN DE ENFERMEDADES EN LA CABA POR EL TRABAJO ESCLAVO
Por Mariana Carbajal
Alerta por la expansión de la tuberculosis
Mientras a nivel nacional la incidencia de la enfermedad disminuyó 39 por ciento entre 1985 y 2011, en el ámbito porteño registró un aumento del 25 por ciento por el trabajo esclavo en talleres clandestinos de costura.
En una resolución sin precedentes, la Justicia alertó sobre la “expansión progresiva de la tuberculosis en la Ciudad de Buenos Aires”, como consecuencia del trabajo esclavo en talleres clandestinos de costura, como ocurría a principios del siglo XX en las fábricas textiles. El informe, elaborado por el fiscal federal Nº 6 Federico Delgado, señala que mientras a nivel nacional la incidencia de la enfermedad disminuyó 39 por ciento entre 1985 y 2011, en el ámbito porteño registró un aumento del 25 por ciento, según estadísticas oficiales. El incremento estaría relacionado, advirtió, con las condiciones de hacinamiento y extrema vulnerabilidad socioeconómica y cultural en que viven las víctimas de trata para explotación laboral, muchas de ellas migrantes provenientes de países con altas tasas de incidencia de la tuberculosis como Bolivia. Para Delgado, el rebrote de tuberculosis es “un claro síntoma de las relaciones de explotación capitalista”.
De acuerdo con la información suministrada por el Hospital Piñero, ubicado en el sur del barrio de Flores, el 60 por ciento de las personas infectadas atendidas trabajaban en talleres textiles clandestinos.
La resolución, a la que accedió Página/12, muestra un preocupante panorama sanitario vinculado con la trata y el trabajo esclavo en talleres textiles. Es una extensa investigación realizada a partir de la consulta a especialistas de distintos hospitales porteños, entre ellos del Piñero, Alvarez, Vélez Sársfield y Muñiz, y de la Facultad de Medicina de la UBA; algunos declararon en la fiscalía, otros enviaron sus respuestas por escrito. El trabajo fue elevado a la procuradora general de la Nación, Alejandra Gils Carbó. También a la Procuraduría para el Combate de la Trata y la Explotación Sexual de Personas (Protex), a cargo del fiscal Marcelo Colombo.
La tuberculosis es una enfermedad infectocontagiosa producida por una bacteria (Mycobacterium tuberculosis), también llamado bacilo de Koch, que afecta fundamentalmente los pulmones, pero que puede hacerlo en cualquier órgano. “Se disemina por vía aerógena, por las gotitas que son vehiculizadas al toser o estornudar”, precisa el informe. Y agrega: se trata de una enfermedad de diagnóstico sencillo, que puede ser tratada y curada gratuitamente en el país, pero “nos encontramos lejos de su erradicación”, y en cambio, “se expande en correlación directa con la marginalidad social”.
En la resolución, Delgado señala que “la evidencia indica que existe un vínculo vicioso que liga la pobreza al hacinamiento, la falta de vivienda y la precarización laboral, y ésas son las condiciones que le abren curso a este fenómeno”.
Las condiciones de explotación en talleres clandestinos son el caldo de cultivo para la expansión de la tuberculosis, concluye el informe: “Víctimas de trata, que llegan al país ya contagiadas y que desarrollan la enfermedad en contextos de hacinamiento y escasa ventilación, nutrición y descanso adecuado. En esos ámbitos se producen nuevos contagios. Al mismo tiempo, la misma situación de explotación y trabajo esclavo obstaculiza el acceso a la atención médica y los tratamientos adecuados porque el enfermo tiene temor a perder su trabajo si se descubre que tiene tuberculosis”. El relevamiento revela que durante los últimos años los casos reportados entre la Ciudad y la provincia de Buenos Aires alcanzan más de 2000 por año.
A partir de la información provista por el Hospital Alvarez a la Fiscalía, se conocieron casos en 13 escuelas de la Ciudad, de niñas y niños provenientes de entornos dedicados a rubro textil, “puntualmente talleres de costura, y que muchos vivían en los mismo sitios de trabajo en condiciones de enorme precariedad”.
Uno de los profesionales consultados por la Fiscalía, Aldo Paligari, jefe del Centro de Salud Comunitaria (Cesac) No 20, del barrio Flores, explicó que la tuberculosis “es una patología con un fuerte estigma social que vive con mucha vergüenza y por tal motivo se trata de ocultarla en demasía por quien la padece, llegando en general a la consulta con la problemática muy avanzada. A eso tenemos que sumar que requiere al menos nueve meses de tratamiento, durante el cual se deben ingerir hasta quince medicamentos diarios”.
La División Servicio Social del Hospital Muñiz, a cargo de Graciela Blanco, analizó 544 historias sociales para colaborar con la investigación de la Fiscalía, y encontró que sólo un 29 por ciento de los pacientes lograron adherir al tratamiento. “Esto motiva que se produzcan reinternaciones relacionadas con la misma patología y un deterioro importante de la salud”, subraya el informe. Blanco precisó que el 60 por ciento nació en Argentina, mientras que el 40 por ciento proviene de países limítrofes. El 41 por ciento relevado en el Muñiz son personas que se encuentran en situación de precariedad laboral, talleres de costura fundamentalmente.
El jefe de la División Tisioneumología del Hospital Muñiz, Domingo J. Palmero, informó a la Fiscalía que si bien la tuberculosis a nivel nacional disminuyó en un 39 por ciento entre 1985 y 2011, en la Ciudad de Buenos Aires aumentó un 25 por ciento: la tasa creció de 23,06 enfermos cada 100 mil habitantes a 32,82. En la zona de influencia del Hospital Piñero, “caracterizada por la gran cantidad de habitantes que viven en condiciones de extrema vulnerabilidad social”, la tasa se eleva a casi 200 por 100 mil.
También fueron consultadas las médicas Graciela Cragnolini de Casado y Natalia Romina Huergo, del Instituto de Tisioneumología Profesor Raúl Vaccarezza, dependiente de la Facultad de Medicina de la UBA, centro de referencia en el diagnóstico y tratamiento de la tuberculosis. Registra alrededor de un 30 por ciento de los casos que se dan en la Ciudad de Buenos Aires. Las especialistas indicaron que a partir de 2002 han observando un aumento de los casos relacionados con inmigrantes que trabajan en talleres de costura ilegales, principalmente procedentes de Bolivia y, en menor medida, Perú, y que el ciento por ciento de los entrevistados carecía de documento para residir en la Argentina. Más de la mitad de los pacientes en ese centro de salud dormía en el taller de costura donde se desempeñaba. “Muchos refieren dificultades tener dificultades para salir durante el día, lo cual genera un inmenso obstáculo para cumplir con las exigencias del tratamiento médico”, advierte el informe de la Fiscalía. El 50 por ciento de los pacientes trabajaba más de 70 horas semanales y el ciento por ciento no tenía obra social. En el 81,8 por ciento de los casos el contacto que dio pie al contagio fue laboral. El 72,4 por ciento presentó hambre por recibir una dieta insuficiente por carecer de dinero para comprar alimento a pesar de trabajar durante extensísimas jornadas, señala la investigación.
En su informe, el fiscal Delgado enfatizó la necesidad de combatir las condiciones de vulnerabilidad social que favorecen la trata de personas. “No se trata sólo de perseguir explotadores sino de erradicar las circunstancias que hacen posible la explotación, es decir, la existencia de colectivos de personas que sólo tienen para vender su cuerpo, su tiempo, su vida, todo lo que son a merced de un trabajo que los alimentará mientras los mata en suaves cuotas”.
Al inicio del tercer milenio, las fuerzas de izquierda se debaten entre dos desafíos principales: la relación entre democracia y capitalismo, y el crecimiento económico infinito (capitalista o socialista) como indicador básico de desarrollo y progreso. En estas líneas voy a centrarme en el primer desafío.
Contra lo que el sentido común de los últimos 50 años nos puede hacer pensar, la relación entre democracia y capitalismo siempre fue una relación tensa, incluso de contradicción. Lo fue, ciertamente, en los países periféricos del sistema mundial, en lo que durante mucho tiempo se denominó Tercer Mundo y hoy se designa como Sur global. Pero también en los países centrales o desarrollados la misma tensión y la misma contradicción estuvieron siempre presentes. Basta recordar los largos años de nazismo y fascismo.
Un análisis más detallado de las relaciones entre capitalismo y democracia obligaría a distinguir entre diferentes tipos de capitalismo y su dominio en diferentes períodos y regiones del mundo, y entre diferentes tipos y grados de intensidad de la democracia. En estas líneas concibo al capitalismo bajo su forma general de modo de producción y hago referencia al tipo que ha dominado en las últimas décadas, el capitalismo financiero. En lo que respecta a la democracia, me centro en la democracia representativa tal como fue teorizada por el liberalismo.
El capitalismo sólo se siente seguro si es gobernado por quien tiene capital o se identifica con sus “necesidades”, mientras que la democracia es idealmente el gobierno de las mayorías que no tienen capital ni razones para identificarse con las “necesidades” del capitalismo, sino todo lo contrario. El conflicto es, en el fondo, un conflicto de clases, pues las clases que se identifican con las necesidades del capitalismo (básicamente, la burguesía) son minoritarias en relación con las clases que tienen otros intereses, cuya satisfacción colisiona con las necesidades del capitalismo (clases medias, trabajadores y clases populares en general). Al ser un conflicto de clases, se presenta social y políticamente como un conflicto distributivo: por un lado, la pulsión por la acumulación y la concentración de riqueza por parte de los capitalistas, y, por otro lado, la reivindicación de la redistribución de la riqueza generada en gran parte por los trabajadores y sus familias. La burguesía siempre ha tenido pavor a que las mayorías pobres tomen el poder y ha usado el poder político que le concedieron las revoluciones del siglo XIX para impedir que eso ocurra. Ha concebido a la democracia liberal de modo de garantizar eso mismo a través de medidas que cambiaron con el tiempo, pero mantuvieron su objetivo: restricciones al sufragio, primacía absoluta del derecho de propiedad individual, sistema político y electoral con múltiples válvulas de seguridad, represión violenta de la actividad política fuera de las instituciones, corrupción de los políticos, legalización del lobby... Y siempre que la democracia se mostró disfuncional, se mantuvo abierta la posibilidad del recurso a la dictadura, algo que sucedió muchas veces.
Después de la Segunda Guerra Mundial, muy pocos países tenían democracia, vastas regiones del mundo estaban sometidas al colonialismo europeo, que servía para consolidar el capitalismo euro-norteamericano, Europa estaba devastada por una guerra que había sido provocada por la supremacía alemana, y en el Este se consolidaba el régimen comunista, que aparecía como alternativa al capitalismo y la democracia liberal. En este contexto surgió en la Europa más desarrollada el llamado capitalismo democrático, un sistema de economía política basado en la idea de que, para ser compatible con la democracia, el capitalismo debería ser fuertemente regulado, lo que implicaba la nacionalización de sectores clave de la economía, un sistema tributario progresivo, la imposición de las negociaciones colectivas e incluso, como sucedió en la Alemania Occidental de entonces, la participación de los trabajadores en la gestión de empresas. En el plano científico, Keynes representaba entonces la ortodoxia económica y Hayek, la disidencia. En el plano político, los derechos económicos y sociales (derechos al trabajo, la educación, la salud y la seguridad social, garantizados por el Estado) habían sido el instrumento privilegiado para estabilizar las expectativas de los ciudadanos y para enfrentar las fluctuaciones constantes e imprevisibles de las “señales de los mercados”. Este cambio alteraba los términos del conflicto distributivo, pero no lo eliminaba. Por el contrario, tenía todas las condiciones para instigarlo luego de que se debilitara el crecimiento de las tres décadas siguientes. Y así sucedió.
Desde 1970, los Estados centrales han estado manejando el conflicto entre las exigencias de los ciudadanos y las exigencias del capital mediante el recurso a un conjunto de soluciones que gradualmente fueron dando más poder al capital. Primero fue la inflación (1970-1980); después, la lucha contra la inflación, acompañada del aumento del desempleo y del ataque al poder de los sindicatos (desde 1980), una medida complementada con el endeudamiento del Estado como resultado de la lucha del capital contra los impuestos, del estancamiento económico y del aumento de los gastos sociales originados en el aumento del desempleo (desde mediados de 1980), y luego con el endeudamiento de las familias, seducidas por las facilidades de crédito concedidas por un sector financiero finalmente libre de regulaciones estatales, para eludir el colapso de las expectativas respecto del consumo, la educación y la vivienda (desde mediados de 1990). Hasta que la ingeniería de las soluciones ficticias llegó a su fin con la crisis de 2008 y se volvió claro quién había ganado en el conflicto distributivo: el capital. La prueba: la conversión de la deuda privada en deuda pública, el incremento de las desigualdades sociales y el asalto final a las expectativas de una vida digna de las mayorías (los trabajadores, los jubilados, los desempleados, los inmigrantes, los jóvenes en busca de empleo) para garantizar las expectativas de rentabilidad de la minoría (el capital financiero y sus agentes). La democracia perdió la batalla y sólo evitará ser derrotada en la guerra si las mayorías pierden el miedo, se rebelan dentro y fuera de las instituciones y fuerzan al capital a volver a tener miedo, como sucedió hace sesenta años.
En los países del Sur global que disponen de recursos naturales la situación es, por ahora, diferente. En algunos casos, por ejemplo en varios países de América latina, hasta puede decirse que la democracia se está imponiendo en el duelo con el capitalismo, y no es por casualidad que en países como Venezuela y Ecuador se comenzó a discutir el tema del socialismo del siglo XXI, aunque la realidad esté lejos de los discursos. Hay muchas razones detrás, pero tal vez la principal haya sido la conversión de China al neoliberalismo, lo que provocó, sobre todo a partir de la primera década del siglo XXI, una nueva carrera por los recursos naturales. El capital financiero encontró ahí y en la especulación con productos alimentarios una fuente extraordinaria de rentabilidad. Esto permitió que los gobiernos progresistas –llegados al poder como consecuencia de las luchas y los movimientos sociales de las décadas anteriores– pudieran desarrollar una redistribución de la riqueza muy significativa y, en algunos países, sin precedentes. Por esta vía, la democracia ganó nueva legitimidad en el imaginario popular. Pero, por su propia naturaleza, la redistribución de la riqueza no puso en cuestión el modelo de acumulación basado en la explotación intensiva de los recursos naturales y, en cambio, la intensificó. Esto estuvo en el origen de conflictos –que se han ido agravando– con los grupos sociales ligados a la tierra y a los territorios donde se encuentran los recursos naturales, los pueblos indígenas y los campesinos.
En los países del Sur global con recursos naturales pero sin una democracia digna de ese nombre, el boom de los recursos no trajo ningún impulso a la democracia, pese a que, en teoría, condiciones mas propicias para una resolución del conflicto distributivo deberían facilitar la solución democrática y viceversa. La verdad es que el capitalismo extractivista obtiene mejores condiciones de rentabilidad en sistemas políticos dictatoriales o con democracias de bajísima intensidad (sistemas casi de partido único), donde es más fácil corromper a las elites, a través de su involucramiento en la privatización de concesiones y las rentas del extractivismo. No es de esperar ninguna profesión de fe en la democracia por parte del capitalismo extractivista, incluso porque, siendo global, no reconoce problemas de legitimidad política. Por su parte, la reivindicación de la redistribución de la riqueza por parte de las mayorías no llega a ser oída, por falta de canales democráticos y por no poder contar con la solidaridad de las restringidas clases medias urbanas que reciben las migajas del rendimiento extractivista. Las poblaciones más directamente afectadas por el extractivismo son los campesinos, en cuyas tierras están los yacimientos mineros o donde se pretende instalar la nueva economía agroindustrial. Son expulsados de sus tierras y sometidos al exilio interno. Siempre que se resisten son violentamente reprimidos y su resistencia es tratada como un caso policial. En estos países, el conflicto distributivo no llega siquiera a existir como problema político. De este análisis se concluye que la actual puesta en cuestión del futuro de la democracia en Europa del Sur es la manifestación de un problema mucho más vasto que está aflorando en diferentes formas en varias regiones del mundo. Pero, así formulado, el problema puede ocultar una incertidumbre mucho mayor que la que expresa. No se trata sólo de cuestionar el futuro de la democracia. Se trata, también, de cuestionar la democracia del futuro. La democracia liberal fue históricamente derrotada por el capitalismo y no parece que la derrota sea reversible. Por eso, no hay que tener esperanzas de que el capitalismo vuelva a tenerle miedo a la democracia liberal, si alguna vez lo tuvo. La democracia liberal sobrevivirá en la medida en que el capitalismo global se pueda servir de ella. La lucha de quienes ven en la derrota de la democracia liberal la emergencia de un mundo repugnantemente injusto y descontroladamente violento debe centrarse en buscar una concepción de la democracia más robusta, cuya marca genética sea el anticapitalismo. Tras un siglo de luchas populares que hicieron entrar el ideal democrático en el imaginario de la emancipación social, sería un grave error político desperdiciar esa experiencia y asumir que la lucha anticapitalista debe ser también una lucha antidemocrática. Por el contrario, es preciso convertir al ideal democrático en una realidad radical que no se rinda ante el capitalismo. Y como el capitalismo no ejerce su dominio sino sirviéndose de otras formas de opresión, principalmente del colonialismo y el patriarcado, esta democracia radical, además de anticapitalista, debe ser también anticolonialista y antipatriarcal. Puede llamarse revolución democrática o democracia revolucionaria –el nombre poco importa–, pero debe ser necesariamente una democracia posliberal, que no puede perder sus atributos para acomodarse a las exigencias del capitalismo. Al contrario, debe basarse en dos principios: la profundización de la democracia sólo es posible a costa del capitalismo; y en caso de conflicto entre capitalismo y democracia debe prevalecer la democracia real.
* Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra, Portugal. El texto corresponde a la Décima carta a las izquierdas del autor.
DURANTE 2013 SE IDENTIFICO A 20 VICTIMAS DE LA DICTADURA
El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) logró identificar durante 2013 los restos de 20 personas, víctimas de la represión ilegal durante la última dictadura cívico-militar. Los hallazgos se concentraron en territorio de la provincia de Buenos Aires –La Plata, Esteban Echeverría, San Pedro–, Santa Fe, Tucumán y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
En el trabajo de restituir la verdad y la memoria a través de técnicas de antropología social y forense, coordinado por el EAAF desde hace 30 años, colaboraron en 2013 otras organizaciones no gubernamentales provinciales como el Colectivo de Antropología Memoria e Identidad de Tucumán (Camit). Gracias a la labor conjunta de ambos organismos se identificaron los restos de seis desaparecidos en el llamado Pozo de Vargas, en Tucumán: Roberto Raimundo Vega, Segundo Bonifacio Arias, Justina Andrés Carrizo; Luis Lescano; Raúl Roque Danun y Eduardo Nicarnor Giménez. También se reconoció a Marta Castillo, Emilio Ybarra y Roque Marcelino, en la zona.
Las restituciones de los cuerpos de las víctimas del terrorismo de Estado fueron, en 2013, un aporte para varias causas judiciales por violaciones a los derechos humanos. Un caso emblemático fue la identificación, en mayo, de los restos de Sebastián Llorens y Diana Miriam Triay, en Esteban Echevarría, en el marco de la megacausa que investiga delitos de lesa humanidad cometidos en la órbita del Primer Cuerpo. Ambos militantes fueron secuestrados en 1975 y trasladados a alguno de los centros clandestinos de detención y torturas “aún no identificado”, aunque podría tratarse de El Vesubio o Cuatrerismo, según la investigación del juez Daniel Rafecas. La aparición del cuerpo del diplomático cubano Jesús Cejas Arias, dentro de un tambor metálico rellenado con cemento, en San Fernando, es importante para desentrañar las operaciones en el centro clandestino de detención y tortura Automotores Orletti.
A fines de agosto se conoció la identificación de los restos de María del Valle Santucho, sobrina de Mario Roberto Santucho en una tumba NN en Avellaneda. Asimismo, el EAAF reconoció en marzo el cuerpo de Oscar Wilkelman y, en junio, el de Miguel Angel D’Andrea, entre los ocho cadáveres encontrados en una fosa común del Campo Militar San Pedro, cerca de Laguna Paiva.
En tanto, los restos de Juan Oscar Cugura, Tránsito González y de Ana María Raszkewicz, que habían sido depositados como NN el cementerio de La Plata, también fueron restituidos durante este año. Además, se reconocieron los restos la médica Graciela del Valle Bustamante, secuestrada por un grupo de tareas al mando del genocida tucumano Antonio Domingo Bussi en 1977, fusilada en la frontera de Tucumán y Santiago del Estero.
Por último, el EAAF restituyó los cuerpos de dos españoles que habían emigrado al país: Antonia Fernández García y Manuel Ramón Souto Leston.